Xavier Carbonell, Montserrat Castellana y Úrsula Oberst doctores en Psicología. Universitat Ramon Llull; Facultat de Psicologia, Ciències de l’Educació i de l’Esport Blanquerna. Marta Beranuy y Carla Graner licenciadas en Psicología. Universitat Ramon Llull; Facultat de Psicologia, Ciències de l’Educació i de l’Esport Blanquerna.
Las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) están abriendo nuevas vías para propiciar la relación con personas conocidas o desconocidas. En este contexto, Internet y el teléfono móvil requieren una atención especial. El uso excesivo de Internet representa un trastorno psicológico, de tipo adictivo, que puede afectar especialmente a personas con necesidades emocionales especiales, jóvenes y adolescentes. Entre las aplicaciones específicas de Internet, la posibilidad de adicción se centra en el uso de aplicaciones comunicativas y sincrónicas como, por ejemplo, los chats y juegos de rol en línea, que permiten la comunicación hiperpersonal, el juego de identidades, las proyecciones y la disociación sin consecuencias en la vida real. Además, Internet podría tener un papel importante en el desarrollo y mantenimiento de otras adicciones como el juego patológico y la adicción al sexo. A diferencia de ello, el uso desadaptativo del móvil puede ser problemático pero no adictivo, porque las alteraciones que se producen no son tan graves ni de la misma índole que las que se derivan de Internet. Así pues, es necesario seguir explorando las características conductuales y emocionales del uso de Internet y del móvil para promover un uso adecuado y tratar a las personas afectadas mediante pautas educativas o atención psicoterapéutica.
El impacto de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) como Internet y el teléfono móvil es tan espectacular que es lícito preguntarse si, en algunos casos, pueden provocar adicción, al igual que otras conductas socialmente aceptadas como comprar, jugar, trabajar y practicar el sexo (Alonso-Fernández, 2003; Echeburúa, 1999; González Duro, 2005; Holden, 2001; Lemon, 2002).
La persona que utiliza Internet o el móvil encuentra unos reforzadores específicos. Internet, por ejemplo, aporta elementos como el anonimato, la capacidad de socializarse y sentirse miembro de un grupo, la construcción de identidades, los juegos sexuales y el flirteo, el bienestar psicológico, la inmediatez, la accesibilidad y el hecho de alternar la comunicación mediante la escritura (menos estresante) con la comunicación “cara a cara” (Sánchez-Carbonell y Beranuy, 2007). Por su parte, el móvil brinda la oportunidad de estar en contacto permanente, socializarse, disfrutar del ocio, generar seguridad y una sensación de control a los padres y parejas, asumir autonomía, proporcionar intimidad, favorecer la conciliación familiar, facilitar la gestión del tiempo y de la información, expresar sentimientos y combinar la comunicación sincrónica (oral) con el asincrónica (SMS) (Beranuy y Sánchez-Carbonell, 2007).
Existe una dualidad de opiniones sobre la existencia o no de la adicción a Internet y al móvil. Por un lado, ni la Clasificación Internacional de las Enfermedades (World Health Organization, 1992) ni el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (American Psychiatric Association, 2000) categorizan la adicción a las TIC como entidad diagnóstica, en parte debido a que son fenómenos recientes que necesitan futuras investigaciones; sin embargo, es posible que próximas ediciones la tengan en cuenta (Hollander y Allen, 2006). Por otra parte, varios autores (Alonso-Fernández, 2003; Echeburúa, 1999; González Duro, 2005) defienden la idea de que la adicción a las TIC es posible.
