Elia Sepúlveda Hernández, trabajadora social y Dra. en Educación, ámbito Pedagogía Social. Chile
Este artículo es una reflexión teórica que se desarrolla en base a la siguiente pregunta ¿Qué orientaciones metodológicas resultan oportunas para pensar acciones socioeducativas que permitan ampliar las resiliencias y empoderamientos eco-sociales en contextos donde prevalece el despojo-extractivista? Desde el fenómeno natural del desierto florido que ocurre en Chile, como metáfora para conectar con las resiliencias eco-territoriales y desde la teoría del antropoceno como comprensión de la crisis ambiental actual, se plantean orientaciones que permitan fortalecer la acción socioeducativa a partir de dimensiones como territorio, pertinencia ecosistémica, empatía, interdisciplinaridad y la relevancia de la acción comunitaria como resistencia a las lógicas de despojo y acumulación que impone la matriz extractivista que prevalece en América Latina.
This article is a theoretical reflection that is developed based on the following question: What methodological guidelines are appropriate to think about socio-educational actions that allow the expansion of eco-social resilience and empowerment in contexts where does extractivist dispossession prevail? From the natural phenomenon of the flowery desert that occurs in Chile, as a metaphor to connect with eco-territorial resilience and from the theory of the Anthropocene as an understanding of the current environmental crisis, guidelines are that allow strengthening the socio-educational action based on dimensions such as territory, ecosystem relevance, empathy, interdisciplinarity and the relevance of action community as resistance to the logics of dispossession and accumulation imposed by the extractivist prevailing in Latin America
Hay un lugar en el norte de Chile que se llama Desierto de Atacama, un desierto enorme y muy árido, el más seco del mundo. La ausencia del agua en tierra y cielo/atmósfera, conAnthropoceneigura los cielos más claros del planeta, de hecho, varios de los observatorios astronómicos más importantes del mundo se encuentran allí. Por ejemplo, el observatorio ALMA, el más grande de todos, donde a 5.640 metros de altura, permite observar lo invisible a nuestros ojos, como el nacimiento de estrellas y planetas del universo frío. La cordillera de Los Andes acompaña la hazaña científica, regalando un paisaje que conmueve.[1]
El desierto se extiende por varias regiones del país, como referencia, es un poco más grande que toda la superficie de Portugal. Su extensión lo hace diverso en su dimensión geofísica y socio-ecológica pues contiene volcanes, lagunas, salares, ríos, así como también, una flora y fauna capaz de adaptarse a condiciones extremas. Por un lado, la cordillera. Por el otro lado, el Océano Pacífico y sus conexiones globales, como la corriente marina de Humboldt, que transporta agua fría desde la Antártida.
Ese desierto también contiene minerales, muchos. Cobre, oro, plata, hierro, nitrato de sodio. Y glaciares milenarios, que conservan agua dulce en depósitos naturales. Minerales y agua… o sea, materia prima directa, mercancía, recursos de compra/venta y una larga historia de despojo colonialista que Galeano (1992, p.74) relata muy bien al evocar esa famosa frase de la tierra y la biblia: “Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: ‘Cierren los ojos y recen’. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia”.
Vinieron y vienen. En modo extractivista, en modalidad de acumulación y despojo, en clave capitalista y provocando una ruptura metabólica que ha roto la relación ancestral y las cosmovisiones de ese desierto, que es también deidad múltiple que nos precede en permanencia y trayectoria. 3 millones de años por sobre nuestro suspiro de existencia.
La historia de nuestra Latinoamérica, exhibe una larga lista de sucesos y territorios que somatizan las consecuencias más nocivas del capitalismo extractivista (Bolados et al, 2018). Las cifras son alarmantes y cuestionan la viabilidad de la vida humana en un futuro, por ejemplo, entre el 2018-2019 la desforestación de la selva amazónica aumentó un 29,5% con respecto del periodo anterior, lo que significa más de nueve mil kilómetros desforestados (Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales, 2019). Por otra parte, estudios de Panta Rhei — Everything Flows de la Asociación Internacional de Ciencias Hidrológicas (IAHS), el cordón andino aparece a nivel mundial como “punto caliente global” de crisis hídrica por incremento severo de la sequía y agotamiento de las aguas subterráneas (Di Baldassarre, 2019).
