Cristóbal Ruiz Román, Universidad de Málaga
Ante la devastación de los derechos sociales y las desigualdades que está caracterizando a la globalización económica se hacen necesarias respuestas organizadas de la ciudadanía. La educación social tiene un papel crucial, no sólo en la creación de acciones que resistan la embestida de la globalización neoliberal, sino en la generación de acciones que puedan transformar el modelo social hegemónico. Acciones socioeducativas que han de tener una doble finalidad: por un lado, la denuncia y transformación de las condiciones materiales y estructurales generadoras de desigualdad, y por otro lado, el reconocimiento y empoderamiento de las personas y de la ciudadanía.
“El mundo, el sistema se conoce desde sus límites, desde su periferia, desde su espalda”
Max Horkheimer
La globalización es un proceso económico, político y cultural que crea un mundo interconectado (García Roca, 2008). Esta interconexión es alentada por los intereses económicos y mercantiles, y por el imparable avance de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías. La globalización no puede entenderse sin la actividad económica que subyace en ella. Los mercados no sólo han desbordado las fronteras nacionales, sino que se han convertido en un solo mercado supranacional, movido por grandes empresas multinacionales y regulado por mecanismos fuera del alcance de los Estados.
La globalización está auspiciada por una ideología y unas políticas que permiten esta ausencia de control sobre la actividad económica. Es la ideología y política neoliberal, que actúa como motor y paraguas de la globalización. Los organismos políticos supranacionales (FMI, Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio) inculcan estas políticas neoliberales. Organismos, que a día de hoy, más que regular la insaciable sed de beneficios del mercado, no paran de recortar derechos sociales a los ciudadanos. En efecto, hoy por hoy, parecen más encargados de vigilar y controlar a las democracias nacionales para que desregulen las legislaciones y con ello se amplíen los beneficios del gran capital, que de restablecer los derechos sociales usurpados durante la crisis.
El papel de los gobiernos locales cada vez está más subordinado a estas instituciones supranacionales. Se globaliza y liberaliza la acción del mercado, pero se restringe la acción de los Estados. Desde la política institucional no hay quien ponga límites al ansia insaciable del mercado por hacer beneficios y a los consecuentes destrozos que deja en las sociedades, en el medio ambiente y en el modo de vida de los ciudadanos. Es el globalismo, en palabras de Beck (1999), un proceso según el cual la política se ve doblegada por la economía y donde los intereses económicos priman sobre los intereses sociales (Úcar, 2001).
La política queda subordinada a los intereses económicos, mientras que la productividad y la eficacia diluyen la ética. Como afirma Bauman (2007) vivimos en los tiempos líquidos, donde las grandes instituciones, los grandes valores quedan diluidos a favor de los grandes tótems de nuestro tiempo: la eficacia, el individualismo y los intereses más puramente privados y económicos.
En efecto, el interés económico se constituye en el nuevo dogma de la globalización. El beneficio se convierte en el nuevo Dios de la globalización y bajo su altar están justificados todo tipo de sacrificios y holocaustos. Se restringe derechos laborales y sociales a los trabajadores, mientras se liberaliza el despido y el mercado laboral; se destruyen medidas de protección al medio ambiente, mientras se estimula el derroche y el consumo; se prohíbe la libertad de movimiento de las personas, mientras se favorece la libertad de movimientos de capitales; se recorta el gasto público para servicios sociales y se privatizan servicios públicos, mientras se restringen los impuestos y se realizan amnistías fiscales a las grandes fortunas que evadieron impuestos en paraísos fiscales. Los gobiernos occidentales, tanto conservadores como socialdemócratas, han asumido estos dogmas como directrices de su política (Díaz, 2007). “Todas las medidas emprendidas en nombre del rescate de la economía se convierten, como tocadas por una varita mágica, en medidas que sirven para enriquecer a los ricos y empobrecer a los pobres” (Bauman, 2017:1).
El tótem del insaciable interés económico de la globalización capitalista ha generado una crisis con nefastas consecuencias para el estado de bienestar y la democracia.
“El desencadenamiento de la crisis actual fue el resultado de acciones de política económica que favorecieron la desigualdad, la desregulación y la primacía de las finanzas (…) Se posibilitó, en mayor medida que en otros tiempos, el abuso, el fraude, el engaño, y los excesos cometidos por determinados segmentos del capital inmobiliario y financiero han conducido a la Gran Recesión” (Berzosa, 2013: 1).
