Francesc Reverter. Diplomado en Educación Social.
La salud mental es un ámbito desconocido desde el punto de vista de la pedagogía social y en el conjunto de la sociedad, donde a priori no se propician situaciones de integración de individuos que sufren enfermedades mentales, tales como esquizofrenia, trastorno de la personalidad, depresión, etc.
En este artículo, se presentan la experiencia y las tareas que puede desarrollar un/a educador/a social, desde una visión asistencial y desde una visión comunitaria, con personas que sufren una enfermedad mental. Sería justo pensar en cómo resolver las necesidades latentes en el ámbito de la salud mental y que no pasen desapercibidas.
Primero se habla de las unidades de rehabilitación hospitalaria y después del modelo de intervención psicoeducacional. Más adelante, de otras intervenciones posibles, como las que se pueden hacer desde Servicios Sociales, haciendo referencia a la psicopatología del inmigrante.
El trabajo del educador social puede estar ubicado en centros de día, centros especiales de trabajo, pisos protegidos, unidades de rehabilitación hospitalaria, etc., dispositivos que tienen como objetivo principal la rehabilitación social de personas que sufren enfermedades mentales.
En las unidades de rehabilitación hospitalaria donde he trabajado, las personas casi en su totalidad estaban diagnosticadas de esquizofrenia, mayoritariamente residual o paranoide, predominando la sintomatología negativa (allanamiento afectivo, apatía, pobreza de sentimientos…), según la evaluación realizada con la escala PANSS (Cuesta i Peralta, 1994).
Estudios como el Proyecto inteligencia harvard (Megía Fernández, M. 2002) demuestran que el cociente de inteligencia se puede mejorar y aumentar con el aprendizaje. Para reforzar los aprendizajes, la figura del educador social es adecuada ya que está capacitado para dinamizar cualquier situación no-formal o informal, aunque la actividad esté orientada hacia la enfermedad, sobre la que interactúan diversos profesionales desde el punto de vista clínico, pero no pedagógico. Hace falta pues, remarcar la importancia del trabajo en equipo multidisciplinar, con personas que trabajan en grupo con unas características, funciones y objetivos comunes.
Con las personas que sufren enfermedades mentales, el trabajo y la actividad en grupo es un beneficio para todos los que participan, ya que les permite un crecimiento y un aprendizaje en común. Les ha supuesto un tiempo reunidos, donde se llega a un pensamiento, una productividad, una comunicación y unos vínculos afectivos, siendo este modelo el más parecido a nuestra realidad cotidiana. El nivel afectivo es el más implícito, el más interno, donde surgen las envidias, los odios, la competitividad, y este nivel es importante para la harmonía, la cohesión y la productividad del grupo, y así crear un nivel afectivo y comunicativo, un clima social agradable, un buen ambiente y, como mínimo, tolerancia y respeto entre los componentes, es decir, unas buenas relaciones humanas, ya que influyen directamente en la satisfacción personal de la persona en el grupo y afectará positivamente en todas las áreas.
Para intervenir, se trabaja con el modelo de intervención psicoeducacional como programa general de rehabilitación y reinserción sociales. Este modelo tiene dos vertientes: el enfermo mental y su familia por un lado, y por el otro, preparar y educar la familia en la convivencia del día a día. Está basado en la teoría de la vulnerabilidad y el estrés, utilizando técnicas de modificación de conducta, técnicas cognitivas y programas educativos como actividades de la vida diaria, habilidades sociales, educación para la salud, automedicación, autocura, estimulación cognitiva, autoestima, escuela de familias, etc.
Este modelo es un procedimiento de intervención que usa técnicas y métodos educativos basados en la información, la orientación y el entrenamiento del sujeto y de su familia, destinados a mejorar y a incrementar las habilidades en todas las áreas y capacidades del enfermo mental y su familia, y a afrontar los problemas derivados de su enfermedad, sobre todo cuando su evolución es larga. Si disponen de más información sobre su enfermedad y sus consecuencias, la motivación para afrontarla se incrementa.
Para conseguir una compensación entre los niveles afectivo, comunicativo y participativo, hace falta plantearse objetivos a medio y largo plazo. Voy a presentar algunos ejemplos aunque soy consciente de que son modificables y adaptables a cada momento y situación.
