Jaume Casacuberta. Educador social. Responsable de la red municipal de centros cívicos y director del postgrado en Desarrollo Cultural Comunitario del Ayuntamiento de Granollers (Barcelona).
La dinámica actual de nuestra sociedad requiere otros métodos de intervención comunitaria que hagan más real y efectiva la implicación de colectivos en la resolución de los conflictos propios que afectan a las personas que los forman. Por otro lado, la experiencia profesional que ha ido definiendo prácticas diversas en el marco del trabajo comunitario dentro de los ámbitos técnicos, artísticos, asociativos, etc., necesita ahora nuevos sistemas de actuación.
La inclusión de la variable ‘artes’ y ‘cultura’ en la práctica del trabajo comunitario da como resultado el desarrollo cultural comunitario, un concepto que describe un modelo de intervención y de mediación, que nos presenta la existencia de una metodología eficaz de trabajo sociocultural que toma el arte, en sus diversas formas y expresiones, como herramienta para la transformación social.
El desarrollo cultural comunitario contempla la cultura como eje vertebrador de procesos colaborativos, como el camino para vincular nuevos proyectos de base social, como vehículo para dinamizar, transformar y dialogar, como canalizador de iniciativas de transformación que impliquen al conjunto de una sociedad que necesita denunciar, cambiar, debatir y hacer sentir su voz a través de otros lenguajes expresivos, siempre con la finalidad de provocar cambios en positivo y de dar un papel activo y decisivo a la gente en los asuntos que conciernen a la propia comunidad.
Si echamos la vista atrás y recordamos el camino hecho en el ámbito de la acción y del trabajo comunitario, nos daremos cuenta de que ya hace unos cuantos años que en nuestro país se proponen y llevan a cabo prácticas diversas, formalizadas en proyectos e iniciativas, que tienen como protagonistas a las comunidades locales y que se desarrollan a partir de procesos artísticos, con el objetivo de favorecer unos determinados cambios en positivo en la misma sociedad.
Este tipo de prácticas, de un marcado carácter sociocultural, tienen entre ellas una serie de denominadores comunes como la intervención de los artistas en la acción, el trabajo con las comunidades, la participación social activa en el proceso, la transmisión de valores, etc. y también se pueden identificar unos ámbitos de actuación concretos en los que hay que incidir y unas disciplinas artísticas que se definen como recursos para la intervención social y cultural. Todo este conjunto de elementos forman parte de una metodología y la suma de todo se puede englobar en un mismo concepto que incide en las relaciones entre cultura y comunidad.
Lejos de ser una forma artística, el concepto desarrollo cultural comunitario (DCC) describe una práctica artística comunitaria que, en un mismo proyecto o actividad, involucra a artistas y a comunidades en procesos creativos de carácter colaborativo, con el objetivo final de transformar una realidad previamente identificada.
Esta metodología del DCC en nuestro país, aunque como ya he comentado antes, hace mucho tiempo que se practica, aún hoy no se ha definido en un concepto claro. Esta aclaración pasa necesariamente por la definición del concepto en cuestión, por una definición que ha de dar respuesta a una serie de políticas y de prácticas que se desarrollan principalmente en el marco o ámbito sociocultural, que tienen el arte y la cultura como principal apoyo y recurso para la acción y que se plantean favorecer procesos orientados al cambio en el seno de las mismas comunidades.
En este sentido, pues, el desarrollo cultural comunitario se define como el conjunto de iniciativas locales con el objetivo de expresar, mediante los lenguajes expresivos del arte y de la cultura, identidades, preocupaciones e ideas mientras se construyen capacidades culturales y se contribuye al cambio social.
En nuestro país, el concepto DCC aparece a través del Ayuntamiento de Granollers (Barcelona) el cual, entre los meses de octubre de 2005 y marzo de 2006 convoca y organiza las Primeras Jornadas Internacionales de Desarrollo Cultural Comunitario. Estas jornadas se marcaron como finalidad dar a conocer el DCC por todo el país, formar profesionales de distintas disciplinas en este ámbito del DCC, favorecer el establecimiento de la definición del concepto del DCC y crear redes de trabajo y de relaciones profesionales en torno al DCC. El motivo por el cual el Ayuntamiento de Granollers liderara esta singular iniciativa de reflexión alrededor del DCC es que esta administración local, ya desde 1994, venía apostando por un modelo de acción cultural de proximidad en la aplicación de sus políticas culturales municipales. En este modelo, los centros cívicos de la ciudad tuvieron un protagonismo relevante, en la medida en que diseñaron e impulsaron procesos de trabajo comunitario a partir de diferentes prácticas artísticas colaborativas entre artistas y comunidad, siempre y en un primer momento con la voluntad de reflexionar sobre la propia realidad del territorio, para después dar respuesta a preocupaciones diversas de la comunidad.
