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La herencia de Paulo Freire en las prácticas participativas dialógicas

Paulo Freire's legacy in dialogic participatory practices

Autoría:

Daniel Buraschi y Natalia Oldano. Red de Acción e Investigación Social

Resumen

En esta contribución se profundiza sobre algunos de los importantes aportes de Paulo Freire a las metodologías participativas, centrándonos en particular, en la facilitación dialógica de los procesos participativos. En la primera parte presentaremos brevemente cómo las prácticas participativas, si son desarrolladas desde el diálogo crítico, representan procesos de movilización creadores, que posibilitan la reinvención de la sociedad. En la segunda parte, se hará hincapié en las prácticas antidialógicas y cómo éstas pueden contribuir a reproducir estructuras de dominación social. Finalmente, se presentarán los elementos esenciales del Enfoque Dialógico Transformativo (EDT), que desarrolla y operativiza la propuesta dialógica de Freire en el contexto de la facilitación de los procesos participativos.

Abstract

This contribution explores some of Paulo Freire’s important contributions to participatory methodologies, focusing in particular on the dialogic facilitation of participatory processes. In the first part we will briefly present how participatory practices, if developed from a critical dialogue, represent creative mobilisation processes that enable the reinvention of society. In the second part, the focus will be on anti-dialogical practices and how they can contribute to the reproduction of structures of social domination. Finally, the essential elements of the Transformative Dialogical Approach (EDT) will be presented, which develops and operationalises Freire’s dialogical proposal in the context of facilitating participatory processes.

1. El diálogo como desafío de las prácticas participativas

Uno de los principales retos de las prácticas participativas es contribuir a la consecución de una sociedad más justa que garantice la plena participación económica, social, cultural y política de las personas en condiciones de igualdad de trato e igualdad de oportunidades. 

En los últimos años, las prácticas participativas se han desarrollado en diferentes contextos: político, educativo, social, cultural, etc. La participación y el diálogo se invocan como un principio metodológico en muchos ámbitos, desde los más institucionales (como administraciones locales), hasta los más informales (como los movimientos sociales). Sin embargo, como sostiene Sclavi (2010) la mayor parte de la experiencia comunitaria continúa desarrollándose sobre la base de un paradigma participativo anticuado, un enfoque que pone en el centro estrategias comunicativas que reproducen relaciones de dominación, alimentan la asimetría de poder y perpetúan la desigualdad. Uno de los grandes desafíos de las prácticas participativas es como promover el diálogo y transformar las prácticas participativas antidialógicas, en prácticas participativas dialógicas.  

En este contexto, la propuesta del pedagogo brasileño Paulo Freire es de gran importancia, porque el diálogo y “lo dialógico” están al centro de su praxis educativa y colaborativa (Kohan, 2020). En cuanto praxis, el diálogo es el resultado de una dialéctica entre acción y reflexión, entre sujeto y objeto para la transformación y la humanización (Aguilar, 2020). No se trata solamente de un enfoque metodológico, sino de una perspectiva epistemológica, educativa, antropológica y política. La construcción del conocimiento no es un acto solitario ni un acto de repetición, sino un acto de creación participativa. Es una “radicalidad necesaria como sello de la relación gnoseológica y no como simple cortesía” (Freire, 1994: 12).  

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Desde sus primeras hasta sus últimas obras (Freire, 1970; 1997) Paulo Freire utiliza los conceptos de diálogo y de dialógico. Dialógico es un adjetivo que utiliza a menudo para caracterizar el sujeto, la persona, la relación, la educación, la comunicación, las prácticas (Streck, Redin y Zitkoski, 2008).  

Por ejemplo, cuando Freire habla de personas, relaciones o sujetos dialógicos evidencia que las mismas personas son ontológicamente relacionales y pueden desarrollarse solamente en relación y en comunidad (Rodríguez, 2015). En este sentido, el diálogo es una necesidad existencial. Las personas se expresan convenientemente cuando colaboran entre todas en la construcción del mundo común: sólo se humaniza en el proceso de humanización del mundo. En este sentido, el diálogo como encuentro de las personas para la “pronunciación del mundo” es “una condición fundamental para su verdadera humanización” (Freire, 1970 p. 178). 

Cuando Paulo Freire habla de educación dialógica, comunicación dialógica o, en general, de prácticas dialógicas hace referencia a una praxis abierta, reflexiva, crítica, atenta a cómo el poder influye en las relaciones, consciente de los factores estructurales que condicionan a las personas. También, hace referencia a una actitud, una postura relacional, atenta a no invadir, no manipular, cuyo objetivo es transformar y humanizar el mundo (Freire, 1973).  