La tremenda hecatombe económica ha generado un escenario de shock entre la ciudadanía (Klein, 2007). Escenario que ha posibilitado que se tomen ciertas medidas de recortes sociales y de destrucción del Estado de Bienestar. “Es precisamente en ese momento de confusión masiva, de shock, cuando hay estrategias para llevar a cabo políticas impopulares” (Klein, 2016). Medidas como los recortes sociales, las privatizaciones, el abaratamiento del despido,… que en modo alguno pudieran haber sido tomadas sin este escenario de miedo, inseguridad y vulnerabilidad que la crisis ha sembrado entre la ciudadanía. Así, las medidas tomadas durante la crisis global han hecho del riesgo social una oportunidad para el mercado. Mientras la crisis ha dejado en situación de riesgo social a millones de familias, ésta se ha convertido en una posibilidad de hacer caja para otros.
“Las empresas del Ibex no conocen la crisis: ganaron un 63% más en 2014. Banco Santander y Endesa fueron las entidades que lideraron el ránking de ganancias, con 5.816 millones de euros de beneficio la primera (+39%) y 3.337 millones de euros la segunda (+77,6%).” (Infolibre 18/03/2015).
Es la paradoja de la sociedad del riesgo en la que se visualizan “los contrastes entre quienes están afectados por los riesgos y quienes se benefician de ellos (Beck, 2006).
El revés de la globalización económica se cristaliza en el incremento de la vulnerabilidad social, en el recorte de derechos y bienestar social, en el crecimiento de las desigualdades sociales y en el destrozo del medioambiente (Rodríguez, 2003). Ante estos desequilibrios y desigualdades que genera la globalización económica se hace necesaria una respuesta social, política, educativa y cultural. Ante la devastación de derechos sociales que impone la globalización económica se hace imprescindible la acción organizada y globalizada de la ciudadanía, así como de la formación de agentes e instituciones locales y supranacionales que verdaderamente puedan defender y construir los derechos de los ciudadanos frente a los intereses del mercado.
Como dice José Saramago, nuestra sociedad sufre de una tibia ceguera. “Creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven” (Saramago, 2001). Los valores del consumo, de la eficacia, de la celeridad, de la productividad,… de la globalización económica nos han sumido en una peligrosa ceguera, que nos permite ver los productos del mercado, pero nos impide distinguir las necesidades y desigualdades que deja dicho sistema entre las personas.
La educación social tiene un importante papel ante esta inquietante ceguera social. En una sociedad que ciega y silencia, la educación social tiene el importante papel de visibilizar y denunciar. Urge hacer visibles y oíbles las realidades de desigualdad que está dejando la globalización. No en vano, la sensibilización es una de las funciones tradicionales de toda acción socioeducativa (Sánchez-Valverde, 2014; Morata, 2014). Y la sensibilización visibiliza, poniendo en jaque ese refrán que reza: “ojos que no ven corazón que no siente”. No podemos sentir, si como dice José Saramago vivimos en una sociedad (que) ciega. La educación social tiene la responsabilidad de visibilizar y educarnos para ser (hacernos) más sensibles. Y así, visibilizando y sensibilizando, la educación social, hoy más que nunca tiene la importante función de construir conciencia de justicia social. Hemos de poner de manifiesto las desigualdades generadas por la globalización, de modo que desde la visibilización se puedan ir creando procesos de empatía y solidaridad ante dichas desigualdades.
La educación social está obligada a visibilizar lo oculto y desenmascarar las artimañas del sistema para insensibilizarnos ante la injusticia. Se miente cuando se oculta la realidad estructural injusta. Se miente, cuando se utilizan eufemismos para disimular la iniquidad: a los recortes sociales se les llama “ajustes”1; a la bajada de sueldos, se le llama “moderación salarial”2, a la subida del IVA “gravamen adicional”3 y a los desahucios, “procedimientos de ejecución hipotecaria”4. Se miente cuando se dice que los excluidos son los responsables de su exclusión, cuando se dice que la crisis ha sido superada porque hay crecimiento macroeconómico (García Roca, 2008).
La educación social hoy más que nunca ha de denunciar los relatos que se crean para justificar la inevitabilidad de las desigualdades sociales, al tiempo que debe ayudar a construir un cuestionamiento social sobre las mismas.