Las principales referencias sobre este estilo de trabajo cultural comunitario impulsado por los centros cívicos de Granollers, las podemos encontrar en iniciativas como el proyecto “La granota de Can Bassa” (La rana de Can Bassa) que, a partir de una reflexión compartida sobre la identidad de la comunidad y con la utilización de lenguajes expresivos de las artes plásticas y de las artes de la fiesta, hizo posible la creación por parte de la comunidad de un icono común; el proyecto “Àvies amb ganes” (Abuelas con ganas), que favoreció el aumento de la autoestima personal y colectiva de un grupo de mujeres de la tercera edad que descubrieron su capacidad para producir una sugerente exposición itinerante sobres nuevas formas de reciclaje de plásticos a partir de técnicas propias de las artes textiles; o el proyecto “La finestra” (La ventana), un proyecto de DCC que, a partir de la propuesta de colocación de una escultura de arte público contemporáneo en la plaza principal de un barrio concreto, se propició una reflexión vecinal sobre la ocupación de los espacios públicos con productos artísticos diversos, y que, al final del proyecto, la obra escultórica en cuestión abandonara su condición inicial de escultura impuesta, para adquirir una nueva condición de escultura querida y deseada por la comunidad.
El máximo exponente en proyectos municipales de DCC en la ciudad de Granollers llega en 2004, cuando el ayuntamiento de Granollers y el Australia Council for the Arts (Consejo de las Artes de Australia) inician una relación que se materializa con la beca de intercambio que este organismo facilita anualmente a un número determinado de CCD workers, con la intención de que estos participen en el diseño y ejecución de un proceso de desarrollo cultural comunitario a cualquier lugar del mundo.
En el marco de esta iniciativa, la ciudad de Granollers se identifica como una ciudad que puede impulsar de manera efectiva procesos de DCC. En este sentido, se da acogida a la artista australiana Marcela Nievas, experta en teatro social y fotografía aplicada a procesos comunitarios, con la que se diseña un proyecto de DCC de aplicación en la zona norte de la ciudad y que ha de contar con la participación activa de los vecinos y vecinas de este territorio. Este proyecto, llamado “El somni” (El sueño), marca el inicio formal de un estilo de trabajo de acuerdo con la metodología que caracteriza los proyectos de DCC.
La zona norte de Granollers era un territorio conformado por cinco barrios de la ciudad con más de diez mil personas, la mayoría de población inmigrada de los años sesenta y otra parte de la denominada nueva inmigración, procedente del Magreb y del África subsahariana, y a pesar de que en aquel momento se estaba construyendo el quinto centro cívico de la ciudad, el territorio tenía un cierto déficit de servicios y equipamientos municipales.
Marcela Nievas, junto con Beatriz Burgos, Rosa Iglesias, Vivian Lion, Loren Merchán y Pere Báscones, artistas vinculados al proyecto municipal de arte emergente INcívics, formaron un equipo pluridisciplinar con el objetivo de relacionar diferentes metodologías de trabajo y de esta manera complementarse mútuamente para desarrollar un proyecto de integración territorial a nivel de barrio e iniciar un proceso de diálogo y reflexión sobre las transformaciones que se estaban produciendo en los barrios que conforman la zona norte de la ciudad.
El proyecto asentaba sus bases en el diálogo con las comunidades y entre sí y, en este sentido, el fomento de la participación es uno de los pilares básicos en los que se deben sustentar los proyectos de DCC, junto con los procesos de relación e intercambio que se tienen que dar entre los ciudadanos que participaron en el proyecto que, en este caso, trabajaron a partir de los lenguajes artísticos de la imagen, el teatro y la palabra escrita.
A partir de la participación de diferentes entidades y asociaciones del territorio, de las escuelas y de personas del barrio a nivel individual, “El somni” creó las condiciones óptimas para imaginar “otro barrio”, en el que lo que más valorado fueran las personas que viven en el barrio y la manera cómo se relacionan entre ellas.
“El somni” finalizó en junio de 2004 y dejó un proyecto abierto al desarrollo continuo protagonizado por la gente de los barrios que configuran la zona norte de Granollers. Con esta propuesta el ayuntamiento de la ciudad abrió una nueva línea de actuación, que se va consolidando poco a poco con nuevos proyectos, nuevos agentes participativos y nuevos profesionales que dinamizan y dirigen acciones que tendrán que ser el fundamento del futuro programa municipal DCC Granollers.