Freire define el diálogo como  

[…] una relación horizontal de A más B. Nace de una matriz crítica y genera crítica (Jaspers). Se nutre del amor, de la humildad, de la esperanza, de la fe, de la confianza. Por eso solo el diálogo comunica. Y cuando los polos del diálogo se ligan así, con amor, esperanza y fe uno en el otro, se hacen críticos en la búsqueda de algo. Se crea, entonces, una relación de simpatía entre ambos. Solo ahí hay comunicación. […] El anti diálogo, que implica una relación vertical de A sobre B, se opone a todo eso. Es desamoroso. Es acrítico y no genera crítica, exactamente porque es desamoroso. No es humilde. Es desesperante. Es arrogante. Es autosuficiente. En el antidiálogo se quiebra aquella relación de «simpatía» entre sus polos, que caracteriza al diálogo. Por todo eso, el antidiálogo no comunica. Hace comunicados. (1970: 70) 

El diálogo es una característica humana y humanizante (Santos Gómez, 2008). No es posible la pronunciación del mundo si no existe diálogo. Frente al objetivo de las prácticas antidialógicas que es imponer sus posiciones, convencer y llegar a conclusiones que confirmen las posiciones dominantes, el objetivo del diálogo es multiplicar las posibilidades sin tener prisa por llegar a las conclusiones. El objetivo del diálogo es indagar y explorar (Irwin, 2012).  

El punto de partida de muchas prácticas participativas son las posiciones y, además, atacar las posiciones significa atacar a las personas. El diálogo separa a las personas de los problemas y se centra en los intereses y en las necesidades que están en la base de los posicionamientos. El estilo del debate es combativo y argumentativo, se persigue ganar el debate, se escucha para identificar la debilidad del argumento de las otras personas. En un diálogo, por el contrario, no se puede vencer porque es cooperativo. 

El diálogo es un proceso de interacción genuina en el cual las personas se escuchan y se reconocen recíprocamente. El compromiso de reciprocidad encarna el espíritu radical del diálogo: el ofrecimiento mutuo a la palabra, a la escucha atenta de la otra persona, es aquello que hace posible una transformación basada en el reconocimiento. 

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Esta apertura auténtica a la alteridad comporta una triple transformación: una transformación personal, una transformación relacional y una transformación social. Esta transformación es posible gracias a un doble proceso de concientización y de reconocimiento de las otras personas: 

El diálogo auténtico —reconocimiento del otro y reconocimiento de sí en el otro— es decisión y compromiso de colaborar en la construcción del mundo común. No hay conciencias vacías; por esto, los hombres no se humanizan sino humanizando el mundo. (Freire, 1970: 16) 

A partir de todos estos elementos fundamentales, podemos definir las prácticas participativas dialógicas como aquellas actividades colaborativas caracterizadas por una relación horizontal entre sus participantes, el reconocimiento recíproco, el análisis crítico de las estructuras que reproducen desigualdad y un compromiso para la transformación social.  

2. Los procesos participativos antidialógicos: entre la domesticación y la deshumanización

Como planteamos en la introducción, a pesar de la importancia del diálogo, numerosos procesos participativos reproducen relaciones de opresión y como subraya Freire, no hay diálogo en estructuras de dominación (Freire, 1969). Es aquí que Paulo Freire nos pone en guardia frente a las prácticas educativas, colaborativas y políticas antidialógicas. En particular, es su obra clásica “Pedagogía del oprimido”, identifica cuatro prácticas antidialógicas que son de gran utilidad para analizar críticamente las experiencias participativas: la conquista, la división, la manipulación y la invasión cultural (Freire, 1970). 