La educación social tiene la responsabilidad de hacer denuncia social. Y a partir de ahí crear procesos educativos que colaboren a construir una conciencia ciudadana que nos saque del adormecimiento que el marketing y los mecanismos del mercado del entretenimiento y el consumo nos inyectan cada día a través de diferentes medios de comunicación. No cabe duda, del poder que los medios de comunicación, las redes sociales y el desarrollo tecnológico y comunicativo tienen en nuestra sociedad. Será preciso por tanto, que la educación social sepa establecer alianzas y sinergias con este ámbito profesional de la comunicación, para generar campañas y proyectos socioeducativos que ayuden a construir denuncia, resistencia y conciencia social en la sociedad de la información. Todas aquellas acciones de sensibilización puestas en marcha colaborativamente desde la educación y la comunicación social, constituirán un primer frente de resistencia que ponga en evidencia el reverso y las secuelas de la globalización económica. La formación y la in-formación deben trabajar juntas por la trans-formación.
Y no sólo se hace necesario evidenciar y denunciar la avidez de la globalización económica, sino que es urgente construir nuevos proyectos sociales contrahegemómicos, ilusionantes y basados en otros valores y otros modos de funcionamiento social.
“La gente está exhausta en Europa diciendo “no” durante años, han ocupado las plazas, han organizado clínicas solidarias… Están cansados de resistir. No puedes ser sólo defensivo, también tienes que ser ofensivo (…) No habrá éxito, a no ser que la alternativa a este sistema parezca no sólo creíble sino también inspiradora y emocionante. El problema es que el “no”, no es suficiente. Debe ser un “sí” y debe haber confianza en ese sí” (Naomi Klein, 2016).
Efectivamente, yuxtapuestas a las sinergias de resistencia contra la globalización económica, es necesario forjar un proyecto alternativo, que no sólo diga “no” sino que proponga nuevas cosas, nuevos “síes”. Es necesario pasar de la indignación a la acción. La educación social debe coadyuvar en este sentido a generar un proyecto social que sea alternativa y desplace al beneficio, al crecimiento económico y al consumo ilimitado como motor de la sociedad y eje de la felicidad.
Comprometernos con el otro significa, ante todo, reconocer su dignidad, dar valor, hacer que alguien se sienta persona. Y como estamos viendo, algo por lo que se caracteriza la globalización es por los procesos de despersonalización y por el modo en el que se está usurpando los derechos ciudadanos (Ruiz-Román, 2014). Así pues, la educación social ha de generar procesos para reconocer y restaurar la ciudadanía usurpada en la globalización. Y desgraciadamente las lógicas de la productividad, de las jerarquías sociales, del utilitarismo contaminan las relaciones sociales y también nuestras organizaciones socioeducativas.
“Todo para ellos pero sin ellos”. Es la lógica del mercado, para quien las personas son objeto de mercantilización. Esta lógica se introduce sigilosamente y corrompe también a nuestro ámbito social. Las personas son convertidas en “usuarios”, “beneficiarios”,… o en otro tipo de consumidores sociales. Así, estos roles y etiquetas han entrado de lleno en nuestro léxico profesional con el tufo del clientelismo propio del mercado. Etiquetas y roles sociales que antes que reconocer la ciudadanía del otro, les posterga a un papel pasivo, reproduciendo relaciones mercantilistas y esquemas de dominación en el ámbito de lo social. Este tipo de etiquetas y relaciones vician un modelo de intervención social que, más que tratar de transformar las desigualdades de la globalización económica, reproduce con su lenguaje y sus lógicas clientelistas, la subordinación de unos sobre otros.
El educador se convierte así en un opresor cuando en nombre de la ciencia, de la cultura, de la profesión, o de la eficacia social desprecia la experiencia vital del otro, aniquilándola con recursos técnicos y científicos (García Roca, 2008).
“Sólo desde el reconocimiento es posible la participación” (Bretones, 2011: 17). Contra el dominio y la asimilación del tecnicismo o el cientificismo en nuestra profesión, hemos de retomar los ideales de igualdad y ciudadanía, para llegar al pleno reconocimiento de la persona. De ahí la importancia de saber ver, mirar y escuchar en nuestra profesión (Van Manen, 1998). Cuando descubres que las personas tienen sus propias vidas, sus propias soluciones, se renuncia a la prepotencia y a la asimilación para dar pie al respeto, al diálogo, a la ternura, a la simpatía y la empatía.
“En realidad se trata de eso: de comprender. Comprender la expresión de esas miradas, la gravedad de esos rostros, la manera simple de estar juntos, de sentir y de pensar juntos, de llorar juntos las mismas lágrimas, de sonreír con la misma sonrisa” (Saramago, 1999:18).
