Jaume Mor. Responsable de la sección socioeducativa del Instituto Municipal de Educación Ramon Barrull de Lleida.
En estos últimos años en diferentes foros sobre políticas sociales a nivel local aparece el concepto caminos escolares dentro de los ámbitos de la movilidad, la comunidad educativa o los proyectos urbanísticos. En la ciudad de Lleida estamos inmersos en un proceso de este tipo. Mi voluntad, con este artículo, es hacer unas reflexiones sobre un proyecto que creo que es interesante por lo que comporta de educativo en el sentido expresado en los diferentes manifiestos de las ciudades educadoras. El motivo de presentar estas reflexiones en un foro como el que nos permite esta revista es plantear que éste es un proyecto que se adecua plenamente con las funciones de los educadores sociales; por lo tanto, no debería ser imposible encontrarnos con proyectos de caminos escolares liderados por parte de los servicios sociales de atención primaria, como proyectos del ámbito del trabajo comunitario.
El objetivo de este artículo es, en primer lugar, dar a conocer un proyecto que incorpora valores importantes que tienen que ver con la responsabilidad que quieren asumir muchos ciudadanos, que piden tomar decisiones sobre hechos de su ciudad que les afectan directamente; por lo tanto, creo que cada vez será más frecuente ver iniciativas de esta clase en más municipios de Catalunya. En segundo lugar, quiero hacer unas reflexiones a medio camino entre la teoría y la práctica, que pueden iniciar a profesionales que no conocían estos proyectos.
El proyecto de Caminos Escolares (pCE) lo podríamos definir como un proceso de reflexión compartido entre los centros educativos, la Administración local competente y los agentes activos del territorio. Y es únicamente esto; el pCE es compartir, con las otras partes implicadas, los problemas y posibles soluciones dirigidas a mejorar la entrada y la salida de las escuelas de los chicos y chicas con el objetivo de que puedan ir andando.
Esta clase de proyectos es un efecto más de los postulados asumidos por parte de las ciudades educadoras que viene a decir: “una ciudad educadora ha de autoimponerse una revisión en términos educativos de los procesos que tienen lugar en ella”. Uno de estos procesos, el que se revisa aquí, es la movilidad en las entradas y salidas de los alumnos de los centros educativos. En este análisis participan siete actores principales:
Este proyecto debe sumar dos posiciones que a veces se consideran contrapuestas: por un lado, la autonomía de los niños y niñas y, por el otro, la seguridad en las calles. Por supuesto que hay conflictos. De todas maneras, es síntoma de ciudad o de barrio enfermos aceptar que la calle es un peligro por definición: sólo esto ya es una razón para intervenir.
Aún así, hace falta tener en cuenta que, en contra de lo que piensa demasiada gente, lo más importante no son los cambios urbanísticos que podamos hacer, sino el sentimiento de seguridad que las familias han de adquirir para dejar ir más a sus hijos solos a la escuela. El gran problema del proyecto es que nos ponemos en situaciones afectivas, no racionales; hoy los hijos son el bien más preciado de las familias y éstas quieren protegerlo tanto como puedan. Tres pruebas de lo que digo: hay barrios en los que yo nunca dejaría ir a mis hijos solos a la escuela y, en cambio, las familias del barrio en cuestión no lo ven peligroso o lo ven lo suficientemente seguro como para dejarlos ir (ya he dicho que es cuestión de vivencia, no de realidad); otras veces, técnicos municipales con muy buena voluntad encuentran soluciones inmejorables desde un punto de vista de seguridad y de movilidad y, en cambio, los vecinos y las mismas familias de las escuelas se quejan de estas soluciones (que seguramente habrían planteado ellas mismas si se les hubiera pedido la opinión); muchas familias se marcan tramos de edad para proteger y están encima de sus hijos hasta sexto de primaria, y al septiembre siguiente (sólo han pasado dos meses) ya los dejan ir solos al IES. No hace falta que me alargue más en aquello que todos los educadores sabemos: una cosa es lo que pasa y otra lo que cada persona vive de lo que pasa; por lo tanto, la suma de las vivencias es lo que conforma la manera de vivir una realidad; de esto trata este proyecto y por esto es tan importante la participación, que todo el mundo pueda ser escuchado y tenido en cuenta, precisamente ¡porque con los niños y niñas no se juega! Porque, si no hay una homogeneidad en el posicionamiento de todos los agentes, no se puede llevar a cabo; quizás se podrán iniciar mejoras urbanísticas, pero no se hará un camino escolar.