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  1. La conquista. Se trata de las prácticas participativas que reproducen los sistemas de dominación presentes en el contexto del proceso. Supone la existencia de sujetos dominantes y sujetos dominados (que son “objetos” de la práctica participativa). Son ejemplo de prácticas antidialógicas de conquista, aquellas situaciones en las que se maquillan estructuras decisionales verticales de falsa participación. Cuando se involucra a la ciudadanía en procesos decisionales pero finalmente se dejan las decisiones sin efecto. Cuando se planifican procesos participativos desde las instituciones, sin involucrar realmente a las personas directamente afectadas por la situación-problema que se quiere modificar. Frente a la conquista, Freire reivindica la “participación verdadera” como acto de “injerencia”, una forma de ganar el derecho a tener voz en las decisiones que afectan la propia vida y situación. 
  2. La manipulación es una práctica común en los procesos participativos que podríamos denominar como “tutelados”, es decir, procesos en los cuales la población local colabora en la ejecución de los proyectos locales que han sido previamente planificados desde fuera de la comunidad sin consultarles. También manipulan los procesos en los cuales la opinión local sí se toma en cuenta a la hora de diseñar los proyectos o programas, pero mediante “consultas rápidas” efectuadas por especialistas externos/as. En la actualidad y a partir de la implementación más generalizada de procesos participativos en entornos virtuales, éstas prácticas antidialógica caracterizadas por la manipulación, se han visto incrementadas a partir del protagonismo de algunas herramientas digitales que en teoría promueven la participación y sin embargo, desde el impacto visual y tecnológico, obnubilan los procesos desde una estética que suele estar vacía de participación genuina. Con esto no queremos desacreditar a las herramientas digitales como un medio idóneo y eficaz para las prácticas participativas, lo que queremos plantear es la urgencia de construir una mirada crítica hacia estas herramientas y entornos para que lo tecnológico y estéticamente armónico, no atropelle la búsqueda de participación genuina, reforzando, por el contrario, procesos de manipulación. Al contrario, para Paulo Freire, la participación no es una herramienta de manipulación sino que es un objetivo en sí mismo, como una de las condiciones para alcanzar una democracia plena. Es decir, la concibe como un proceso de implicación y acción para potenciar la capacidad política y económica de los sectores sin poder y con mayores niveles de vulnerabilidad. Se trata en definitiva de un proceso de empoderamiento, que mejore las capacidades y la situación de las personas más vulnerables, y que les dote de un mayor grado de control e influencia sobre los recursos y los procesos políticos. Esto implica facilitar la creación de organizaciones locales, como asociaciones y cooperativas, con las que las personas puedan articular y defender sus intereses, contar con una interlocución ante la administración y canalizar sus esfuerzos para el desarrollo local. 
  3. Otra forma de práctica antidialógica es la división, la fragmentación de los grupos y de la comunidad, alimentar el conflicto destructivo, la atomización de las personas participantes a través de prácticas individualistas. Un ejemplo de división es el trabajar por separado con diferentes colectivos evitando que se creen alianzas estratégicas y sinérgicas creativas que podrían promover una transformación social real. La fragmentación impide a las personas participantes instituirse como una fuerza cohesionada para el cambio.
  4. La invasión cultural. Las prácticas participativas que involucran a colectivos oprimidos a menudo se desarrollan en el marco de una “cultura del silencio” (Freire, 1990). Las personas oprimidas son silenciadas, enmudecidas. Las mismas herramientas que manejan para interpretar la situación que les afecta, están monopolizadas por las categorías de las instituciones y de los grupos dominantes. Esta cultura del silencio no solamente enmudece a las personas oprimidas, sino que les impone esquemas de pensamiento, emociones y prácticas que las alienan. Ejemplos de invasión cultural es la falta de reconocimiento de los saberes y de la cultura de las personas participantes. También es la imposición de marcos de referencia para interpretar la realidad como pueden ser los marcos de vulnerabilidad y pobreza, que invisibilizan las competencias y la capacidad de acción de las participantes o la imposición de metodologías y técnicas participativas que no tienen anclaje en la cultura participativa de las personas participantes. Por ejemplo, la imposición de determinadas estrategias para tomar decisiones o de estilos de comunicación y de gestión de los conflictos ajenos a las personas participantes.

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3. Hacia un Enfoque Dialógico Transformativo para repensar la participación a partir de Paulo Freire

Cuando se toma conciencia de los límites de las prácticas participativas antidialógicas, se invoca a menudo el diálogo como solución, pero no como praxis o como estrategia práctica, sistemática y coherente, sino simplemente como un principio abstracto o como una actitud. Como hace notar Yankelovich (1999), se cae a menudo en el error de considerar el diálogo como una conversación gentil, educada y tolerante que evita el conflicto. Se cree que para dialogar no son necesarias competencias específicas, sino sólo la intención y la voluntad de dialogar y cierto conocimiento del tema de conversación. La experiencia nos enseña que, al contrario, si bien el diálogo responde a las necesidades humanas más esenciales (y es también por esto por lo que es eficaz), no es un estilo comunicativo que usamos espontáneamente. Hemos sido educado/as y socializado/as en ambientes antidialógicos, estamos constantemente inmerso/as en situaciones que alimentan la competición, la actitud acrítica, el repliegue narcisista y tenemos la necesidad de redescubrir y reaprender el diálogo. De hecho, como subraya Freire, no hay diálogo en el “espontaneismo”. Dialogar no es fácil, no nos resulta espontáneo e implica un esfuerzo constante, el desarrollo de nuevas competencias, el descubrimiento y revalorización de prácticas y experiencias; pero cuando se arriesga realmente a ser fieles al diálogo, los resultados son extraordinarios, porque el diálogo es esencialmente un proceso de construcción y transformación de las relaciones. 

A partir del planteamiento emancipador de Paulo Freire, en los últimos años hemos sistematizado una metodología dialógica de participación social denominada Enfoque Dialógico Transformador (EDT) (Buraschi, Amoraga y Oldano, 2017; Buraschi, Aguilar y Oldano, 2019). Se trata de una propuesta que representa un conjunto de principios metodológicos, métodos y técnicas que tiene por objetivo promover prácticas participativas dialógicas, es decir, procesos participativos horizontales, críticos y transformadores.  

Podemos destacar tres aspectos esenciales del EDT en los cuales ha sido clave la influencia del pensamiento de Paulo Freire: la importancia del cuidado de la dimensión relacional; la atención a la dimensión del poder; y la importancia de crear estructuras dialógicas.  

