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"Sociedad sana in Infancia sana"

Autoría:

Marián Quiza. Estudiante de Educación Social en la UNED.

Resumen

Este texto es simplemente una reflexión personal acerca de la situación de las aulas españolas en cuanto a la llegada de inmigrantes, y sobre lo que creo que se debe hacer. El motivo es mi preocupación ante la situación en las aulas, descrita tristemente por los noticiarios y periódicos cada día. Mi conclusión personal es la esperanza de que nuestros niños cambien el mañana, apoyados por educadores sociales, profesores y familias.

 

Actualmente, uno de cada diez alumnos que acogen nuestras aulas no es español. La cantidad de inmigrantes extranjeros supone un incremento del 9,5% con respecto al año 2004.

Esa es la realidad en nuestras aulas, y cada día esta cifra es más elevada. La llegada de población inmigrante a nuestro país continuará siendo el pan nuestro de cada día en los próximos años.

¿Está España preparada para acoger en condiciones a todo este mosaico de culturas, razas y religiones? Y más concretamente, ¿lo están nuestros niños? ¿Lo están nuestros adolescentes? Y, más importante todavía, ¿lo estamos los adultos?

Suele decirse que los niños son lienzos en blanco; lo que pintemos en sus mentes y en sus corazones ahora será lo que pinte nuestro futuro como civilización.  Debemos hilar muy fino en su educación, en lo que ven, oyen y aprenden.

La atención a la diversidad y la educación en unos valores que formen un grupo global con respeto por la diversidad cultural, es el eje sobre el que debe girar la labor docente y familiar de todo aquel que pretenda “educar”. Parece fácil, bonito, enriquecedor y, sobre todo, lógico para cualquiera, pero ¿puede ser real? ¿Es sólo una teoría? ¿Es fácil su realización práctica?

Se impone un cambio en los docentes, un cambio radical en su forma de ejercer su profesión, en su formación personal y, en algunos casos, en su mentalidad. Ya no se trata de transmitir información y conocimientos, se trata de educar en unos valores que favorezcan la integración en las aulas, y no todo el mundo está preparado para ello.

Además, se impone un cambio en los padres, un cambio en el modo de educar. Pero no sólo se debe dar este cambio en el educador, padre o profesor, también en el educando. El educando más susceptible de ser “modelado” en valores sociales es el niño; la infancia se convierte en el estadio más vulnerable, ese lienzo en blanco es en el que todos debemos pintar los valores que favorecerán la integración de nuevas culturas en España.

Los adolescentes españoles, estudiantes de la ESO o de Bachillerato, encaran en los últimos años una serie de problemas internos que, sólo en algunos casos, tienen que ver con la inmersión de otras culturas. Han de combatir otros problemas que ya teníamos “en casa”: la entrada de las drogas y las armas blancas en las aulas, que ha hecho necesaria la presencia policial (camuflada de paisano) en los institutos, y la violencia entre los mismos adolescentes o “bullying”, un fenómeno nuevo que ha dejado ya algunas víctimas mortales en España. La desesperación ante el rechazo y los malos tratos y amenazas de sus propios compañeros de pupitre, hace que algunos de nuestros adolescentes no puedan más, y se suiciden. Otras veces, se matan entre ellos.

La impotencia individual ante este tipo de ataques y enfrentamientos, fomenta la creación de las ya tristemente famosas “bandas”, los adolescentes se apoyan entre sí, y luchan en bandos, como si de una auténtica guerra civil entre estudiantes se tratase.

Los inmigrantes llegados a nuestro país también aportan su particular “corporativismo” a nuestra sociedad, e importan su cultura, y también sus propias bandas, como los Latin Kings que, vestidos con su particular uniforme, y armados casi siempre hasta los dientes, se ponen a la defensiva a la mínima, y generan  violencia gratuita en nuestras aulas.

El panorama no puede ser más desesperanzador, pero todo es susceptible de mejora, cuanto más trabajando con niños y adolescentes, que aún tienen la paciencia y la ilusión de escuchar y modificar prejuicios establecidos y, con ellos, aunque el camino sea largo y difícil, podemos recorrerlo.

Además de luchar contra esta violencia, contra el choque cultural y contra las drogas, el cáncer innegable de nuestra sociedad, tanto los educandos, como los educadores y las familias, debemos pensar que los adolescentes llevan ya su mochila personal llena de vivencias, de conclusiones, de experiencias… quizá no siempre positivas para ellos, quizá todo sea consecuencia del mundo en el que vivimos, de que ya no educan las madres, de las prisas, del desarrollo, de la masificación en las grandes ciudades, de la televisión, de la prensa, de la globalización, del propio ejercicio de las  libertades individuales que facilitan el acceso al tabaco, al alcohol y a las drogas… Y, aunque pensemos que lo tienen todo, nuestros hijos adolescentes no viven en un mundo fácil, viven en un mundo de cambios vertiginosos, de avalanchas de información no siempre bien documentada y lanzada sin distinción de públicos, de poco tiempo para disfrutar en familia… Pero más en concreto, los que trabajamos con la infancia, desde lo más puro, desde lo más pequeño, debemos cuidar la evolución de los niños, para que den paso a adolescentes sanos, y adultos tolerantes.

Por este motivo, planteo que luchemos contra todo eso, que luchemos contra la deshumanización que vivimos en nuestro día a día y que nuestros hijos viven en las aulas, que trabajemos para integrar a los que vienen de fuera, pero también para que cuando lleguen nos encuentren integrados entre nosotros mismos: sólo una sociedad sana puede acoger sanamente a otras culturas.

En la infancia reproducimos patrones copiados de nuestros padres y maestros, así como sus argumentos. Un ejemplo: en un céntrico supermercado de Madrid, una niña de cuatro añitos, sentada en la sillita del carro de la compra que su madre empuja por la sección de carnicería, se fija en un hombre corpulento y de raza negra que  coge una bandeja de filetes. Atónita por lo que ven sus ojos, pregunta a su madre con la ingenuidad que caracteriza a los niños: “Pero, mami, ¿no decías que los negritos vivían en África y se morían de hambre porque no comían nunca porque no tienen dinero para comida? Pues ese señor es negro, y está gordo, y se va a comprar unos filetes…” La mirada inquisitiva de la niña se cruza con la cara enrojecida de pudor de su madre, y los ojos iracundos del hombre, que se aleja de la escena.

Otro ejemplo, éste sin prejuicio racial: esa imagen distribuida por los telediarios, del padre en las gradas del partido de fútbol con su niño de 5 años, instándole a que insulte gravemente al equipo contrario desde arriba, y cómo el niño mimetiza al instante la  agresividad del progenitor, que le mira orgulloso.

Es evidente que hay un largo y duro camino que recorrer…

Hay que cuidar al máximo el planteamiento que hacemos a nuestros niños sobre las diferencias raciales y demás temas delicados, ya que la inclusión social de razas y culturas diferentes llama a nuestra puerta. ¡Que no nos coja desprevenidos, ni a nosotros ni a nuestros niños!