Para diagnosticar una adicción a alguna TIC se utilizan los mismos criterios que para las adicciones a sustancias y las adicciones conductuales. Los elementos esenciales para diagnosticar las adicciones son dos: la dependencia psicológica y los efectos perjudiciales (Sánchez-Carbonell, Beranuy, Castellana, Chamarro, y Oberst, 2008). En primer lugar, la dependencia psicológica incluye deseo, ansia o pulsión irresistible (craving); polarización o focalización atencional, modificación del estado de ánimo, e incapacidad de control. En segundo lugar, los efectos perjudiciales deben ser graves y alterar tanto el ámbito intrapersonal (experimentación subjetiva de malestar) como interpersonal (trabajo, estudio, finanzas, ocio, relaciones sociales, problemas legales, etc.). Además, en ambas tecnologías se observan otros síntomas como la tolerancia, la abstinencia, la negación, el encubrimiento y/o minimización del problema, el sentimiento de culpa, la reducción de la autoestima, y el riesgo de recaída y de reinstauración de la adicción. Todos estos síntomas parecen ser más graves y duraderos en el caso de Internet.
Al revisar estudios realizados en España sobre la población general y universitaria o escolar, la estimación más realista sitúa el porcentaje de personas con problemas causados por Internet por debajo del 6% o, incluso, del 3% (de Gracia y col., 2002; Viñas y col., 2002; Graner, 2007; Beranuy, 2007). Se han descrito casos clínicos de adictos a Internet en países como Estados Unidos, Reino Unido, España e Italia; sin embargo, la información de que se dispone indica que la demanda de tratamiento es anecdótica y que, en ningún caso, se trata de una epidemia. Por su parte, en la literatura científica no se encuentran casos clínicos ni encuestas sobre la adicción al móvil.
En todo caso, parece que el uso patológico de Internet y del móvil puede afectar a cualquier grupo de edad, social, educacional o económico. A pesar de ello, se puede decir que son más propensas las personas:
En el caso de Internet, aumenta el riesgo si se utiliza para conocer a gente, conseguir apoyo emocional, buscar estimulación sexual, compañía, comunicación o amor, o si se trata de exalcohólicos y otros exadictos.
Además, es más probable que los síntomas afecten a personas inexpertas, especialmente a jóvenes, que se inician en el mundo de la tecnología. En el caso de los adolescentes, al no tener un control completo de sus impulsos, son fácilmente influenciables por las campañas publicitarias y comerciales, y han aceptado el móvil como un símbolo de estatus, lo que provoca sentimientos negativos y problemas de autoestima a aquellos que no tienen o que no reciben tantos sms o llamadas como el resto de sus compañeros. En el caso de los estudiantes universitarios, porque muchos viven lejos de su casa, inician o llevan una vida estresante y desconocida, tienen la necesidad de contactar con amigos que viven en otros lugares y disponen de libre acceso a Internet en las facultades y residencias.
La adicción a Internet y al teléfono móvil se cuestiona por motivos conceptuales, algunos de los cuales se revisan a continuación.
Comunicación social. La construcción social de las adicciones tecnológicas podría compararse con lo que ocurrió cuando apareció la televisión, el teléfono o incluso la radio. Durante los años treinta, un psicólogo tan prestigioso como Gordon Allport estaba preocupado por la forma en que las personas utilizaban la radio. Es cierto que en la sociedad moderna la familia cede, en gran medida, su papel de agente socializador a los medios de comunicación; un proceso que comenzó en los años treinta con la radio y siguió, en los cincuenta, con la televisión. El uso de las nuevas tecnologías introduce formas de comunicación menos controladas, más frías, solitarias y distantes. Es posible que sea necesario un período de adaptación a la nueva tecnología tanto por parte de los nuevos usuarios como de los no practicantes que también necesiten incorporar las nuevas actitudes y comportamientos que conlleva el uso de las tecnologías.
Secundaria a otra adicción. Davis (2001) diferencia entre las adicciones que sólo son posibles en Internet (específicas) y las que son variantes de la adicción primaria (secundarias). Las adicciones secundarias a Internet forman parte de la adicción conductual que las provoca y no son auténticas adicciones tecnológicas. Comprenden la adicción al sexo (pornografía, buscar relaciones sexuales, cibersexo), al trabajo, a las compras, a jugar a la bolsa, así como el juego patológico (casinos y apuestas deportivas virtuales). En este caso, Internet actúa como proveedor de conductas reforzantes, que son las que realmente tienen la capacidad de producir adicción. Internet y el móvil serían un canal por el que se expresa la adicción primaria. No se trata de una adicción tecnológica, sino una manera de expresar otra conducta adictiva. Internet facilita estas conductas gracias al anonimato, a la accesibilidad de las casas de apuestas y casinos virtuales, a la facilidad para transmitir fotografías, vídeos, etc. En este sentido, Meerkerk, Van den Eijden y Garrtsen (2006) postulan que las aplicaciones de Internet que generan adicción son la búsqueda de estimulación sexual y, en menor medida, el juego. Es posible que, cuando se utiliza Internet, la adicción primaria tenga características específicas debidas al canal utilizado.
