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Cibersocialización y adolescencia: un nuevo binomio para la reflexión en educación social

Autoría:

Dr. Gregorio Pérez Bonet. Profesor de Educación Social CES “Don Bosco”, adscrito a la UCM. Psicólogo y psicoterapeuta.

Resumen

Con el presente artículo pretendemos acercar al educador social algunas reflexiones, todavía inconclusas, debido a la novedad del asunto, sobre la cibersocialización de los adolescentes actuales. Nos centramos en las enormes posibilidades de las comunidades virtuales, donde aspectos como la intimidad y la identidad revelan distintos significados a los tradicionales y donde el propio ensamblaje de identidades resulta un juego de niños. Pero, por otro lado, los adolescentes no están exentos de riesgos, ejerciendo o padeciendo nuevos acosos: ciberbullying, grooming o sexting. En definitiva, intentamos mostrar la cara y la cruz de la cibersocialización ofreciendo una modesta visión integral de la realidad en la que tarde o temprano tendrá que intervenir el educador social, pues el ciberespacio es ya un ámbito de educación informal.

1. Del callejón urbano a las autopistas del ciberespacio

Durante mucho tiempo los manuales de psicología del desarrollo, al abordar la etapa de la adolescencia, han presentado espacios de socialización que en los últimos años han variado sensiblemente. La escuela, con toda la diversidad reflejada de la sociedad multiétnica, la familia o familias con nuevas configuraciones, e incluso las nuevas relaciones con el grupo de pares van generando un desconocido paisaje social. La propia aceleración de los tiempos ofrece hoy a los adolescentes nuevos espacios y, posiblemente, nuevas formas de dinámica social. El ciberespacio entendido como un entorno virtual donde distintas identidades simulan una interacción real, se ha convertido en un hecho ordinario para la mayoría de jóvenes de los países desarrollados. Mientras la calle pierde predicamento, a principios del siglo XXI para niños y adolescentes, el ciberespacio gana adeptos cada vez en generaciones más jóvenes.

Pero, ¿a qué nos referimos al hablar de cibersocialización? Podemos decir que se trata de un proceso de interacción social que tiene lugar en entornos virtuales dentro de la red, a partir de tecnologías informáticas, y donde se generan auténticas redes sociales cuya estructura social: roles, estatus, normas, niveles grupales, etc. resulta patente.

Las posibilidades de la red dibujan un nuevo mapa de prácticas sociales que comparten, como es evidente, una gran similitud con las prácticas sociales callejeras tradicionales (solidaridad, conflicto, aceptación grupal, búsqueda de identidad, etc.) de la adolescencia, aunque las modalidades de interacción se amplían y modulan gracias a las autopistas de la información.

2. Publicar la intimidad e Intimidar con publicar

Se ha entendido, como hecho natural, que los adolescentes se recreen largo tiempo en espacios de intimidad: una conversación al teléfono, unos apuntes en el diario, una charla cara a cara con el amigo, la digestión de una emoción intensa en la soledad del cuarto, la ensoñación discurrida al compás de una canción, unas fotos para olvidar o la lectura de un poema. Y en los últimos tiempos añadiríamos, sin tapujos, unas líneas con el Messenger, con el móvil o en una de las comunidades virtuales actuales.

La intimidad, en el adolescente, se torna en un ámbito difícil de gestionar, como resultado de una dialéctica entre la aceptación del grupo junto a un cierto exhibicionismo, y el deseo contrario de ocultación, de pudor y de separación. En este sentido, la intimidad como refugio se ha revelado como una de las señas de identidad más extendidas en las sociedades modernas de marcado cuño individualista. Amartillar un letrero de “No Pasar” en el propio cuarto se convirtió en las últimas décadas en un ritual iniciático obligado de entrada en la adolescencia, y en una conducta de autoafirmación que anunciaba a los demás los derechos conquistados de la edad adulta. Así, se ha considerado tradicionalmente que cualquier marca física o simbólica que transgredía su intimidad, era una grave violación de los derechos y una amenaza para el self.

