Raúl Castillo. Psicólogo y educador social.
Poniendo la mirada en nuestros barrios y en el concreto de nuestro trabajo de promoción, apoyo y sobre todo acompañamiento mutuo a las personas participantes de nuestras asociaciones y recursos, postulamos que: mientras desde la administración pública y desde otro tipo de instancias como la universidad o los propios movimientos sociales, se está promoviendo una labor muy interesante de asentamiento de desarrollos participativos y comunitarios; inversamente, en el trabajo con personas afectadas por procesos de exclusión social, estamos en un momento de involución de este tipo de formas de hacer. Hoy en día, de nuevo como entonces, se vuelve a editar la lucha entre el modelo Richmond de trabajo de casos y el de Addams de trabajo de asentamiento, de comunidad. En la actualidad claramente vence el primero. En este artículo queremos desarrollar un análisis de varias opciones que entendemos constituyen una tendencia que consideramos peligrosa para el desarrollo de un trabajo significativo con personas inmersas en procesos de exclusión social.
Y las casas que esconden los deseos
detrás de las ventanas luminosas,
mientras afuera el viento
lleva un poco de barro a cada rosa.Barrio sin Luz. Pablo Neruda.
Hace tiempo que vivimos con los ojos abiertos y aprendiendo de las gentes que nutren nuestros barrios con su vitalidad. Son ya años viéndonos las caras y compartiendo lugares y sobre todo historia. También son años en los que hemos visto trasformarse el marco de nuestras intervenciones dentro del difícil espacio en el que siempre han habitado, el espacio de las dobles o a veces múltiples encomiendas, en el que servimos a quienes nos financian tratando de ser fieles en la misma acción a las personas para las que estamos destinados a ser apoyo.
Es de este marco del que hoy queremos hablar. Y lo hacemos desde la perspectiva de proyectos de intervención con personas en exclusión social que tienen en los barrios su centro de operaciones, su nutriente de personas y sobre todo su horizonte de relación y apuesta. Es desde aquí desde donde, mirando atrás en nuestro recorrido, nos damos cuenta de cómo el marco en el que nacimos como proyectos se va desarrollando hacia unos caminos que en muchas ocasiones no compartimos y cómo estos derroteros nos van condicionando y reduciendo nuestra capacidad de intervención.
Queremos centrarnos en el análisis de esta tendencia que entendemos que está guiando las políticas de acción social y que creemos que está significando un mayor empobrecimiento de la dimensión comunitaria en el trabajo de muchos de nosotros.
Queremos en este apartado mostrar por medio de polaridades muchas de las contradicciones con las que este modelo de intervención social se está enfrentando. Entendemos que muchas de las políticas sociales están teniendo una dirección que no compartimos. Esta dirección nos implica en mayor o menor medida a todos y creemos que, desde el lugar que ocupamos, podemos y debemos hacer una interpretación de qué nos puede implicar continuar por estos derroteros.
El entender este apartado desde una dimensión dialéctica nos puede ayudar a comprender mejor las tensiones que conducen a tomar determinados caminos. El hecho de establecer este juego de contrarios, es una manera de querer acentuar un espíritu de crítica que no trata sino de complementar un extremo con el otro. Sin embargo en el marco de estos bipolarismos es siempre uno de los dos extremos el que está imprimiendo el tono de la intervención; y es por ello por lo que aún entendiendo el valor de cada una de estas apuestas critiquemos la falta de compensación con el extremo contrario.
Queremos también en esta exposición tratar de profundizar en los porqués y los hacia dónde de estas opciones.
Cada vez más los Servicios Sociales tienden hacia una realidad que se va centrando en el individuo en lugar de en la comunidad. Cada vez más en los programas que desarrollamos se valora como indicador fundamental el trabajo con el individuo. Se cifran los resultados y los avances, en el reducir los indicadores de riesgo, previamente adecuados a la realidad personal o como mucho familiar.
Desde las distintas ciencias sociales y por supuesto en todos los marcos teóricos de la Educación Social, hace tiempo que se entiende que las problemáticas sociales determinan o condicionan la configuración de las situaciones individuales. La realidad de la persona viene condicionada por la interacción individuo-situación. Esta verdad creo que no se discute desde ningún ámbito académico o desde ninguna realidad de la intervención actual, no obstante, a través de la práctica educativa, cada vez es más patente que se van dejando de lado los trabajos que tengan que ver más directamente con perspectivas comunitarias.