Necesidad versus adicción. Los usuarios pueden confundir la adicción con la necesidad de un instrumento o tecnología. Podemos establecer un paralelismo con lo que ocurre con un medio de transporte como el automóvil. La sociedad actual necesita el coche y aunque muchas personas “abusen” de él, difícilmente podríamos diagnosticarlas como adictos. El lenguaje popular ha identificado algunos de los síntomas del comportamiento adictivo, y equipara la adicción a Internet con la necesidad del coche o la electricidad. Los usuarios y la prensa también pueden caer en el error de confundir los síntomas leves y transitorios con los graves, que requieren atención clínica. Por ejemplo, comerse las uñas es una conducta perjudicial y difícil de abandonar, pero nunca se ha considerado un trastorno psicológico grave merecedor de categoría diagnóstica.
Efecto novedad. En el caso de Internet y del móvil es muy frecuente el efecto “novedad”, gracias al cual una conducta se realiza intensamente durante un período limitado de tiempo, pero se reduce la ejecución de forma espontánea. Esto es lo que le puede pasar a una persona novel o ingenua en el uso de alguna de las aplicaciones de Internet o del móvil. Por este motivo se sugiere que los síntomas deberían estar presentes durante más de seis meses (Sánchez-Carbonell, Castellana y Beranuy, 2007).
Afición o hábito. Podríamos especular si las adicciones a las TIC, en lugar de ser un trastorno psicológico, fueran simplemente una afición desmedida, un hábito inadecuado. Muchas personas tienen hábitos o aficiones en los que invierten mucho tiempo y mucho dinero. En algunos casos, pueden ocasionar problemas de pareja, limitar el desarrollo laboral o ser un refugio psicológico ante las presiones de la vida real. Con estas aficiones es posible generar una nueva identidad en la que se encuentre satisfacción, así como reforzadores que no existen en otras esferas de la vida, como el trabajo o la familia. El jugador de rol on-line que consigue ejércitos y se casa con la princesa no es más patológico que el jugador de bridge o de ajedrez; sencillamente, el ordenador añade un factor de novedad que debe incorporarse a la construcción social. Esta afición no es en absoluto cuestionable, aunque objetivamente pueda ser excesiva e, incluso, perjudicial para la persona o su familia.
Vivimos en una sociedad en la que la emoción prevalece por encima de los sentimientos, donde la publicidad, el tipo de diversión, los valores sociales, el arte e incluso las relaciones emocionales (Bauman, 2003) conducen al hombre moderno a valorar la emoción-choque por encima de la emoción-sentimiento (Lacroix, 2001). Los chats, los mensajes de correo electrónico y los sms son canales adecuados para expresar las emociones de manera rápida y fugaz. Algunos canales comunicativos de Internet se desarrollan porque se adaptan perfectamente a las necesidades emocionales light de la sociedad actual. Estas emociones-choque son más adictivas que las emociones-sentimiento o emociones-contemplación, por la misma razón que las propiedades adictivas de los jugadores de azar son directamente proporcionales a la rapidez del refuerzo. Hasta finales de la década de los noventa del siglo pasado, los ciudadanos se sentaban a ver programas de televisión, mientras que en la actualidad, los nuevos medios de comunicación -móvil o Internet- son instrumentos interactivos que incitan no sólo a “ver”, sino a” promo-ver “(Verdú, 2005). Mediante Internet y el móvil la persona es un elemento activo que ejercita una conducta gratificante y, como tal, susceptible de adicción.
