Susana Agudo Prado. Maestra y pedagoga.
La educación social se ha consolidado en la sociedad española como un área de intervención que favorece el bienestar social y asegura la integración económica, cultural y social de los ciudadanos. Entre los diversos ámbitos de intervención socioeducativa se encuentra el de las personas mayores, orientada a favorecer la participación, el desarrollo y la auto-realización del ser humano en esta etapa de la vida. Todo un desafío para los educadores sociales, dado el cambio que experimenta, en estos momentos, el concepto de vejez y la fuerza emergente de los mayores. Resulta evidente que el primer paso para una intervención socioeducativa acorde con los tiempos es la conceptualización y la perspectiva desde la que se aborda el proceso de “envejecimiento”.
En un momento en el que la educación social se encuentra en plena expansión y se percibe como actuación necesaria en el estado de bienestar, la intervención socioeducativa con personas mayores es fundamental, si tenemos en cuenta que estamos ante una sociedad que envejece.
A modo de reseña, en el año 2003 los datos demográficos nacionales (INE) señalaban que la población total era de 42.717.064 personas y había contabilizadas en España 7.276.620 personas de 65 y más años, lo que representa el 17% de toda la población. Las previsiones de Naciones Unidas estiman que, en el año 2050, España será el país más viejo del mundo con más de 16 millones de personas mayores, es decir, más de un 30% del total.
La educación social y, especialmente, los educadores sociales no sólo deben percibir este colectivo como un ámbito más de actuación, sino que es necesario que se planteen y reflexionen sobre el tipo de actuación más satisfactoria en nuestros días. Atrás quedo la valoración negativa de los mayores, como personas dependientes, pasivas, lentas, etc. sino que nos encontramos ante un colectivo con gran potencial social, una nueva fuerza social emergente (en palabras de Amorós, Bartolomé, Sabariego y De Santos; 2006).
Como señala Fericgla (1992:67) el término que se utiliza para definir esta etapa de la vida determina la idea del proyecto/programa de intervención que se quiere llevar a cabo, al igual que la concepción que el educador social tiene de las personas con las que trabaja:
Observando la literatura especializada sobre el tema de la ancianidad desde la óptica de las Ciencias Sociales, resulta obvio el uso indiscriminado de términos y eufemismos demasiado inexactos para ser utilizados con rigor. Prácticamente en todas las publicaciones aparecen sin especificaciones semánticas conceptos como octogenarios, senilidad, tercera edad, cuarta edad, nonagenarios, gente mayor, ancianidad, vejez y otros significantes que no tienen correspondencia rigurosa con sus significados reales […] Para empezar, es necesario establecer diferencias rígidas entre conceptos biológicos (nonagenario, senil) y conceptos culturales (tercera edad, ancianidad); no se puede usar indistintamente cada uno de ellos sin originar una confusión conceptual.
Resulta de interés en este punto conocer, qué opinión existe entre el propio colectivo de mayores en España, sobre la palabra más apropiada para refererirse a las personas mayores de 65 años (ya que vamos a trabajar con ellas, resulta significativo este mero interés por conocer sus percepciones y opiniones), a la pregunta: ¿Cómo desean las personas mayores de 65 años que se dirijan a ellas? ¿Qué terminología es la más aceptada? Mención especial merece el estudio realizado por el Centro de Investigaciones de la Realidad Social (CIRES, 1992), donde se plasma información relevante sobre qué término es el más apropiado para hacer referencia a las personas mayores de 65 años. Preguntando a una muestra representativa de población española (N = 1.200), el 51% de los encuestados consideró que “mayor” es la denominación más apropiada, un 23% “tercera edad”, el 14% “anciano” y, el 5% “viejo”.
