Ana Tolino Fernández-Henarejos, Andrea Bernal Oliva, María Macarena Carrilero Franco y María Gómez Pérez, Universidad de Murcia
Investigar la profesión de la Educación Social desde el prisma vivido en la pandemia debe plantearse como un desafío para seguir evolucionando hacia la especialización y hacia el reconocimiento de la profesión. En tiempos de pandemia y en el presente, es la gran olvidada de las profesiones de primera línea como se ha podido apreciar en las diferentes manifestaciones y medios de comunicación. Este trabajo recoge los datos de cinco testimonios de educadores sociales que ejercieron en la pandemia y ejercen en la actualidad con los colectivos de infancia, adolescencia, drogodependencia y personas mayores. Para la recogida de datos se ha utilizado una entrevista semiestructurada diseñada ad hoc y validada por triangulación de expertos. En las preguntas se han planteado necesidades, acciones en el antes y después de la pandemia de la COVID-19. El resultado de sus opiniones indica ciertas similitudes ante las acciones que se deberían llevar a cabo y coinciden en las necesidades que existen. Para concluir este artículo, arroja luz a las acciones del futuro de la educación social y a la identidad de la profesión, y pone de manifiesto que la educación social es una profesión principal y multidisciplinar en situaciones de riesgo y emergencia como la vivida en la COVID-19 y en los tiempos actuales.
Researching the profession of Social Education from the perspective of the pandemic must be considered as a challenge to continue evolving towards specialization and recognition of the profession. In times of pandemic and in the present, it is the great forgotten of the professions of first line as it has been seen in the different manifestations and media. This work collects data from five testimonies of social educators who practiced in the pandemic and currently work with groups of children, adolescents, drug addiction and the elderly. A semi-structured interview designed ad hoc and validated by expert triangulation has been used for data collection. The questions have raised needs, actions in the before and after the COVID-19 pandemic. The result of their opinions indicates certain similarities in the actions that should be carried out and they agree on the needs that exist. To conclude this article, it sheds light on the actions of the future of social education and the identity of the profession and shows that social education is a main and multidisciplinary profession in situations of risk and emergency such as the one lived in COVID-19 and in the present times.
A grandes rasgos, se podría decir que la educación social nació para acompañar a los colectivos más vulnerables ante la sociedad diversa, compleja y cambiante. En tiempos fáciles y difíciles, normalizados y anormales, ha estado sometida a una ardua tarea de profesionalización, es como si trabajara a prueba de errores o marchas forzadas para demostrar que existe, que es necesaria y que no se puede suplantar su identidad. Según Tiana-Ferrer (2017, p.100), lo que hoy se denomina Educación Social “es el resultado de la evolución guiada por la necesidad de dar respuesta educativa a desafíos sociales, económicos, políticos, y culturales planteados a lo largo de la historia” (Tiana-Ferrer, 2017, p.100).
Reflexionar sobre Educación Social es pensar en la pedagogía social como ciencia y Educación Social como disciplina y profesión. Indistintamente, se define en cualquier contexto, con base en el conjunto de elementos y componentes legislativos, normativos y jurídicos que a su vez configuran el conjunto de políticas sociales y educativas públicas, atendiendo al criterio geosocial (Pérez de Guzmán et al, 2020). La educación social también es entendida como una acción social y educativa al amparo de una formación inicial universitaria generalista que capacita al profesional para el desarrollo de unas labores profesionales dentro de las diferentes áreas de acción socioeducativa (Eslava et al, 2021).
Tras las décadas pasadas y ante la reciente etapa vivida, a la Educación Social todavía le queda un largo camino por recorrer y quizás la actual pandemia sea una de las pruebas más difíciles que ha demostrado. Sobrevivir a la emergencia sanitaria reciente, ha sido un reto mundial, adaptándose a nuevas concepciones, mecanismos, costumbres y luchando por la supervivencia diariamente; especialmente, los educadores sociales que han desarrollado numerosos mecanismos de defensa y métodos distintivos para resistir por y para los colectivos en vulnerabilidad. Vilar (2018) en su estudio de entrevistas a cuatro educadores sociales indicaba que el colectivo de educadores sociales pertenece a una profesión viva, en constante adaptación a las necesidades sociales, a situaciones provocadas por crisis o emergencias sociales en este mundo globalizado. El presente artículo presenta las necesidades y acciones sobre cuatro colectivos vulnerables en pandemia y postpandemia de la COVID-19 tras el análisis de datos de las entrevistas a cinco educadores sociales que trabajan en diferentes entidades sociales.