Y aunque, en cierta medida, esta protección de la intimidad continúa siendo un hiato frente al mundo adulto, gracias a Internet, la propia intimidad se ha convertido en bandera indentitaria, al exponerla, en forma de fotos, o texto a una comunidad en la que no siempre se han visto cara a cara sus integrantes. Ante el escaparate de las redes sociales, los propios asuntos íntimos se publican, se comparten, para construir y verificar la propia identidad en un proceso de retroalimentación continua. Pero, es una intimidad seleccionada, sesgada o maquillada casi siempre, por el propio interesado. La vida social exige mejorar a nuestra manera la imagen de nosotros mismos, de cara a los demás (1). En este sentido, la audiencia imaginaria(2) como fenómeno prototípico de la adolescencia, en el que el adolescente cree que el mundo está pendiente de él, se encarna como realidad tozuda en el ciberespacio. Así, los beeps de alerta cuando hay alguien conectado sugieren una presencia real y total en el grupo de iguales, incluso, a pesar de nuestra ausencia de motivación. La sensación de “gran hermano”, tanto por el hecho de conocer cuando estoy conectado, o bien por la facilidad de publicar una noticia, foto o similar, sin el consentimiento, refuerza estas sensaciones ya magnificadas de forma natural en muchos adolescentes. No es extraño, por tanto, que las fronteras entre lo público y lo privado, lo interno y lo externo se tornen borrosas(3), conformando una intimidad líquida, escurridiza y vulnerable para quien desea su integración en comunidades virtuales y en la red en general.

3. Carnaval de identidades

La identidad como representación de sí mismo en la red se presta a unas posibilidades que en los escenarios físicos son inimaginables. En concreto, la ausencia de esqueleto y musculatura física, supone una de las revoluciones más llamativas en la cibersocialización. Así, los atributos externos identitarios clásicos como la edad, el color de la piel, la talla, el peso, el género y la morfología corpórea dejan de configurar la primera impresión en los inicios de una interacción virtual, y pasa a un segundo plano, también, en la comunicación ya establecida con personas conocidas. Para los adolescentes, el estado incorpóreo de identidades que fluyen en la red puede resultar especialmente atractivo para aquéllos cuyo autoconcepto corporal es negativo. No se puede pasar por alto que, en la etapa adolescente, la imagen física adquiere un relieve sobresaliente e incide de forma significativa en la autoestima global. Los cambios corporales, el deseo sexual, la inclinación a atraer y ser atraído, junto a un marco sociocultural que entroniza el aspecto juvenil, elevan el aspecto físico a categoría de sagrado. Por lo tanto, en la red, el adolescente puede desplegar un alter ego amortiguando parte de la posible frustración anidada en la socialización estrictamente física, permitiendo la experimentación y descubrimiento de otros aspectos de la propia identidad o incluso de otras identidades. La extendida Second Life sería buen exponente de un micromundo habitado por proyecciones virtuales de miles de alter egos.

4. Ahora sí soy popular

Incluso, las redes sociales pueden favorecer una cierta ilusión de popularidad en el adolescente. La expansividad de contactos que permiten las redes, agregando nuevos contactos a golpe de click, sin duda puede alterar la percepción de integración e incluso de popularidad personal. Listar el elenco de supuestos amigos que con frecuencia superan la centena, puede redundar en una ficticia autovaloración social positiva, aunque también, de alguna forma, mitigar temporalmente sensaciones de aislamiento o desafección social. Huelga decir que para el adolescente que presenta una correcta adaptación social en el grupo de pares, la expansividad de los contactos en las redes sociales supone un corredor de ventanas abiertas a la exploración y conocimiento de otras identidades virtuales, favoreciendo, al menos desde el plano técnico, transacciones culturales, al ensanchar el espacio representacional de la amistad, a pesar del tono epidérmico que envuelve muchas relaciones. Por tanto, las redes sociales podrían generar un efecto liberador, especialmente para aquellos adolescentes que se perciben orillados en su grupo de iguales, en la familia o en la escuela, sumado a un efecto de dilatación de horizontes sociales, aunque resulten algo superficiales.

