Cristina Andreu. Educadora social.
Este artículo es una síntesis de distintos trabajos de reflexión sobre los procesos de desarrollo comunitario en los que he podido participar como educadora social, especialmente durante mi trabajo en la Fundació Servei Gironí de Pedagogia Social (Fundació SER.GI). El artículo está dividido en tres partes: la primera, de aproximación teórica y conceptual; la segunda, plantea una aplicación técnica de estos principios teóricos, y la tercera parte expone algunas reflexiones sobre el rol del educador o educadora social en estos procesos de desarrollo comunitario.
En esta primera parte intento hacer una aproximación a los diferentes conceptos que configuran lo que he llamado marco teórico, que ha inspirado los proyectos de desarrollo comunitario en los que he participado y las reflexiones/aportaciones que como educadora social me he planteado a lo largo de estas intervenciones. Evidentemente, la definición de un marco teórico implica la elección de diferentes conceptos, diferentes definiciones, diferentes visiones, etc. Este marco teórico que os presento no pretende ser o definir un posible paradigma, sino que es un ejemplo de teoría aplicada, a partir de las aportaciones y reflexiones de otros paradigmas, desde diferentes disciplinas.
En este apartado se “descifra”, pues, la ideología de fondo que ha orientado y orienta este proyecto y el consiguiente proceso de reflexión. Por otro lado, me parecería poco honesto no explicar previamente el porqué de la elección de este marco teórico y no de otro. Partiremos de la base o premisa que cualquier proceso y/o proyecto de educación social pretende, en primera y última instancia, la transformación social. Entendiendo esta transformación social como todo el conjunto de acciones y cambios que permiten eliminar los mecanismos que provocan la exclusión, la marginación, la deshumanización de personas y/o colectivos en la sociedad y permiten su crecimiento y bienestar, tanto individual como colectivo.
Es desde esta perspectiva de transformación y de lo que es y ha de ser la educación social que he reflexionado y generado este discurso que presento a continuación.
Aunque cuando hablamos de desarrollo o trabajo comunitario, parece que todo el mundo tiene claro qué significa, he considerado interesante poder “desgranar” los diferentes conceptos que lo integran para así poder reforzar elementos de este discurso y encontrar, al mismo tiempo, elementos de análisis o evaluación posterior.
Definir el concepto comunidad en estado puro, en abstracto, es complejo. En algún momento de la historia se ha utilizado esta palabra con la intención de homogeneizar las características de un grupo social a partir de una característica compartida; como ejemplo: la comunidad musulmana, la comunidad gay, etc. En esta visión no figura el componente territorial que me parece prioritario, ya que, desde mi punto de vista: la comunidad es una unidad/grupo de población que reside en un territorio, donde se establecen relaciones entre las personas y el medio, que la caracterizan como comunidad.
Aún así, no debería confundirse la dimensión de territorio como un espacio rígido, muy delimitado físicamente. La dimensión de espacio debe responder a la realidad de las interacciones que se dan entre las personas.
A pesar de que exista un espacio más o menos delimitado, tampoco podemos hablar de comunidad si, como apunta Kisnerman (1983): no hay interacción, si no existe la conciencia de poder conseguir la satisfacción de alguna necesidad, de compartir una serie de intereses comunes.
La comunidad, por tanto: no es un a priori, sino un proceso de construcción y su producto.
De todas maneras, quizás es más fácil hablar de organización comunitaria. Como dice Lindeman (1945): la organización comunitaria es aquella etapa de la organización social que constituye un esfuerzo consciente de la población para controlar sus problemas y conseguir más y mejores servicios.
La organización comunitaria, por tanto: no es un producto, sino una estrategia.
De estas distintas definiciones o aportaciones pueden extraerse distintas ideas como por ejemplo: la comunidad no es una realidad, una unidad preexistente; debe crearse, deben generarse un conjunto de dinámicas que nos lleven hacia esas interacciones, hacia esta estrategia comunitaria que nos permitirá llegar a ser comunidad y tener conciencia de ello.
No existe un único concepto de desarrollo, puesto que, como en todo constructo social, cada cosmovisión, cada ideología define el desarrollo desde sí misma. Por lo tanto, deberé citar el marco de referencia que me permite definir el concepto de desarrollo. Lo que podríamos generalizar es que desarrollo nos remite directamente a la idea de crecimiento.