Los orígenes del término exclusión social ya han sido desarrollados en épocas anteriores por clásicas figuras de la Sociología tales como Marx, Engels, Durkheim, Tonnies, Bourdieu y Parkin que apuntaba al concepto como, el alineamiento dual de la “clase social” y en la dinámica “dentro-fuera”. En cambio, las atribuciones más recientes de este concepto son atribuidas generalmente a René Lenoir (1974), en su obra más pionera denominada Les exclus: un français sur dix: en esta obra se identifica más concretamente el término actual de exclusión social, junto al fenómeno que representa tanto en rasgos como en características más singulares (Jiménez, 2008).
La exclusión social es un concepto clave que se ha ido adaptando al cabo de los años según diversos factores de riesgo socioeducativos, sociolaboral, sociosanitarios, ambientales, demográficos, socioeconómicos, políticos, jurídicos y culturales, entre otros muchos motivos, que involucran riesgos e inseguridades. Esta es, un fenómeno que representa un obstáculo importante para lograr el desarrollo sostenible, el crecimiento económico y el alivio de la pobreza, haciendo que los grupos sociales que la experimentan se encuentren aislados hacia los márgenes de la sociedad (Zamora-Araya et al, 2023), condicionando el grado y tipo de vulnerabilidad que se encuentran interrelacionados entre sí. Por lo que, la exclusión social debe ser entendida como un concepto relativo junto a un doble sentido, es decir, se está excluido de algo que, de no estarlo, esto implicaría inclusión. En relación con esto, el concepto de vulnerabilidad va ligado al de exclusión social debido a que se refiere a aquella diversidad de “situaciones intermedias” y al proceso por el cual se está en riesgo de incrementar el espacio de exclusión. (Perona y Rochi, 2016). Por ello, la exclusión social y la vulnerabilidad están específicamente relacionadas, ya que ambas se refieren a situaciones en las que las personas enfrentan obstáculos para acceder a recursos y oportunidades que les permiten participar plenamente en la sociedad, se podría decir que es tan estrecha la interrelación que representan que, la exclusión social puede aumentar la vulnerabilidad de una persona, ya que la falta de acceso a recursos y oportunidades puede hacer que sea más difícil para ella hacer frente a situaciones difíciles.
En base a esto, algunos de los factores que configuran estos procesos de exclusión social son tales como: dificultad en la integración laboral, pérdida de empleo o paro, pobreza estrictamente referida al nivel de ingresos o dificultad de acceso a la educación y a unos mínimos educativos, carencia de vivienda, desestructuración familiar, dificultades para el acceso y aprendizaje de nuevas tecnologías, etc. (Sánchez-González, et al. 2012). Todos estos factores de exclusión social dan a las personas la categoría de ser personas o colectivos vulnerables.
Partiendo de esta primera reflexión, un colectivo vulnerable es aquel que se encuentra en riesgo de exclusión social o marginación. González Galván y sus coautores, por ejemplo, consideran que son vulnerables: los grupos que en virtud de su género, raza, condición económica, social, laboral, cultural, étnica, lingüística, cronológica y funcional, sufren de la omisión, precariedad o discriminación en la regulación de su situación por parte del legislador federal o local, en el orden jurídico nacional (Osorio-Pérez, 2017), dentro de estos colectivos se menciona algunos, cómo pueden ser: personas mayores, infancia, desempleados, inmigrantes, mujeres maltratadas, personas en situación de discapacidad, colectivo LGTBI, colectivo de etnia gitana o drogodependencia entre otros. En resumen, la exclusión social y la vulnerabilidad están interconectadas y pueden alimentarse peligrosamente. Es importante abordar tanto la exclusión social como la vulnerabilidad para crear una sociedad más justa e inclusiva.
