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Ponte buena mamá para jugar conmigo

Autoría:

M. del Pilar Samaniego. Profesora de Primaria y educadora social. Asociación Nuevo Futuro. Piso de Acogida para mujeres maltratadas e hijos.

Resumen

¿Cómo podemos arreglar, mejorar, sanear la mente de un niño testigo de violencia doméstica? Por lo mismo, ¿y la mente de un niño/a maltratado/a?
¡Cuántas veces a lo largo del día me hago esta pregunta!
Cada vez que una mujer con hijos es maltratada en su casa, también los niños son maltratados.

 

Gritando

En mi trabajo como educadora familiar en el piso puente de mujeres víctimas de violencia doméstica y sus hijos, puedo observar cómo se repiten las secuencias de lo vivido, a través de los juegos de los menores. En el momento del juego, es donde mejor podemos estudiar el problema, arreglar el rompecabezas. Los niños actúan violentamente, muchas veces convencidos de que es así como deben hacer. El niño imita al padre, la niña, a la madre. Crecen desestructurados.

El niño donde más aprende y con lo que más descubre es con el JUEGO. El juego es un terreno lleno de posibilidades para que NOSOTROS los educadores/as, descubramos cualquier problema que los niños estén atravesando. Al mismo tiempo es un terreno crucial para reeducar conductas desestructuradas.

MiedoSabiendo que una de las funciones del educador/a es la del ACOMPAÑAMIENTO, estamos de acuerdo en que es el educador el profesional que más tiempo pasa con los niños. En este “estar juntos”, se crean lazos de amistad, de cooperación y es fácil, en la mayoría de los casos, la confidencialidad. A veces, por un simple gesto, se descubre una anomalía en la actuación del niño/a, un grito repentino, una patada a destiempo, una falta de colaboración inusual, etc., son índices de alarma.

Mi experiencia con los niños/as hijos de mujeres maltratadas me hace ver la importancia de dejarles ser verdaderos protagonistas. En las conversaciones, en los juegos, etc. no podemos estar continuamente censurándoles. Es mejor dejar que vayan sucediendo las cosas, sin que se salgan de lo normal (tomando nota) y, eso sí, actuar en el mismo momento de la infracción.

Nuestro cometido con estos niños/as es, al menos este es mi criterio, la reeducación de esas conductas y el ofrecer siempre otros caminos para decir SÍ, cuando es SÍ, y NO, cuando es NO.

Otra de las funciones que ejerce el educador/a, para mí muy importante, es la de conciliador. Estos niños/as, necesitan una figura, un referente estable, y ya que han fallado sus padres, buscan en nosotros a esa persona segura, que les dé seguridad. Este hecho es más visible en los adolescentes.

Considero necesario que los educadores/as seamos personas con valores y principios, que seamos íntegros y no débiles ni dubitativos en nuestro quehacer. Con capacidad de escucha; sabiendo observar además de ver.

La imagen que damos reeduca y educa también a aquellos con los que trabajamos.

A continuación voy a contar una historia real y que marcó mi camino. La titularé Ponte buena mamá, para jugar conmigo.

No puedo dejar de recordar una pregunta que me hizo una vez una niña de nueve años cuando me acerqué a ella para invitarla a jugar en el grupo: “¿Qué le pasa a mi mamá?“. No sabía el motivo de la pregunta, pero ante la negativa de venir a jugar, me pareció mejor quedarme con ella; así que el otro educador se hizo cargo del grupo.

X estaba abrazada a un muñeco ya muy viejo y sucio y lloraba. Me senté con ella y la abracé, entonces lloró más y más y me hizo estremecer.

LlorandoCuando intuí que podía hablar, le pregunté y ella me dijo: “Mamá está llorando en el cuarto y papá está gritando. Mamá me ha dicho que me vaya lejos, me ha gritado y me ha empujado, pero yo no sé adónde ir. Nunca me grita ni me echa a la calle ¿QUÉ LE PASA A MAMÁ? Quiero estar con mamá como antes, solas las dos, sin papá. Quiero que papá se vaya otra vez y no vuelva nunca jamás. Quiero curar a mi mamá para que juegue conmigo y se ría. Ahora tiene sangre en la cara.”
Me quedé sin palabras, sentada junto a ella, y obligándome a reaccionar rápido para darle seguridad.

Violencia domésticaLe pedí que me contara lo que quisiera y ella empezó a contarme cosas de su casa. “Papá trabaja muy lejos y en casa estamos mi hermano, mamá y yo. Mamá está muy contenta siempre, y siempre está ayudando a mi hermano en los deberes, y a mí también y  juega con nosotros, cuando sale de trabajar viene al cole a buscarme porque todavía soy pequeña. Pero cuando viene papá, mamá llora y no viene a buscarme al cole, mi padre riñe a mi hermano y le dice que se vaya a la calle, yo me escondo en el cuarto de baño y lloro porque mamá llora y papá grita y tira cosas y hace mucho ruido y cierra a mamá en el  cuarto y le hace daño y tiene sangre y no sale a la calle. Cuando viene mi hermano, yo salgo y me voy con él y si nos ve papá nos castiga. Y nos manda a la cama sin cenar y nos encierra en el cuarto.”

Me quedé atónita al escuchar su relato; me sorprendía la libertad con que me contaba aquello.

Seguía con su relato y me contaba que su padre viajaba mucho y que cuando estaba en casa siempre se enfadaba, que ella y su hermano le molestaban (según él), y que una vez le dijo a la madre que les odiaba, que no los quería.

¿Qué debía hacer yo?

Mi reacción fue ir a la policía y explicarles esta situación.

Queda decir que los Servicios Sociales de la zona se hicieron cargo del caso; la mujer fue acogida junto con los niños en un centro y hoy gozan de una vida saludable. Esta familia es de clase social media alta. La niña estudia enfermería y aún conserva su muñeco, viejo y sucio, y me dice que era con quien se sentía segura cuando lloraba tanto por su madre.

Actualmente seguimos en contacto y creo que nuestro acompañamiento una vez comenzado nunca acaba, aunque continúe de otra manera.

Probablemente el educador social se mueve en barrios marginales, desestructurados, con casos conocidos; pero yo quisiera decir que deberíamos estar atentos a cualquier situación sospechosa de violencia incluso donde menos creemos que pueda existir.