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La ética como una herramienta de futuro

Autoría:

Joan Dueñas. Educador Social. Coordinador de la Comisión de Ética del CEESC (Colegio de Educadoras y Educadores Sociales de Catalunya)

Resumen

La ética como una herramienta de futuro para construir una conciencia colectiva, más allá de una deontología inmediata y resolutiva, ya que el objetivo de la ética, además de resolver dilemas y conflictos,  ha de tener una función orientadora.

Palabras clave

Etapa 5, Madrid, 30/abril/2022

Residencia Universitaria Tagaste 

Ética transversal a la Educación Social. El compromiso de los/las profesionales

Taller participativo / Coloquio

 

Muchas gracias a todas y a todos por vuestra asistencia, Tanto a las personas que estáis aquí como a las que estáis conectadas vía internet.

A mí me toca hablar del acuerdo marco para la creación de un comisión de Ética y Deontología en el seno del Consejo General de Educadoras y Educadores sociales, no os asustéis por la dureza descriptiva de mi intervención, intentaré hablar más de nuestra vida profesional que del documento. Eso sí, a partir del documento.

Decía Gabriel Celaya que la “poesía es una arma cargada de futuro”. Parafraseando al gran Celaya diría que la Propuesta para la creación de una comisión de ética y deontología,  no diré que es poesía (eso ya sería excesivo) ni tampoco una arma (y menos en los tiempos que corren) pero sí podríamos decir que es una herramienta cargada de futuro .

Este acuerdo, nació fruto de un proceso de deliberación entre los colegios de Catalunya y Euskadi y recoge la voluntad de promover y ayudar a los diferentes colegios del estado a crear comités de ética, asesorar a profesionales, aumentar la conciencia de la necesidad de una cultura ética entre la profesión, a organizar formación ética a profesionales .…es decir, construir un futuro para nuestra profesión, donde la ética tenga un papel predominante.

Juan Dueñas Ferrándiz.

Pero también habla, si se me permite la contraposición, del presente. Es un documento de futuro, por lo que ya he dicho y de presente en el sentido que promueve lo que podríamos llamar: herramientas que nos da las soluciones en nuestro día a día (Discutir dilemas éticos y conflictos deontológicos que suelen presentarse en la vida diaria, profundizar en el código deontológico, ….)

Sin desdeñar la necesidad que, a veces tenemos de encontrar respuestas inmediatas a nuestro presente profesional y reconociendo la utilidad de estas respuestas, pienso que, debemos evitar considerar la ética i la deontología como un manual que dé respuestas inmediatas a nuestras dudas, dilemas, conflictos, etc., porque buscar soluciones inmediatas puede reducir nuestra perspectiva de futuro.

Por eso permitidme que, en mi afán de ligar los documentos a la vida profesional, hoy centre mi intervención en el futuro, porque Futuro es la palabra clave de nuestra profesión. Las educadoras y los educadores sociales somos agentes de cambio. Nuestro objetivo final siempre es la transformación. En primer lugar la transformación personal, también la transformación de las condiciones de vida de las personas que atendemos y, por último, la transformación social, es decir, de las estructuras que generan situaciones de injusticia, exclusión o precariedad. Teniendo en cuenta esta premisa, resulta paradójica la resistencia de muchos profesionales a cambiar ciertas condiciones personales o laborales: horarios, costumbre, inercias…, siendo la educación social una profesión de futuro, en el sentido más amplio de la palabra: por un lado, porque es relativamente nueva, y por otro, porque el objetivo de nuestra profesión es el de promover cambios, tanto a nivel individual como grupal y social.

Pero, a veces tengo la sensación que una parte significativa de la profesión vivimos de espaldas al futuro porque tememos que los cambios nos arranquen de nuestro presente. Estamos atrapados en el presente, es decir en el yo, porque el presente es la realidad de cada uno y nuestras circunstancias, y parece que el futuro no nos pertenece porque no es nuestra responsabilidad, sino que pertenece exclusivamente al otro (yo ya he hecho lo que he podido, a partir de ahora, la responsabilidad no es mía). Este apego a nuestro presente y la poca atención hacia el futuro contradice la necesidad de una reflexión ética.

¿Es que el educador social no debe ser un profesional implicado en el proceso de transformación, tanto individual, como grupal o social de los cambios que promueve? ¿No formamos parte también de este proceso de transformación? ¿No nos concierne? O, por el contrario, ¿solo concierne a las personas o grupos con los que trabajamos? La pregunta es si nos sentimos responsables del futuro de los demás y de la sociedad o solo nos responsabilizamos de nuestro presente.

Estamos de acuerdo que el trabajo del educador social, tienen que contar siempre con el otro, construir junto a las personas que atendemos en nuestros servicios, con la mirada puesta en el pasado, el presente y, sobre todo, en el futuro, que es nuestro objetivo. Centrarse en nuestro presente contradice la idea del “nosotros” como premisa (nosotros como equipo, pero también nosotros como cooperación con las personas que atendemos). Nos aferramos a nuestro presente cuando interponemos entre nosotros y los demás nuestras condiciones, nuestros miedos, prejuicios, malestares…

¿Cómo podemos hablar de construir un futuro diferente si no somos capaces de modificar nuestro presente? A veces tratamos de justificarlo buscando una respuesta inmediata que nos justifique. Entonces, ¿de qué manera podemos avanzar sin tropezar continuamente con nuestras propias limitaciones o condicionantes? Necesitamos construir un futuro con los demás. Sí, continuamente, hablamos sobre las personas con las que trabajamos, con nuestros compañeros, con profesionales de otros servicios y con las propias personas que atendemos, pero ¿cuántas veces establecemos un verdadero diálogo? y cuando lo hacemos, ¿son verdaderamente constructivos o simplemente son una cacofonía de monólogos?