Se ha podido ver cómo la situación de la COVID-19, afectó a nivel mundial, creando un impacto sobre la vida social, la economía y la política (Gutiérrez-Moreno, 2020). La pandemia ha tenido un gran efecto en la Educación Social, tanto en términos de la forma en la que se imparte como los desafíos a los que se enfrentan sus profesionales, debido a los diversos cambios que surgían sobre: carga laboral, manejo de emociones y alteraciones en las formas de vida de las personas (Rodríguez et al., 2021).
La crisis pandémica, afectó de manera negativa a los grupos de población vulnerables, ya que éstos necesitan una atención socioeducativa más específica: personas en situación de discapacidad, personas mayores, infancia y adolescencia tutelada, personas en tratamiento y rehabilitación, etc. Según Nasution et al. (2021), durante la COVID-19, se incrementó una serie de problemas de salud y reacciones psicológicas en las personas debido al propio confinamiento, como son: un alto nivel de estrés, miedo, ansiedad, adicciones, conductas agresivas, preocupación, síntomas depresivos, entre otros. Asimismo, como destacan Chacón-Fuertes et al. (2020) entre las reacciones psicológicas más marcadas, la ansiedad provocada por el exceso de información de los medios de comunicación resalta como la característica más extendida durante la pandemia y, por tanto, su efecto negativo sobre los colectivos vulnerables no debería de ser ignorada.
Por otro lado, tal y como indica Fernández (2021), en tiempos de pandemia no se ha visto al educador social como una figura reconocida a nivel social, pues, tanto en la época de la COVID-19 como actualmente, aún es considerada como “la gran olvidada de las profesiones de primera línea”. Esto significa que, hoy en día, gran parte de la población no conoce esta profesión ni la importancia de ésta.
A pesar de esto, se destaca que sí han contribuido positivamente a nivel social y sobre los colectivos vulnerables en el ámbito residencial, en cuanto a dar acompañamiento a los mismos, apoyo emocional y psicológico, facilitar el acceso a recursos e innovar en la educación mediante el desarrollo de nuevos métodos, técnicas y programas de acción socioeducativa (Ramírez et al. 2020, citado por Rodríguez et al., 2021).
Además, se subraya la resiliencia y el papel fundamental de los educadores sociales, durante el estado de alarma basado en la mejora cognitiva y conductual de la población desde su intervención profesional socioeducativa (Martínez-Otero, 2022). Desde esta visión, se entiende que:
La educación social puede conseguir relevantes logros con personas, grupos y comunidades; por un lado, mediante la transmisión de información apropiada encaminada a reducir la incertidumbre y la confusión (vertiente cognitiva) y, por otro lado, con el fomento y afianzamiento de acciones concretas de protección individual y colectiva (vertiente conductual) (Martínez-Otero, 2022, p.10-11).
Así pues, la figura del educador social se entiende como un profesional que se encarga de abordar diversas situaciones complejas tanto de manera individual como colectiva.
Por otra parte, se acentúa la transmisión de aprendizaje en línea como otra de las consideraciones fundamentales que ha desarrollado los profesionales de la educación social durante el confinamiento, ya que el estado de alarma obligó a que muchas instituciones educativas y sociales cambiaran sus metodologías educativas, adecuándose a la importancia de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) y adoptando prácticas de aprendizaje en línea como una herramienta fundamental en la educación, a nivel mundial (Shafaq et. al, 2021).
De este modo, se afirma que el educador/a social ha sido una de las figuras que han paliado aquellas dificultades que aparecían a raíz de la pandemia, siendo imprescindible para el bienestar de la población, tanto a nivel individual como colectivo. En este sentido, debería verse a esta figura como un mediador y motor de cambio en las personas para poder conseguir una sociedad más equitativa, solidaria, respetuosa y comunitaria.
