Elisabet Marco Arocas, Universitat de València
TÍTULO | La mirada horitzontal. Històries sense llar d’un educador social |
AUTORÍA | David Vázquez |
EDITORIAL | Triangular Edicions, Barcelona, 92 páginas |
AÑO | 2021 |
A través de la crónica de escenas cotidianas y situaciones vividas como educador social en diferentes ámbitos de intervención, David Vázquez nos adentra en la complejidad de la práctica de la educación social. De la mano de sus anécdotas y recuerdos, de sus aciertos y fracasos, de sus dudas e inquietudes, nos abre la puerta a la reflexión sobre la profesión y la realidad social.
Porque pensar y hablar de la práctica de la educación social implica pensar y hablar de la sociedad, de la vulnerabilidad, de la precariedad y de la exclusión. Un escenario que nos atraviesa a todos/as, tanto a las personas que acompañamos en el ejercicio de la profesión, como a nosotras, los y las educadoras sociales. Es por ello que La mirada horitzontal. Històries sense llar d’un educador social,[1] indaga sobre los procesos que vulnerabilizan y excluyen a las personas y sobre el papel de la educación social como profesión comprometida con el cambio y la transformación social.
El libro, prologado por David Fernández, se estructura en tres partes cada una de ellas compuestas de relatos breves a través de los cuales el autor narra su vivencia en los diversos escenarios de intervención. El libro mantiene un lenguaje fresco y cercano que nos adentra en los entresijos de la cotidianidad de la práctica de la educación social, poniendo en el centro a las personas que se ha ido encontrando y los procesos vitales que las atraviesan. Con un tono comprometido y reivindicativo entorno al quehacer y función social de la profesión, David Vázquez nos invita a reflexionar y dialogar sobre la práctica de la educación social, al tiempo que la da a conocer a personas menos familiarizadas con el ámbito de la intervención socioeducativa. Porque como nos dice en el libro, hablar de la educación social también es una manera de profesionalizar el ámbito y darlo a conocer. Partiendo de la experiencia y del análisis de los encuentros y desencuentros en la práctica profesional, el autor aborda cuestiones fundamentales para resituar el ejercicio de la educación social en su doble dimensión educativa y de transformación social, piezas esenciales que resultan imposibles de separar.
El punto de partida se sostiene sobre la pregunta ¿qué es la educación social? Educar no es un ejercicio exclusivo de los educadores y educadoras sociales pero la esencia de sus acciones es educativa. Desde cualquier ámbito o perspectiva, educar supone implicarse, acompañar, participar y entender al otro/a. En la práctica de la educación social, los y las profesionales a menudo acompañamos trayectorias vitales llenas de rupturas y pérdidas, situaciones y procesos complejos, como las de Rosana, de Avelino, de Pere, de Branislav u otras historias que nos comparte el autor. ¿Acaso podemos transformar sin implicarnos?
“Para enseñar es necesario saber, para educar es necesario ser y estar presente” (p. 19 [2] ), nos dice. Los y las educadores somos agentes de cambio y transformación social, lo que implica un compromiso profesional y personal con la sociedad y con las personas que acompañamos en el ejercicio de la profesión. De las palabras del autor se traduce una certeza: el compromiso sociopolítico solo puede venir de la mano del conocimiento de la realidad social. Tal encargo, por tanto, requiere de la capacidad para analizar los procesos que excluyen a las personas, niegan su promoción social, precarizan las relaciones y generan las desigualdades sociales. Al mismo tiempo, obliga a la conexión entre los análisis y diagnósticos y la práctica dirigida hacia la transformación de los contextos que vulnerabilizan, excluyen y violentan. Y, en definitiva, demanda participar e implicarse en la lucha por la consecución de derechos y la justicia social. Así, frente al estatismo y las recetas de intervención socioeducativa que funcionan sobre el papel, dice que “educación social es movimiento” (p.19), este que nos lleva a buscar constantemente nuevas estrategias y nuevos modos de dar respuesta a los contextos estructurales y cambiantes de modo que el educador/a “se educa gracias a la realidad que acompaña y eso le hace aprender constantemente (p. 20)”.
