Jean-Pierre Augustin, profesor emérito de la Universidad de Burdeos
Palabras pronunciadas en el funeral celebrado en Bayona el 27 de noviembre de 2020
Conocí a Jean-Claude Gillet a mediados de los años 1980. Era profesor en el Instituto Régional des Trajabadores Sociales de Talence, pero quería dejar esta institución para emprender una carrera universitaria. Contratido en el IUT Michel de Montaigne en 1990, se dedica a un trabajo de tesis sobre el sentido de la animación en la sociedad contemporánea, tesis que defiende brillantemente en 1994. Nombrado Maestro de conferencias y luego Profesor de las universidades, propone en sus cursos y sus numerosos escritos una teoría de la animación basada en la inteligencia estratégica de los actores que sirve de base a la Escuela bordelesa de la animación. Después de haber sido invitado a numerosas universidades extranjeras, crea en 2003 la Red internacional de la animación (RIA), que reúne a investigadores de una veintena de países en coloquios bianuales.
Jean-Claude Gillet escribió mucho sobre el sentido de la animación, el papel de los animadores y la inteligencia estratégica que deben adquirir. Para él, el animador es un facilitador de relaciones, capaz de comprender los retos de una asociación, de un barrio o de una colectividad local y de hacer que cada actor pueda actuar en la escena social, en dinámicas identificables, y actuar sobre estas cuestiones en función de sus intereses y deseos, desde una perspectiva de promoción y desarrollo social. Sabía que los efectos de la acción del animador no son desmesurados y que no se le pide que altere las relaciones sociales, sino simplemente que haga que una regulación al margen, en los huecos o los intersticios pueda aplicarse cuando, por ejemplo, situaciones de exclusión o rechazo se vuelvan insoportables para las víctimas. Pero para Jean-Claude Gillet, el margen ofrece una iluminación sobre el funcionamiento del centro, haciendo posible la creación de dinámicas sociales inesperadas. Decía a menudo que el animador está en la encrucijada de varias lógicas diferentes cuyas instrucciones no es fácil de desentrañar. Su intervención se sitúa en la interfaz de una pluralidad de actores y de estrategias, en relación con la diversidad de las lógicas que las sustentan. Jean-Claude Gillet pensaba que hay un trabajo intelectual que llevar a cabo sobre cómo intervenir para producir una dinámica, un trabajo de conceptualización de su aplicación que se convierte en un medio de iniciar un diálogo con los actores, ayudarles a formular y aplicar objetivos comunes.
Reducir la brecha entre los responsables políticos y las poblaciones que sufren sus decisiones, entre las limitaciones impuestas por las estructuras y la búsqueda de autonomía de los agentes, estos son los objetivos que propone a los animadores, que deben encontrar su razón de ser en la búsqueda de soluciones alternativas y eficaces. Es esta competencia estratégica la que está en el centro de la identidad profesional de los animadores, y que articula diversas capacidades como la aprensión de los juegos sociales, el dominio de diferentes lenguajes comunicacionales y una flexibilidad conductual, les permite desarrollar uno de los polos esenciales de su cualificación. El moderador obtiene entonces su legitimidad de la construcción de sus vínculos entre diversas capacidades, haciéndolas converger hacia la centralidad del problema planteado en y por su entorno. Esta habilidad sólo existe en situaciones, en interacciones, relaciones de fuerza y en un contexto local y socio-histórico dado. Es una inteligencia individual y colectiva de las situaciones, considerada en el conjunto de su complejidad, significando al mismo tiempo una superación radical de la distinción entre saber y saber hacer.
Así, decía, puede elaborarse la “profesionalidad” de los animadores centrada en la noción de competencias, movilizando saberes compuestos y complejos. Las competencias son transversales, genéricas, en torno a actitudes relacionales y de comunicación, de capacidades relativas a la imagen de sí mismo (tener confianza en sí mismo, tomar conciencia de sus potencialidades), de las capacidades de adaptación y de cambio, en función de la diversidad de los comportamientos, de las opiniones, de las referencias culturales e ideológicas, de las representaciones presentes en la sociedad.
Para Jean-Claude Gillet, el animador puede convertirse en un estratega si es capaz de hacer trabajar juntos a grupos y organizaciones cuyas orientaciones y objetivos no siempre coinciden, para encontrar los puntos de consenso o de desacuerdo. Si las negociaciones no fracasaban, no dudaba en aconsejar la apertura de un conflicto para promover nuevos combates.
Jean-Claude Gillet no es sólo un profesor y un teórico de la animación estratégica, asume pesadas tareas administrativas y se convierte en Jefe del Departamento de Carreras Sociales de la IUT Michel de Montaigne y Director del Instituto Superior de ingenieros-animadores territoriales (ISIAT) que ha co-creado. Este Instituto propone diplomas de formación inicial y continua posteriores a la IUT para ofrecer a los animadores sobre el terreno recursos y medios para la acción. Les ofrece un enfoque praxeológico en el que la oposición clásica entre teoría y práctica debe ser percibida como una complementariedad dialéctica entre conocimientos y saberes resultantes de la acción para favorecer el movimiento de vaivén entre lo vivido, la práctica y el pensamiento. Promueve un diálogo interdisciplinario en torno a conceptos transversales como los de territorio, actores, redes, equipamientos, conflictos, ordenación y cultura. Para él, este diálogo debe permitir mejorar las adaptaciones pedagógicas en formación continua y las acciones de peritaje y de animación propiamente dicha. Multiplica las relaciones con las instancias nacionales para que se reconozcan los nuevos diplomas propuestos y participa en el Observatorio nacional de los oficios de la animación y el deporte (ONMAS). Para hacer vínculo entre estas acciones y los animadores de campo, crea la Carta de la ISIAT, luego los Cuadernos de la ISIAT y co-dirige dos colecciones de obras universitarias, una en las Prensas universitarias de Burdeos (El territorio y sus actores), la otra en L’Harmattan (Animación y territorios). Así se constituye progresivamente una Escuela Bordelesa de la Animación que es reconocida a nivel nacional por sus aportaciones teóricas, sus publicaciones y sus coloquios anuales. Jean-Claude Gillet es el portavoz de esta Escuela, recorre la Francia metropolitana para responder a las invitaciones de los centros de formación, de las federaciones de educación popular y de las colectividades locales. También es llamado en los departamentos de Ultramar, en Guyana, Martinica y Guadalupe, entre otros. Comienza entonces un periplo internacional que comienza en Canadá, donde enseña varias veces en la Universidad de Quebec en Montreal (UQAM).