Así como se destruye la biodiversidad y las zonas de seguridad humana en el planeta, también el impacto afecta directamente a las personas – principalmente niños/niñas y mujeres – que habitan originariamente los hábitats en riesgo/destrucción. Desastres naturales de origen antrópico, conflictos ecoterritoriales que fracturan las identidades y violan los derechos humanos. Países como Colombia, Brasil y México lideran a nivel mundial el asesinato de activistas ambientales con 212 crímenes el año 2019 (Global Witness, 2020). A su vez, el Atlas de la Justicia ambiental (ICTA UAB), posiciona a América Latina como una de las zonas del planeta con mayor cantidad de tensiones sociopolíticas por conflictos de justicia ambiental. De los 15 países con mayor registro de conflictos ambientales, 7 corresponden a países latinoamericanos (Ej Atlas, 2021).
Es una situación alarmante que se repite en el sur global de manera transversal, incluyendo también a África como un continente hermano donde las lógicas colonialistas occidentales van cercenando los pensamientos no abismales e instalan lenguajes instrumentales que no permiten emerger nociones como “dignidad, respeto, territorio, autogobierno, el buen vivir, la Madre tierra” (De Sousa, 2010, p. 26).
Sin embargo, es la misma naturaleza y sus comunidades ancestrales – humanas y no humanas – la que nos devuelve la esperanza en otro mundo posible. El testimonio de la vida que se abre camino a pesar de los daños, desde la resistencia de un sistema global que – en sus interconexiones terrestres y estelares – se fortalece para demostrar su poder biótico supra humano. El desierto florido de Atacama es un buen ejemplo de ello.
Sí, este desierto más árido del mundo, cada cierto tiempo, florece. Más de doscientas especies de flores de colores intensos, millones de flores en cerros, quebradas y riberas. Flores en la arena miran el mar y se mueven alegres al compás de un viento colmado de mariposas e insectos obnubilados de tanto polen. ¿Por qué sucede esta maravilla? Por condiciones climáticas que permiten un sobrecalentamiento de las corrientes marinas y entonces, un inusual aumento en las precipitaciones. Primavera, humedad y agua en el momento preciso para que las semillas y bulbos que duermen bajo tierra, germinen en una demostración de capacidad/estrategia de resistencia y adaptación en condiciones extremas. Un banco de semillas que espera paciente por años hasta volver a desplegarse y ser.
Así es nuestra Latinoamérica, como un desierto florido con la capacidad resiliente de florecer desde sus desiertos y zonas conflictuadas. Eco-territorio,[2] que se expande en una diversidad de espacios y momentos fortalecidos en saberes y resistencias ancestrales. Cómo dice la pedagoga Gabriela Mistral, Latinoamérica se erige desde su naturaleza, que es madre tierra y raíz profunda: “la tierra es el sostén de todas las cosas y no hemos creado todavía otra mesa que soporte nuestros bienes” (Mistral, 1999, p. 72).
Las prácticas socioeducativas (PSE en adelante), serán entendidas como relaciones que derivan en “una acción profesional desarrollada por pedagogos y educadores en el marco de una situación o problemática sociocultural con la intención de generar escenarios que ayuden a las personas, grupos o comunidades participantes a empoderarse” (Úcar, 2016, p. 415). En consecuencia, las PSE se configuran en un espacio, momento y acción que permite re-crear y fortalecer la justicia ambiental para interacciones éticas con la naturaleza, ecocentradas y respetuosas con el sistema socio-ecológico en sus diversas manifestaciones, humanas y no humanas. Desde el reconocimiento de la relevancia de las PSE frente a los desafíos eco-territoriales que constituyen la interacción sociedad-naturaleza, se plantea la siguiente pregunta de reflexión:
Desde las teorías del antropoceno, considerando las emergencias de la crisis eco-territorial de América Latina y el sur global en general, ¿Qué orientaciones metodológicas resultan oportunos para pensar acciones socioeducativas que permitan ampliar las resiliencias y empoderamientos eco-sociales (o desiertos floridos) en contextos donde prevalece el despojo-extractivista?
Para responder a dicha pregunta, este artículo desarrolla una reflexión teórica donde se presentan algunas orientaciones metodológicas para el desarrollo de prácticas socioeducativas que aborden asuntos relativos a la cuestión socioambiental.