Este proceso de encuentro necesita de un tiempo. Un tiempo no cronometrado (Chronos), sino un tiempo para la experiencia (Kairós). Un tiempo que hemos olvidado en nombre del progreso, el profesionalismo o el crecimiento económico. El placer del tiempo con las personas, frente al tiempo de la aceleración,… El valor de la productividad y de los resultados nos embarca a todos en multitud de tareas que nos obligan a imprimir ritmos trepidantes a nuestro cotidiano quehacer profesional. En este contexto, parece casi una utopía pensar en darle espacio y valor a ese otro tiempo, el Kairós, el tiempo del encuentro, los momentos y espacios para generar confianza. Sin embargo, parece más necesario que nunca si realmente queremos construir relaciones sinceras y de persona a persona. Necesitamos tiempos y espacios educativos para el encuentro (Domènech, 2009), imprescindibles para generar confianza y construir sinergias (Úcar y Ruiz-Román, 2017).
Ante la globalización que impone el mercado y las desigualdades que deja éste entre los Estados y los ciudadanos, se hace necesaria una respuesta desde nuestras realidades concretas y locales. En nuestro caso, desde la educación social. Respuestas que aunque se realicen desde lo local, es de suma importancia que puedan estar fuertemente interconectadas, para ejercer resistencia a los procesos de exclusión y desigualdad que deja la globalización económica. Este movimiento contra la hegemonía de la globalización económica debe aglutinar alianzas sociales, profesionales, académicas, étnicas, ciudadanas, culturales,… que instauren desde lo local y lo concreto una acción transversal e interconectada que posibilite nuevos agentes y escenarios de empoderamiento que hagan de contrapeso a la globalización neoliberal (Falk, 1997). Movimientos y luchas como las de las mujeres (Sierra, 2015) las personas que migran (Abdenour y Ruiz-Román, 2005; Ruiz-Román y Rascón, 2016), las personas discapacitadas (por la sociedad) (Calderón y Ruiz-Román, 2015), los que luchan por un comercio justo (Alciturri, 2016), o por una vivienda,…
Hoy en día parece asentarse la idea de que es imposible pensar en un modelo social alternativo al producido por la globalización económica. Los voceros del sistema propalan la idea de que poco o nada se puede hacer ante la globalización salvaje y los poderes visibles o invisibles del sistema.
Así se crean estigmas sobre aquellas personas u organismos que no comulgan con la globalización neoliberal, caricaturizando sus ideas como “utópicas”, “ingenuas” o a veces incluso como “peligrosas”5. Al tiempo sobrevuela una crítica feroz sobre las instituciones y agentes sociales clásicos (sindicatos, partidos políticos,…) (Ruiz-Román, 2010) que poco hicieron ante los recortes y desigualdades sociales producidos por la globalización.
Este desprestigio de cualquier resistencia al sistema hegemónico, unido a la potencia del valor del individualismo impreso en nuestra sociedad hace que se debilite lo colectivo.
“La globalización neoliberal antepone el mérito personal a la colaboración, la competencia a la cooperación y el éxito individual a la tarea compartida. En la actualidad, se devalúan los sistemas de protección en favor de los planes individuales, se devalúan las pensiones para entronizar las jubilaciones, se devalúan las organizaciones para exaltar la generosidad personal, se critican los convenios colectivos para exaltar la relación personal del trabajador con la empresa (García Roca, 2008: 20).
Sin embargo, para construir una alternativa a la sociedad del riesgo y de la desigualdad generada por la globalización es necesario caminar juntos. Si pretendemos subvertir los efectos de la feroz globalización económica, la alternativa ha de pasar por la creación de sinergias y estructuras colectivas (Civis y Longás, 2015). Será preciso la implicación de todos los agentes sociales. Nadie ha de sobrar. Será necesario buscar puntos comunes a pesar de las diferencias. Habrá que poner el bien común, por encima de las particularidades propias. Habrá que buscar un trabajo y una acción en red multidimensional y multilocalizada.
En efecto, para impulsar estos cambios orientados a la reconstrucción de la ciudadanía se hace necesario que los procesos de acción política, social y educativa vayan de la mano. Procesos que han de tener una doble finalidad según las ideas que hasta ahora se han expuesto: por un lado, la denuncia y transformación de las condiciones materiales y estructurales generadoras de desigualdad, y por otro lado, el reconocimiento y empoderamiento de las personas y la condición de ciudadanía (Ruiz-Román, Calderón y Juárez, 2017).