La reflexión ética supone pensar y construir un discurso común, y en profundidad, sobre la realidad que nos interpela, pero a menudo huimos de esta fatiga. No hay escucha, porque para escuchar es necesario reconocer y respetar al otro. El respeto es necesario porque marca la distancia entre quien escucha y la palabra de quien habla, pero para escuchar también necesitamos más capacidad de concentración, porque la concentración nos une ante el esfuerzo. Nuestra mente, a menudo, está dispersa entre muchas cosas y nos refugiamos en la dispersión y entonces la dispersión se convierte en la expresión de nuestra libertad y de nuestra identidad (soy así, tengo tantas cosas en la cabeza….). Pero la concentración acerca la reflexión a la acción: es un trabajo común y un compromiso.

Nos olvidamos de dialogar porque dialogar es hablar un idioma común, pero todos sabemos que los idiomas que no se practican, se olvidan. El profesional disperso no consigue dialogar. Prefiere consultar un código, una normativa, un protocolo que le dé una rápida respuesta y lo justifique. No encuentra nunca el tiempo, pero tampoco sabe si quiere hacerlo y al final la dispersión se convierte en rutina.

Estamos demasiados concentrados en nuestro presente, pero, en cuanto miramos al futuro nos dispersamos. Aunque, y este es otro aspecto paradójico de nuestra profesión, nuestro presente tampoco nos satisface, a pesar de que nos resistimos a cambiarlo.

No es fácil salir del cierre de nuestro propio pensamiento y de las costumbres adquiridas, y así, la profesión se esteriliza de contenido y de valores. Todo se reduce a mi presente, a mi yo y a las dificultades que, debido a un sinfín de condicionantes externos, limitan mi acción justificando, consecuentemente, mi inacción. Las personas atendidas dejan de ser el centro de nuestra acción y, esta centralidad, la ocupa mis dificultades, y mis lamentaciones. Esta cerrazón convierte la ética en una bella durmiente. Todos reconocemos y admiramos su belleza, pero dejamos que duerma mientras la observamos sentados a los pies de su cama. Si tenemos algún problema, ya le pediremos consejo.

Entonces corremos el riesgo de adoptar una actitud permanentemente defensiva y convertirnos en profesionales hostiles y vacíos porque estaremos llenos de nosotros mismos y no dejaremos espacio para nada más.

 Juan Dueñas Ferrándiz, Iñaki Rodríguez Cueto.

Pero las personas que atendemos demandan insistentemente un futuro diferente, no tienen miedo a un tiempo nuevo porque, a menudo, no tienen nada que perder. Esa demanda debería escandalizar el inmovilismo de tantos profesionales que se resisten a salir de la seguridad en la que está instalado su presente, es decir su yo.

Demasiadas veces, frente al futuro, nos convertimos en niños quejicas auto absolutorios (todo está mal, pero no es mi responsabilidad) que carecen de la valentía de los grandes proyectos. Y así es como se instala la mediocridad en nuestra profesión. Nos consideramos muy cualificados para auto afirmarnos frente a los demás, pero nos asusta salir de nuestro obstinado yo para construir colectivamente un nuevo futuro.

Una profesión joven necesita profesionales jóvenes, es decir, optimistas y esperanzados y eso no tiene nada que ver con la edad de cada uno. Podemos afirmar, pues, que la esperanza y el optimismo es la raíz de lo que podríamos llamar la juventud profesional. Este es el reto frente a la vejez profesional, que es una enfermedad aguda. El secreto de la belleza juvenil, profesionalmente hablando, es fruto del trabajo, de escuchar al otro, del interés por lo que dicen los demás y de estar abierto a cambiar a partir de las sugerencias que suscita la relación personal.

En conclusión, la esperanza y el optimismo en nuestra profesión no es una opción. Es la única actitud posible para promover cambios, lo contrario es el fatalismo Debemos dejar de concentrarnos en los problemas o las dificultades para reconocer y enfatizar aquello que funciona.

Cuantas veces en nuestra vida profesional hemos escogido en algún momento la resignación como consejera, resignación que ha emergido como consecuencia de nuestros miedos.

Como decíamos al principio, la educación social es una profesión de futuro, un futuro que no podemos negar a las personas que atendemos ni a la sociedad por la que trabajamos. Un futuro que nos exige levantar la mirada y afrontar el reto de los grandes proyectos. Debemos salir de nuestro presente timorato y resignado y rejuvenecer la profesión con la pasión de quien afronta los desafíos con la esperanza de un nuevo futuro y eso exige una reflexión constante para construir un discurso común que nos ayude a salir de tantos presentes y vislumbrar un nuevo futuro.

Mientras tanto, podemos encontrar respuesta a nuestros dilemas o conflictos éticos en manuales de buenas prácticas, códigos deontológicos, recomendaciones del comité…..etc, pero sin perder de vista que el futuro pasa por una dimensión más global que construya una cultura ética en nuestra profesión.

Para contactar

Joan Dueñas. joanduenas@gmail.com