A lo largo de la historia ha habido distintos enfoques sobre el desarrollo: desarrollista, estructural, muy economicista, etc. Algunas definiciones que han suscitado mi interés son las siguientes:
Esta primera definición me parece interesante porque no parte exclusivamente de una dimensión más economicista; es decir, introduce la variable de los cambios mentales y sociales y, por tanto, recoge los procesos educativos como estrategias de cambio, de crecimiento de un grupo. Además, cuando menciona el producto global, no se refiere solamente a la riqueza, bienestar, más ocupación, sino que deja entrever otras dimensiones, como por ejemplo: producto cultural, producto humano, producto ecológico… ¡GLOBAL!
Ésta, aunque parte de parámetros economicistas, me parece interesante porque relaciona los conceptos de desarrollo y subdesarrollo como un solo concepto. Es decir, el autor habla más de proceso y no tanto de resultado y, en este sentido, las dos variables que recoge explican la capacidad de ser desarrollado o subdesarrollado.
En los últimos años ha habido una evolución hacia lo que se denomina desarrollo integral o ecodesarrollo. Este se definiría a partir de los aspectos siguientes:
a) Integral e integrado
Es un enfoque holístico o sistémico que trata de dinamizar todos los sectores/agentes considerando sus interdependencias hacia objetivos comunes.
b) Endógeno
Utiliza los recursos autóctonos, especialmente los culturales, aunque no niega las ayudas y/o aportaciones externas.
c) Ecológico
Es un modelo de base ecológica que pretende potenciar los recursos naturales.
d) Local
Su ámbito operativo de aplicación es el municipio y/o la comarca, y después lo extiende a otros contextos más amplios. Cualquier proyecto de desarrollo debe ser asumido políticamente por las autoridades locales como un instrumento para su autodesarrollo.
e) Equilibrado y armónico
No provoca impacto ambiental ni tensiones sociales. Las tecnologías están adaptadas al medio.
f) De base popular
Anima a participar a toda la población convirtiéndola en sujeto activo de su propio desarrollo.
g) Cooperativo
Utiliza la estrategia de la organización cooperativa o asociativa de los trabajadores para hacerse cargo de las nuevas actividades y servicios.
h) Social y cultural
Promueve el desarrollo social y potencia el desarrollo cultural. Intenta recuperar las culturas autóctonas y conservar o rehabilitar el patrimonio historicoartístico de las zonas desfavorecidas.
Esta definición posiblemente es la más completa, aunque desde la perspectiva socioeducativa nos centraríamos especialmente en los aspectos que se refieren a generar dinámicas de participación, a promover la cooperación, a potenciar el desarrollo social y cultural. Es decir, nos centraríamos en aquellos aspectos referentes al trabajo con las personas que conviven en una comunidad; la formación o fortalecimiento de aquellas estrategias, valores, actitudes y capacidades que promueven un tipo de relaciones e interacciones que hacen posible un desarrollo integral e integrado.
El desarrollo comunitario tal como se entiende en Europa tiene ya medio siglo de existencia. Se inició a partir de la Segunda Guerra Mundial, a partir de los planteamientos que la UNESCO estableció para paliar la situación de los países del entonces llamado Tercer Mundo (1). Por este motivo los primeros programas que se implementan, explícitamente, bajo la consigna de DC se llevaron a cabo en zonas de África, Asia y América Latina.
Así, a pesar de que estos proyectos eran realizados en el “Sur”, habían sido los países del “Norte” quienes los habían diseñado y, por tanto, quienes habían definido este concepto y quienes, al mismo tiempo, se encargaban de formar a los “agentes de desarrollo” y de enviarlos a las diferentes zonas “deprimidas”.
Con el tiempo, sin embargo, nadie escapa del follón que ocasiona el capitalismo feroz y se empieza a plantear la idea de utilizar el método del DC para mejorar la situación en que se encontraban algunas zonas del mismo “Norte” (zonas rurales, barrios marginales de las grandes ciudades…). Es a partir de aquí que surgen algunos marcos teóricos y metodología sobre el desarrollo comunitario, que han dado algunos “hijos” como la idea del desarrollo local (más francés).
Per tanto, a pesar de que hace ya unas décadas que se trabaja con la idea del desarrollo comunitario, ésta es aún relativamente joven. Sobretodo en nuestro contexto nacional, donde primero éramos “demasiado ricos” para ser objeto de algún proyecto de la UNESCO y, después, “demasiado pobres” para realizarlo.