  1. El cuidado de la dimensión relacional. Consideramos que cuidar esta dimensión relacional es fundamental porque puede prevenir situaciones de fragmentación grupal y puede aumentar la motivación hacia la participación, evitando así que se reproduzcan algunos esquemas de dominación que están presente en nuestro entorno cotidiano. El cuidado de las relaciones se construye a través de una “espiral virtuosa” de concientización y de reconocimiento. Estos dos elementos conducen a la recuperación de la percepción de la propia competencia, reconstruye la conexión con las otras personas y restablece una interacción positiva. Si no se cuidan las relaciones, los conflictos que se generan en los procesos participativos, lejos de propiciar una gestión creativa de los mismos (Buraschi y Aguilar, 2014) activan una espiral de desempoderamiento de la capacidad y de demonización de las otras personas. La concientización y el reconocimiento, por lo tanto, son los dos procesos fundamentales de transformación personal, relacional y social, y se retroalimentan recíprocamente: el empoderamiento personal aumenta la fuerza, la competencia y la apertura de la persona; el reconocimiento humaniza, reconstruye la relación. La concientización y el reconocimiento como praxis dialógicas no se limitan a las relaciones personales, son siempre una dialéctica entre el mundo y la conciencia. La concientización implica directamente la transformación de las condiciones opresivas de la existencia y la humanización del mundo. Por esta razón, el diálogo puede conllevar una transformación personal, relacional y social. En otras palabras, la concientización y el reconocimiento son prácticas dialógicas por medio de las cuales las personas se insertan críticamente como sujetos en la historia (Freire, 1997). 
  2. La atención a la dimensión del poder. Además del cuidado de la dimensión relacional, el Enfoque Dialógico Transformador se caracteriza por reconocer las prácticas participativas como espacios de poder, donde a menudo actúan fuerzas que nos pueden resultar invisibles porque son normalizadas, naturalizadas. Las relaciones de poder, históricas y culturales, pasan a ser “casi naturales” (Freire, 1980). En este sentido, el diálogo es una opción política porque cuestiona la estructura de poder que incorporamos en nuestro cuerpo y que interiorizamos como una doble piel. El diálogo transformador implica tener la capacidad de reflexionar sobre nuestros privilegios, sobre nuestra posición social, sobre cómo nosotros/as mismos/as somos parte de lógicas de dominación que contribuyen a la opresión de otras personas y colectivos. En otras palabras, la praxis dialógica crea espacios de reflexión en los cuales las personas participantes toman conciencia de cómo el poder actúa sobre la palabra y a través del cuerpo, y por otra, valoriza las experiencias de resistencia que promueven el empoderamiento y el reconocimiento (Walsh, 2014). 
  3. La estructura dialógica. Paulo Freire, en numerosas de sus obras (1980, 1990, 1994, 1997), hace referencia a la importancia de denunciar las estructuras deshumanizantes y anunciar estructuras que humanizan. Las estructuras que humanizan, son estructura que facilitan la lectura crítica del mundo, la participación horizontal, el diálogo, la apertura, en otras palabras, son “estructuras dialógicas” (Buraschi, Aguilar y Oldano, 2019). Cuando hablamos de estructuras no hacemos referencia solamente a los elementos macro que incluyen en las relaciones sociales, sino que incluimos todos los aspectos que condiciones un espacio participativo: las características del lugar, los materiales utilizados, el tiempo, la cultura participa que incide en el proceso, etc. Todos estos elementos pueden amplificar el “potencial” dialógico o anti-dialógico de un proceso.  

En los últimos años, a través de una intensa labor de investigación-acción participativa, hemos identificado diferentes elementos que configuran la estructura dialógica: la confianza, la igualdad, la diversidad, el interés común y la corresponsabilidad. 

Estos cinco elementos son indispensables para el desarrollo de un diálogo auténtico y pueden concretarse en diferentes formas y en diferentes momentos del proceso: cuidando la logística de una actividad comunitaria, promoviendo la comunicación no violenta, a través de dinámicas participativas o mediante la configuración del espacio de una reunión, entre otros. 