Es evidente que ha sido positivo todo el avance que se ha desarrollado en cuanto a la definición en lo individual, lo mismo que lo es el hecho de que sin el desarrollo de un intenso trabajo a este nivel es imposible acercarse a intervenciones personalizadoras y por lo tanto transformadoras. Pero, para nuestro entender, que el trabajo sea únicamente a este nivel, tiene muchas veces como consecuencia la personalización de las problemáticas, o lo que es lo mismo hacer únicos responsables de un cambio que muchas veces transciende lo personal a las personas criadas en ambientes de exclusión.
Nos llama la atención como desde los centros de reforma o desde equipos educativos de los barrios, se trabaje porque determinados jóvenes dejen de consumir drogas, robar o cosas parecidas. Hablamos con ellos y ellos nos dicen que entienden que es mejor así, que es la única forma de progresar, de vivir mejor, tener una familia… Sin embargo, el peso de la culpa se lo llevan toda ellos y ellas. Se ven a sí mismos como los únicos responsables, y tratan y son tratados de esa manera.
Es evidente que el hecho de justificar todo comportamiento desde la “excusa” de que la sociedad te ha “determinado” así puede provocar mucho daño, sobre todo para las propias personas rotas necesitadas de reaccionar más que de ser justificadas. Pero entre la justificación y la comprensión hay un abismo, y el hecho de que la realidad del trabajo social esté escorada hacia lo individual, no deja de tener alguna (o mucha) responsabilidad en la “personalización de las problemáticas” que con el tiempo se convierte en simple y llana culpabilización con el consabido estigma social que esto conlleva.
La complejidad del trabajo en contextos más amplios que el individual, sobre todo en cuanto a recogida concreta de avances, supone la pérdida de otro tipo de metodologías como la educación de calle, el trabajo con grupos naturales o la potenciación de liderazgos y redes en los barrios. Esta opción significa una pérdida significativa para los que entendemos que el trabajo social debe potenciar una mejora de los contextos amén de “readaptar” a las personas a otras normalidades.
Otro de los conflictos que nos estamos encontrando hoy en día en nuestro quehacer, tiene que ver de nuevo con esta construcción segmentada que deviene del desarrollo de la educación social en los criterios actuales. El hecho de segmentar la realidad en cuanto a grupos específicos facilita una gestión eficiente de los recursos; sin embargo se queda corta cuando quiere responder a una realidad que no es comprensible dentro del sistema de cajones estancos en la que se la quiere comprimir.
Son muchos los ejemplos que nos llaman la atención sobre este tema. Cuando uno se pone a buscar formación específica superior de ámbito del estado, es muy curioso ver como se multiplican los cursos, posgrados o másteres en los que se trabaja sobre colectivos específicos. Hay másteres sobre menores inadaptados, sobre el trabajo con prostitución, con madres solteras, agredidas, con toxicómanos, incidentes, reincidentes… En el tiempo que llevamos trabajando en el barrio, la realidad nos muestra como todas esas “colectividades” se mezclan y conviven entendiéndose a sí mismas como muchas otras cosas a parte de esas acotaciones con las que se les o las nombra.
Nos seguimos encontrando con menores que al pasar el tiempo llegan a la edad de fin de proyecto justo cuando entran en una relación significativa; o con chavalas que se hacen mayores y tienen que dejar los pisos de acogida ¡a los 18 años! Nos encontramos con madres y padres de los que somos el único referente “oxigenante” sin poder trazar una relación educativa porque se va de nuestras funciones y así un sinfín de ejemplos.
El fenómeno fundamental al que responde este giro hacia lo específico, tiene que ver con la profesionalización fulminante del sector. Cada vez es más necesario acotar los terrenos entre la educadora, la trabajadora social, la psicóloga (no olvidemos que la mayoría de las trabajadoras en este campo son mujeres) y el guarda de seguridad que cuida la puerta. Cada una en su papel y los destinatarios mareados. La pelea gremial y su aporte diferenciado han marcado límites en la intervención que nos han ayudado a operativizar intervenciones diferentes, sin embargo, a veces nos resulta que en vez de ofrecer servicios eficaces a la multiproblematicidad desde los múltiples enfoques, lo que conseguimos es cortar a las personas en unidades reducidas en base a diversos tratamientos metodológicos.