El término “tercera edad” utilizado por diferentes organismos y por la Constitución Española (1978, art.59) va dejando paso al término “persona mayor”. El Consejo de Personas Mayores del Principado de Asturias y la Consejería de Asuntos Sociales (2003), conscientes de la importancia de los prejuicios y estereotipos sobre las personas mayores, elaboran un documento de Recomendaciones a los medios de comunicación (también útil para los educadores sociales) dado que tienen un papel fundamental en la creación de estados de opinión y la consolidación de imágenes sociales. La quinta recomendación (2003:11) hace referencia a la terminología, señalando la importancia de:
Revisar y actualizar los términos empleados en los contenidos informativos y publicitarios (incorporamos, también, en los proyectos/programas de intervención socioeducativa), ya que con las palabras se proyectan conceptos y desde estos se conforman las actitudes, es decir, las formas de pensar, de sentir y de actuar del conjunto de los grupos sociales. En este sentido se considera adecuado:
En la actualidad, las administraciones, las entidades, los profesionales ratifican que “persona mayor” es el término más apropiado y aceptado. Presenta menos connotaciones semánticas para describir con cierta neutralidad y realidad a este colectivo social. En esta misma línea se justifica la utilización de este término “persona mayor” señalando las siguientes cuestiones:
Las personas mayores son un colectivo social que ha venido definiéndose en relación a la edad (edad cronológica), criterio métrico utilizado para definir a la persona mayor; sin embargo, como puntualiza Moragas (1998:22) “la edad constituye un dato importante pero no determina la condición de la persona, pues lo esencial no es el mero transcurso del tiempo, sino la calidad del tiempo transcurrido, los acontecimientos vividos y las condiciones ambientales que lo han rodeado”. Sin entrar en demasiado detalle, y como una simple llamada a la reflexión de los educadores sociales a la hora de planificar cualquier intervención socio-educativa, es curioso que esta etapa de la vida, pueda llegar a durar en torno a veinticinco-treinta años (considerándose desde los 65) y que en todo este período no existan matices que diferencien al mayor de 65 años del mayor de 90. No es comparable una persona de 65 años con otra de 85 ni en sus nececidades, intereses o expectativas. Calero (2000:201) plantea que:
Si tenemos en cuenta que mientras que en los inicios del desarrollo humano treinta años corresponden a unas ocho etapas diferenciadas, que son descritas en la bibliografia especializada, una etapa o todo lo más dos etapas (la tercera y cuarta edad) debe llevarnos, si no al asombro, sí a la reflexión de lo que ello puede indicar de sobresimplificación de una etapa de la vida que cada vez adquiere mayor relevancia.
En esta misma línea, se presenta el concepto de “envejecimiento satisfactorio” (succesful aging) propuesto por Rowe y Kahn (1987) o el de “vejez con éxito o vejez competente” defendido por Fernandez-Ballesteros (2000) para potenciar cualquier intervención socio-educativa. Y de indudable interés para la educación social por tratarse de un concepto que promueve que una vida más larga debe ir acompañada de oportunidades continuas de salud (física, emocional y mental), participación (en la sociedad) y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida.
Se reproduce a continuación un fragmento del documento elaborado por las OMS, Envejecimiento activo: marco político (2002) en el que de manera detallada se expone el planteamiento de este concepto comenzado a tratar esta etapa de la vida como potencial, como capital social:
El planteamiento de envejecimiento activo se basa en el reconocimiento de los derechos humanos de las personas mayores y en los Principios de las Naciones Unidas de independencia, participación, dignidad, asistencia y realización de los propios deseos. Sustituye la planificación estratégica desde un planteamiento “basado en las necesidades” (que contempla a las personas mayores como objetivos pasivos) a otro “basado en los derechos”, que reconoce los derechos de las personas mayores a la igualdad de oportunidades y de trato en todos los aspectos de la vida a medida que envejecen. Y respalda su responsabilidad para ejercer su participación en el proceso político y en otros aspectos de la vida comunitaria.
Envejecer bien, no sólo en lo relacionado con la salud, sino de manera integral es un concepto que comienza a adquirir gran importancia en la sociedad, por lo que el ámbito de la educación social debe comenzar a tenerlo presente y trabajar en esta línea. “La vejez, como otras etapas de la vida, es además de una cuestión biológica y psicológica, una construcción social” (Bazo, 2005:14). Y como construcción social es necesario que las personas mayores participen en la sociedad; sobre todo, si tenemos en cuenta su destacable peso poblacional. Participar de manera plena es contribuir en la elaboración y realización del proyecto global de sociedad: una sociedad para todas las edades (Lema del Año Internacional de las Personas Mayores, 1999).
La participación es un valor de gran importancia tanto en lo personal como en lo social; cultivar este valor y formar actitudes participativas es una de las claves de cualquier programa de intervención socio-educativa en la sociedad actual.