Un objetivo sería proporcionar a los participantes información actualizada y comprensible sobre la esquizofrenia, ya que es un trastorno mental grave que afecta al 1% de la población mundial, sin diferencias de edad, género o condición social. No podemos obviar esta realidad; hace falta que aprendan estrategias para mejorar la comprensión y sus habilidades frente al estrés ambiental, y para conseguir la solución de problemas que eviten recaídas.
Otro objetivo es el entrenamiento en habilidades sociales: se enseña a comprender la importancia de la mediación neuroléptica, sus efectos beneficiosos y los secundarios, y cómo reconocer otros factores de riesgo, como el consumo de alcohol, drogas, cambios ambientales, tensión, etc.
Y, también, animar al individuo a mantener sus habilidades en un entorno normalizado, sus contactos sociales y sus actividades de la vida diaria, además de los amigos y de la familia. Es por ello que la figura del educador es importante ya que ayuda a crear lazos entre los enfermos, los familiares, y el equipo terapéutico, orientado éste a disminuir los resentimientos y las culpas, de manera que se busca conseguir logros a corto plazo y establecer estrategias para superar las crisis.
El papel de los familiares, junto con el equipo terapéutico, es la principal fuente de compañía, de participación en actividades y sobre todo de ayuda para afrontar diversos problemas. Las familias se pueden ver sobreimplicadas y entonces erróneamente los sobreprotegen. Por lo tanto, hace falta un trabajo educativo de apoyo y sensibilización por parte de los profesionales; además, los familiares por sí solos no comprenden la naturaleza biológica de la enfermedad mental. Por todo ello, para lograr una buena interacción familiar es básico una estrecha colaboración entre los diferentes miembros de la familia y de éstos con el equipo multidisciplinario. Este trabajo conjunto hacia la familia y el enfermo evita sentimientos como la frustración, la desilusión, y la desmoralización, y, si se evita un exceso de estrés, se obtendrá un máximo de éxito en la resolución y enfrentamiento de problemas, para poder mantener el equilibrio para evitar recaídas en el individuo y disminuir la alta emoción familiar expresada a causa de las carga que les supone.
Desde los Servicios Sociales de Atención Primaria, la figura del educador está cada vez más consolidada y su intervención se centra en aquellas personas o familias que presentan dificultades para resolver sus necesidades sociales, personales y/o familiares, y también en el conjunto de la población para resolver necesidades sociales a escala colectiva, con frecuencia de detección de problemáticas sociales con trastornos psicológicos o psiquiátricos asociados.
La realidad de la sociedad actual nos presenta un entorno de cambios constantes, ya que en el contexto social se generan continuas necesidades a las cuales los profesionales de los Servicios Sociales de Atención Primaria han de dar respuesta: nuevas formas de exclusión y marginación social, como son, por ejemplo, los colectivos con problemáticas específicas (enfermos mentales, inmigrantes, gente mayor, niños, adolescentes, jóvenes, etc.).
En el caso de los inmigrados, la situación de cambio como factor de tramatización, con beneficios y perdidas, con un duelo por su familia y sus familiares, con un duelo por su cultura y su lengua, obligados a nuevos aprendizajes con trastornos el adaptativos, miedo a la estigmatización, que complica las condiciones de precariedad, los riesgos de accidentalidad o los nuevos trastornos psiquiátricos.
La migración es un fenómeno generador de estrés aculturativo que depende en gran parte de cómo se sitúe el individuo frente a su grupo cultural de origen y frente al grupo de acogida, la cual produce cuadros desestructurantes asociados a la evitación (de pensamiento, personas, lugares, actividades, etc. ligadas al hecho traumático, o de carácter disociativo, como ansiedad o depresión) y a la hiperactivación (trastornos del sueño y de la concentración, irritación, hipervigilancia). También son frecuentes cuadros psicopatológicos agudos (síndromes confusionales) o crónicos (síndromes depresivos, trastornos de personalidad, adaptativos, alcoholismo o drogodependencias) (Markez, Iñaki, 2002). Es frecuente en municipios donde hay concentración de inmigrantes jóvenes que viven en la calle, sin ser grandes núcleos poblados, que estos estén más expuestos a la violencia con un riesgo elevado de caer en el consumo de sustancias y en su venta como medio de subsistencia.
En definitiva, es una demanda social de nuevas actuaciones, pero también es un reto importante de repensar los esquemas clásicos de intervención dentro un contexto socioeconómico de crisis del estado de bienestar y precariedad del mercado laboral.