Uno de los ejes centrales de la obra es la articulación de una propuesta de acompañamiento socioeducativo que no es posible sin la relación, sin el vínculo y sin el reconocimiento del/a otro/a. Esta idea contiene un posicionamiento ético que implica una manera de mirar, ser y estar. La mirada horizontal, nos dirá el autor, es una mirada que “no juzga, ni discrimina” (p. 12), que acompaña sin ejercer posiciones de poder y “dejando de lado las diversidades, sin renunciar a ellas” (p. 19). Ser y estar de este modo es conocer a las personas que tenemos al lado, respetar sus tiempos y sus procesos. Los y las educadoras sociales acompañamos procesos “dinámicos y únicos” (p. 53), una cuestión fundamental que a menudo queda relegada por la institucionalización de nuestra práctica, planes de trabajo y proyectos educativos genéricos o parcelados en función de perfiles poblacionales. Este trabajo no es una rutina y, “educar no es una urgencia, va más allá, es un ejercicio a largo plazo” (p. 82), afirma, ya que ser agentes de cambio supone ser capaces de cuestionar nuestra práctica, los protocolos, los tiempos y las rutinas de trabajo que, a menudo, niegan el protagonismo y reconocimiento de las personas y relegan a los márgenes de la intervención dimensiones esenciales.
En última instancia, se critica y desarticula la idea que sobrevuela sobre los y las educadoras sociales como héroes y heroínas al rescate de personas vulnerables. El autor parte de la premisa que el educador/a social “no salva vidas” (p. 60) y acompañar procesos y promover cambios requiere del trabajo en equipo, “de ir todos a una” (p. 83), de la cohesión y la coordinación más allá de los equipos. “Tejer mucha red y alianzas” (p. 55) fundamentan el sentido último de la acción de búsqueda conjunta de respuestas (¿sociales?) y nuevas salidas (¿colectivas?). El individualismo y la competitividad, marca e insignia de los tiempos que corren, también atraviesan un ejercicio profesional que se ve impulsado por fuerzas sociales que individualizan, asilan y parcelan los diferentes recursos y acciones socioeducativas. En la propuesta de David Vázquez, sin embargo, se pone el acento en la construcción de redes de apoyo y en la reivindicación de la comunidad y en el sentido último de interdependencia.
Trabajar y acompañar a personas vulnerabilizadas y sostener la incertidumbre y la precariedad no es fácil y “no hay varitas mágicas” (p. 75). Los educadores y educadoras sociales, continuamente, desafían nuevos retos, sortean obstáculos y afrontan riesgos en la búsqueda de oportunidades de intervención socioeducativa. Todo ello en un contexto donde la gestión de lo social ha promovido la proliferación de organizaciones “sinónimas de lucro” (p. 77) que priorizan la entidad frente a los y las trabajadores y en los que la persona atendida “deviene un producto” (p. 77). A propósito de la gestión de los centros para jóvenes extranjeros no acompañados, el autor pone sobre la mesa una realidad que atenta contra la profesión. Un modelo de gestión que sustituye la acción educativa por la contención y el asistencialismo, que precariza las condiciones laborales y el sentido de nuestra práctica. El autor comparte una preocupación para nada banal: la posible pérdida de una generación de educadores y educadoras que finalizados los estudios se encuentran sin condiciones laborales dignas, sin el soporte de un equipo técnico y sin cobertura.
La experiencia que David Vázquez comparte de manera reflexiva y dialogante en La mirada horizontal es una contribución valiosa a los trabajos sobre la profesión de la educación social que nos invita a pensar y reflexionar nuestra práctica, contextos, constricciones y posibilidades. En la obra, el autor demuestra su compromiso con las personas y la inquietud por seguir trazando nuevos caminos. Pero también un compromiso con la profesión pues, ante todo, escribir sobre y para la educación social es contribuir a profesionalizarla, visibilizarla y dignificarla.