A veces los jóvenes, niños o familias pasan por los profesionales sin que nadie se haga cargo de la realidad de su vida, sin que nadie le ayude a vivir con lo que es. Pasa por el colegio donde se educa su intelectualidad; pasa por el centro de menores donde le “reinsertan” para que no robe; llega al recurso de empleo y le encuentran un trabajo, y, sin embargo, en muchas ocasiones no hace sino pasar de un recurso a otro sin encontrar un apoyo a lo que vitalmente, a la joven, al niño o la madre le interesa de verdad; su vida “real”, esa en la que convive con un marido que no le trata muy bien, esa en la que ha ido perdiendo familiares, o esa en la que disfruta con sus amigas y sueña con vivir siempre en ese barrio con la misma gente porque es lo único que conoce (ya siempre que soñó algo más allá, le salió demasiado mal…).
De nuevo cuando miramos la realidad no podemos sino darnos cuenta de que la especialización y especificidad del trabajo social no sólo nos aporta mucho en nuestro día a día, sino que sencillamente es imprescindible. Sin embargo, nunca se nos tiene que olvidar que los cortes que hacemos a la realidad, son cortes que nos sirven a nosotros y a nuestra forma de gestionar los servicios sociales, y que no tienen por qué servir de igual manera para la efectividad en un trabajo social en el que la realidad es mucho más dinámica, compleja y comprensiva.
Una vuelta más en esta comprensión dialéctica la obtenemos al darnos cuenta de que, cuando anteriormente hablábamos de la especialización y de la especificidad, nos referimos también a una especialización basada en “problemáticas” o en base a colectivos definidos fundamentalmente por sus problemas.
Si antes decíamos que al individualizar el tratamiento centramos en el individuo la responsabilidad, ahora diremos que al definir el trabajo social en cuanto a problemáticas lo que conseguiremos será problematizar a los individuos o bien tratarlos solo en base a sus problemas.
Esto significa grosso modo que, cuando estemos con un joven sin empleo, lo fundamental será trabajar su inserción laboral, o que cuando nos encontramos ante un joven toxicómano tendremos que tener en cuenta que el objetivo por el que nos pagan es “sacarle” de la droga, o que al trabajar con una mujer que se prostituye lo fundamental será que rehaga su vida fuera de las calles. Lo que define la intervención es el problema y las gafas con las que miramos a esta persona tienen que ver con esto. Las personas se convierten en lo que tienen de problemático y desde ahí es muy difícil no trasmitir una visión negativa. Es complicado salir de esta trampa y más cuando nos damos cuenta de que lo que define nuestros proyectos tiene más que ver con esta problematización de las personas más allá de la propia realidad en la que viven.
Pero no nos podemos olvidar de que la vida va mucho más allá de los problemas y que el hecho de centrarse únicamente en ellos puede conseguir que toda la realidad se tiña de ese mismo color.
Actualmente hay muchas personas que se están formando para trabajar con “colectivos desfavorecidos”, con personas en “situación de riesgo”, que se están especializando en tratamiento a toxicómanos bipolares, o a menores en situación de infravivienda.
De nuevo el tema no está en que no sea eficaz trabajar por problemáticas. El tema está en que el acrecentar esta tendencia está consiguiendo objetualizar a las personas y tratarlas únicamente como problemas.
Otra de las consecuencias de la tan nombrada, progresiva y cada vez más arraigada entrada de la lógica de la gestión administrativa en la realidad y la justificación de la labor desarrollada desde dichos proyectos se desarrolla en este punto.
Es evidente hoy en día que términos como “calidad”, “homologación”, “optimización de recursos” o sus correlatos en tareas como la memoria, recogida de indicadores, registros de “usuarios”, “fichas de admisión” etc. conforman una buena parte de la tarea de tantos y tantas educadoras, trabajadores sociales y demás.
Sería ridículo hacer una crítica absoluta a esta tendencia. Es cierto que la progresiva inclusión de determinados modos de hacer ha supuesto en muchos casos un aumento de la calidad de las intervenciones. Pero por otro lado sería de nuevo ingenuo no advertir que esta propensión tiene más que ver con una lógica de gestión que trasciende los propios dinamismos de la realidad del trabajo en exclusión social.
