Xavier Lorente. Educador Social. Docente del EUTSES (Pere Tarrés-URL).
Si hablamos de personas mayores y salud mental, necesariamente entramos en la discusión sobre la normalidad. Hoy en día sabemos que el crecimiento experimentado que han sufrido los países desarrollados ha excedido los cálculos previstos, y este envejecimiento de la población contribuye al nacimiento de nuevos escenarios. Uno de ellos es dónde se encuentran los profesionales de la intervención en salud mental y con personas mayores.
Estos colectivos, que presentan una multiplicidad de problemáticas asociadas y que tienen unas características concretas, piden una intervención adecuada a sus necesidades. El educador/a social interviene paralelamente con otros profesionales sobre los mismos parámetros, para poder ofrecer espacios y referentes que puedan ayudar a estructurar al individuo. Por lo tanto, cualquier propuesta que realicemos supone una influencia importante en su bienestar. Esta realidad le exige al profesional un máximo de coherencia y consenso.
Para entender los verdaderos efectos del aumento de personas mayores en centros de salud mental, se debe abandonar la óptica transversal, es decir, aquella que observa personas de diferentes edades en un momento concreto, y cambiarla por la óptica longitudinal, la que observa las diferentes edades a lo largo de la vida de las mismas personas, el avance de la cual se centra en las mejoras biopsicosociales.
Este “nuevo escenario”, a duras penas ha tenido seguimiento, pendientes como estábamos de la función médica y la custodia que realizaba el celador. Pero ha cambiado completamente nuestra intervención.
Estas nuevas generaciones que han protagonizado la madurez y el envejecimiento en nuestros centros han sido un importante motor de cambio, porque han colonizado unas edades hasta hace poco muy despobladas en la atención en salud mental y, porque al hacerlo, han ampliado enormemente, no la esperanza de vida, sino nuestra propia concepción y previsión de las trayectorias y proyectos vitales. El trabajo con estos colectivos se está rebelando, en los últimos años, como un ámbito emergente entre los educadores sociales, constatando modelos de intervención educativa.
De acuerdo con este objetivo, este artículo presenta, por una parte, el análisis de la situación y, por la otra, el papel de las personas mayores en el ámbito de la salud mental. Cabe destacar con antelación que el tema que se propone es muy amplio y de una enorme riqueza, tanto por la diversidad de características y necesidades de las personas con las que trabajamos, como por la diversidad de espacios de intervención.
Como siempre ocurre cuando se etiqueta a un grupo social, se acaba reduciendo la diversidad de un conjunto de personas a una sola característica que la identifica como grupo. Hablar de personas mayores y salud mental implica meter en el mismo saco a personas con características muy diferentes.
En nuestra actualidad, estos cambios experimentados han desarrollado dos tipos de intervenciones:
– La que mantiene que el descenso de la mortalidad está provocando problemas crónicos, degenerativos o incapacidades. Es menos letal pero no ha disminuido su incidencia. El retraso sólo habría provocado el aumento de la proporción de quien lo sufre y la aparición de cuadros múltiples y más severos.
– La que cree que, a la vez que se ganan años de vida, se retarda también la edad en que aparecen las enfermedades crónicas.
Partiendo de la base de que no existe un concepto de salud estándar, sino que también está relacionado con la subjetividad y los valores individuales y personales, lo que sí tenemos claro es que, a pesar de sufrir una enfermedad concreta, podemos vivir la vida en un grado alto o bajo de calidad. En el ámbito de la salud mental no siempre se ha tenido la vivencia social de la enfermedad mental y del enfermo mental. Hoy, esta conceptualización está muy determinada culturalmente. El concepto y la práctica de la rehabilitación, ha ido variando en función de la evolución de la consideración social.
Consideramos por tanto que la intervención del educador social con las personas mayores en el ámbito de la salud mental debería regirse por dos ejes fundamentales: la autonomía y la socialización. La autonomía entendida como la potenciación de todas las capacidades y recursos propios, que permita la posibilidad de realizar el máximo de situaciones y, en la medida que se pueda, ofrezca la opción de decidir sobre aquello que afecte directamente al enfermo. Y la socialización, entendida como facilitadora de recursos personales y sociales dentro de los entornos habituales, adecuados a la edad, condición y características.
Este acceso a la autonomía personal y social, pasa necesariamente por establecer acciones educativas que faciliten la relación entre la persona y su entorno, proporcionando las condiciones adecuadas para que podamos interaccionar con el entorno de una forma significativa y positiva, hecho que permite al enfermo desarrollar al máximo sus capacidades.
Estas prácticas han de posibilitar la adquisición de recursos internos y el acceso a recursos externos que favorezcan el mayor grado de autonomía y de calidad de vida. Algunos parámetros que definen la intervención en salud mental, son:
1. El sujeto social es la persona individual/familia/comunidad en una localización geográfica concreta.
2. Los factores del sufrimiento se contemplan desde una interacción de carácter biopsicosocial.
3. Se contempla la prevención, la atención y la promoción de la salud mental.
4. La localización de los programas de intervención debe estar situada dentro de la propia comunidad.
5. La responsabilidad -a diferentes niveles- es de las administraciones, de los servicios profesionales y de las redes asociativas.