Las teorías del antropoceno plantean el cambio de era geológica, esto es, el paso del holoceno al antropoceno a partir de nuevas evidencias geológicas que develan el impacto humano en el planeta. Dichas evidencias, son el acumulado de procesos de industrialización, capitalismo y sistemas de metabolismo social (Toledo, 2013), que provocan un aumento sostenido de la huella ecológica antrópica en la biósfera. Se trata de un concepto que se centra en el acelerado impacto humano en el planeta, “logrando alterar, por primera vez, en la Historia, el sistema ecológico y geomorfológico global” (Fernández, 2011, p. 10). Se comienza a utilizar en la literatura científica, desde la influencia de Chen Zhirong, investigador del Institute of Geology and Geophysics at the Chinese Academy of Sciences in Beijing. Luego, en el año 2000, el Premio Nobel de Química Paul Crutzen y su colega Eugene Stoermer, lo introducen formalmente en el contexto del Programa Internacional Geosfera-Biosfera 30 (IGBP), para hacer referencia al impacto acumulativo de la civilización humana.
Figura 1. El antropoceno como era geológica.
Por lo tanto, al decir antropoceno se hace referencia a las transformaciones que derivan de la revolución industrial capitalista donde predomina una ruptura metabólica en el acoplamiento humano – naturaleza. Las transformaciones que definen al antropoceno, tienen que ver con problemáticas sociales de impacto global, como el cambio climático, calentamiento global y contaminación urbano- agro- industrial. Además de otras problemáticas como crisis hídricas (Aldunce et al., 2017) y aniquilación de la bioversidad (Fernández, 2011). Por ejemplo, el aumento sostenido de los desastres naturales, especialmente de origen hidrometereológico, como sequías e inundaciones, son una evidencia global que da cuentan de las alteraciones que el antropoceno instala en los distintos sistemas ecológicos y sociedades de todas las partes del planeta (Cattelino, Drew y Morgan, 2019). Como plantea Bley y Cruz (2017) del Centre for Climate and Resilience Research (CR2), el término antropoceno “va más allá de las huellas físicas y durante la última década se ha convertido en un asunto de reflexión ecológica y filosófica, incluso en un gatillo para el debate ideológico”.
Pichler, Schaffartzik, Haberl y Görg (2017), mencionan que en tiempos del antropoceno es necesario comprender, de manera simultánea, la dimensión sociocultural y biofísica de la cuestión ambiental o eco-territorial, pues así como la sociedad actúa e incide sobre el ambiente/entorno, también es permeada por las reacciones de ese entorno a partir de relaciones mutuas y reiterativas. También afirman que el antropoceno marca un antes y un después en la calidad de la relación del ser humano con la naturaleza, a raíz de los impactos sin precedentes que los seres humanos han provocado en el sistema planetario.
Figura 2. Las relaciones sociedad-naturaleza en el Antropoceno.
La teoría del antropoceno tiene el valor de visibilizar la crisis ambiental desde una dimensión tiempo/espacio, donde se releva la responsabilidad del ser humano en las causas y consecuencias del cambio ambiental global (Boada y Saurí, 2002), así como también, en las decisiones/acciones políticas y éticas para reconducir – en clave de justicia ambiental y conservación – el daño antrópico sobre la biosfera. En el caso de América Latina, dichas decisiones/acciones político-éticas, también deben ser comprendidas en clave anticolonialista, siendo las teorías de la ecología política un recurso teórico interesante para complementar la mirada crítica respecto a los dispositivos de control y despojo que engrillan el patrimonio socioecológico[3] del sur global.
Desde la ecología política, se dinamizan nuevas compresiones respecto de las eco-problemáticas latinoamericanas, sus prioridades, urgencias y puntos críticos. La noción activa de territorio, patrimonio, derechos y posesión justa, son asuntos que permiten activar diálogos socioeducativos para re-mirar el protagonismo local y ancestral frente a las formas de desarrollo que impone el capitalismo extractivista. Como plantea Mistral (1999, p. 73), “las que llamamos pérdidas o conflictos o problemas son pequeñeces mientras la tierra permanece nuestra. La única tragedia verdadera es su enajenamiento”
Hacer florecer los desiertos. Florecimiento como una metáfora que apunta a activar las resiliencias y empoderar el eco-territorio desde las capacidades y saberes locales/ancestrales. Se trata de la intención/acción cotidiana de cientos de profesionales y educadores que día a día – desde valles, zonas costeras, cordilleras, sierras, bosques, ciudades y ruralidades – aportan a la recuperación de los vínculos ecosistémicos, a partir de éticas ambientales que reconocen la dependencia vital del ser humano con el sistema ecológico que le alberga.