El objetivo de este trabajo es analizar las necesidades, acciones y retos sociales que se han generado durante el periodo pandémico y post pandémico en diferentes colectivos vulnerables desde la percepción del educador social. Los objetivos específicos que se plantean son los siguientes:
Se parte de un enfoque interpretativo, ya que se pretende conocer una práctica social en la que la profesión objetivo de estudio se hace posible a través de la interacción de los profesionales con los sujetos o colectivos a los cuales va dirigida la acción socioeducativa (Eslava-Suanes et al. 2018). Metodológicamente, el estudio es de índole cualitativo, puesto que permite analizar una realidad construida a través de su entramado social, de manera que los conocimientos implícitos de esa sociedad y la subjetividad humana sean parte del proceso interactivo de conocer, interpretar y reflexionar conceptualmente todo aquello que emana de una realidad (Guerrero, 2014).
La entrevista es un instrumento de gran eficacia, se trata de una técnica que se caracteriza por tratarse de una conversación más o menos dirigida (dependiente del tipo de entrevista) entre el investigador (emisor) y el sujeto de estudio (receptor) con un fin siempre bien determinado y enfocado a la resolución de los objetivos y preguntas de investigación de trabajos (Lopezosa, 2020). En este estudio, se aplica la entrevista semiestructurada para dar rienda suelta al receptor a reflexionar sobre sus respuestas, pero guiado por el emisor. El instrumento ha sido diseñado ad hoc y fue validado por triangulación de expertos de la educación.
En el estudio han participado cinco educadores sociales de diferentes entidades sociales (dos educadoras del colectivo de infancia, una educadora del colectivo de adolescencia, una educadora del colectivo de personas mayores, un educador del colectivo de drogodependencia). En relación con el género, 25% es masculino y el 75% femenino, el 100% se encuentran entre 40-50 años y el 100% tienen más de 20 años de experiencia.
A continuación, se presentan los resultados extraídos atendiendo a las manifestaciones recogidas desde la voz de los educadores sociales.
En relación con las necesidades durante el confinamiento de la COVID-19 se aprecia similitud entre las respuestas de los cinco educadores sociales (E1: Infancia, E2: Infancia, E3: Adolescencia, E4: Personas mayores, E5: Drogodependencia). En el ámbito socioeducativo coinciden en los escasos recursos humanos y materiales, carencia de talleres, de escolaridad y dificultad con la virtualidad.
También existió la necesidad sociosanitaria de escasos recursos para la salud, desde mascarillas a la carencia de terapias psicológicas (adolescencia) o inexistente relación social (personas mayores), suspensión de visitas que afectó a la soledad de los cuatro colectivos. La convivencia se vio afectada en infancia y personas mayores por la carencia de contacto y afecto, y, por otro lado, aumentaron los conflictos en colectivos como adolescencia y drogodependencia. Asimismo, coinciden en el descenso de recursos humanos por falta de profesionales y suspensión de voluntariado o programas sociolaborales (drogodependencia).
E1: “echamos en falta más recursos humanos y materiales, poder hacer más tipos de actividades alternativas, que pudieran hacer en casa…”, “…Al principio faltaban recursos sanitarios, no había mascarillas ni otros equipos de protección individual, después se estabilizó…”
E2: “…el mayor hándicap es que tuviésemos que ir con esos trajes tan exagerados, porque es deshumanizar la parte emocional, no se le podías dar…”, “… en aquel momento era lo que había, es que yo creo que volviese a haber otra pandemia, las medidas serían las mismas…”
E3: “Trabajar online con los menores del hogar en primaria y secundaria, con necesidades educativas especiales que tenían programas específicos, eso no se ha podido trabajar les faltaba base y a nosotros recursos…”, “… Los niños con problemas de salud mental tenían que hacer videollamadas con el psicólogo o el psiquiatra y al final la terapia no era igual que si fuera presencial…”
E4: “al ser centro de día tuvimos que cerrar, los mayores estaban en casa, hacíamos un seguimiento telefónico…” … “hay momentos del día en los que la familia no es capaz o no tienen la formación ni los recursos necesarios para asistirlos y nosotros no podíamos ayudarles sólo por teléfono”
E5: “los talleres quedaron suspendidos porque solo asistía un trabajador por turno y también se suprimió el trabajo de voluntarios, entonces prácticamente las necesidades socioeducativas eran sobre la vida cotidiana…”, “…durante el confinamiento no hubo ni salidas ni ingresos…” “…se suprimió el programa de orientación laboral y todo trato con otras entidades u organismos también quedó suspendido”
Durante el confinamiento de la COVID-19, surgieron diversas acciones socioeducativas según las respuestas de los cinco educadores (E1: Infancia, E2: Infancia, E3: Adolescencia, E4: Personas mayores, E5: Drogodependencia), por ejemplo, el establecimiento de grupos burbuja, cambio de rutinas y deberes en el hogar (infancia), talleres virtuales (personas mayores), resolución de conflictos (drogodependencia). En todos los colectivos, se establecieron protocolos de actuación sociosanitarios. Las relaciones familiares se formaron a través de las TIC y se tuvieron que adquirir recursos electrónicos para ello. Destaca en el colectivo de infancia, la suspensión o la parada de procesos de adopción. Y en las personas mayores las consultas de los familiares al centro de personas mayores para atención médica. Con respecto a la convivencia, surgieron dinámicas y encuentros entre los residentes para casi todos los colectivos analizados, sin embargo, el colectivo de personas mayores no hubo convivencia debido a considerarse el colectivo más vulnerable durante el COVID-19.