De todas maneras, cabe destacar que el desarrollo comunitario es sujeto de estudio y práctica socioeducativa desde hace ya bastantes más años en los Estados Unidos y en algunos países de América del Sur, que en la propia Europa. No debemos obviar que, desde la perspectiva socioeducativa, los procesos de educación popular inspirados por pedagogos como Paulo Freire se enmarcan claramente en el concepto de desarrollo comunitario.
A continuación analizaremos qué es esto del desarrollo comunitario, los diferentes enfoques teóricos, las distintas metodologías… desde la perspectiva socioeducativa, ya que ésta es la que nos ocupa en este trabajo.
Antes de empezar, una aclaración en cuanto a terminología se refiere. Cuando nos adentramos en la perspectiva socioeducativa del desarrollo comunitario, surgen diferentes “versiones”. Algunas tendencias o autores se refieren a trabajo comunitario; otros, a promoción comunitaria, e incluso a organización comunitaria.
He optado por respetar la terminología que se utiliza en cada caso y centrarme en la definición, en el significado que le conceden.
Hablaré en primer lugar de Natalio Kisnerman (1983) y de su visión de la promoción comunitaria. Para este autor, la promoción comunitaria “es un proceso de capacitación democrática, en el que las personas analizan sus problemas, buscan soluciones e intervienen en las decisiones que les afectan, lo cual desarrolla la conciencia de sus cualidades y potencialidades, y les permite asumir la responsabilidad de su propio desarrollo individual y colectivo”.
Para poder hacer efectiva esta promoción comunitaria, según Kisnerman, es necesario:
Otro autor que me parece muy interesante es Ezequiel Ander-Egg (1987), que concibe el desarrollo de la comunidad a partir de los elementos siguientes:
De la lectura y de la reflexión de estos dos autores y de otros, sobre los que no he profundizado tanto, se desprenden algunos elementos que se pueden generalizar y que Luís M. Nogueiras (1996) sintetiza diciendo que los rasgos que mejor definen el desarrollo comunitario son los siguientes:
Como en todo proyecto de intervención socioeducativa, la metodología debe prever los pasos siguientes:
En cuanto a los aspectos metodológicos específicos a tener en cuenta desde la perspectiva del desarrollo comunitario, cabe citar los siguientes:
En esta segunda parte me centraré en describir y analizar diferentes estrategias de desarrollo comunitario y el rol que debe asumir el educador o educadora social.
Como ya he explicado, cualquier institución de la comunidad puede convertirse en un motor para su desarrollo, sólo necesita ser consciente de ello y dotarse de aquellos recursos y/o estrategias que se lo permitan. En este caso, mis reflexiones se centran en el análisis de una larga experiencia de trabajo con asociaciones y colectivos de diferentes municipios de las comarcas de Girona como entidades promotoras de procesos de desarrollo comunitario.
Cuando hablo de bases, me refiero a unas estrategias, unos recursos profesionales y técnicos, que han de permitir recrear este proceso en otros ámbitos o desde diferentes agentes o instituciones que se encuentran en los diferentes territorios, en los distintos entornos sociales.
En este sentido, no me centraré solamente en la descripción de estrategias, sino también en cuáles han de ser algunos de los posicionamientos, recursos… que debe tomar y/o desarrollar el educador o educadora social.
Es aquí, pues, donde podéis encontrar la síntesis, la concreción, de todo lo que se ha mencionado antes en una propuesta de práctica socioeducativa, en una propuesta de metodología de trabajo del educador o educadora social.
Con la intención de abordar las distintas estrategias de intervención y el rol del educador o educadora social, he partido de tres momentos o fases que creo deben de preverse en un proyecto de desarrollo comunitario:
A partir de la experiencia de trabajo en este tipo de proyecto, he constatado que, para poder trabajar la dimensión comunitaria, primero es necesario trabajar la dimensión colectiva.
Debéis preguntaros cuál es la diferencia entre la dimensión colectiva y la comunitaria; pues bien, a continuación lo argumento. A partir del trabajo con asociaciones he podido observar que, en la mayoría de casos, hacía falta profundizar en el sentimiento de pertenencia que tienen los distintos miembros de la asociación o colectivo del que forman parte.
Esto significa preguntarse, entre otras cosas: ¿por qué nos hemos asociado?, ¿qué objetivos perseguimos?, ¿cómo nos organizamos para conseguirlos?, ¿qué acciones llevamos a cabo?…(2)
En otras palabras, primero debe promoverse o reforzar esta identidad colectiva, porqué esta es la que permitirá generar las actitudes, valores, estrategias, recursos que, más adelante, harán posible que las personas interactúen con su entorno y, poco a poco, acaben siendo una institución comunitaria.