Muchas veces nos encontramos pasando horas y horas rellenado papeles de justificación de nuestro trabajo sin encontrar casillas en las que poder meter muchas tareas que, sin ser objeto explícito de nuestra intervención, vemos necesarias, convenientes, o a veces simplemente inexcusables. La realidad tiene parámetros mucho más amplios que las casillas en las que la gestión quiere poder meterlas. Hoy en día corremos más peligro de que esta Educación Social centrada en la gestión, llegue un día (en muchos casos ya está llegando) en el que se encuentre tan alejada de la realidad que no sea significativamente útil.
Nos vamos dando cuenta de cómo, aún dentro de estas lógicas, cuando una asociación o proyecto consigue establecer vínculos significativos y constituyentes con las personas destinatarias de su trabajo y eso sale a la luz, es algo que se nota y nos deja distintos. Todos conocemos este tipo de asociaciones o recursos, y en más de una ocasión nos hemos sorprendido por el respeto que producen, fundamentalmente por lo que tienen de reales. Cuando las personas de los barrios nos identifican como algo suyo, cuando nos nombran y convocan por nosotros, cuando nos integran en sus dinámicas, entonces, entendemos la diferencia que separa el polo de la cantidad y el del significado.
Como varias de las demás polaridades, también ésta está directamente relacionada con las anteriores. Sería otra cara de un mismo fenómeno, una manifestación diferente de la misma tendencia, si bien es cierto que con implicaciones significativamente reseñables.
En el punto anterior destacábamos cómo en el marco de estas elecciones en las políticas sociales se está potenciando el trabajo con problemáticas por encima del trabajo más integral con las personas afectadas por los subsiguientes problemas. En esa misma lógica entenderemos que en la mayoría de los proyectos actuales la demanda tiene un significado fundamental que da sentido a la intervención propiamente dicha y que fundamenta el trabajo a desarrollar.
Cuando un joven se acerca a solicitar un empleo, lo fundamental de este acercamiento para nosotros será todo lo que concierna a la propia demanda. Nos interesaremos por sus estudios anteriores, por su vida laboral, por sus habilidades de relación y como éstas le habilitan para ciertos empleos más que para otros y así continuamente. En esta política de eficacias, la relación está muy mediatizada por el fin para la que se establece.
Esto se vive tanto en lo micro (relación tú a tú) como en lo macro (relaciones comunitarias, grupales). La demanda mediatiza lo que se vaya a trabajar, por ello los grupos o los encuentros personales con un contenido fundamentalmente relacional pierden su sentido. Cuando uno queda con un joven centra la intervención en base a objetivos evaluables, los encuentros están cada vez mas tabulados y ceñidos a un espacio definido y pautable. Es desde aquí desde donde la demanda va abriendo el camino hacia la intervención.
De nuevo, como en los puntos anteriores, queremos rescatar la evidente certeza de lo necesario de trabajar en base a demandas. Si estamos trabajando en los barrios es porque los destinatarios de nuestro trabajo tienen demandas, porque hay problemas que quieren resolver y en la mayoría de los casos porque nuestra presencia puede ayudarles a responder a estas demandas o a resolver de alguna manera estos problemas. La mejora en la eficacia en cuanto a la respuesta en este sentido será una mejora que de seguro agradecerán las personas destinatarias de nuestros esfuerzos.
Sin embargo no podemos olvidar que en este encuentro las personas son significados en sí mismos, y que en todo caso es el hecho relacional en sí lo que muchas veces hace eficaz cualquier esfuerzo en la respuesta a una demanda.
Últimamente es cada vez más común la queja por parte de los profesionales de estos ámbitos en el sentido de ver cómo se les acercan personas con el único fin de conseguir algo a cambio de la relación. El joven nos cuenta lo que queremos oír hasta que le encontramos trabajo o se nos abre personalmente (o al menos lo parece) hasta que le concedemos una ayuda para arreglar la cocina momento en el cual dejamos de verle por el local. Este uso utilitarista de las relaciones está demasiado instalado en la práctica cotidiana y es uno de los componentes más decisivos que nos lleva a perder la confianza en las personas con las que trabajamos.
Pero mirado desde el otro lugar, las personas de los barrios se están encontrando a profesionales que centran su atención únicamente en partes concretas de su persona y que obvian en muchas ocasiones todas las demás. El mismo joven advierte como en la relación educativa, el hecho de que haya empezado con una chica o de que en su casa vivan 3 familias además de la suya, no son hechos relevantes para el profesional que recoge la información para ayudarle en su problema. La relación está mediatizada por el sentido de la misma que en muchas ocasiones para nosotros cada vez está más reducido por la demanda a la que respondemos y que restringe el sentido de nuestra actuación.