En nuestra opinión, el uso excesivo de Internet comparte elementos clave de las adicciones como el craving (apetencia), la modificación del estado de ánimo, la polarización atencional, la pérdida de control y las consecuencias negativas en el ámbito académico, familiar o laboral. Sin embargo, en la mayoría de casos, el uso excesivo o problemático de Internet no es un trastorno psicológico. En el caso del móvil, es mucho más difícil categorizar su uso excesivo como adicción. La diferencia esencial del móvil respecto a Internet es que no facilita el juego de identidades, la disociación, el anonimato, la ausencia de consecuencias en la vida real, las proyecciones y la comunicación hiperpersonal posibles en Internet. El uso tradicional del móvil refuerza las relaciones cara a cara. Aunque la prensa haya difundido casos de adolescentes con un uso desadaptativo del móvil, éstos parecen circunscritos a una serie de conductas desadaptadas en torno a este aparato, no parecen organizarse de una forma tan estructurada como en el caso de Internet.
Si nos centramos, pues, en el caso de Internet y sus aplicaciones, la posibilidad de generar una adicción se centra sobre todo en las funciones comunicativas. Es decir, chatear con desconocidos y participar en juegos de rol colectivos son las aplicaciones que generan más abuso porque son sincrónicas (el refuerzo es inmediato a la conducta, a diferencia, por ejemplo, del correo electrónico o del eMule, que son asincrónicos), y porque la hipercomunicación permite crear una personalidad ficticia, reinventarse, sentirse seguro y no ser esclavo de la imagen corporal. Por tanto, en el caso de Internet, sería muy conveniente utilizar especificadores de la adicción (por ejemplo, “tipo chat” o “tipo juego de rol en línea”). A la vez, es necesario hacer un buen diagnóstico diferencial de aquellos casos en que no se trate de una auténtica adicción tecnológica, sino que, detrás de un uso excesivo de la red, se escondan otros trastornos. En estos casos es más adecuado el diagnóstico del problema primario con la especificación conveniente como, por ejemplo, adicción al sexo a través de Internet (cibersexo), jugador patológico a través de Internet, etc.
En muchos casos, el uso desadaptativo o el abuso de Internet se corregirán por sí mismos en un plazo limitado de tiempo. Este hecho, similar a muchas conductas gratificantes, no evita que una minoría pueda desarrollar una adicción que ocasione dependencia psicológica y daños intrapersonales e interpersonales durante un período de tiempo significativo.
Por tanto, es necesario seguir explorando las características conductuales y emocionales del uso de Internet y del móvil para promover un uso adecuado, diagnosticar adecuadamente y tratar a las personas afectadas mediante pautas educativas y/o atención psicoterapéutica, si fuera necesario.
Las TIC son un elemento de cambio social como el automóvil, los nuevos modelos familiares, la migración, etc. Ante un posible caso de adicción no hay que alarmarse: posiblemente se tratará de un exceso y no de una verdadera adicción, sin embargo, vale la pena incidir sobre lo que el lenguaje coloquial denomina estar “viciado” o “enganchado”. La alarma es más frecuente en los padres que desconocen o utilizan poco las TIC y que se encaran por primera vez a un hijo adolescente. El educador social debe proporcionar al adolescente herramientas para hacer un uso adecuado de las TIC y debe ayudar a los padres a cambiar su mirada sobre estas tecnologías. De la misma manera que con las drogas o el sexo, cualquier intervención en estos temas pasa indiscutiblemente por fomentar hábitos saludables. Con estos condicionantes en mente, se pueden adelantar una serie de pautas específicas para actuar sobre el uso desadaptativo de Internet.
El móvil, por sus características, requiere intervenciones específicas. En los contextos educativos y especialmente por parte del educador social, se debería profundizar y contrastar para prevenir el posible abuso del móvil, ya que el hecho de que el adolescente pueda llevarlo permanentemente con él y que su uso dependa de su decisión, hacen que al adulto le sea difícil hacer de mediador entre móvil y adolescente, o compartir su uso. A pesar de ello, proponemos una serie de consideraciones que pueden servir de ayuda: