Rafael Merino Pareja, Departamento de Sociología, Universitat Autònoma de Barcelona, UAB. Carles Feixa Pàmpols, Departamento de Comunicación Universidad Pompeu Fabra, UPF. Almudena Moreno Mínguez, Facultad de Educación de Segovia, Universidad de Valladolid
El artículo ofrece una síntesis de la historia del “youth work” en España.[1] Después de una breve aclaración conceptual, se destacan tres etapas: la primera recoge los antecedentes en el primer tercio del siglo XX; la segunda recorre la etapa de la dictadura franquista; la tercera analiza la transición democrática y la institucionalización del “youth work” en España. A modo de conclusión se aportan algunas reflexiones sobre el impacto de la reciente crisis económica y política en las políticas de juventud y sobre los procesos de acción colectiva.
The article offers a summary of the history of youth work in Spain. After a brief conceptual clarification, three stages stand out: the first one gathers the precedents in the first third of the 20th century; the second one goes through the period of the Franco dictatorship; the third one analyzes the democratic transition and the institutionalization of youth work in Spain. In conclusion, some reflections are provided on the impact of the recent economic and political crisis on youth policies and on the collective action practices of young people.
En este breve repaso de la historia del “youth work” en España es necesario empezar con unas aclaraciones sobre el concepto mismo de “youth work”. No es fácil encontrar una traducción adecuada al español, ni se utiliza un equivalente en la literatura científica sobre la juventud. Es más, se puede inducir una cierta confusión con la categoría “work”, ya que en español se asocia con el mercado de trabajo (“job”), en el que, como es sabido, la precariedad de los jóvenes es un tema que apareció como mínimo en la crisis de los años 70 del siglo pasado y en las primeras reformas laborales de los años 80. Por otro lado, la categoría “youth” tampoco está exenta de malentendidos y contradicciones. Uno de los malentendidos que se suele pasar por alto es la confusión entre juventud y jóvenes (Casal et al., 2011). Por un lado, tenemos la categoría de la juventud como un grupo social más o menos homogéneo que suscita preocupación en la agenda pública, normalmente con un sesgo adultocrático, bien por la amenaza de una supuesta predominancia de conductas anómicas o contraculturales, bien por la situación de precariedad estructural del grupo de edad. Por otro lado tenemos los/as jóvenes, con cierto grado de autonomía en las sociedades desarrolladas para convertirse en actores sociales, actores individuales o colectivos, con demandas, acciones y organizaciones que modifican las pautas tradicionales de convertirse en adultos.
Por eso tiene sentido hablar de “youth work” cuando emergen los jóvenes como actores sociales diferenciados y cuando emerge la juventud como categoría específica, desde las estructuras sociales consolidadas y también desde los mismos jóvenes, que se ven y actúan como diferentes a los otros grupos sociales. Así, podemos englobar el “youth work” a partir de tres elementos que comparten un mismo campo semántico pero que tienen dinámicas diferenciadas, aunque con ciertas relaciones entre ellos:
a. Los movimientos sociales y el asociacionismo de los jóvenes, bien como oferta de encuadramiento social, político o educativo para los jóvenes, bien como movimientos específicamente juveniles que se identifican como tales.
b. Las políticas que se dirigen a la juventud como grupo social, a menudo definido de forma simple pero eficaz como grupo etario.
c. El trabajo social y educativo con los jóvenes, especialmente con los jóvenes y grupos de jóvenes en situación de riesgo. Aunque la categoría de riesgo no está exenta de ambigüedades (Romaní, 2011), el trabajo social con los jóvenes a menudo se circunscribe a los jóvenes en situación de exclusión social, educativa y/o laboral, o a los jóvenes con conductas antisociales.