5. La facilidad de identificarme en la red

Como deriva natural de lo expuesto anteriormente, otro de los efectos posibles de las redes sociales es la facilidad de sentirse identificado con otros que están en situaciones parecidas. Los adolescentes gays que viven de forma silenciosa su homosexualidad pueden encontrar el impulso, la aceptación, la empatía y, en definitiva, la ayuda al contactar con otros adolescentes en similares circunstancias. Todo ello sería perfectamente extrapolable a otro tipo de colectivos o personas que viven de forma angustiosa alguna realidad personal. Pero, del mismo modo, las adolescentes con trastornos alimentarios encuentran en la red comunidades donde intercambiar información para adelgazar, para engañar y en definitiva para autoafirmarse como grupo contracultural. El potencial identificativo de las comunidades virtuales, y en general de la red, minimiza, en cierta medida, el fenómeno de la fábula personal adolescente, por la que el joven considera que lo que le ocurre, únicamente le sucede a él. De esta forma, es fácil encontrar en la red a personas con quien compartir cualquier inclinación o interés, por desviado o minoritario que resulte, lo que redunda en una cierta hipernormalización social, bajando paulatinamente el umbral de lo aceptable.

6. Enredos de la red

Pero esos encuentros en las comunidades no están exentos de riesgos. Los gobiernos, publicistas, y hackers disponen de la tecnología necesaria para intervenir teléfonos, mensajes electrónicos y rastrear las comunidades virtuales con sumo detalle. Con ellas se pueden detectar patrones de conducta que, como mínimo, supondrán el archivo del perfil de consumidor. Pero también puede suponer exponerse de forma frágil al escarnio público o a la acción malintencionada de grupos e individuos. Al fin y al cabo, la huella virtual que dejamos en foros y comunidades sociales se torna bastante indeleble y fácilmente manipulable. A todo ello se le puede sumar la infravaloración del riesgo que acompaña frecuentemente la conducta adolescente.

En suma, podemos advertir ciertos riesgos asociados especialmente al ciberespacio para el adolescente. De ellos nos detendremos en el ciberbullying, el grooming e incluso el sexting.

El ciberbullying se refiere a la conducta de acoso de un menor a otro menor en el ciberespacio. Podemos diferenciar entre ciberbullying activo (el que realiza el agresor) y el pasivo (el que recibe la víctima). Algunas de las conductas, sin ánimo de exhaustividad, que encajarían en la anterior definición serían:

  • Colgar una foto comprometida.
  • Crear un perfil o espacio falso en nombre de la víctima donde se escriban a modo de intimidades determinados acontecimientos susceptibles de burla.
  • Dejar comentarios ofensivos e insultantes en foros.
  • Participar de forma agresiva con insultos y/o amenazas en chats.
  • Envíar mensajes amenazantes vía e-mail.
  • Usurpar la clave del correo electrónico y manipular mensajes.

A pesar de la novedad del asunto, y aún con falta de cifras concluyentes, en el estudio INTECO sobre adolescentes españoles, aparece una tasa del 5,9% de adolescentes sufridores de ciberbullying, y un 2,9% en el caso de realizarlo (ciberbullying activo). Otros estudios, como el de Cox Comunications con muestras americanas, alcanzan cifras del 15% de ciberbullying pasivo.

El grooming se refiere al conjunto de estrategias desplegadas por un adulto para ganar la confianza de un menor en Internet con el fin último de obtener concesiones sexuales. A partir de un acercamiento empático y con engaños se llega el chantaje del menor para obtener fotos suyas de desnudos, o para establecer un diálogo virtual de tono pornográfico. Y, en casos extremos, se puede pretender un encuentro físico. La facilidad de instalación de las cámaras webs se torna en aliado de estas conductas. Asociado, en ocasiones al grooming, se encuentra la conducta de sexting.

