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La mediación en la acción social

Autoría:

Santi Marsal. Experto en prevención social

Resumen

Cuando se habla de mediación actualmente se nos ofrece un panorama que podríamos calificar poco menos que de desolador. A diestro y siniestro se habla de mediación con el mayor desparpajo. ¿Alguien imagina que se usara con la misma ligereza el concepto pintura referido indistintamente a pintar escaleras o cuadros?. Pero no es el famoso desconocimiento o falta de “cultura de la mediación” lo que obstruye los progresos. A mi entender, son otras las causas. Veamos algunas.

 

En primer lugar me gustaría señalar la importancia de tener una visión del papel del conflicto en sus justos términos, puesto que en realidad los conflictos no son ni buenos ni malos, sino fructíferos compañeros de camino. Son los conflictos los que generan nuevas situaciones y relaciones humanas. Una actitud reflexiva y coherente sobre el conflicto permite visualizar una diferencia fundamental con aquellos que quieren eliminarlo a toda costa y para los cuales se trata de un mal a extirpar. En esta línea de pensamiento se inscriben aquellos que identifican la mediación como una técnica más de resolución de conflictos.

Entre los principales impulsores de esta visión reduccionista de la mediación, quiero señalar algunas profesiones que viven del conflicto: abogados, policías, militares… Para todos ellos el conflicto es el enemigo a batir y exterminar. De paso, puede devenir en una buena fuente de ingresos o bien medallas.

Otra de los mitos que es preciso revisar, es el referente a una supuesta “gran bolsa” de conflictos sociales escondidos. Esta teoría se esgrime comunmente para concluir que hace falta sacar a la luz los conflictos con el fin de gestionarlos, resolverlos, etc. Es como si un nuevo mercado por descubrir se abriera ante nuestros ojos. Consecuentemente, los colegios de abogados, psicólogos, trabajadores sociales… se aprestan a reservarse una parte del pastel, ofreciendo cursos rápidos y pidiendo reconocimiento legal.

De esta manera se presentan diversas cábalas sobre la cantidad de horas de “master” necesarias para tener el título de mediador, cuales serán las asignaturas y quién las impartirá, qué organismo dará títulos oficiales, etc. Otra línea de trabajo con vistas al monopolio, consiste en reclamar legislaciones que hagan de la mediación una profesión reglada y exigible en la mayor parte posible de intervenciones sociales: las relacionadas con el derecho contencioso y penal y en los casos de divorcio, por ejemplo. Incluso se aplauden las legislaciones que pretenden imponer la mediación, hacerla obligatoria. En Argentina una ley de este tipo, que obliga a la mediación como paso previo a ver las causas penales, acaba de ser revocada por el tribunal constitucional. El fallo considera una invasión de competencias de la administración en la justicia. Claro que solo se pretendía favorecer los colegios de abogados, que son los que habían pedido con insistencia tal norma. La mediación pre-judicial la debían desarrollar, como no, abogados. Se trataba de una “nueva profesión” en desarrollo que requería conocimientos de leyes. Veremos como continua esta feria de intereses en que se está convirtiendo la mediación en Argentina. Se trata, de momento, de hacer un favor a las gentes y, como es bienintencionado -y lucrativo-, pues: ¿ Para qué pensar más?.

En realidad se trata de un debate muy poco serio. Ni existe tamaño pastel ni la mediación consiste en un conjunto de técnicas que, una vez aprendidas, capacitan para encontrar soluciones allí donde no existían. Otras materias se reclaman también competentes en este ámbito: la conciliación, el arbitraje, las técnicas de negociación, la justicia de paz… Si la mediación se confunde con estas materias de carácter binario, (Basadas en el esquema “yo te doy, tu me das”) orientadas claramente a la resolución de conflictos y sin los cuales no pueden subsistir: ¿Dónde reside la especificidad de la mediación, esa “cosa nueva” capaz de convocar congresos?.

Digámoslo claramente: la mediación es la actividad, la acción de un “tercero”, que realiza un trabajo de tipo “ternario” para que personas que han aceptado libremente la presencia del mediador, alcancen una nueva relación. Esta relación nueva, que comporta una comunicación y una visión distinta del otro, puede servir para prevenir futuros conflictos o bien para crear nuevas relaciones que fructificarán o no, por si mismas. También puede servir para que ellos mismos, por si mismos, encuentren una salida a un conflicto, o no. En todo caso, su nueva relación, su dotación comunicacional, permanecerá independientemente del conflicto, dispuesta para afrontar otros retos de la vida o generando mayor cohesión social.