La emergencia de los jóvenes como grupo social y como actores individuales y/o colectivos está evidentemente relacionada con el desarrollo económico, cultural e histórico de una sociedad. En este sentido, la historia contemporánea española tiene unas características peculiares que esbozaremos de forma muy somera para entender la aparición, evolución, desarrollo y consolidación de todo el ámbito del “youth work”. [2]
En primer lugar, como explicamos en el apartado 2, hay que situar los primeros antecedentes del “youth work” en un contexto de desarrollo tardío y desigual de las estructuras económicas, sociales, culturales y políticas del capitalismo español. La poca implantación industrial (con las conocidas excepciones de Cataluña y País Vasco), la escasa urbanización o el subdesarrollo de un sistema educativo moderno hacen que la juventud como grupo social específico tarde en aparecer en la agenda pública, si no es por motivos filantrópicos o bien por motivos directamente políticos en los convulsos años del primer tercio del siglo XX.
En el apartado 3 comentamos una etapa muy dura de la historia contemporánea española, la dictadura franquista. Dentro de la corriente de los movimientos sociopolíticos fascistas de los países europeos en los años 30, aunque con particularidades hispanas (la influencia de la religión católica y el hecho de que ganaron la guerra civil y se mantuvieron en el poder hasta los años 70), la juventud aparece como un espacio de adoctrinamiento ideológico, y se desarrolla toda una política de juventud avant la lettre, con la creación de organizaciones juveniles afectas al nuevo régimen fascistoide, imbricadas en las instituciones escolares pero con una actuación específica y nueva en el marco del tiempo libre. A partir de los años 60, con el auge de los movimientos sociales y políticos antifranquistas, la estela del mayo del 68 francés y de los primeros movimientos juveniles contraculturales, los jóvenes adquieren un notable protagonismo en los cambios sociales que contribuyeron al fin del régimen franquista.
La transición a un régimen democrático, como se comentará en el apartado 4, contribuirá a la expansión y consolidación de del campo del “youth work”, y a una progresiva convergencia con los países europeos (acelerada a partir de la incorporación de España a la Unión Europea en el año 1986). Se desarrollan políticas de juventud a todos los niveles de la administración pública, se desarrolla todo un tejido asociativo de los jóvenes (alrededor de los consejos de juventud) y se profesionaliza y tecnifica el trabajo social y educativo con los jóvenes. Aunque con sus sombras (el desencanto de los jóvenes antifranquistas más politizados o la dureza de la crisis de finales de los 70 y el impacto en la fractura del mercado de trabajo), se podría afirmar que poco a poco se va construyendo un sistema más o menos comparable de “youth work” con otros países europeos.
La irrupción en la agenda pública española de los indignados del 11-M en el año 2011, con una fortísima repercusión internacional, significó lo que podemos afirmar un cambio de paradigma en la forma de pensar y de actuar de los jóvenes. Por eso introducimos en el último apartado un breve análisis de este cambio de paradigma, en el que se conjugan los efectos de la crisis económica y de la crisis de legitimación política, con unos elementos muy específicos de la sociedad española (la burbuja inmobiliaria y el elevado grado de corrupción político-institucional), con las consecuencias todavía inacabadas en la participación de los jóvenes en cursos de acción colectiva, en la reorganización de las políticas de juventud y en las nuevas (y también viejas) demandas socioeducativas de los jóvenes.
“En esta época de rejuvenecimiento de la humanidad, todos estamos obligados a ser jóvenes. La Juventud Republicana de Lérida ha sentido fuerte e íntimamente el grandioso momento actual de la historia. Sus obras dan testimonio de su espíritu y son la mejor promesa de su hermoso porvenir”. (El Ideal, enero 1919).
“Estamos viviendo una época heroica. Y angustiosa… Sobre la juventud plana el peligro de una guerra inminente (…) La juventud, nuestra juventud heroica, ha cumplido con su deber. Los deberes de la hora presente. Tomar las armas y luchar hasta vencer definitivamente la reacción. Por ello monta guardia por las calles con el arma en el cuello. Hay que aplastar la reacción. Y luego defender la victoria y proseguir la lucha, noblemente, sinceramente”. (Combat, julio 1936).