La relevancia de la educación frente a las consecuencias del antropoceno, ha sido reconocida por diversos organismos internacionales que impulsan acuerdos globales. En la Agenda 2030 para un Desarrollo Sostenible, conocida también como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que se aprobó el año 2015 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, se reafirma la decisión de proteger el planeta de la degradación, tomando medidas urgentes para hacer frente al cambio climático. A su vez, el objetivo y meta 4.7 de los ODS, valora la relevancia de la Educación para el Desarrollo Sostenible (EDS) como vía efectiva para conseguir los objetivos propuestos. La UNESCO, a partir del Decenio del Desarrollo Sostenible, menciona que
[…] la concepción fundamental del decenio reside en el uso de la educación formal, no formal e indirecta, como vector efectivo del cambio de valores, actitudes y modos de vida a fin de alcanzar un futuro sostenible y la evolución hacia sociedades justas (UNESCO, 2005. En Ezquerra, Gil y Márquez, 2016, p. 75).
Antecediendo los acuerdos mencionados antes, desde tradiciones y cosmovisiones ancestrales, los pueblos originarios poseen posiciones políticas y culturales donde la naturaleza resulta esencial para pensar y planificar el buen vivir. Concepciones como Pacha y Sumak Kawsay en el mundo andino, así como Mapu y Newen del pueblo mapuche, expresan principios reguladores de convivencia persona-naturaleza que contradicen y se resisten a los entendimientos jurídico-occidentales, donde la tierra es objeto de apropiación fragmentada. Se trata de perspectivas éticas y productivas donde se concibe la naturaleza a partir de lógicas de deidad, poder, equilibrio y codeterminación (Galdamez y Millaleo, 2020). Dichas posiciones y concepciones, insuman espacios y momentos metodológicos a las prácticas socioeducativas, en el sentido que plantean racionalidades ambientales que sintonizan con interacciones en equilibrio con los sistemas que componen la biosfera.
Respecto a lo metodológico, se entiende como aquellas orientaciones y procedimientos que sustentan la praxis a través de una dinámica entre acción y reflexión, que va más allá de la simple operativización de tareas o actividades inconexas entre sí (Vélez, 2012). Por lo tanto, el proceso metodológico se compone de diversos elementos que se interconectan en lógica circular, a partir de flujos continuos de sinergias que permiten la acción-reflexión de la práctica. Como plantea Vélez (2012), dichos flujos transitan por un proceso que implica el reconocimiento reflexivo de los supuestos y lineamientos que conducen la PSE, desde las bases epistemológicas, teóricas y comprensivas que orienta y enmarca la actuación profesional. Lo anterior se articula y organiza en un momento de sistematización analítica, que preconfigura la praxis y que da paso a momentos metodológicos donde se concretan las decisiones respecto de las pautas de acción, métodos y técnicas a ejecutar.
En este sentido, las PSE que actúan en el campo socioambiental, poseen ciertas especificidades metodológicas en tanto conectan con las complejidades de la biosfera y sus interconexiones locales/globales, así como también, las paradojas y nudos críticos del antropoceno. Si a ello se suma el sur global como el territorio de la acción socioeducativa, las complejidades aumentan a partir del capitalismo extractivista por un lado y las condiciones de exposición y riesgo geográfico / socioambiental por otro.
Frente a ese panorama que emerge desafiante, y conectando con la pregunta de reflexión que orienta este artículo, algunas orientaciones metodológicas que permitan pensar acciones socioeducativas para las resiliencias eco-sociales, pueden sintetizarse en las siguientes ideas:
1) Diseñar intervenciones y aprendizajes situados desde el territorio: Esto es, poner en un lugar central la geopolítica local y las experiencias/significaciones del territorio, para así, conectar con el contexto geofísico, cultural y socio-productivo en que se desarrolla la intervención. Esta conexión no es solo desde las comunidades humanas, sino que también implica un reconocimiento bio-geo-político y cultural de las expresiones de la naturaleza, sus hitos, patrimonios y ciclos, en especial, aquellos que generan identidad o se vinculan con las economías de subsistencia vitales para el desarrollo sustentable de los pueblos. A su vez, se trata de una geopolítica donde las relaciones de género son claves en las formas de comprender las estructuras históricas de acoplamiento sociedad-naturaleza. El ecofeminismo (Herrero, 2013), como posición teórica y política, permite resistir las lógicas de dominación e instrumentalización que cruzan el nodo mujer/madre tierra.