En el ámbito sociolaboral, llama la atención que las cinco opiniones coinciden en que la figura del educador social se convirtió en polivalente y multidisciplinar atendiendo a cualquier necesidad social, educativa, sanitaria, psicológica, etc.
E1: “Con respecto al móvil, lo utilizábamos para el tema de las visitas, por videollamada”.
E2: “Para realizar los deberes a veces utilizamos dispositivos electrónicos y estábamos con ellos…”
E3: “Cómo se suspendieron las visitas, las llamadas las hicimos más veces en una semana con el permiso de protección”
E4: “Para estimularlos y que ellos pasaran el tiempo estimulándose pues había la terapeuta ocupacional que se encargaba de preparar el material y llevarlo a las casas a los mayores”
E5 “…Los talleres se basaron en la resolución de conflictos, en la higiene de los usuarios, en mantener activos algunos talleres, por ejemplo, talleres de habilidades sociales, talleres de valores…”
Se aprecia que tras el confinamiento los resultados de las entrevistas desprenden opiniones dispersas (E1: Infancia, E2: Infancia, E3: Adolescencia, E4: Personas mayores, E5: Drogodependencia). En relación con el colectivo de infancia no se aprecian grandes necesidades, vuelven las visitas, la normalidad y buena capacidad de adaptación. Sin embargo, la adolescencia se ve afectada en la salud mental y la necesidad de mayor número de terapias. Con respecto al colectivo de personas mayores, se requieren más talleres, actividades y también más recursos humanos. En correspondencia al colectivo de drogodependencia se requiere mejorar la resolución de conflictos y las acciones formativas para la inserción sociolaboral.
E1: “En el caso de nuestro centro, es un centro de primera necesidad porque con estos niños no tenían más personas con las que estar con ellos y había que hacerse cargo de ellos, siendo esto una primera necesidad.”.
E2: “Los niños se adaptan rápido, no se apreciaban grandes necesidades…”
E3: “Les afectó bastante la salud mental, tuvieron que recurrir a psicólogos, psiquiatras y cambios de medicación…”
E4: “…siempre tienen esa necesidad de apoyo psicológico, y para la familia es una carga emocional para la familia”
E5 “…las necesidades eran formativas, por lo que se empezó la búsqueda para cubrir ese tipo de necesidad y que permitiese que el usuario saliera del centro para realizarlo…”
Se estima menos estrés y tensión con la vuelta a la “nueva normalidad” según las respuestas (E1: Infancia, E2: Infancia, E3: Adolescencia, E4: Personas mayores, E5: Drogodependencia). La adaptación de nuevos protocolos más abiertos para el contacto social, como la vuelta a la presencialidad en las escuelas, los talleres, las visitas familiares, el orden y las rutinas son las acciones que se llevaron a cabo. Actualmente se aprecia un ligero aumento según las opiniones de los educadores en el uso de las TIC y también en la apertura a otras relaciones nacionales o internacionales con el mismo colectivo u otro. En el colectivo de drogodependencia, se observa un aumento de ingresos y de atenciones y, en personas mayores una mejora de talleres multisensoriales.