6. La participación comunitaria en la detección de los problemas y de las necesidades.
7. Los equipos específicos de profesionales son necesariamente multidisciplinarios e interdisciplinarios.
En este modelo y con estas consideraciones se hacen incompatibles conceptos como “paciente” y pasa a ser más adecuado el de usuario o usuaria de un servicio determinado. A la persona usuaria no se la rehabilita sino que se la acompaña en un proceso que va realizando ella misma.
En este sentido, nos puede ser útil el concepto de partenariado. Los elementos caracterizadores son:
El avance en la comprensión integral orientada por los criterios éticos que se desprenden hace que el enfermo mental sea considerado, básicamente, como una persona con derechos de ciudadanía. Esto crea necesariamente unos roles profesionales más interdisciplinarios que saben realizar funciones dirigidas hacia un desarrollo óptimo de esta práctica. Es una práctica que, ante el concepto de custodia, propone un concepto de acompañamiento socioeducativo (ASE) (1) del profesional de la acción social.
Como bien enmarca Fernández (1993), “El educador debe ser entendido cómo vínculo de ayuda, de interacción, de mediación entre su situación actual deficitaria y la adquisición de niveles superiores de desarrollo, por muy básico que éstos sean”. Es la forma de personalizar el apoyo hacia el sujeto y de situarlo en condiciones de simetría a la intervención.
Destacamos esto porque velar tiene, solícitamente, un esfuerzo por alguna cosa o por alguien. La acción de velar requiere dedicación, esfuerzo continuado y sufrimiento por el otro. La acción de velar trasciende el marco sanitario y debe considerarse de una manera más global y relacionarla, igualmente, con la curación. Para poder curar a alguien es necesario velar y, así, evitar que sufra una enfermedad, es decir, prevenir. Asimismo, la acción de velar, aun practicada en los enfermos denominados incurables, tiene efectos curativos, aunque estos sólo sean detectables en el plano de la interioridad del enfermo. Para curar bien es necesario velar. Velar es, por lo tanto, anterior a curar.
Y todo ello sin olvidar la acción de capacitar. Capacitar a alguien es ayudarle a superar sus dependencias y sus vasallajes. El trabajo de capacitar trasciende, como en el caso de velar, el marco de la salud, y está muy relacionado con el trabajo de educar. A la larga, el proceso de educar, de formar integralmente a un ser humano desde todas las perspectivas y dimensiones, es capacitarlo para enfrentarse al arduo trabajo de ejercer el oficio de ser persona.
Un equipo que realiza intervenciones debe responder a esta complejidad e interrelación, por lo que dentro del equipo son necesarios todos los/las profesionales como sujetos de la intervención, que aporten no una suma, sino una complementariedad a la intervención.
En este marco hay funciones que son comunes a todos los/las profesionales de un equipo:
a) Escuchar y comprender qué le pasa a la persona mayor ante la antigua función normativa.
b) Favorecer el desarrollo de capacidades ante el tutelaje por defecto; la esperanza ante la cronicidad incapacitante.
c) Aportar a la persona mayor una visión integradora de ella misma y de su entorno, no parcial ni fragmentada.
d) Observar y recoger información parcial, desde cada profesional, para poner después en común.
e) Planificar y evaluar, reflexionar críticamente sobre el trabajo individual y colectivo, para aportar, para mantener unos objetivos que den temporalidad e idea de proceso. La evaluación de calidad, la consciencia de que la relación produce cambios ante la rigidez.
Por las características de la función social del educador, éste juega una función entre la persona mayor y sus dificultades, asumiendo la función de buscar herramientas educativas para efectuar una filtración de los contenidos clínicos y aplicarlos articuladamente dentro de la vida cotidiana de la persona. Los objetivos terapéuticos deben estar en consonancia con los objetivos educativos, y se debe tender a reforzar la terapéutica mediante la intervención pedagógica.
En este sentido siempre nos hemos posicionado sobre la filosofía de la Animación Estimulativa (2) que ha de tener el educador:
– Facilitar estímulos, experiencias, relaciones y contextos.
– Dar significado a situaciones y hechos.
– Promover la comunicación.
En nuestra relación educativa, por tanto, hemos de tener en cuenta:
La planificación de los objetivos, por lo tanto, debe ser:
Estas actuaciones son elementos de participación, ya que de forma personalizada recogen procesos, refuerzan acciones y, al mismo tiempo, estimulan procesos nuevos. Deben ser un reflejo permanente del estado psicosocial de la gente mayor.
Sería un error pensar que las personas mayores en salud mental, necesitan ser tratadas de manera diferente, ya que gracias a este trato diferente, las hacemos diferentes como colectivo y, poco a poco, se configuran actitudes diferentes, convirtiéndose a largo plazo en una relación difícil de sintetizar.
(1) Acompañamiento socioeducativo. J. Planella/ X. Lorente. IV Jornadas científicas de investigaciones sobre personas con discapacidad. Salamanca. 2001.
(2) Los conceptos de Animación estimulativa, son ampliamente conocidos en Catalunya, gracias a la formación a distancia del Postgrado de Animación estimulativa, discapacidad y salud mental. Centro de Postgrados y Másters Pere Tarrés. URL.