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  1. La confianza. Permite la apertura de la persona, facilita su participación auténtica y evita las actitudes defensivas. La confianza se construye a través de relaciones basadas en el respeto, la disponibilidad, la humildad, escucha recíproca y fe en el ser humano, en su capacidad de transformación. En este sentido, “la autosuficiencia es incompatible con el diálogo. (…) No hay diálogo si no hay una intensa fe en los hombres. Fe en su poder de hacer y de rehacer. La fe en los hombres es un dato a priori del diálogo (Freire, 1970: 80). La confianza se alimenta con la transparencia del proceso y con la creación de espacios seguros en los que la persona no se siente juzgada sino aceptada plenamente. Mediante el cuidado de los detalles del espacio físico y del clima en el cual se desarrolla el proceso, se crea un contexto de acogida y apertura. 
  2. La igualdad. Para Freire solo hay diálogo entre iguales. No puede darse el diálogo si existe una relación asimétrica entre las personas participantes. Debemos ser conscientes de que los procesos participativos, como hemos recordado en las páginas precedentes, se desarrollan casi siempre en espacios asimétricos en los que hay personas con más poder que otras y existen historias de dominación enraizadas profundamente en las relaciones. Por esta razón, la estructura dialógica debe ocuparse de volver a equilibrar lo máximo posible el poder entre las personas y desarrollar diferentes tipos de estrategia para crear igualdad. Participar en un proceso dialógico significa estar dispuestos/as a abandonar la comodidad del propio rol, de la propia posición y ponerse en discusión. Como en el caso de la confianza, y esto vale para la totalidad de los cinco elementos de la estructura dialógica, la igualdad se crea cuidando los detalles contextuales del espacio participativo, promoviendo una actitud de apertura y desarrollando nuevas competencias. 
  3. La diversidad. Si un grupo de trabajo es demasiado homogéneo, se limita seriamente su potencial creativo. Sin diversidad se cae fácilmente en la autorreferencialidad, en la dinámica del grupo-pensamiento y en la clausura que puede hacer fallar un proceso participativo. Por este motivo es importante que en los procesos participativos, estén presentes personas con diferentes puntos de vista y diferentes visiones del mundo. Es importante esforzarse por incluir todos los puntos de vista, especialmente aquellos que no están de acuerdo con la visión dominante. 
  4. El interés común. Si queremos que el proceso dialógico sea sostenible, las personas implicadas deben sentirlo propio, apropiarse de él, deben sentir que es real lo que está en juego, que pueden contribuir a transformar la realidad y que el esfuerzo participativo realmente vale la pena. Por esta razón uno de los pilares de la estructura dialógica es unir a las personas participantes en torno a un interés común que se transformará, a través del proceso dialógico, en la construcción de una visión común: una definición común de la situación-problema, de las personas interesadas, de la estrategia de intervención y del cambio que se quiere lograr. Como recuerda Senge (1990) una visión común puede ser extremadamente potente y transformadora, permite la cohesión grupal y asegura la sostenibilidad del proceso porque la gente toma conciencia de que el cambio es posible. La construcción de una visión común implica, como veremos en las próximas páginas, también ser conscientes de nuestros marcos de referencia implícitos, deconstuirlos, lograr interpretar los marcos de las otras personas y construir un “sentido común” compartido. Mediante el diálogo, la persona adquiere una nueva perspectiva de los propios pensamientos y de las propias emociones (Bohm, 1996). 
  5. La corresponsabilidad. El proceso dialógico es un compromiso de todos y todas: todas las personas participantes son responsables del proceso, son responsables de sostenerlo y son responsables de facilitarlo. La estructura dialógica maximiza el reparto del poder y de la responsabilidad por medio de un sentido no jerárquico. 

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Resumiendo, el EDT es un conjunto de principios e instrumentos metodológicos que da un sostén y una estructura a la capacidad y a la potencialidad humana de transformación a través del diálogo. El EDT se preocupa de crear estructuras y desarrollar competencias que facilitan el diálogo, la creatividad y la inteligencia colectiva. Podemos imaginar la estructura dialógica como un conjunto de condiciones gracias a las cuales es muy probable que se genere una interacción rica, generativa, dialógica y liberadora; y las competencias dialógicas como los conocimientos y habilidades para que la facilitación promueva la concientización y la transformación social (Isaacs, 1999; Sclavi, 2003; Buraschi, Amoraga y Oldano, 2017; Buraschi, Aguilar y Oldano, 2019).  

4. Decálogo para una facilitación dialógica a partir del legado de Paulo Freire

El rol de la facilitación es acompañar a un grupo para encontrar nuevas maneras de pensar y analizar una situación. La facilitación dialógica es un conjunto de herramientas, técnicas y habilidades para garantizar el buen funcionamiento de un grupo, tanto en la consecución de sus objetivos y realización de su visión colectiva, como en la creación de un clima relacional donde reine la confianza y una comunicación fluida, empática y honesta. La facilitación dialógica procura la configuración de estructuras dialógicas y promueve el desarrollo de competencias dialógicas como la presencia, la escucha, la expresión no violenta o la gestión creativa de los conflictos.  

Paulo Freire nos enseña que la educación y las prácticas participativas deben ser liberadoras, deben apuntar a aumentar la conciencia de las personas participantes para que puedan identificar los problemas, sus causas y encontrar las soluciones, la educación puede “convertirse en un ejercicio de libertad, el medio a través del cual hombres y mujeres se relacionan crítica y creativamente con la realidad y descubren cómo participar en la transformación del mundo” (Freire, 1970: 15).  

Para terminar este texto sobre el legado de Freire, proponemos un decálogo de claves para repensar la facilitación con el fin de transformar las prácticas participativas antidialógicas, en procesos participativos transformadores.  

  1. La participación como acción política 
  2. La facilitación como espacio de concientización 
  3. La facilitación como praxis crítica 
  4. Reconocimiento y valorización de las competencias, conocimientos y recursos de la comunidad 
  5. Fe y esperanza en las personas, en los objetivos y en el proceso 
  6. El diálogo más allá de la palabra y el cuerpo consciente 
  7. Facilitar exige saber escuchar 
  8. La importancia de las preguntas 
  9. El cuidado de las relaciones y la afectividad en la facilitación dialógica. 
  10. Descubrir el inédito viable 