E1: “…ahora mismo pienso que hemos vuelto totalmente a la forma que teníamos de trabajar antes de la pandemia. No se me ocurre ninguna rutina o ninguna cosa que hagamos ahora diferente”.
E2: “ha supuesto una vuelta a la normalidad, un desahogo a esa sobrecarga de funciones que un momento dado tuvimos…”
E3: “Ahora somos más educadores, tenemos los horarios normalizados. Ahora, incluso estamos mejor que antes de la pandemia…”
E4: “…siempre hemos sacado el lado bueno de todo lo que nos ha ido pasando, de hecho, aprendimos otras metodologías…”
E5 “…aumentaron los ingresos por semana, se recuperó la comunidad abierta, que son personas que pueden salir y entrar de la comunidad para hacer alguna actividad formativa, se recuperaron también las salidas …”
Resulta útil analizar situaciones de riesgo y de emergencia en las que las personas o comunidades se enfrentan. En este caso, analizar la profesión de la Educación Social desde el prisma de la emergencia sanitaria debe plantearse como un desafío para seguir evolucionando hacia la especialización. Vilar (2018) propone que deben evolucionar los documentos profesionalizadores desde dos puntos de vista. En primer lugar, concretando de forma más precisa las premisas en las que se basa la profesión (dimensión educativa y pedagógica; dinámicas; estrategias, etc.). En segundo lugar, originando materiales orientativos que favorezcan la adaptación del marco común de la profesión con las singularidades de cada sector de trabajo.
Las experiencias vividas durante el confinamiento y tras la pandemia de la COVID-19 fue un cambio de rumbo, una apertura a nuevos retos, a nuevos métodos y formas de trabajar, formas singulares en cada especialización. Si bien se aprecia que en el colectivo de infancia y adolescencia vuelven a la normalidad y no requieren grandes cambios. La situación sanitaria conviviendo con los infantes si supuso una lección para los educadores sociales y para la comunidad: crear conciencia de sí mismos, sentir que son más necesarios, aprender ante situaciones similares, sentir ser cuidador en primera persona sin otro responsable en el que apoyarse en ciertos momentos de convivencia. Se puede extraer que los educadores sociales son más ineludibles ante la necesidad del otro.
Con relación al colectivo de personas mayores desde la percepción de la educadora social requieren más visibilización de las funciones, se sienten multidisciplinares, pero a la vez una figura poco reconocida ante las políticas sociales.
Respecto al colectivo de drogodependencia la percepción del educador social fue orientadora, mediadora y conducente a la participación social.
En los cuatro colectivos analizados se aprecia el sentimiento de la profesión como una identidad en sí misma. Los educadores sociales “normalmente” se caracterizan por ser grandes luchadores reivindicativos, y en pandemia las circunstancias los pusieron a prueba y ellos demostraron que podían llegar a evolucionar de forma infinita hacia nuevos retos. No obstante, no podemos olvidar que el neoliberalismo ha puesto especial atención en lo social. En palabras de Sáez (2022), lo social se convierte en un objeto de negocio, en un centro de atención y provecho para las empresas:
Se ha instalado conformando, entre otros, el llamado tercer sector donde los profesionales de la acción social, entre los que se encuentran los educadores sociales, se dejan la piel para ayudar a que el universo “de los que están fuera” pueda sostenerse y “ande existencialmente” (Sáez , 2022, p. 269).
Por lo que la Educación Social ha de continuar reforzando la identidad de la profesión, reivindicando y luchando en cualquier momento y lugar. Vilar (2018) afirma que se debería de crear una Ley de Educación Social en la que se regule la práctica del educador/a social, en este sentido la educación social debe evolucionar hacia un enfoque más inclusivo, equitativo, y acorde con los desafíos, necesidades actuales y futuros de la sociedad, sin especulaciones ni conveniencias.
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Ana Tolino Fernández-Henarejos, email: anacarmen.tolino@um.es
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