Cosme Sánchez Alber, Técnico en intervención social, Comisión Ciudadana Antisida de Bizkaia
La historia de la Educación Social se remite tanto al pasado como al futuro, y más concretamente a la brecha entre el pasado y el futuro (Hannah Arendt). Con esto queremos decir que en nuestra disciplina nos conviene habitar un espacio entre el pasado y el porvenir. Los educadores sociales que trabajan en la brecha, en primera línea, lo saben bien. Conocen de las dificultades y los malestares de la época que les ha tocado vivir, y no son ingenuos. Saben que ningún tiempo pasado fue mejor sino diferente, y están advertidos de la conveniencia de mirar atrás y buscar experiencias, autores y textos clásicos para poder orientarse en el trabajo con los otros, en el tiempo presente. En este texto proponemos abordar la cuestión de la escritura para pensar nuestra historia, crearla y contribuir a producir discurso en torno a los interrogantes contemporáneos de la educación social.
La historia de la Educación Social se remite tanto al pasado como al futuro, y más concretamente a la brecha entre el pasado y el futuro (Arendt, 1996). Los educadores sociales lo saben bien. Somos agentes de nuestro tiempo. Mejor que renuncie quien no sea capaz de unir su horizonte a la subjetividad de su época. Es esta una cuestión de tiempos y espacios. La transmisión de los legados culturales nos remite a un tiempo pretérito, anterior, pero al mismo tiempo las personas a las que acompañamos nos obligan a abordar lo contemporáneo, nuestra función en las instituciones actuales y los avatares del lazo social en nuestra época.
Pensar lo contemporáneo implica meternos con lo tenebroso de nuestros tiempos. Pensar nos aterra, pero sólo es posible si somos capaces de habitar estos intervalos entre lo nuevo y lo viejo. La palabra intervalo podemos declinarla como el espacio o la distancia que hay de un tiempo a otro, o de un lugar a otro. Otras definiciones del término intervalo lo definen como el conjunto de valores que toma una magnitud entre dos límites dados, o bien, el espacio de tiempo en que los que han perdido el juicio dan muestras de cordura. Habitar en el intervalo implica, en consecuencia, dar muestras de cierta cordura. Podemos aventurar que la historia de la educación social se escribe y avanza animada por el deseo de aquellos profesionales que han sabido transitar estos intervalos, recorrerlos.
La educación social remite siempre a un trayecto, un recorrido y un tiempo. Un tiempo y un espacio que es necesario recorrer. En este sentido, no hay atajos posibles. La educación se sostiene en la creencia de que hay algo nuevo que puede acontecer en el tratamiento de las problemáticas emergentes. Creer que es posible que en el particular encuentro con un educador social la persona pueda hacer algo diferente. Por esto decimos que hay educadores que desafían las profecías del fracaso. Esto solo es posible si tomamos muy en serio los tiempos subjetivos, los trayectos personales y los espacios necesarios para que estos cambios puedan germinar. Como decíamos, los intervalos nos remiten a un tiempo y un espacio, a la creación de recorridos posibles que podamos transitar. Por otra parte, las instituciones tienen sus propios tiempos. Los tiempos de una época marcada por la inmediatez, la urgencia y el mercado de la eficacia tecno-científica. Podemos constatar en nuestra práctica como la deriva asistencial se precipita para “adaptar” a los individuos bajo diferentes declinaciones: programas de reinserción social, por ejemplo, basados en determinadas evidencias científicas que prometen una reinserción eficaz, rápida y segura, en un tiempo record. Si el sujeto no se inscribe al programa queda rechazado.
Necesitamos tiempo, pero no cualquier tipo de tiempo. Un tiempo que tenga en cuenta al otro. Por el contrario, lo que hoy en día impera son aquellos discursos de las soluciones rápidas, instantáneas. Time is Money, no hay tiempo que perder. Respuestas eficaces y eficientes siguiendo las lógicas empresariales de la Nueva Gestión Pública. No es extraño que muchos de los dispositivos actuales de atención social propongan poner a circular a los sujetos y a los profesionales en función de unos tiempos marcados y protocolarizados incapaces de acoger las singularidades de unos y otros.
Si algo podemos aprender de la historia más reciente de la educación social es, tras la crisis metodológica de los años 90, la necesidad de crear tiempos y espacios nuevos para atender la particularidad de cada persona. Cada persona ha de ser acompañada de manera diferente, teniendo en cuenta un tiempo que es el tiempo necesario para que los efectos de una educación puedan emerger.