2) Considerar contenidos o ejes temáticos pertinentes con la realidad ecosistémica local, en proyección global: Desde el territorio situado, emergen expresiones biofísicas, sistemas simbólicos y visiones culturales de la naturaleza que conforman una ecología política con proyecciones futuras y memoria histórica. Cada territorio, con sus características bióticas y socioculturales, posee problemáticas locales que derivan de sus componentes socioecológicos particulares, lo que implica considerar la historia geográfica, los hitos naturales, así como también, los sistemas económicos y prioridades productivas de las matrices de subsistencia y despojo/acumulación desde sus especificidades (Rodríguez, 2012). Por ejemplo, las condiciones de riesgo y vulnerabilidad de la zona costera andina, son distintos a los de la selva amazónica y requieren abordajes diferenciados, que no resisten las intervenciones estandarizadas o centralizadas. A su vez, las resiliencias y saberes locales, son diferentes según las relaciones ancestrales de cada pueblo originario y sus cosmovisiones históricas específicas. Sin embargo, las problemáticas ambientales también deben abordarse de manera global, desde la comprensión de que la naturaleza es un sistema que funciona como una red de influencias e interconexiones que traspasan los límites administrativos y espaciales de origen antrópico (Wulf, 2016). Esto es, pensar el planeta como un todo, para avanzar en abordajes holísticos en clave ecocéntrica.
3) Competencias profesionales desde la empatía: Frente a los impactos y consecuencias del capitalismo extractivista, especialmente en situaciones de desastres y conflictos ambientales, las expresiones de desesperanza y desconfianza de las comunidades afectadas, pueden obstaculizar el progreso de las PSE. En consecuencia, es importante que los y las profesionales que ejecutan las prácticas socioeducativas, entrenen y actualicen capacidades y competencias que potencien a) el trabajo en equipo en clave interdisciplinaria (ciencias de la tierra y ciencias sociales), b) capacidades que permitan el diálogo de creencias y puntos de vista divergentes respecto de las comprensiones de la naturaleza y sus fenómenos, así como también, las formas de pensar el desarrollo capitalista versus en buen vivir y c) competencias que conecten con la dimensión y las formas emotivas que fundan toda acción humana en contacto con la naturaleza, sus espiritualidades y sentido estético de la vida.
4) Relevancia de lo interdisciplinario para el diálogo de saberes y creencias: La complejidad de la cuestión socioambiental, diversifica los campos y orígenes de la acción profesional, los ámbitos y propósito de la acción. Los saberes sobre la naturaleza tienen fuentes diversas que se enfrentan a epistemologías, verticalidades y monopolios históricos respecto a los conocimientos válidos y utilitarios (Leff, 2004). Frente a ello, lo socioeducativo debe articularse con otras ciencias, saberes y ámbitos de acción que requieren profesionales dinámicos y flexibles, con sentido de cooperación dialogante, para así, combinar los conocimientos (no fragmentados) de la naturaleza (física, climatología, biología, ecología, entre otros) en dialogo con los conocimientos pedagógicos y sociológicos de la realidad. Todo ello, articulado y acoplado horizontalmente con los saberes locales/ancestrales de los territorios y sus comunidades. Por ejemplo, acciones de divulgación científica, diálogo de saberes e investigación-acción, encuentran en lo interdisciplinario un espacio metodológico efectivo para acciones con impacto desde tecnologías y lenguajes múltiples.
