Carmen Panchón i Iglesias. Profesora titular de la Facultad de Pedagogía de la Universidad de Barcelona y Educadora Social Colegiada
Ya no puede uno perderse lo imposible
se torna muy paso a paso inevitable.
(“Sin confines”. Versión celeste, 1970. Juan Larrea)
En el momento actual, en los inicios del siglo XXI, podemos afirmar que existe una gran preocupación por la calidad y la responsabilidad que tienen tanto los organismos que intervienen en la formación universitaria como aquellos que tienen encomendada la representación profesional.
A menudo oímos afirmaciones sobre la importancia de que no aparezca una desconexión entre la preparación universitaria y el mundo profesional del futuro educador social y educadora social.
La mayor parte de las actuaciones de las educadoras y educadores sociales se centran en la intervención socioeducativa, como elemento básico, para conseguir tanto la promoción de la comunidad en general como la de aquellas personas o colectivos desfavorecidos en particular. También un número considerable de educadoras y educadores desarrollan su tarea dentro de un conjunto de servicios que desde las administraciones se disponen para atender y prevenir las problemáticas sociales.
Es importante, por tanto, que los y las profesionales pongan en marcha habilidades y destrezas para poder afrontar y transformar los diferentes conflictos que surgen. Una de las funciones que deben desempeñar las educadoras y educadores sociales es facilitar a la población con la que trabajan, que resuelva por ella misma y creativamente las dificultades y conflictos surgidos en la convivencia cotidiana.
En este sentido, hacen falta profesionales con una buena formación, motivación, compromiso y solidaridad. Una tipología de profesionales adecuada para responder a las necesidades del presente con unas buenas condiciones de trabajo.
La efectividad de los servicios requiere tanto de una mejor política como de profesionales suficientes, siendo la educación el eje fundamental para la promoción personal y social. Para muchas y muchos profesionales, a veces, resulta un verdadero esfuerzo añadido defender constantemente la educación y dejar constancia de que se educa. Conseguir el reconocimiento de los y las profesionales que desarrollan su tarea en ámbitos considerados de educación no formal, es hoy todavía un reto.
La experiencia nos demuestra que cuando existe diálogo y colaboración se ofrece más calidad desde ambos contextos, al tiempo que las responsabilidades se clarifican. Un trabajo de reflexión conjunta y la evaluación de las relaciones hará plantear, sin duda, la optimización de las mismas ya que los intereses de ambos ámbitos son comunes: la profesión y la ciudadanía.
En el mundo actual, con cambios rápidos y constantes, los modelos de relación no deben quedar cerrados. SUMAR Y UNIR se ha de convertir en el objetivo fundamental de nuestra actividad profesional, dejando de lado intereses que solo respondan a particularismos y a visiones a corto plazo.