A diferencia del terapeuta (Puesto que alguien puede pensar en paralelismos), el mediador debe respetar (Y fomentar) en todo momento la libertad de las partes, no en coaccionarlas sutilmente en vistas al supuesto beneficio de alcanzar un acuerdo. Así como la justicia debe permanecer con los ojos vendados, la mediación debe tener las manos atadas, sin usar en modo alguno los aspectos personales que, sin duda, aparecen en las reuniones de mediación. Por lo tanto, al mediador no le está permitido manipular la situación ni siquiera en el caso de un supuesto beneficio para las partes, cosa que no se corresponde con la acción terapéutica, destinada, esta si, a una función binaria: curar. Estos matices son muy importantes y difíciles de entender en un primer “golpe de vista”, aquel que nos lleva a pretender que ya somos mediadores por el hecho de querer ayudar a aquellos que están en un mal paso, a resolver sus conflictos. Esto es así porque nuestras prácticas habituales son de carácter binario, orientadas a ofrecer un servicio al otro. La mediación requiere una manera distinta de ver y actuar, el trabajo del tercero catalizador, el cual, pacientemente, va tejiendo nuevos lazos entre las personas. Siento no poder extenderme, en este artículo, con ejemplos creativos sobre este enfoque.

Es urgente cambiar de “chip” y comenzar a entender la mediación como lo que es: un arte. Un arte difícil de afinar, apasionante. La mediación tiene sus técnicas, pero en ningún caso se reduce a ellas. De la misma manera que todos saben escribir pero muy pocos son escritores, las técnicas no determinan el arte de la mediación. Sintiéndolo mucho, creo que los cursos que solo ofrecen técnicas, están abocados al fracaso. La negociación, materia de la que proceden dichas técnicas, es mucho más clara en sus objetivos y en el modo de operar: en la negociación hay negocio, y se trata de buscar la ayuda de un experto capaz de analizar las distintas posibilidades para la mayor satisfacción del cliente. Muchos abogados son grandes especialistas en estos lances.

En cuanto a la “bolsa de conflictos” enunciada más arriba, hace falta percibir unos cuantos hechos para ver su parte de falsedad.

En primer lugar la gente tiene derecho a conservar y persistir en sus propios conflictos. Tiene derecho a digerirlos lentamente y a crecer con ellos, a mantener su personalidad y su libertad sin tener que renunciar a sus conflictos. También tiene derecho a pedir ayuda cuando algún conflicto altera gravemente su existencia. Y esto independientemente de la gravedad objetiva del conflicto…

Es obvio que los conflictos graves tienen sus canales de expresión y tratamiento, normalmente, por la vía profesional (La justicia, el arbitraje, la diplomacia…).

No obstante, los conflictos de carácter débil o poco importantes pueden afectar grandemente a las personas. Pero esta es otra canción. En estos casos se requiere sensibilidad y empatía por el otro. Aquí serán necesarios mediadores solidarios, ciudadanos independientes, dispuestos a poner su arte al servicio de la gente que se encuentra en un mal paso, con sus relaciones deterioradas, acompañándoles en el diseño de un nuevo camino, nuevos lazos que van a relajar los malos entendidos y a estimular una comunicación, independientemente del conflicto y de su resolución. Muchos mediadores expertos saben que cuando las partes se reconocen mútuamente desde una posición fuerte en sus propias convicciones, el conflicto pasa a un segundo plano y la empatía personal abre nuevos caminos. No quiero dejar en el tintero otra cuestión crucial: a menudo se presentan las ideas que aquí se defienden mezcladas con las procedentes de la resolución de conflictos, como en un continuo, de tal manera que -dicen- se pueden crear lazos humanos y resolver conflictos a la vez. Siento dudar profundamente de esta posibilidad. En efecto, el modo de operar del mediador que busca la creación del lazo y la comunicación entre las partes y el modo de operar de aquel mediador que persigue el acuerdo, es radicalmente distinto; tanto, que al mediador del primer tipo le está vetado aportar soluciones, aunque perciba claramente que podrían suponer un gran avance y una solución. Las razones de tamaña resignación y supuesto egoísmo se adquieren a lo largo de años de paciente formación y práctica. Ambos objetivos son incompatibles en mediación. Como consecuencia, la manera de formar a un mediador y al otro son muy distintas. Sus técnicas también, aunque puedan compartir procesos. No obstante, no olvidemos que la mediación no se reduce a sus técnicas en ningún caso.