El Plan Gerontológico de carácter estatal, elaborado por la administración central y editado por el Instituto Nacional de Servicios Sociales (1993) plantea su actuación sobre el colectivo de las personas mayores en base a cinco áreas: Pensiones; Salud y Asistencia Sanitaria; Servicios Sociales; Ocio y Cultura; y Participación. Teniendo en cuenta esta estructura y en función de los tres ámbitos fundamentales de la educación social (educación social especializada, animación sociocultural y educación permanente) se señalan diferentes propuestas de intervención desde la Educación Social con el colectivo de personas mayores.
A este respecto, Isabel Martín Gregorio (Concejala de Educación y Salud de Valdemoro, Madrid) indica en relación con el Programa de Salud para Mayores que:
El programa de salud dirigido a los mayores tiene un objetivo muy claro: incidir en diferentes aspectos de su salud para que disfruten de una vejez saludable. Por eso en los talleres que hemos organizado se abordan cuestiones esenciales para que estas personas adquieran hábitos de vida saludable. Habrá charlas y talleres sobre que alimentos son más recomendables y el mejor modo de prepararlos; también conocerán algunas técnicas para ejercitar la memoria y convocaremos un taller sobre salud emocional en el que se incidirá en aspectos relacionados con la afectividad y en la importancia de vivir acompañados.
El programa “Por una casa para todos” (tomado de la web: http://www.lacasaencendida.com) es:
Un espacio de encuentro y apoyo a las relaciones Intergeneracionales y de Ocio Inclusivo. Las personas a través de actividades de Ocio compartidas descubren, aprenden y potencian nuevas habilidades, relaciones, fuentes de conocimiento personal y diversión que mejoran la salud, integracion y su calidad de vida.
El objetivo de este programa es que los participantes sean los protagonistas, compartiendo juntos su tiempo libre disfrutando, creando, aprendiendo y relacionándose de manera saludable, solidaria y en igualdad.
Sin duda, las actividades intergeneracionales son una fuente de enriquecimiento. Suponen una mejora mental para los mayores y favorecen una adaptación saludable a los cambios, la vital mente de un niño ayuda a reavivar la de los mayores. Ellison (2007:47) apoya esta idea señalando que:
Hoy en día sabemos que así como el cerebro se adapta a las circunstancias, una vivencia positiva, que tenga una fuerte carga emocional y suponga un reto, mejora su funcionamiento y ayuda a mantenerlo despierto -este fenómeno recibe el nombre de “enriquecimiento”.
Acarín en la conferencia “La suerte de envejecer” (2007:64) señala que “hay que mantener la estimulación mental, que técnicamente denominamos estimulación cognitiva. […] es bueno estudiar un idioma o aprender informática; en definitiva aprender algo”.
El aprendizaje aviva la mente, presenta desafíos y retos. Qué duda cabe que los nuevos retos actúan como un ejercicio para la mente derivando en su enriquecimiento. Ellison (2007:116-117) apunta que Fred Cage, neurocientífico del Salk Institute for Biological Studies de La Jolla probó que:
En ciertas áreas claves del cerebro vinculadas a la memoria y el aprendizaje se generan constantemente nuevas neuronas. Su uso dependerá de la calidad y del nivel de estimulación que la persona recibe del entorno […] existen cuatro factores que aumentan las posibilidades de que una experiencia de aprendizaje mejore el cerebro. Uno de estos factores es la novedad, es decir, si se trata de una situación por la que la persona no ha pasado antes. Otra de las circunstancias es el grado de implicación […]. También es importante que haya un componente afectivo, es decir, que haya una implicación emocional. Y, por último, ayudará el que la estimulación sea compleja, es decir, que presente un desafío.
Por lo que respecta al perfil del educador social su papel y función están determinados por el ámbito de intervención (educación social especializada, animación sociocultural o educación permanente) en el que se desempeñe. No obstante, se requiere saber, saber ser y saber hacer para potenciar las capacidades del mayor, propiciar la participación y la implicación para convertirlo en el protagonista de su propia vida. Pilares básicos, junto con la novedad (innovación) y las relaciones humanas de calidad (afectividad) en cualquier intervención socioeducativa.