El papel de los movimientos sociales está siendo vital en la reconstrucción de la ciudadanía. Cada vez “existe una mayor cantidad de personas y colectivos organizados. Intentando ponerse de acuerdo de una manera horizontal, sin representante e intentando dar voz al mayor número de personas e inquietudes” (Alcántara, 2012: 1). Los movimientos ciudadanos y el asociacionismo están generando un espacio social de participación crucial para la resistencia. Por un lado dan asistencia, cobertura y apoyo a diferentes colectivos que quedan al margen de la solidaridad institucionalizada, y por otro lado, sirven de plataforma para la reivindicación y lucha de los derechos sociales y políticos que han quedado postergados en la globalización económica.
Estos movimientos ciudadanos están emergiendo desde una renovada cultura de la participación que, indignada (Hessel, 2011) con los mecanismos de las democracias formales y la solidaridad institucionalizada, pretenden impulsar espacios donde se den relaciones más horizontales. Unas relaciones más igualitarias, que alejen de las organizaciones las prácticas sociales que infantilizan o subordinan a las personas y que reducen a los ciudadanos a la condición de consumidores sociales (Font, 2014).
Así, los movimientos ciudadanos, a partir de estas experiencias de apoyo social, participación y reivindicación política, proponen a la educación social nuevos espacios de aprendizaje y una renovación de los valores educativos. Espacios, experiencias, aprendizajes y valores para una nueva cultura social. Una nueva cultura social que sea el fundamento desde el que construir un proyecto social alternativo al individualismo, las relaciones marcadas por el poder y la desigualdad que impone la globalización económica. De este modo, los movimientos sociales traen de nuevo a la agenda de la educación social la necesidad de poner en el centro de las organizaciones y los procesos educativos el empoderamiento personal y comunitario, la participación y el protagonismo de los participantes (Freire, 1997).
Por todo esto, los movimientos sociales constituyen un aporte inigualable para la educación social. Sin embargo, a veces podemos constatar cierta lejanía entre los movimientos ciudadanos y el mundo profesional de la educación social, y más aún con el ámbito académico de la educaciPor todo ello, los movimientos sociales constituyen un espacio imprescindible imientos contrastados en la profesión social.
Los retos de la globalización nos apremian a cuestionarnos sobre estas distancias. La educación social se construye desde los movimientos sociales, desde la profesión, desde el ámbito académico,… Pero cuando éstos se encuentran distanciados, las propuestas que cada uno impulsa se edifican desde la debilidad de la fragmentación. Es por ello necesario analizar cuáles son los elementos que generan distanciamiento entre estos ámbitos de la educación social y qué podemos hacer desde cada uno de ellos para lanzar puentes que permitan aunar las fortalezas de unos y otros en aras de construir propuestas conjuntas contrahegemónicas a la globalización. El ámbito profesional y el académico se pueden enriquecer con los valores, experiencias, organización… de los movimientos sociales. Pero al tiempo, éstos pueden verse enriquecidos por el conocimiento y la práctica de la profesión o por los procedimientos para el análisis, la reflexión y la crítica de la academia.
Urge buscar sinergias entre los distintos espacios donde se construye educación social: movimientos ciudadanos, profesión, academia. La fragmentación de iniciativas es un lujo que no podemos permitirnos ante la injusticia social. Por ello, estamos instados a construir sinergias desde los distintos espacios en los que construimos educación social, respetando la idiosincrasia de cada uno de ellos, pero estableciendo cauces de colaboración y cocreación de iniciativas ante los reveses de la globalización económica.
Abdenour, N. y Ruiz-Román, C. (2005). “Educación social e inmigración: Educarnos con el desconocido”. En Mínguez, C. (ed.) Educación Social: Discurso, profesión y práctica Madrid: Dykinson.
Alcántara, A. (2012). “Sobre la “indignacción” y la acción sociocultural”. [en línea]. [4 de junio de 2017].
Alciturri, K. (2016). El comercio justo como herramienta para mejorar el mundo. Palencia: Universidad de Valladolid.
Bauman, Z. (2007). Tiempos líquidos. Barcelona: Tusquets.
Bauman, Z. (2017). “El pensamiento de Zygmunt Bauman” [en línea]. [4 de Junio de 2017].
Beck, U. (1999). ¿Qué es la globalización? Barcelona: Paidós.
Beck, U. (2006). La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad. Barcelona: Paidós.