La transmisión de nuestra historia necesita ser contada por aquellos que intervienen en ella. Los profesionales deben pues tomar la palabra. Para ello, la escritura se nos muestra como ese intervalo necesario para detener por un instante el tiempo y crear espacios donde poder pensar.
Desde la pedagogía social pensamos que debemos ser capaces de poner a prueba nuestro discurso y para ello nos valemos de la escritura y el comentario crítico de los textos. La escritura nos remite al imaginario de la letra, a lo racional y a lo formal. Pensamos que la escritura nos permite, a su vez, detener el tiempo y poder pensar: “En este sentido formulamos una hipótesis: decimos que, además de su valor documental y de archivo, la escritura permite abrir condiciones de pensamiento y elaboración de una práctica a partir de producir una lentificación.” (Marani, 2010: 3)
Que la escritura permite una lentificación quiere decir que por medio de la palabra escrita pretendemos abrir un agujero, una brecha, un intervalo. Sabemos, por nuestras conversaciones con diferentes agentes de la red de atención social, que en la realidad de muchos equipos de trabajo no hay espacios ni tiempos para poder pensar, y si los hay, acaban siendo devorados por las urgencias de nuestro día a día.
Toda práctica educativa requiere poder pensarse en tres tiempos: el instante de ver, el tiempo de pensar y el momento de concluir. Como decía, en nuestra praxis, es demasiado habitual que bien por las emergencias con las que nos encontramos en nuestro día a día, bien por el entusiasmo que muchos educadores ponen en la acción, pasemos directamente, y de manera “irreflexiva”, del instante de ver al momento de concluir. Esto hace que en nuestra práctica advirtamos cierta tendencia a la improvisación. Conviene aquí, pararnos a pensar en aquella definición de la palabra intervalo que nos remite al espacio de tiempo en el que los que han perdido el juicio puedan dar muestras de cierta cordura. Incorporar pues este espacio se nos antoja imprescindible para introducir cierta cordura en nuestra praxis y orientarnos en el trabajo con los otros.
Es cierto, la escritura abre territorios para el pensamiento. En aquellas profesiones y disciplinas dedicadas al trabajo con los otros (Dubet, 2006) debemos pues ser capaces de articular algunas estrategias y maniobras que nos permitan suspender por un momento el fragor de los acontecimientos y crear espacios donde poder pensar.
Sentarse a escribir. Explicarse. Interrogarse. Construir un caso. Discutir con los viejos fantasmas. Dar cuenta de algo de la experiencia. Nombrar. Elaborar. Detenerse. Pensar.
“Que la escritura produce una lentificación, entonces, quiere decir justamente eso: que por su misma materialidad –distinta a la del habla- requiere de una temporalidad que, entre otras cosas, conlleva sentarse, detenerse, conectar ideas, pasar en limpio, leer, borrar, reescribir, predisponerse de otra manera; en suma, abrir un territorio de pensamiento en torno a algo.“ (Marani, 2010: 3)
En nuestro trabajo diario, como Ulises, nos vemos seducidos por la emergencia de las sirenas, deslumbrados por el acontecimiento, por la urgencia y la espontaneidad de los actos. Es imprescindible pues poder articular algo de una separación: un corte, una parada, una escisión. Ya que de lo contrario corremos el riesgo de quedar encapsulados en el instante, deambulando en un hacer continuo, fugaz, irreflexivo y voraz.
Para finalizar recordemos, de nuevo, que todo aprendizaje se constituye en base a tres momentos: el instante de ver, el tiempo para comprender y, finalmente, el acto de concluir. Nos hace falta tiempo… pero no cualquier tipo de tiempo.
En nuestro caso, se trata de Otro tiempo. Un tiempo lógico que permita comprender antes de concluir. Un tiempo que haga posible hacer emerger algo de nuestra práctica que nos inquiete y que, por esto mismo, nos haga avanzar. Un tiempo para poder pensar a partir de situar en el centro de la reflexión lo no sabido. En definitiva, un tiempo que es Otro: extranjero.
Arendt, Hannah (1996). Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios de reflexión política. Barcelona: Península.
Dubet, Francoise (2006). El declive de la institución. Profesiones, sujetos e individuos en la modernidad. Barcelona: Gedisa.
Marani, Valeria; Sodo, Juan Manuel (2010). Acompañamiento terapéutico y trabajo social en un centro de salud. Revista Cátedra Paralela, 7, 115-122 [En línea]
Cosme Sánchez Alber, cosmesan@hotmail.com