Por sexting consideramos cualquier conducta de envío o recepción de material pornográfico o erótico. Se incluyen los mensajes de texto, fotos u otro material multimedia.

7. El cibercafé como escenario prototípico adolescente

Si el botellón o el preservativo son iconos del imaginario adolescente actual(4), podríamos añadir que también lo es el cibercafé, aunque en mucha menor medida y ligado principalmente a los adolescentes varones.

En estos locales muchos adolescentes juegan en red con otros que están en la misma sala o en otros lugares. El sentido de pertenencia que confiere el hecho de compartir a la vez un espacio físico y virtual sugiere que la conexión en red por sí sola no es suficiente para el pleno disfrute. La complicidad, a partir de expresiones socioemocionales compartidas, parece incrementar la satisfacción lúdica. Pero, por otro lado, el mismo cibercafé también permite el refugio o la actividad autística, sin la presión exigida habitualmente en otros contextos de socialización. Estos locales se configuran como una mixtura entre los espacios físicos y virtuales que garantizan las posibilidades de una socialización física de perfil bajo, junto a una socialización virtual de amplio potencial.

A modo de conclusión

La red y las comunidades virtuales se ofrecen como un juguete, sin duda, a la medida de la personalidad adolescente, que dispone de un pensamiento abstracto para transgredir las barreras de la socialización física. Se convierten, así, en una ventana para asomarse a un mundo infinito de máscaras que le brinda la imaginación y el anonimato de la red, junto a su deseo febril de independencia. De esta forma, las comunidades virtuales y la red, como extensión, son laboratorios de pruebas donde ensayar los entresijos de una cultura de la simulación al servicio de la construcción de identidad personal. Sin embargo, también los riesgos son variados, como hemos podido comprobar, y la infravaloración del riesgo hace del adolescente un sujeto vulnerable. Como han puesto de relieve muchos autores, la sociedad actual ofrece tintes adolescentes en su conjunto: inmediatez, hedonismo, presentismo e individualismo. Es entonces cuando el juguete adolescente se globaliza hacia todos los rincones y edades, pero ¿están preparados los adolescentes y la sociedad en su conjunto para sortear los incipientes riesgos? Sin duda, el educador social tiene ante sí el reto de participar en la prevención de las bifurcaciones negativas de la utilización de Internet, así como de explotar educativamente sus inmensas posibilidades.

Bibliografía

(1) CASTILLA DEL PINO, C. Conductas y actitudes. Madrid: Tusquets, 2009.

(2) La audiencia imaginaria, como fenómeno adolescente, fue estudiada por primera vez por D. Elkind (1967) y aparece como cierta obsesión del adolescente por la imagen que tienen los demás de él. Ello sugiere una hipervigilancia hacia la propia estética y conducta en ámbitos de socialización.

(3) Es posible que esta difuminación entre lo público y lo privado esté vinculada, en cierta medida, al proceso de normalización y exaltación, que los medios de comunicación generan, a partir de la invasión de programas de televisión, revistas y otros formatos. Esta exhibición impúdica de intimidades bajo otras coordenadas culturales produciría sonrojo. La asignación de estatus positivos a las personas que aventan su esfera más privada puede derivar en dinámicas de teatralización, donde los sujetos, al ser reforzados, sobredimensionen sus afectos y conductas, en una búsqueda obsesiva de foco, llegando a la autodistorsión esperpéntica. De ahí a la extensión del histrionismo, como única arma de autoafirmación en grupo, sólo hay un paso para determinadas personalidades. Pero, en cualquier caso, el mimetismo del fenómeno hacia otros espacios y grupos puede producirse, incluidas las comunidades virtuales y la red en general, en las que el feedback de lo escrito no tiene que ser inmediato y, por tanto, puede aligerar la percepción de responsabilidad e incluso de castigo social. 

(4) ELZO, J. La voz de los adolescentes. Madrid: PPC, 2008.