El desarrollo cultural comunitario es una práctica ampliamente extendida y definida en el contexto sociocultural australiano. Éste, con un peso específico dentro de los programas de los organismos gubernamentales del país, tiene una importancia capital en el desarrollo de sus políticas sociales.
Prácticamente desde sus inicios el Australia Council for the Arts ha ido exportando esta metodología de trabajo por los diversos continentes, adaptando el nuevo concepto a proyectos que se desarrollen en otros países del mundo. Estos proyectos consideran que el arte puede tener dos funciones: una primera instrumental, que determina las condiciones que se han de dar para posibilitar que los lenguajes expresivos se conviertan en nuevas herramientas de trabajo para la comunidad, y una segunda transformadora, que muestra como a través del arte y de sus efectos pueden cambiar determinadas situaciones.
El DCC no tiene una teoría o un código de la práctica formalmente convenidos, sino que se fundamenta en un marco convenido libremente por los profesionales que trabajan en y con el sector. Es una práctica que incide de manera creativa con las comunidades, y lo hace en su propio territorio, en el ámbito de sus manifestaciones y a partir de su práctica cultural. Los proyectos y los programas de DCC se centran en el trabajo con las comunidades para determinar su visión para el futuro, encontrar soluciones y llevarlas a cabo, a partir de la emergencia de nuevas ideas y maneras de actuar.
En sociedades en las que algunos grupos sociales aún disponen de más acceso a los recursos, a la educación y a los procesos políticos que otros, en sociedades en las que estos grupos también tienen más energía para proyectar sus valores y establecer un sistema de organización dominante con valores que imposibiliten y opriman a menudo a otros grupos, el DCC interviene cómodamente desde las políticas de democracia cultural, ya que éstas ponen en primer término la equidad en la transmisión de ideas, valores y aspiraciones, y también permiten que puedan existir varios puntos de vista y sean expresados dentro de la sociedad.
Así pues, se manifiesta el principio de la autodeterminación, entendido como la posibilidad y capacidad de una comunidad de decidir y crear su propio futuro, un principio fundamental del DCC. Este principio favorece la acción cultural de la comunidad y es una parte esencial para darle poder y, así, facilitar el cambio.
La acción desde el DCC se refiere profundamente a la justicia social y permite que comunidades y grupos que se pueden considerar “desvalidos” en algún sentido, encuentren una nueva voz por sí mismos, una nueva manera de hacerse oír y de tomar parte en los asuntos públicos que les conciernen directamente.
Los programas y los proyectos de DCC pueden proveer de espacios relacionales óptimos que son útiles para explorar la naturaleza de posibles injusticias o desigualdades y para desarrollar maneras constructivas y creativas de trabajo que las contrarresten. Está claro que el DCC no es una práctica del bienestar; sin embargo, proporciona nuevos foros y nuevas oportunidades que favorecen incluso su influencia en los espacios de toma de decisiones políticas.
Las políticas culturales de desarrollo entienden la participación activa de la gente en la vida cultural como una meta esencial de la comunidad, y la igualdad entre ellas es una premisa. El DCC promueve la participación desde la igualdad, donde ninguna persona es superior a otra y donde la diversidad social es el principal activo cultural de la propia comunidad.
La expresión de la diversidad cultural de una comunidad a través de la utilización de los lenguajes expresivos de las artes favorece el descubrimiento y la transmisión de los valores e ideas propios de cada uno, y los proyectos de DCC utilizan cualquier medio o práctica del arte para esta finalidad, siempre dependiendo de las necesidades de la comunidad, de su capacidad expresiva y de los recursos disponibles. El proceso creativo y la producción del arte son una gran manera de expresar valores e ideas, especialmente cuando el arte es fruto de la colaboración, en la medida que crea otro nivel de contacto entre estas ideas y valores, y pide a la comunidad que pregunte, aprenda y comparta. Es, pues, una manera extremadamente eficaz de comunicar una visión compartida, y en el proceso de materialización de la forma comunicativa siempre se producen nuevas conexiones entre las personas, que suponen ventajas diversas para los participantes en el proyecto de DCC, para los profesionales que han hecho el acompañamiento durante el proceso y para las audiencias de los productos artísticos que pueden surgir como resultado del proceso de colaboración.
Con el DCC, el descubrimiento de nuevos lenguajes expresivos y la producción del arte se convierten en medios de gran alcance para el cambio y el desafío, y para poner de manifiesto nuevas opciones, por lo que los artistas del DCC y los trabajadores sociales y culturales que participen en estos proyectos adquieren el rol de agentes favorecedores del cambio en este contexto. Estos agentes ponen en el centro de la cultura a la gente, a toda la gente, y utilizan los lenguajes expresivos de las artes y la cultura como herramientas para la transformación social, donde el proceso es tan importante como el producto.