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  1. La participación como acción política más allá de la falsa neutralidad. Facilitar un proceso participativo no es un proceso neutral. Las prácticas participativas se desarrollan en contextos sociales atravesados por diferentes relaciones de dominación. Por esta razón, considerar la facilitación como una labor “neutral” significa reproducir relaciones de opresión. Al contrario, la facilitación dialógica es una práctica militante, entendida en el sentido que Freire daba a este término: una congruencia y radicalidad política entre el decir y el hacer (Freire y Shor, 1986). La participación es un acto político, donde tiene que haber coherencia entre el pensar y el actuar y, también, es una práctica radical porque pretende atajar el problema de la deshumanización y de la dominación de raíz. Si nuestra presencia no es neutral en la historia, como subraya Freire, debemos “asumir del modo más críticamente posible su carácter político. Si, en realidad, no estoy en el mundo para adaptarme a él sin más, sino para transformarlo, si no es posible cambiarlo sin un cierto sueño o proyecto de mundo, debo utilizar todas las posibilidades que tenga para participar en prácticas coherentes con mi utopía y no sólo para hablar de ella” (2001, p. 43). En este sentido, participar es ser presencia en el mundo. 
  2. La facilitación como espacio de concientización. Facilitar procesos participativos desde una perspectiva freiriana significa promover espacios de concientización, procesos a través de los cuales las personas toman conciencia crítica y creativamente de los sistemas de opresión y se comprometen en su transformación. La concientización no se limita a una toma de conciencia crítica, ni a un proceso colectivo de análisis y lectura del mundo, sino que es siempre un proceso de praxis política a través de la cual las personas se insertan críticamente en la historia como sujetos activos. A menudo los procesos participativos empiezan de la disconformidad de las personas participantes con su situación real, de un dolor individual y colectivo que generan las relaciones de opresión y de la indignación frente a las injusticias. Es tarea de la facilitación apuntalar, acompañar y catalizar la energía transformadora hacia una propuesta concreta de praxis transformadora que evite caer en el fatalismo o en la neutralización del cambio por parte de quien, sobre todo desde las instituciones, intentan domesticar la participación.  
  3. La facilitación como praxis crítica y transformativa más allá de lo técnico. La facilitación dialógica no se puede reducir a una mera caja de herramientas metodológicas, un recetario de técnicas que se utilizan de forma acrítica y mecanicista. Al contrario, se trata de una praxis crítica, una incesable dialéctica entre reflexión y acción, entre teoría y práctica. La facilitación es una acción que debe ser siempre crítica y aspirar a la transformación social. Es, en otras palabras, una acción cultural para la libertad. En cuanto praxis emancipadora, la facilitación pretende crear estructuras dialógicas, espacios de resistencia y de humanización que se caracterizan por ser espacios de confianza, seguros, horizontales, diversos, corresponsables.  
  4. Reconocimiento y valorización de las competencias, conocimientos y recursos de la comunidad. A menudo, las prácticas participativas antidialógicas se caracterizan por la “absolutización de la ignorancia” de las personas participantes, es decir, el prejuicio por parte de las personas “expertas” o de las personas que detienen el poder institucional, que consideran a las personas participantes como ignorantes, no competentes, pasivas. Considerar que las personas participantes son ignorantes, implica entender la participación como un dispositivo de legitimación del estatus quo. Al contrario, la facilitación dialógica se caracteriza por el reconocimiento y la valorización de las personas participantes como protagonistas del proceso, reconociendo sus saberes, valorizando sus competencias y potenciando sus recursos. Este reconocimiento implica lo que Freire denomina “curiosidad epistemológica”, una actitud de apertura, confianza en las otras personas y en el proceso. La disposición a tomar riesgos, a poner en discusión nuestras praxis, nuestra forma de ver el mundo, nuestra manera de trabajar.  
  5. Fe y esperanza en las personas, en los objetivos y en el proceso. Como hemos subrayado en los párrafos anteriores, el proceso de facilitación se estructura en un triángulo cuyos vértices son las personas, los objetivos y el proceso. Lo que caracteriza la facilitación inspirada en el legado de Paulo Freire es que, a pesar de ser realista, consciente de la fuerza de los sistemas de opresión, del cansancio y el desencanto que acompañan ciertos procesos participativos, siempre está atravesada por una profunda fe en las personas, fe en el proceso y esperanza en los objetivos. En palabras de Freire, no hay diálogo posible si no existe una intensa fe en las personas, en su capacidad de poder hacer y rehacer, de crear y recrear. La vocación de ser más no es privilegio de algunas privilegiadas, sino un derecho intrínseco de cada persona. Además de la fe en las personas, la facilitación se caracteriza en la confianza en el proceso y en la esperanza en los objetivos. Lo contrario, es rendirse a la tentación de abdicar la lucha, renunciar a la utopía, aceptar la ideología dominante que domestica la participación y apuesta por el inmovilismo y la acomodación. 
  6. El diálogo más allá de la palabra y el cuerpo consciente. Un aspecto clave de la perspectiva dialógica de Paulo Freire y que tiene importantes consecuencias en las prácticas participativas es que el diálogo es una forma de relación humana y de transformación social que va más allá de la palabra, incluye el cuerpo y la acción. La expresión del cuerpo es nuestro primer lenguaje, es la primera forma de comunicación del ser humano, el mundo se construye a partir de las sensaciones y las vivencias corporales. Sin embargo, después, este vínculo se va perdiendo y se suele dar prioridad a la palabra y se olvida la centralidad de la corporeidad. En los procesos participativos, salvo algunas excepciones, el cuerpo ha desempeñado un papel secundario. El movimiento y el protagonismo del cuerpo se reducen a determinadas actividades y a determinadas fases del proceso grupal (romper el hielo, cohesión grupal), pero no suele jugar un papel central en los procesos de análisis y producción grupal. Es más, el uso de técnicas y dinámicas que involucran el cuerpo suele limitarse a la motricidad, sin cuestionar las formas tradicionales de entender el cuerpo, ni promoviendo