Frente a estos planteamientos seguimos considerando fundamental el hecho relacional en sí, como puro encuentro porque creemos que desde el encuentro es desde el lugar desde el que podremos trabajar con mayor eficacia y sobre todo de manera más humanizadora. Desde ahí el proceso de conversión de la demanda sigue siendo fundamental a la hora de aprovechar las oportunidades que nuestro rol ofrece para establecer este tipo de relaciones siempre sabiendo que habrá personas dispuestas o no a que esta reconversión se lleve a cabo o que podrán trascender de la propia demanda para llegar a algo mas allá.
Otro de los matices que definen esta tendencia tiene que ver con la polaridad procesos vs proyectos. A día de hoy todas las intervenciones deben responder deductivamente a las encomiendas de las legislaciones, los planes globales y demás, en una cadena de acciones que se van desmembrando desde los prefacios e intenciones hasta llegar a lo mas concreto de la acción social. En este movimiento, una de las herramientas fundamentales está siendo la identificación de las intenciones y trabajos a realizar en sus correlatos definidos en forma de proyectos. El proyecto sería la unidad operativa en la que se pueden ir desmembrando las diferentes acciones para hacerlas concretas, evaluables y, en definitiva, eficaces dentro del marco de esta lógica gestionista.
Cuando se reflexiona, por ejemplo, con políticas de género y se concluye en la necesidad de implementar acciones que favorezcan la interacción de la mujer en el trabajo o la creación de centros en los que las mujeres maltratadas puedan protegerse y reconstruir sus vidas fuera de su realidad de maltrato, estas encomiendas se elaboran en planes que llegan a la realidad convertidas en proyectos financiados cada vez mas vía subvención; proyectos con destinatarios definidos, proyectos con un tiempo concreto, que en la mayoría de las ocasiones tiene más que ver de nuevo con lógicas de gestión, proyectos cimentados en unos recursos que devienen de la respuesta a la ecuación que relaciona el gasto público con las diferentes necesidades y tendencias y los compromisos adquiridos previamente.
En este sentido la definición de los proyectos, de naturaleza cada vez más deductiva; (de los planes-papel a la realidad) en muchas ocasiones nace con unos marcos de actuación en general bastante rígidos, lo que por otro lado responde a la realidad compartimentada de la propia lógica de la que surge. Esto no es siempre así. Aún convive con nosotros la tendencia a trabajar desde la propia realidad y desde ahí, en un ejercicio de inducción ir construyendo acciones en respuesta a las necesidades que se van detectando. Estas acciones también se traducen en proyectos con las mismas limitaciones y posibilidades que estamos mencionando; aunque ciertamente más sujetos a la realidad a la que dicen responder.
En este apartado queremos contrastar el concepto de proyecto con la realidad más dinámica que se expresa en los procesos. Seguimos repitiendo que la realidad social es de un dinamismo feroz, y que en muchas ocasiones cuando queremos trabajar ciertas realidades en su devenir son ya diferentes cuando llegamos a lo concreto de la intervención. Es por eso que entendemos que el concepto de proceso es fundamental a la hora de operativizar las respuestas.
Esta reflexión nos sirve tanto en dimensiones macro, como meso o micro. Por ejemplo cuando empezamos a trabajar en el barrio nos encontramos con unos grupos de jóvenes con unas necesidades y pertenecientes a una realidad que con los años ha ido cambiando y nos ha ido cambiando a nosotros también. Hemos vivido como se han configurado los grupos de una forma u otra, o, a otro nivel, como el propio barrio se ha configurado de forma diferente y nos ha llevado a entrar en relación con nuevas realidades de inmigración reconversión urbanística, pelea vecinal… Todos estos procesos se han cruzado de manera constante y por mucho que nuestros proyectos se centraran en realidades tan concretas como la formación de jóvenes, el apoyo a las mujeres prostitutas u otros, nos han afectado y mucho en la redefinición de nuestras acciones; y ha sido solo estando atentos a los mismos como hemos podido ser fieles a la realidad mas allá de a los propios proyectos que nos soportan.
El hecho más concreto de esta realidad lo vivimos en la relación entre el proceso educativo y el proyecto educativo individual (PEI). Cuando uno entra en una relación educativa con una persona, el PEI le ayuda y mucho a centrar la acción, a operativizarla, pero aun así, es dentro de la dimensión del propio proceso educativo y de relación (que en muchas ocasiones desborda y mucho la dimensión del proyecto) desde donde se pueden comprender los avances y se puede reaccionar siendo fiel a la realidad de la relación y del cambio compartido.