Las dos citas anteriores, procedentes de periódicos juveniles locales, representan dos momentos contrapuestos en los orígenes del “youth work” en España. La primera recoge un discurso de Julián Besteiro –uno de los líderes del PSOE [Partido Socialista Obrero Español]- en la inauguración de la nueva sede de Juventud Republicana de Lleida, una de tantas organizaciones político-culturales locales que unían la renovación política con la renovación generacional. La segunda recoge la editorial del periódico de las Juventudes Comunistas Ibéricas, vinculadas al POUM [Partido Obrero de Unificación Marxista, de signo antiestalinista], en los albores de la guerra civil, asociando a la juventud con la crisis y el enfrentamiento ideológico y militar.
El nacimiento del “youth work” en España tiene varias particularidades respecto al resto de países europeos. En primer lugar, el considerable retraso en la llegada y consolidación de las principales tendencias asociativas, educativas y políticas de las juventudes europeas (como consecuencia de una industrialización y urbanización tardías). En segundo lugar, el papel central jugado por la iglesia católica y el rol marginal y subordinado del estado. En tercer lugar, el fuerte control de tipo paternalista o caciquil ejercido por las instituciones adultas y el nulo papel otorgado a los movimientos juveniles en el desarrollo social y político del país (al menos hasta el advenimiento de la II República en 1931). En cuarto lugar, la participación cuasi exclusivamente masculina en la mayor parte de asociaciones (con la excepción de la II República, la guerra civil y el antifranquismo). En quinto y último lugar, el papel pionero en la implantación de experiencias juveniles de los dos territorios más industrializados y al mismo tiempo con movimientos nacionalistas emergentes: el País Vasco y Cataluña.
Las primeras experiencias de trabajo con jóvenes, a fines del siglo XIX, son promovidas por la iglesia católica. En la senda de la Acción Católica, se busca “reevangelizar” a los niños y jóvenes mediante la educación en el tiempo libre, tanto a los provenientes de la emergente burguesía urbana como los sectores proletarios, para evitar que se sientan atraídos por las ideologías revolucionarias. Las escuelas cristianas juegan un importante papel, aunque es sobre todo en el seno de las parroquias donde algunos curas empiezan a experimentar modos más modernos y cercanos de contacto con las nuevas generaciones. Merecen también destacarse las Congregaciones Marianas, impulsadas por los jesuitas, que pretenden educar a las élites en los valores cristianos, utilizando a sus vástagos para obras caritativas entre los más desfavorecidos. Sin embargo, las experiencias europeas renovadoras, como las colonias de verano o los movimientos especializados de Acción Católica como la JOC [Juventud Obrera Católica], no llegaran hasta mucho más tarde, implantándose con fuerza solamente en Cataluña, donde surgirá un importante movimiento renovador, a menudo vinculado al nacionalismo, que durante el primer tercio de siglo y hasta el estallido de la guerra civil tendrá un papel relevante en la educación de la naciente burguesía y en la difusión de nuevas prácticas como el deporte y el excursionismo (Carrasco, 1987; Vila d’Abadal, 1985).[3]
Frente a la educación clerical, que a veces adopta un tinte antimoderno, surgen movimientos de renovación pedagógica, que se centran en el combate contra el analfabetismo, en la extensión de la educación obligatoria y en nuevas prácticas didácticas, como el Movimiento de la Nueva Escuela, la Institución Libre de Enseñanza y los Institutos-Escuela (Monés, 1987). Destacan en este sentido experiencias como el higienismo (que buscaba mejorar la salud de las nuevas generaciones, promoviendo centros de vacaciones en el campo o en el mar) y las misiones pedagógicas (que buscaban llevar la educación y la cultura al mundo rural, utilizando medios culturales como las bibliotecas ambulantes, el teatro y el cine). Cabe recordar, de todos modos, que en este periodo la mayor parte de la juventud es rural y obrera, por lo que su actividad principal no es el estudio sino el trabajo, siendo campesinos o aprendices jóvenes sin juventud (Lorite, 1987; Mayayo, 1987).