un empoderamiento desde el cuerpo. Sin embargo, aunque no seamos siempre conscientes de ello, aprendemos, participamos, enseñamos, cuidamos con todo nuestro cuerpo, no solo con la palabra o el intelecto. Se trata, entonces, de reconocer el protagonismo de lo que Freire ha denominado un “cuerpo consciente” (Freire, 1993), un cuerpo “captador, aprendedor, transformador, creador de belleza y no un espacio vacío para ser llenado con contenidos” (Freire, 1994). Un cuerpo consciente implica que los procesos de concientización empiecen por la reapropiación del propio cuerpo, una toma de conciencia de cómo nuestra corporeidad está condicionada por lógicas de dominación sociales (hooks, 1994). El cuerpo, usando una expresión de Foucault, es un texto donde se inscribe la realidad social. Se trata de problematizar el cuerpo en su formas tradicionales, comprender cómo se configura la corporeidad y como el control, la disciplina y la normalización del cuerpo son elementos esenciales, cotidianos y omnipresentes de la reproducción de la dominación social. 
  7. Facilitar exige, saber escuchar. La facilitación de procesos participativos exige la creación de estructuras dialógicas y el aprendizaje de habilidades y competencias para el diálogo entre las cuales, tomando las reflexiones de Paulo Freire en Cartas a quien pretende enseñar (Freire, 1994), la escucha resulta una destreza fundamental. En esta obra, la escucha se encuentra lúcidamente ligada a la humildad, elemento imprescindible para la participación crítica y genuina. Freire nos interpela planteando: “no veo cómo es posible conciliar la adhesión al sueño democrático, la superación de los preconceptos, con la postura no humilde, arrogante, en que nos sentimos llenos de nosotros mismos. Cómo escuchar al otro, cómo dialogar, si sólo me oigo a mí mismo, si sólo me veo a mí mismo, si nadie que no sea yo mismo me mueve o me conmueve”. Ese bucle solitario, donde la pregunta circula sin escucha, donde se mira por encima del hombro para ver sólo lo que la pequeñez de ese ángulo expone de manera explícita, es rasgo distintivo de quien facilita procesos participativos desde la pantomima de la falsa escucha. Facilitar sin humildad, puede llevarnos al peligroso encierro en el circuito de la propia verdad como única opción posible. Nada más lejos del diálogo, nada más lejos de la transformación social. 
  8. La preguntas, más allá de la curiosidad ingenua. La esencia del proceso de facilitación, tomando palabras de Freire (1994) consiste en “hacer buenas preguntas”. Pero no cualquier pregunta: la pregunta que problematiza, que libera, esto es, que empodera y consecuentemente, hace siempre más libre. Así entendida, la pregunta nace de un estado de curiosidad, sin el cual resulta imposible proyectar la construcción de conocimientos y la transformación social. Freire entiende la curiosidad como una necesidad ontológica que caracteriza el proceso de creación y recreación de la existencia humana, la curiosidad entendida como un acto de resistencia. En este sentido la pregunta es indispensable en el proceso de facilitación, no como búsqueda de respuestas, sino como desafíos dentro de una situación y como herramientas que procuran encadenar reflexiones en un espacio dialógico de creatividad y libertad. Si pensamos en la facilitación antidialógica, la esencia de estas prácticas comunicativas reprime la curiosidad y rehúye de esa dinámica creativa que posibilitan las “buenas preguntas”. En este modelo antidialógico, quien facilita suele ocupar el lugar de quien narra contenidos, de quien cuenta un relato con respuestas fácilmente previsibles, casi previamente elaboradas, imposibilitando una reflexión crítica y auténtica, una transformación liberadora desde lo personal, lo interpersonal y lo social. La pregunta, en los procesos de facilitación dialógica, tiene la capacidad de humanizar las relaciones sociales y transformar la realidad. La pregunta es un elemento inhibidor del efecto autoritario y burocratizador, es una herramienta indispensable para ejercer la libertad y la democracia. 
  9. El cuidado de las relaciones y la afectividad en la facilitación dialógica. En la facilitación, el cuidado representa ese conjunto de tareas que nos permite hacer accesibles los espacios para que nadie se sienta excluido/a, que nos ayuda a hacer eficientes los procesos grupales poniendo el diálogo y la dimensión relacional en el centro. En nuestras sociedades, los cuidados son una práctica invisibilizada, feminizada, nada protagonista, muchas veces oculta tras las cuestiones que aparentemente son más urgentes y productivas. En Pedagogía de la Autonomía (1997) Freire plantea que “educar, exige querer bien a los educandos y a la propia práctica educativa de la que participamos” (p.91). Esa apertura a querer bien, implica que la afectividad no nos asusta, no tenemos miedo a expresarla, no tenemos miedo a la creación de “espacios cuidados para el diálogo” en pos de la transformación. En la facilitación dialógica, la apertura a querer bien, a cuidar el proceso, muestra el compromiso con una práctica específicamente humana. Nada puede insinuar que facilitar mejor un proceso grupal esté ligado a ser más severo/a, más serio/a, más frío/a, más distante con las relaciones que se establecen en el grupo. La afectividad y el cuidado, no pueden ser vistas como prácticas incompatibles con la facilitación rigurosa y metódica. La apertura a “querer bien” está ligada a la disponibilidad de vivir bien, a la alegría, al cuidado y la afectividad que nos muestra como seres interdependientes con las demás personas y con la naturaleza donde habitamos. Los cuidados son prácticas colectivas que permiten alcanzar la justicia social, facilitando la participación desde el diálogo. La afectividad y el cuidado no son urgentes porque sean agradables, son urgentes porque tienen la capacidad de transformar la realidad y construir espacios de participación más justos. 
  10. Descubrir el inédito viable. El inédito viable proyecta una esperanza de transformación de las condiciones sociales de existencia. Con este concepto, Freire pone la mirada esperanzadora en la transformación donde, el diálogo y la participación de quienes se encuentran en situaciones de opresión, construyen un proceso de concientización y de politización. Ese “inédito viable” en las prácticas participativas, representa la resistencia, la rebeldía, ese sueño utópico que mueve a los procesos, ese saber que algo no está, que algo aún no existe y que sólo será posible a través de esa praxis liberadora que debe pasar por la teoría de la acción dialógica en un proceso que va más allá de la utopía individual y que lleva consigo un sueño colectivo. 