Jean-Claude Gillet ha tenido siempre una mirada sobre el mundo y en particular sobre las formas de organización y los problemas de los países en desarrollo. Se interesa sobre todo por América del Sur y aprovecha un año sabático para visitar seis de esos países y establecer vínculos con los responsables universitarios de la formación en la animación y la acción comunitaria. Así nace en su cabeza la idea de la creación de una red internacional de la animación. Mide bien cómo las prácticas de animación se organizan bajo denominaciones multiformes, pero plantea la hipótesis de que los términos de promoción cultural, trabajo o servicio social, desarrollo comunitario, democracia participativa y educación popular pueden considerarse como parte de un campo semántico que incluye la noción de animación.
Sabe muy bien que estas prácticas están ancladas en historias y corrientes ideológicas de contornos contrastados. Señala las diferencias entre las orientaciones surgidas de la teología de la liberación, de la pedagogía de los oprimidos, del enfoque etno-comunitario, de las perspectivas anticapitalistas y de las producidas en el campo de la animación, pero sigue convencido de que es conveniente debatir estas cuestiones en coloquios internacionales. Así es como imagina una red internacional de la animación (RIA) que se concreta en 2003 con la organización del primer coloquio en Burdeos sobre La animación en Francia y sus analogías en el extranjero. Teorías y prácticas. Estado de la investigación. Este simposio, que reúne a más de 200 participantes procedentes de 12 países, será seguido por otros que, por iniciativa propia, se organizan cada dos años en un país diferente. Así se suceden los coloquios de Sao Paulo (Brasil) en 2005, de Lucerna (Suiza) en 2007, de Montreal (Quebec) en 2009, de Zaragoza (España) en 2011, de París (Francia) en 2013, de Bogotá (Colombia) en 2015, de Argel (Argelia) en 2017, de Lausana (Suiza) en 2019 y el previsto en Cayenne, Guyana (Francia) en 2022.
Para terminar, quisiera devolverle la palabra sobre uno de sus temas favoritos, el de las utopías activas: « La animación es potencialmente inventiva, creativa, imaginativa y a veces irrespetuosa del orden establecido. En este sentido, es un desorden fructuoso, es decir, la llamada a otro orden social, más justo, más democrático y también más festivo. Los animadores a estar atentos a estas evoluciones de la sociedad para que informal y formal, instituido e instituyente, comunican, transigen, intercambian, aunque esto puede o debe pasar por la conflictualidad para tener éxito. Ésta supone cualidades de valentía y tenacidad, unidas a un dominio de competencias: los dos, contrariamente al estereotipo de la vocación, se construyen con paciencia. Esta es una de las razones por las que la animación puede parecer una utopía aún prometedora en el inicio del tercer milenio.
Por supuesto, todavía se manifiestan resistencias múltiples para impedir esas transformaciones socioculturales o mercantilizarlas en prácticas falsificadoras y alienantes. La animación, que participa de esta llamada a liberar las dinámicas humanas y las aspiraciones hacia un mundo mejor, invita a todos a aligerarse de las cargas del presente. Desde hace casi medio siglo ha demostrado su capacidad de no ser sólo o esencialmente especulativa.
Al mismo tiempo, hay que decir que la animación sigue siendo marginal en sus efectos hasta que los desafíos que afectan a la sociedad no se aborden a la altura de los desafíos actuales: una democracia que hay que redefinir, desigualdades que hay que reducir, una economía que hay que sustraer del yugo de un ultra-liberalismo económico y financiero. Forma parte de una denuncia de la legitimidad de un mundo que a veces tiene la cabeza al revés y ofrece un espacio de imaginación realista. No es un movimiento producido por fantasiosos, ilusionistas, o mercaderes de ensueño. Es potencialmente una mediación movilizadora entre la realidad circundante y una conciencia crítica. Un estado de la mente es utópico cuando está en desacuerdo con el estado de la realidad en la cual ocurre.
Este desacuerdo no es para los animadores profesionales una regresión psicológica (huir de la realidad), ni histórica (aspirar a un retorno a la mítica felicidad pasada), ni política (rechazar las transformaciones sociales). La animación es un lugar de experimentación cultural, preocupada por las contingencias de la historia real y de las necesidades de la coyuntura. “El animador se convierte en estratega, actor de la praxis, sin ilusión sobre el mundo, por lo tanto lúcido pero perseverante en la esperanza”.
Gracias Jean-Claude por todas estas aportaciones y sobre todo por tu carisma y tu optimismo comunicativo. Has sabido pasar el testigo. Siempre estarás con nosotros.