De nuevo es evidente que la existencia de proyectos es sencillamente una realidad con la que nos hemos dotado para poder hacer operativas las intervenciones, sin embargo no queremos dejar de insistir en la necesidad de no absolutizar estas acotaciones para poder responder a lo que realmente nos interesa: la repuesta a las necesidades sociales.
A lo largo de estos años hemos visto como los y las profesionales de la intervención social nos hemos ido convirtiendo en meros ejecutores de políticas y acciones, definidas concretadas protocolizadas, formalizadas desde las administraciones.
La externalización de la gestión supera el marco de la colaboración entre entidades que se reconocen mutuamente para acabar en una relación más cercana a la subcontratación donde el control de resultados y gasto por parte de la administración se convierte en marca importante de la relación.
El control también exige una lectura rígida de las funciones de los Servicios Sociales de base dando la espalda a la red de recursos, centralizando toda entrada en el sistema a través de las unidades de base.
Son procesos en absoluto participados que lejos de construir conocimiento a partir de la experiencia compartida entre tantas personas se plantean como propuestas de fuera hacia adentro. Rompen los procesos de construcción de los y las profesionales, dan la espalda a las sinergias posibles y en el mejor de los casos generan un “despiste” largo en el tiempo para la reubicación de las propuestas.
De nuevo queremos poner en solfa la tendencia cada vez más acentuada a la elaboración de las políticas sociales como respuesta a planes cocinados lejos de las realidades en las que se van a implementar. Es cierto que de cara a la generalización de los derechos sociales es necesaria una democratización de los mismos y que eso sólo puede elaborarse con este tipo de políticas generalistas; sin embargo, también lo es que existe una tradición de trabajo y de esfuerzos en muchas de las realidades a las que se quiere responder y que no está siendo tenido debidamente en cuenta en la elaboración de los planes.
Hemos tratado de dibujar en este breve retrato los rasgos a nuestro entender más significativos que definen la tendencia hacia un trabajo cada vez vemos integral y comunitario en la respuesta a las necesidades de las personas inmersas en procesos de exclusión social.
Fundamentalmente nuestra conclusión es que todas estas opciones por un camino y no por otro nos están alejando de la realidad más cercana en base a propuestas que llegan demasiado acotadas a los barrios como para responder a las gentes que los habitan.
Ante esta realidad queremos aportar nuestra apuesta al creer en algo diferente.
Creemos en la necesidad de volver la mirada a las personas con las que trabajamos y, desde ahí, desde esa mirada acompañada, construir juntos algo diferente que nos incluya a ambos.
Creemos que la experiencia de confianza y de relación continuada y abierta en estos lugares compartidos nos está suponiendo el transitar por unos caminos que, de haber confiado únicamente en el marco que se nos impone, habrían sido impensables.
Creemos que el hecho de acercarnos y vivir dentro de estos procesos de intervención supone un reconocimiento del otro que en definitiva lo revela como real, como único, como persona mas allá de sus traducciones operativas (demanda, objetivo o perfil diana). Es desde este descubrimiento desde el que nosotros mismos empezamos a ser reconocidos como algo que va mas allá del propio perfil educativo o profesional, cuando además de ser un “qué” empezamos a ser un “quién” para el otro. Cuando nombramos y somos nombrados. Creemos que solo desde ahí y desde el vínculo que crece de este reconocimiento mutuo se puede establecer una relación educativa transformadora.
Finalmente creemos que el hecho de creer, apoyar y apoyarse en los grupos y comunidades que constituyen las personas con las que trabajamos es tan importante como el propio trabajo que nosotros realizamos. Nunca podremos suplantar a la red que las personas reconocen como suya, nunca llegaremos a ser parte de ella y, sin embargo, el hecho de reconocerlas en todo su aporte (además de en todos sus aprisionamientos y durezas) es fundamental a la hora de que las personas se sientan de nuevo reconocidas, reales y a veces, sin más, existentes. De nuevo insistimos en que sólo desde ahí somos capaces de construir, desde una realidad en la que existimos como proyectos, como intervenciones, como fuerzas de apoyo, pero en la que también existe el otro con el que ser y construir algo diferente.