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5. Conclusiones

En este texto presentamos algunas de las contribuciones del pedagogo brasileño a la renovación de las prácticas participativas. En particular, a partir de los conceptos de diálogo y dialogicidad analizamos algunas características de los procesos participativos antidialógicos que contribuyen a deshumanizar y a domesticar a las personas participantes, como la conquista, la manipulación, la división y la invasión cultural.  

En la segunda parte del texto presentamos algunos elementos del Enfoque Dialógico Transformativo, una perspectiva metodológica que se inspira en el legado de Paulo Freire, en particular, el cuidado de las relaciones, la atención a la dimensión del poder y la estructura dialógica.  

Finalmente, concluimos este artículo con una propuesta de decálogo para la facilitación de procesos participativos incidiendo en elementos como la praxis crítica, el reconocimiento y valorización de las competencias, conocimientos y recursos de la comunidad, la importancia de la escucha, del cuidado de las relaciones y del descubrimiento del inédito viable.  

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Nota bio-bibliográfica

Daniel Buraschi. Doctor en Psicología Social y en Derecho y Trabajo Social. Licenciado en Ciencias de la Educación. Director adjunto del Instituto Internacional de Ciencias Sociales Aplicadas (IICAS). Investigador del Grupo Interdisciplinar de Estudios sobre Migraciones, Interculturalidad y Ciudadanía de la Universidad de Castilla-La Mancha y del Observatorio de la Inmigración de Tenerife. Docente del Master en Migraciones e Interculturalidad de la UCLM. Ha trabajado durante quince años en diferentes países de Europa y África y en diversas ONG dedicadas a la intervención social y a la participación ciudadana. Actualmente es miembro de Mosaico Acción Social y de la Red de Acción e Investigación Social (RAIS), donde trabaja como formador y consultor en intervención social intercultural, metodologías dialógicas y participativas, planificación social y comunicación para el cambio social. Es docente del Curso Metodologías Participativas para la Transformación Social, organizado por la Universidad de La Laguna. Para contactar: buraschidaniel@hotmail.com  

Natalia Oldano (1975, Tucumán, Argentina). Cursa estudios en Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de Tucumán, finalizando la carrera de Pedagogía en el año 2000. Continúa su formación realizando el Máster en Educación Social en la Universidad Internacional de Andalucía a través de una beca de la UIA. Al finalizar los estudios se afinca en Madrid donde tiene una beca en la Asociación de Televisiones Educativas y Culturales Iberoamericanas (ATEI). En el año 2002 se traslada a Tenerife donde inicia estudios de posgrado en la Universidad de la Laguna que conducirán al Diploma de Estudios Avanzados en Sociedad, Política y Cultura. Es Especialista en Políticas de Cuidado con Perspectiva de Género a través de CLACSO (2019/20) y Agente de Igualdad por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (2020). Es docente del Curso Metodologías Participativas para la Transformación Social, organizado por la Universidad de La Laguna. Es docente en el Master de Inmigración e Interculturalidad de la Universidad de Castilla la Mancha. Es docente del Curso Metodologías Participativas para la Transformación Social, organizado por la Universidad de La Laguna. Actualmente trabaja en la Consultora Mosaico Acción Social desde donde participa en diferentes proyectos de asesoramiento, investigación, facilitación y formación en educación social, participación comunitaria, gestión de la diversidad, perspectiva de género e intervención social. Para contactar: nataliaoldano@gmail.com

Fecha de recepción del artículo: 21/07/2022
Fecha de aceptación del artículo: 26/10/2022