Por tanto, es necesario saber cuál es el punto de partida colectivo o de la asociación para poder, en una segunda fase, trabajar en la dimensión comunitaria. Si esto no se tiene en cuenta, es posible que sea difícil pasar a la segunda fase de una manera consciente, querida y útil.
Uno de los objetivos que ha de orientar las estrategias en esta primera fase es:
Por otra parte, no todo puede centrarse en un análisis retrospectivo, también es necesario encontrar lo que aún hoy “nos lleva a estar unidos”, todo aquello por lo cual aún tiene sentido dar continuidad a la entidad. Por lo tanto, debe haber un segundo momento donde se debe de:
Y, finalmente, debemos centrarnos en:
Debemos tener en cuenta que, en este momento, la asociación no se plantea sacar adelante un proceso de desarrollo comunitario. A menudo, la única demanda que nos hace la entidad es cómo acceder a subvenciones, cómo elaborar sus proyectos, cómo poder llevar a cabo una acción concreta.
Por tanto, debemos saber conjugar los intereses y las expectativas de la entidad con nuestra voluntad de conducirlas a procesos de desarrollo comunitario.
Los objetivos específicos que debe plantearse el educador o educadora social en esta fase son:
Algunas estrategias o acciones que se pueden llevar a cabo para trabajar en esta concienciación de la dimensión colectiva son:
Las citadas estrategias nos permitirán llevar a cabo este proceso y, al mismo tiempo, comportarán unos beneficios para la entidad. Por otra parte, en cuanto nos situemos en el momento actual, después del análisis retrospectivo, se iniciará un análisis de cuáles son las dificultades, las potencialidades y los recursos de qué se dispone para hacerlos posibles.
Por tanto, es a partir de este momento que podemos empezar a hablar de un proceso de autoformación de la entidad. Es también en este momento que pueden empezar a aparecer demandas formativas de los mismos miembros, con la intención de hacer frente a los proyectos que como asociación pretenden realizar.
Esta fase puede alargarse en el tiempo y será la que exigirá un mayor nivel de implicación al educador o educadora social.
Esta fase, a diferencia de la primera, no tiene por qué alargarse mucho en el tiempo. Es un proceso bastante lógico según el cual, cuando se tiene conciencia propia, se puede iniciar una fase de interacción, de intercambio con el entorno más inmediato.
Por otra parte, el límite entre una y otra fase es muy difuso, no representa la finalización de un proceso y el inicio de otro, sino que es una continuidad. A medida que se va consolidando esta conciencia colectiva, ya se va iniciando el proceso hacia la toma de conciencia comunitaria.
Debemos pensar que esta conciencia colectiva ha sido posible gracias a una organización y producción colectivas, y al mismo tiempo las ha hecho posibles; por lo tanto, muchos de los valores, actitudes, dinámicas y recursos que se habrán generado para llegar a este proceso son los mismos que permiten entrar en dinámicas comunitarias.
La finalidad se centrará en dimensionar el trabajo de la entidad en un territorio, en un entorno social, político, económico… en el cual está inmersa y con el que interactúa. Es necesario hacer evidente que, a pesar de que no se haya establecido, formalmente, un canal, una intención de comunicación entre la entidad y la comunidad, la comunicación existe. ¿Qué quiero decir con esto? Que, aunque no se haya establecido una relación, un contexto de comunicación, la comunicación está presente. Sin embargo es una comunicación “no verbal”, implícita, cargada de subjetividad por las dos partes, difusa, etc.
Es necesario, pues, generar este contexto de comunicación con la comunidad, establecer una relación que nos permita intercambiar, colaborar, crecer juntos.
Los objetivos que han de orientar las estrategias en esta segunda fase son:
Y, finalmente, debemos centrarnos en:
Es en este momento cuando se inicia un proceso de crecimiento y madurez muy interesante en el seno de las entidades. Este es un momento que aglutina diferentes dimensiones: un crecimiento individual y colectivo en el seno de la entidad, la obertura de la entidad hacia la comunidad y el consiguiente reconocimiento público.
Los objetivos específicos que debe plantearse el educador o educadora social en esta fase son:
Algunas de las estrategias o acciones que se pueden llevar a cabo para trabajar en esta concienciación de la dimensión comunitaria son:
La entidad empieza a vivir de cara a la comunidad, empieza a establecer vínculos, empieza a ser consciente del potencial que tiene la comunidad y la misma entidad como parte integrante de la misma.