5) La comunidad como centro de la acción: Tal como lo indican las evidencias científicas respecto a intervenciones socioeducativas en lo socioambiental (Sepúlveda y Úcar, 2019), la comunidad es la unidad de intervención más relevante cuando se trata de diseñar/ejecutar intervenciones en el campo socioambiental. Como indica Ander Egg (2011), la comunidad es entendida como una agregación social en un espacio geográfico determinado que cumple diversas funciones. Como por ejemplo, (1) la producción y distribución de bienes, (2) la socialización y transmisión de valores, conocimientos y pautas de conducta, (3) el control social a través de instituciones y marcos normativos y (4) la participación social a través de espacios como la familia, las organizaciones políticas, sindicales o las organizaciones funcionales o territoriales. Por tanto, la comunidad es un concepto que engloba una multiplicidad de manifestaciones, recursos y funciones vitales a nivel individual y social. Tal como plantea Ricard (2014), la comunidad sería uno de los niveles de la naturaleza y organización de la vida, por lo tanto, forma parte de una complejidad de escalas en interacción, para la conformación de las poblaciones, comunidades y ecosistemas que componen el nivel ecológico de la biosfera.
En la era del antropoceno, las prácticas socioeducativas se configuran en intervenciones sociales, de rango profesional, que son situadas eco-geo-políticamente a partir de las interacciones geofísicas, sociales, culturales y económico-productivas que emergen desde la interacción humano-sociedad-naturaleza. Desde la noción de sistema socioecológico, las PSE en clave ecocéntrica, aportan a la construcción de resiliencias comunitarias frente a las consecuencias e impactos de la crisis ambiental actual.
Dicha crisis, está asociada a problemáticas territoriales que se vinculan principalmente con la justicia ambiental, la degradación de la biodiversidad y el despojo del agua. Así como también, con el aumento de desastres naturales de tipo eventos hidrometereológicos extremos y aparición de conflictos eco-territoriales, que surgen como resistencia activa frente a las imposiciones mercantiles que instala la industria extractivista, generalmente vinculada a la agroindustria, minería, industria forestal y pesca industrial. La satisfacción de necesidades capitalistas, los mecanismos de metabolismo social y las lógicas de acumulación a costa de la naturaleza, son riesgos que aumentan dramáticamente las vulnerabilidades de las comunidades latinoamericanas.
Por lo tanto, ejecutar PSE en el campo socioambiental desde América Latina y el sur global, implica el reconocimiento de características geopolíticas diferenciadas que impactan en las decisiones metodológicas. Dichas particularidades, pueden abordarse desde orientaciones eco-centradas que hagan más coherentes y efectivas la acción socioeducativa, a partir de PSE 1) situadas en el territorio, 2) con pertinencia ecosistémica, 3) de orientación interdisciplinaria para el diálogo de saberes, 4) con competencias cognitivas, procedimentales y actitudinales con altas cuotas de empatía y 4) en clave comunitaria.
Las consideraciones expuestas antes, entre varias otras, permiten ampliar las resiliencias y empoderamientos eco-sociales, para así, dinamizar relaciones e intervenciones socioeducativas ambientalmente éticas, donde la justicia ambiental con perspectiva de género, sea el marco político desde el cuál pensar/actuar/resistir a las lógicas colonialistas que instala el despojo-extractivista.
América Latina, es una zona planetaria que posee sistemas ecológicos claves para el equilibrio y conservación de espacios ambientalmente seguros para la vida humana. Es un territorio con una riqueza natural y socio-cultural que aporta a las PSE resiliencias fundamentales para pensar el futuro del planeta, a partir de nuevas formas de entender el buen vivir y sus formas de interacción global. Los pueblos originarios, el activismo eco-territorial, las iniciativas populares de educación ambiental, junto con el empoderamiento político para una gobernanza ambiental más democrática, se configuran en espacios y capitales sociales dinámicos para el empoderamiento socio-ecológico.
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[1] Más referencias en Enlace.
[2] Respecto al concepto de eco-territorio, y tal como plantea Bolados (2016), supone un giro de reinterpretación del espacio, desde las identidades de quienes habitan el territorio. Se trata de ecologías comunitarias y colectivas donde “convergen variadas perspectivas y/o lenguajes de valoraciones que van desde las agrupaciones de carácter más ambientalistas-conservacionista, así como otras asociadas a luchas y movimientos indígenas, campesinos y feministas, quienes ponen en crisis el discurso y modelo capitalista” (p.108)
[3] Por sistema socioecológico, es un concepto que considera las relaciones biofísicas dentro del sistema ecológico, así como también, los componentes sociales, económicos, culturales y políticos que derivan de la interacción humano-naturaleza (Becker, 2010).