Berzosa, C. (2013). “Error tras error ante la crisis económica”. [en línea]. [7 Junio 2017].
Bretones, E. (2011). “La participación: invitación a la esperanza”. En Moyano, S. y Planella, J.: Voces de la educación social. Barcelona: UOC.
Calderón y Ruiz-Román, C. (2015). “Education as liberation from oppression: personal and social construcctions of Disability”. En F. Kiuppis & R. Sarromaa Hausstätter (Eds.), Inclusive education twenty years after Salamanca. New York: Peter Lang.
Civís, M. y Longás, J. (2015). “La colaboración interinstitucional como respuesta al desafío de la inclusión socioeducativa. Análisis de 4 experiencias de trabajo en red a nivel local en Cataluña”. En Educación XX1, vol. 18, núm. 1, págs. 213-236. doi: [En linea]
Díez, E. (2007). Globalización y educación crítica. Ciudad Bolívar: Ediciones Desde Abajo.
Domènech, J. (2009). Elogio de la Educación Lenta. Barcelona: Graó.
Falk, R. (1997). “Resisting ‘Globalization from above’ through ‘Globalization from below’. En New Political Economy, vol. 2, págs. 17-24.
Font, J. (2014). “Treball comunitari i moviments socials; una relaciò necessària i poc existent.” Revista de Treball Social. Col-legi Oficial de Treball Social de Catalunya, vol, 203, págs. 36-49.
Freire, P. (1997). A la sombra de este árbol. Barcelona: El Roure.
García Roca, J. (2008). “Globalización y solidaridad: potenciales para la transformación humana”. En Osorio, J. y Elizalde, A. (2008). Ampliando el Arcoiris. Nuevos paradigmas en educación, política y desarrollo. Santiago de Chile: Universidad Bolivariana de Chile.
Hessel, S. (2011). Indignaos. Barcelona: Destino.
Klein, N. (2007). La docrtrina del Shock: El auge del capitalismo. Barcelona: Paidós.
Klein, N. (2016) “Entrevista en Salvados”. [en línea]. [7 de Junio de 2017].
Morata, T. (2014). “Pedagogía Social Comunitaria: un modelo de intervención socioeducativa integral. En Educación Social. Revista de Intervención Socioeducativa, vol. 57, págs. 13-32.
Rodríguez, J.M. (2003). “La democratización del conocimiento en el contexto de la globalización neoliberal”. [en línea]. [2 de Junio de 2017].
Ruiz-Román, C. (2010). “La Educación en la Sociedad Postmoderna: desafíos y oportunidades”. En Revista Complutense de Educación, vol. 21, núm. 1, págs. 173 – 188.
Ruiz-Román, C. (2014). “Cuando me dicen moro parece que soy de otro mundo”: estereotipos, identidad y acción educativa”. En Revista Ciencias de la Educación, vol. 240, págs. 421 – 434.
Ruiz-Román, C. y Rascón, M.T. (2016). “Between two shores: crises of values and upbringing practices among Morroccan inmigrant families in Andalusia, Spain”. In Children’s Geographies, vól. 15, núm. 2, págs. 177 – 192.
Ruiz-Román, C., Calderón, I. y Juárez, J. (2017). “La resiliencia como forma de resistir a la exclusión social”. En Pedagogía Social. Revista Interuniversitaria, vol. 29, págs. 129-141.
Sánchez-Valverde, C. (2014). “Trayectoria y perspectiva de la educación social en un entorno de cambio”. En Tabanque, Revista Pedagógica, vol. 27, págs. 201-216.
Saramago, J. (1999). Chiapas, nombre de dolor y de esperanza. Ediciones Cono Sur, vol. 1, págs. 18-19.
Saramago, J. (2001). Ensayo sobre la ceguera. Madrid: Alfaguara.
Sierra, A. (2015). “Experiencias de empoderamiento a través de la educación social”. En RES, Revista de Educación Social, vol. 21, págs. 177-191.
Úcar, X. (2001). “Cultura y educación social en el marco de la globalización”. En Pedagogía Social. Revista Interuniversitaria, vol. 6-7, págs. 331-363.
Úcar, X. y Ruiz-Román, C. (En prensa). “Aprendizajes, reflexiones, preguntas y retos”. En Actas del I Congreso de Infancia, pobreza y éxito socioeducativo: acción socioeducativa en red. Madrid.
Van Manen, M. (1998). El tacto en la enseñanza: el significado de la sensibilidad pedagógica. Barcelona: Paidós.