Esta fase es la “culminación” de las dos anteriores. Es en este momento en el que la entidad pasa de tener conciencia de institución de la comunidad a ser una entidad promotora de esta comunidad y, por lo tanto, generadora de esta organización comunitaria.
Como muy bien explica Kisnerman, “la comunidad no es un a priori, sino un proceso de construcción y su resultado”. Por tanto, esta institución puede empezar a generar comunidad.
En este momento todas las estrategias y acciones han de centrarse en ayudar a la entidad para que pueda avanzar en esta construcción.
Por tanto, se repetirán muchas de las acciones que se han llevado a cabo en el seno de la entidad, pero en este momento ya no quedarán en este marco, sino que se realizarán en uno más amplio donde habrá diferentes entidades e instituciones.
En este momento se llevarán a cabo funciones de ayuda técnica a:
Llegados a esta fase, ya podemos hablar, propiamente, de desarrollo comunitario. A partir de una entidad del territorio, se han generado dinámicas, se ha capacitado a la población, con la intención de que sea ella misma la que haga un diagnóstico de sus necesidades, busque posibles soluciones y lleve a cabo las acciones para sobrepasarlas.
Esta parte está compuesta por unas reflexiones finales sobre las actitudes y aptitudes que han de impregnar el trabajo de un educador o educadora social que trabaja en este tipo de proyectos. Como veréis, algunas se refieren al trabajo con personas de otros orígenes culturales –dado el fenómeno de la globalización que, por la importancia que ha adquirido, no puede dejar de analizarse cómo afecta a la tarea del educador o educadora social–, otras se refieren al trabajo comunitario propiamente; pero todas nos llevan a reflexionar, más allá del rol profesional, sobre la función social del educador o educadora social.
Según Kisnerman (1983), una de las funciones del educador o educadora social se centra en el proceso de promoción. Entendiendo esta promoción como el “proceso de estimular a los habitantes de un territorio para que se transformen en vecinos, que como tales tomen conciencia de sus problemas colectivos; conozcan sus recursos, aptitudes y capacidades para afrontar los problemas; elaboren un plan de acción y consigan la comunidad que desean”.
El educador o educadora social, para hacer posible este proceso, debe partir, según J. M. Rueda (1998), de:
El educador o educadora social no ha de intervenir resolviendo los problemas, las necesidades, sino que interviene con la población “afectada”, buscando y desarrollando sus capacidades, que tiene y que no utiliza, para que sea ella misma la que modifique las condiciones que provocan o mantienen el problema.
Por lo tanto, el educador o educadora social se transforma en un mediador entre los diferentes elementos del sistema. Bajo mi punto de vista, acabamos siendo un imán que atrae a los diferentes elementos del sistema. Cuando estos elementos ya están juntos y empiezan a tomar conciencia que forman parte de un mismo sistema, empezarán a actuar como tal y, por tanto, empezarán a interrelacionarse entre ellos y generarán redes de comunicación, de afecto, etc.
Debemos partir de la idea de que la gente sabe lo que quiere; la gente quiere ser feliz, quiere sentirse querida, y esto sólo se consigue si se siente parte de alguna cosa, de algún lugar. También tenemos que tener presente que sólo las mismas personas saben como obtener esta felicidad, cómo mejorar su situación. Nosotros no debemos pretender nunca “substituir” esta capacidad de las personas (intervención quirúrgica). Nosotros debemos facilitar que las personas, los colectivos, recuperen y busquen los recursos y las capacidades –y se apropien de ellos– que les permitan llegar al bienestar esperado. Haciendo esto permitiremos que las personas, las comunidades, sean protagonistas de sus propias biografías, de sus propios cambios y mejoras y, por tanto, todos y todas conseguiremos el éxito: nosotros, porque habremos facilitado el crecimiento, la autonomía de las personas; ellas, porqué habrán conseguido realizar sus propios deseos, habrán podido mejorar, recuperar estas relaciones con el entorno que les permitan ser más autónomos.
Otro aspecto que creo que debemos tener en cuenta a la hora de promover estos procesos, es el papel de los líderes de la comunidad, cómo podemos potenciar y capacitar a estas personas para que sean ellas mismas las que acaben promoviendo y dinamizando estos procesos. Estas personas son legitimadas por la comunidad por sus valores, sus capacidades, etc. Por tanto, pueden facilitar y multiplicar estas dinámicas, y darles continuidad, en el seno de la comunidad.