Y hace falta potenciar el camino escolar porque:
Otro aspecto que quiero resaltar es el siguiente: ¿qué hay que plantearse cuando estás pensando en hacer un proyecte de este tipo?
Estas preguntas, que por otra parte son obvias, recomiendo que las escribamos y nos las planteemos a nosotros mismos y a otras personas que en un momento u otro puedan estar relacionadas con el proyecto; esto nos puede dar unas cuantas pistas de cómo avanzar en la toma de decisiones.
Una vez formuladas las preguntas, quisiera plantearos unos apuntes de metodología:
Todo empieza por un estudio. En este proyecto hay demasiados factores que afectan a la seguridad y, por tanto, no nos podemos quedar en lo que piensa una representación de los agentes; queremos saber qué piensa todo el mundo, sobre todo porque la conducta que queremos cambiar o el hábito que nos gustaría implantar no es algo que podamos modificar directamente. Por lo tanto, queremos saber por dónde pasan, por qué pasan por dónde pasan, por qué no van andando a la escuela, qué puntos les parecen más peligrosos, qué estarían dispuestos a hacer por el proyecto, qué le pedirían al proyecto, y muchas cosas más, como por ejemplo que una comisión mixta de técnicos y de representantes del claustro y del AMPA decidiera qué es importante preguntar antes de pensar en lo que haremos.
Este estudio se debe visualizar en un plano del territorio.
Hay que definir los flujos y cuantificarlos. Hay que definir todas aquellas situaciones que una familia ha vivido como peligrosas, se debe determinar por qué las familias no van andando a la escuela.
Sigue por una puesta en común. Una cosa es el análisis detallado, que no debe dejar la opinión de nadie fuera de la mesa, y otra es la valoración, la priorización, etc. de los contenidos del análisis.
Un paso más: la movilidad dentro del aula. No basta con aprender las señales de tráfico, hace falta una acción más activa hacia la movilidad. A partir de los ocho años, los niños pueden conocer la velocidad de un coche, tienen que experimentar lo que tarda en llegar desde una distancia determinada, deben ver si para o no para. Pero también deben ser ciudadanos, deben defenderse de los coches y de las motos mal aparcadas, deben tener elementos de juicio para corregir a sus padres, deben poder pedir ir andando a la escuela. Desde las aulas se debe hacer una campaña de concienciación que abarque todo el centro y todo el territorio: pegatinas, carteles, dibujos en las paredes, etc.
Un paso más: la movilidad de los miembros de la escuela. ¿Cómo y dónde aparcan los maestros? ¿Y el conserje? ¿Por dónde pasan los vehículos que han de entrar en el recinto escolar? ¿Quién puede determinar los aparcamientos y el hecho de ordenar la llegada de los vehículos paternos al centro? Debemos hacer un análisis interno, con voluntad de mejora.
La escuela lo explica a los vecinos. Primero hay representantes de los vecinos que empiezan a formar parte de los grupos de trabajo pero, además, cuando se perciba una situación problemática próxima, se deberá explicar el proyecto en los foros que sea necesario. Quizás incluso se puede buscar la ayuda de colectivos vinculados profesionalmente, colegios profesionales, entidades ciudadanas, entidades relacionadas conceptualmente por motivos de asociacionismo, de educación, de movilidad, etc.
El pCE tiene una imagen identificable al menos para aquel territorio. Cuando hay tantas voces para un mismo proyecto, es importante que se cree una imagen que identifique el proyecto, pero también que los documentos que se elaboren y cualquier otro producto que se produzca sean divulgativos, de formación, etc.
El barrio amigo. En el apartado del territorio ya he hecho mención a un factor importante: la vinculación del barrio al proyecto, no ya desde las estructuras más formales, sino desde cada persona que se sienta partícipe. En este sentido, pienso en voluntarios del camino, que pueden ser personas o comercios; de hecho, son estructuras clave porque, si un niño o niña tiene alguna dificultad en el camino escolar, sus padres saben que fácilmente identificará a alguien o algún lugar dónde podrá recibir ayuda y, además, sabrá qué tipo de ayuda recibirá.
Los caminos amigos. Lo deseable sería que en cada barrio hubiera una interconexión entre las diferentes estructuras de uso público en las cuales el hecho de andar estuviera protegido. Y en último término que no sólo estuviera protegido, sino que fuera un camino agradable de transitar, donde la seguridad estuviera superada y el interés de los peatones se centrara en las plantas, los bancos, etc.
¡Quizás sí que sería un buen sueño!