×

Solo un trocito de historia

Autoría:

Pilar Aguelo Arguis, educadora social. Colegiada nº 0057, Colegio Profesional de Educadores y Educadoras Sociales de Aragón

En 1985 cuando terminé la carrera de Trabajo Social, una carrera que nunca ejercí, no se me pasaba por la imaginación que iba a comenzar mi andadura profesional, a caballo entre Zaragoza y Barcelona, en algo que con el tiempo se llamaría “educación social”.

Estas palabras me gustaría que fueran una reflexión sobre las personas que trabajamos en aquel momento y un homenaje a los que, siendo fantásticos educadores, tuvieron que abandonar este camino porque estaba tal mal pagado, que era imposible en muchos casos pensar en tener una familia y seguir en esto de manera profesional.

Muchachos en la calleLa mayoría de los que trabajamos en los 80 en el ámbito social y específicamente en el campo en el que yo he trabajado desde entonces, adolescentes y jóvenes en situación de riesgo, éramos trabajadores sociales, maestros, pedagogos y psicólogos, aunque también en menor medida había gente con otras titulaciones e incluso sin ninguna de ellas. Partíamos de la ilusión por transformar la sociedad o al menos para que no suene tan utópico, de transformar ese trocito de sociedad que nos había tocado conocer más de cerca. Hablo de un momento en el que la enseñanza obligatoria era hasta los 14 años y hasta los 16 no se podía empezar a trabajar, por lo que los jóvenes que no querían seguir estudiando tenían dos años para estar literalmente en la calle. Hablo de la heroína que empezaba a hacer estragos en los barrios y de una enfermedad a la que llamaban SIDA, de la que no se sabía casi nada pero que empezaba a aparecer entre nuestros jóvenes y sus familias. La verdad es que la situación era difícil, la falta de recursos y estructuras en algunos casos era total, pero no porque no se apoyasen, sino porque simplemente no existían. A pesar de todo fuimos creando cosas, con imaginación y ganas: una subvención de trabajo, otra de justicia, un proyecto para que nos de dinero una fundación, una orden religiosa que apoya una estructura determinada, la asociación de vecinos que nos echa una mano… y así cada día era un baño de realidad y una búsqueda de soluciones que intentábamos fueran perdurables, para los problemas que nos íbamos encontrando.

Grupos de educadores en jornadasNos interesaba mucho conocer a otra gente que trabajase en el mismo campo que nosotros, para poder intercambiar experiencias y saber cómo afrontaban las diferentes y nuevas situaciones educativas que se nos planteaban cada día. Las jornadas y encuentros que montaban gente muy erudita pero poco práctica, eran el sitio perfecto donde conocernos. Normalmente no nos solía interesar lo que el conferenciante de turno nos contaba, pero en la fila de al lado estaban unos chicos de Esplugues o de Sant Cugat o de San Cosme con los que luego quedábamos a tomar unas cañas tras las que normalmente terminábamos poniendo día y hora para conocer “in situ” nuestros proyectos. Era nuestra manera de formarnos, de conocer y de saber que no estábamos solos en un tiempo sin internet, ni teléfonos móviles. Una excepción la escuela de verano para Educadores Especializados Flor de Maig, a la que tuve la suerte de asistir.

Esto es solo un pequeño apunte de lo que fueron los comienzos como educadora que yo conocí. Muchos de aquellos proyectos que iniciamos en aquel momento, son esos en los que hoy trabajamos, casi 30 años después, como educadores sociales. El camino ha sido largo hasta llegar aquí, pero me gustaría, porque es nuestra historia, que no se nos olvidase que fueron maestros, psicólogos, pedagogos, trabajadores sociales y otros muchos los que pusieron en marcha, los que apuntalaron, la profesión que ahora nos agrupa, la Educación Social.

PD: No se si os habrá llamado la atención que en este escrito, todo el tiempo hablo en masculino, a pesar de que éramos mayoría de mujeres, pero es que entonces salvo excepciones se hacía así y eso también es parte de la historia…