Recuperando las ideas de promoción/educación popular de Paulo Freire (1988), el educador o educadora social debe partir de un concepto de educación problematizadora o liberadora. Partiendo de esta concepción de la educación, el profesional “no transmite conocimientos y valores a los educandos, sino que supera la contradicción educador/alumno al afirmar el diálogo como esencia de la educación. Esto supone la negación de la persona abstracta y aislada, desligada del mundo; y la negación del mundo como realidad ausente de las personas”. Para él, la educación liberadora “pretende desarrollar en el individuo una conciencia crítica que le permita reflexionar sobre una situación, valorarla y valorarse a sí mismo. Las personas, a través de esta conciencia crítica, pueden realizar una verdadera creación cultural, vivir el proceso de su liberación”.
Como señala Pedro H. Velázquez (1960) y partiendo de su visión de promoción comunitaria, el trabajador o trabajadora social “aparece como el educador de la democracia, defendiendo los derechos del pueblo sin olvidar recordarle sus deberes”.
Creo, en este sentido, que el educador o educadora social debe promover, en todas sus acciones, la participación activa de las personas. Esto significa compartir poder, sin perder la conciencia de nuestro rol profesional, sino todo lo contrario.
Por otra parte, para promover la democratización se ha de practicar. En este sentido, el educador o educadora social debe ser respetuoso con las capacidades, intereses, momentos y ritmos de las personas. Debe permitir que se expresen con libertad, ser protagonistas de sus procesos. A veces, esta dimensión genera cierta “frustración” en algunos educadores sociales. Es cierto que a veces para “agilizar”, para “ir más rápido”, intentamos pasar por alto algunos de estos procedimientos, planteamientos. La verdad, sin embargo, es que la rapidez que se gana por un lado se pierde por el otro y, a menudo, la recuperación aún es más lenta. No debemos tener miedo de ir despacio, a pesar de que nos “amenace” la urgencia. Tenemos que saber buscar el equilibrio en nuestra intervención.
Nosotros, como profesionales de la educación, debemos tener en cuenta que tenemos un bagaje cultural muchas veces diferente del de las personas con las que trabajamos. En este sentido, es necesario que sepamos autoevaluarnos (utilizando las herramientas que sean necesarias), para no caer en comportamientos etnocéntricos, eurocéntricos o, en el peor de los casos, racistas y xenófobos.
Como profesionales de la educación, hace falta que nos posicionemos respecto a nuestras cosmovisiones. Con esto quiero decir que tenemos que dejar que se vea lo que somos detrás de nuestra apariencia, tenemos que posicionarnos, con la intención de generar opinión, debate, discusión… sin caer en situaciones opresivas, de favoritismo, de segregación. Creo que tenemos que ser conscientes de la diversidad pero no hacerla diferente, sino integrarla como especificidad del ser humano, con todos los conflictos que puede generar, ya que es a partir de aquí que podremos empezar a hablar de intercambio, de interacción, de comunicación entre culturas y de lo que para mí es prioritario: ¡COMUNICACIÓN ENTRE PERSONAS!, ya que la cultura es un constructo, una idea, pero la persona está viva, tiene necesidad de compartir, de sentirse acompañada y con el apoyo de otros semejantes, etc. Es a partir del día a día entre las personas que se podrá pasar a un contexto más abstracto como es el de la cultura.
(1) Según pensaban: “para ayudar al Tercer Mundo a despegar del retraso económico, laboral, sanitario, cultural, social y educacional en que se hallaba”.
(2) Esto nos remite a algunas ideas sobre identidad. Mi yo se define en tanto que formo parte, en tanto que me siento adscrito a un grupo, a una cultura, etc. Sólo así puedo llegar a ser un ser social con capacidad de interactuar con mi entorno. Por otra parte, mientras que, cuando estamos hablando de procesos de construcción identitaria del individuo muchas de las cuestiones se hacen de manera “inconsciente”, cuando es un proceso de construcción colectiva es necesario “hacer conscientes” todas estas cuestiones. En este “hacer consciente” está el proceso de reflexión y debate colectivo que debe permitir a cada miembro ubicarse; es decir, debe permitir que cada miembro encuentre un sentido, un beneficio, a esta pertenencia.
(3) Cuando hablamos de conciencia comunitaria, debemos dimensionarla en un territorio concreto que es el municipio, como territorio de referencia, de interacción de la entidad a todos los niveles: social, político, etc.