¿Es el trabajador social el que debe establecer una oficina de conflictos abierta al vecindario?.

Aquellos que defendemos las ideas expuestas hasta aquí nos inclinamos claramente por decir no. Hemos establecido ya algunas razones, pero lo más importante es entender que un sistema de resolución de conflictos no reglado, sin la firmeza de la cosa juzgada, dispuesto para resolver disputas, solo puede degenerar en una gran confusión y una mayor conflictividad, puesto que la gente suele salir de un conflicto para comenzar otro. Y finalmente, aquello que empezamos con el señuelo de devolver a los protagonistas la resolución de sus problemas (Una de las máximas de la mediación) se convierte en un ir y venir de vecinos en busca de la solución de aquel señor o señora tan amables que son asistentes sociales, educadores o simplemente, funcionarios. ¿Y quién se encarga de que se cumpla lo pactado? ¿Quién se hará cargo de los posibles destrozos del proceso mediador cuando, finalmente, el tema llegue al juez? ¿Pretende acaso la administración substituir su incapacidad para hacer cumplir las normas por mediaciones? Se podrían enumerar muchas otras preguntas pertinentes. De momento, lo dejaremos aquí.

¿Debemos descartar por tanto la mediación en el trabajo social? En absoluto. Personalmente me inclino por un buen periodo de formación entre aquellos profesionales dispuestos a seguir un nuevo camino. Este requerirá de la asunción de la posición “ternaria” en una fase media del proceso. En este tipo de formación pausada y reflexiva, que empieza por asumir un concepto dialéctico del conflicto, mucha gente se queda en el camino. Estos profesionales seguirán haciendo un estupendo trabajo de ayuda a los demás y “no pasa nada”.

Pero si se logran traspasar las barreras de la manera binaria de hacer las cosas, se puede establecer una nueva visión para el profesional. Algo que le permita ver más allá, imaginar todo tipo de mediaciones en la comunidad y entre las personas en las que desarrolla su trabajo. Así se puede permitir traspasar las fronteras de su trabajo cotidiano (Que seguirá ejerciendo) con otra dimensión, la del tercero catalizador, que envuelve una dinámica que permite el desarrollo personal de una nueva relación entre las personas y sabe retirarse a tiempo cuando ya no es importante su presencia, sin pedir nada, rechazando la publicidad de sus supuestas dotes.

De esta manera puede generar espacios de reposo. Espacios terceros donde la gente pueda tomarse un respiro sabiendo que no se la va a juzgar y que podrá, en todo momento, diseñar los pasos siguientes con respeto a su libertad. Muchos padres y madres necesitan esto para sentirse fuertes en su papel educativo, muchos enseñantes agobiados necesitan de estas prácticas. ¿Cómo crearlo? Estudiando y practicando la mediación, actuando en determinada dirección. Para ello será preciso no andar a remolque de los intereses de la institución, de manera que se pueda disponer de un buen margen de independencia para generar nuevas sinergias sociales. ¿Cuántas instituciones están dispuestas a permitir a sus funcionarios que en el asunto de la mediación deben aportar medios correctos en lugar de resultados? ¿Cuánto trabajo queda por hacer en esta dirección para que los inmigrantes devengan ciudadanos, participen en los consejos escolares, formen parte de un nuevo tejido asociativo de carácter pluricultural? Muchos sabemos que este camino no depende solamente de la voluntad de los inmigrantes, que se requiere mucha mediación activa para que la comunicación y el discurso entre los residentes habituales y los recientes devengan en nuevos constructos sociales, fructíferas maneras de vivir en comunidad. Y de esta manera hemos llegado al punto más interesante para la mediación desde el trabajo social: la prevención. Crear nuevos lazos sociales es la mejor prevención de los conflictos, aunque algunas profesiones que quieren regular la mediación estén interesadas, simplemente, en resolver conflictos y vivir de ello.