Toni Julià
El itinerario del desarrollo de la profesión de los educadores sociales y el de la Fundación Jaume Bofill se han ido cruzando algunas veces desde la creación de esta última. Yo he estado en dos veces anteriores implicado en ellos; la presentación de este trabajo es la tercera. Desearía que no fuera la última.
Procedieron de la Fundación Jaume Bofill los primeros dineros que permitieron el comienzo de las actividades del Centro de Formación de Educadores Especializados de Barcelona. Este centro fue la primera institución formativa de todo el Estado dedicada a la formación de educadores sociales (entonces educadores especializados). En aquellos momentos los estudiantes del Centro de Formación -dedicado a la formación de educadores en ejercicio profesional- desarrollaban sus actividades en los diferentes campos en que actualmente se configura y se define la educación social (animación sociocultural, formación de adultos y educación especializada). Eran frecuentes, y sobre todo a las primeras promociones, los que desarrollaban tareas preventivas a través de potenciar actividades de animación en la colectividad, tareas de alfabetización… No cito las actividades dirigidas a personas con dificultades personales o sociales para articularse en la vida social, puesto que eran las más frecuentes, sobre todo las relacionadas con la disminución psíquica, puesto que el que podríamos denominar dificultades sociales era un campo muy complicado de trabajar debido a las implicaciones políticas y sociales que representaba. Eran todavía momentos de dificultad política; las tareas educativas en las cuales se incluían todas las variables para dotarse de rigor, formaban parte de las actividades de resistencia.
Hay otro momento en el cual los caminos de la ya Fundación Jaume Bofill y la trayectoria de los educadores sociales se cruzan. Esta vez también con el Centro de Formación de Educadores Especializados como protagonista. Pronto esta institución formativa se asentó, dentro de la fragilidad que una estructura de este tipo podía hacerlo, con la vinculación no orgánica con el Instituto de Ciencias de la Educación de la Universitat Autònoma de Barcelona de la mano en aquel momento de en Paco Noy con las colaboraciones de María Rúbies y de Marta Mata, pero también del que fue realmente el padrino por el Centro de Formación de Educadores Especializados, en Josep Pallach, que sabía muy bien, debido a su exilio en Francia, que quería decir educador especializado.
Es en esta inestable estabilidad que se ve claro que, para incidir debidamente en la formación sobre la población de educadores que está desarrollando esta tarea, hay que saber de qué tipo de población estamos hablando, de qué volumen y de cuáles son los ámbitos que piden con más urgencia una acción formativa sobre La educación especial en Barcelona y su provincia (citado en la bibliografía del trabajo que se presenta), realizado desde la Fundación Jaume Bofill por el sociólogo Raimon Bonal. El estudio deja patente que el ámbito más desfavorecido, y también en la formación de sus educadores, está relacionado con los chicos y chicas con dificultades psicosociales.
El Centro de Formación de Educadores apostó fuerte por este último campo. Diversas serían las circunstancias que hicieron que así fuera. Las mismas implicaciones políticas y sociales, mencionadas más arriba, pueden ser una de las razones. Pero ligada con esta, hay que tomar en consideración el hecho de que coincide su existencia con el momento en que los cierres de asilos, reformatorios, manicomios… iba emparejado con la demanda social de respeto por los derechos humanos y las libertades democráticas. También el estallido de conflictos laborales en instituciones como el Centro Nuestra Señora de Esperanza del Tribunal Tutelar de Menores (conocido popularmente por Wad-Ras, nombre de la calle donde estaba situado), la Residencia Albada de Sabadell (antigua casa de caridad de esta ciudad) y el Centro Las Torres a Lliçà d’Avall, de la Obra Tutelar Agraria. Y evidentemente los datos aportados por el estudio realizado por la Fundación Jaume Bofill decantaron que el Centro de Formación hiciera hincapié más fuertemente en este campo, a pesar de que nunca quiso tener una dirección única y siempre mantuvo con claridad, a pesar de las incomprensiones del entorno próximo.
Fue este Centro de Formación quien se encargó de cerrar los tres asilos municipales para 600 niños y niñas del Ayuntamiento de Barcelona (las instituciones que salen más malparadas de aquel estudio a que estamos haciendo referencia, tanto por el volumen de los chicos y chicas acogidos como por la preparación de sus educadores), con la creación de las estructuras alternativas denominadas Colectivos Infantiles. El alcance de esta experiencia y el cambio de los intereses políticos municipales precipitaron el fin del Centro de Formación de Educadores Especializados.
Desde el 1972, fecha del estudio, hasta hoy no se han vuelto a cruzar los caminos de la Fundación y el del desarrollo de la profesión de educador social. No lo hace de la mano del Centro de Formación de Educadores Especializados, desaparecido en el año 1980, sino de la Asociación Profesional de Educadores Sociales de Cataluña en un momento decisivo en la organización de esta profesión, puesto que la creación de la diplomatura universitaria en educación social ha dotado de normalidad un proceso puesto en marcha ya hace unas décadas. La diplomatura ha permitido que esta profesión pueda hoy estar organizándose en torno a un Colegio Profesional: el Col•legi de Educadores i Educadors Sociales de Cataluña (CEESC).
Pero, si es verdad que la profesión ha podido dejar el camino un poco marginal en el cual estaba instalada, no por eso podemos decir que ya esté todo conseguido; el estudio que se presenta hoy nos da algunas indicaciones importantes.
De entre ellas querría señalar la necesidad que hay de conocer todo el sector de la educación social, entendiendo por sector tanto las instituciones que existen (que el estudio demuestra la dificultad de averiguarlo), como los puestos de trabajo que representa y también el volumen económico que maneja directamente e indirectamente.
La formación no deja de ser uno de los puntos frágiles de la profesión, puesto que si bien es verdad que existe la diplomatura en educación social y que el porcentaje de estudios universitarios es alto en aquellos que desarrollan tareas de educadores, también es verdad que más del 80% de estos profesionales no tienen una formación específica de educador.
Sobre este particular el estudio insiste indirectamente, múltiples veces, cuando habla de las dificultades del trabajo y del estrés que comporta la implicación psíquica del mismo trabajo.
Si la profesión comporta implicación psíquica, y sí que la comporta!, el bagaje formativo del educador tiene que dar los elementos para medir esta implicación psíquica (para saber poner la necesaria), pero también los mecanismos que hay que desarrollar para drenar la ansiedad que todo profesional implicado en las relaciones emocionales tiene que soportar. Este es el ingrediente genuino que comporta la formación específica del educador y este saber profesional, este conocimiento es el que los carece al 80% de los que se reconocen educadores sociales.
Quiero pensar, y estoy seguro que se podría explicar, que esta cifra que da el estudio es excesiva. El mismo estudio lo explica diciendo que esta formación específica, una gran mayoría de los educadores la han conseguido con cursillos, jornadas, seminarios, etc. Pero yo me atrevería a afirmar que los educadores que han adquirido esta formación específica lo han conseguido como consecuencia de la reflexión sobre la propia práctica y haciendo el esfuerzo de buscar referentes conceptuales que lo aclaren.
El orden: reflexión y búsqueda de referentes conceptuales, no es arbitrario.
En la formación de los educadores, por ser un campo nuevo, se hace necesario reflexionar sobre lo que la práctica educativa comporta, sin miedos ni vergüenzas a no cumplir algunos referentes conceptuales que nos han impuesto sabios de ocasión, o teóricos sin ninguna práctica, o sea vacíos. Pero por eso hay que aceptar que todo lo que pasa a los educadores en su relación educativa difícilmente puede ser incluido en el paradigma científico que nos obliga que las cosas que descubrimos puedan ser generalizables y que los conceptos puedan ser universales. Querer ir por este camino nos lleva a privilegiar el rigor científico (las servidumbres de la ciencia, me decía el autor del trabajo que se presenta), haciéndonos olvidar, e incluso impidiéndonos, ver todo lo que nos deja en la duda y por lo tanto en el conflicto que es inherente a la práctica educativa en la educación social. Puesto que ésta (como decía J. Brichaux, compañero de Foro en el último congreso de la Asociación Internacional de Educadores Sociales, AIEJI) es única, en el sentido que difícilmente será aplicable a otra situación y menos todavía hacer inferencias; multidimensional, en el sentido que cuando se interviene en un usuario también se está actuando sobre toda la familia y el entorno, que la acción educativa actúa sobre aquello psicológico y aquello sociológico; simultánea, en el sentido que la acción que se hace sobre uno tiene efecto sobre otros que están cerca y también sobre el grupo; de urgencia, en el sentido que el educador difícilmente tiene tiempo inmediatamente antes y después de la acción educativa para pensar, que la acción sobre los hechos cotidianos genera una dinámica de trabajar sobre el momento y que sólo es posible una reflexión posterior; e incierta, en el sentido que los acontecimientos pueden cambiar repentinamente por causas mucho diversas, por lo cual se hace difícil saber moverse correctamente.
Quizás la normalización de la profesión no es otra cosa que una quimera, y lo que es importante es ir andando como se ha hecho los últimos años. El estudio que se presenta, así como también otros indicadores, como lo son la diplomatura en educación social y el Col•legi de Educadoras y Educadores Sociales de Cataluña, así lo indican. Habrá que continuar andando, rehaciendo el camino cada vez que nos equivoque y no emperrarnos a seguir andando sin reconocer que nos hemos equivocado, cuando esto pase.
Antoni Julià y Bosch
Palau de Santa Eulàlia, noviembre de 1997