En el campo de la educación en el ocio, el movimiento boy scout se implanta muy rápidamente, sobre todo en las grandes ciudades, inicialmente impulsado por militares (que crean los Exploradores de España para difundir ideales patrióticos). En 1913 una delegación española participa en el primer gran encuentro internacional de los boy scouts en Birmingham, siendo una de las ramas fundadoras del Movimiento Scout Internacional en 1922. En 1933 la iglesia promoverá una rama confesional, denominada Scouts Hispanos, de corta vida. El scoutismo también conecta con los movimientos pedagógicos de Montessori, Decroly, Casa de los Niños, y con conceptos como centro de interés, escuela activa, escuela a medida, etc. Es de nuevo en Cataluña donde tiene más impacto, vinculándose al nacionalismo emergente. En 1912 ya funcionan dos hogares de los Jovestels [Jóvenes Cometas], vinculados al CADCI [Centro Autonomista de Dependientes del Comercio y de la Industria, organización de trabajadores no manuales que aúna obrerismo y catalanismo]. Además de la rama de los Exploradores de España, surgen ramas ligadas al nacionalismo catalán, una de signo confesional, impulsada por el escritor Folch i Torres, denominada Pomells de Joventut (fundada en 1920) y otra laica, como la Jove Atlàntida (fundada en 1923), auspiciada por grupos republicanos y anarquistas, y el grupo Palestra (fundado en 1930), auspiciado por Batista i Roca, intelectual formado en Inglaterra, en una línea pro-independentista). Todas estas ramas serán prohibidas al final de la guerra, no reapareciendo hasta bien entrada la postguerra (Serra, 1968; Solà, 1987).
Tras la I República federal -1868-1872- las ideologías republicanas y revolucionarias atraen a amplios sectores de la juventud trabajadora y estudiante, identificándose las nuevas ideas con la juventud (Ucelay da Cal, 1987). Especial importancia adquiere el anarquismo, que aúna la resistencia política con una tradición contracultural que se nutre de prácticas como el vegetarianismo, la promoción del esperanto, las salidas al campo, la coeducación, las bibliotecas populares, etc., lo que atrae a muchos jóvenes obreros y campesinos (Tavera, 1987). En el campo socialista y comunista, el trabajo social con jóvenes cristaliza en grupos de pioneros, que imitan al komsommol soviético (Casteràs, 1974). También deben destacarse las juventudes del Partido Radical, de signo populista, conocidos como los Jóvenes Bárbaros. Durante la dictadura militar de Primo de Rivera (1923-1931) se impulsan unas Juventudes Patrióticas de signo conservador, que no tienen demasiada repercusión (Vila d’Abadal, 1985).
Cabe citar también el movimiento de oposición a las “quintas”. El servicio militar obligatorio se instaura en España durante la I República (1868-1872), aunque se establecen sistemas de cuotas para que los jóvenes privilegiados no tengan que ir a cumplirlo–pagando a otros para que vayan por ellos. Para los jóvenes de origen rural, abandonar su comunidad y su familia para ir tres años a hacer la mili supone un problema importante. Además, las guerras coloniales de Cuba (1898) y Marruecos (1909-1927) provocan que la mili no sea un juego sino una actividad peligrosa, que para muchos comporta la muerte. En este contexto surge un importante movimiento antimilitarista. En 1909 tienen lugar levantamientos populares contra el reclutamiento obligatorio para la guerra del Rif (conocidos como la semana trágica). Pero el efecto más palpable a lo largo del tiempo son los numerosos prófugos o desertores al servicio militar (Abelló, 1987).
Toda esta efervescencia confluye en la II República -1931-1936- periodo vivido por muchos jóvenes como un despertar de la juventud a todos los niveles: político, cultural, artístico, educativo (Souto, 2007). En Madrid, espacios como la Institución Libre de Enseñanza y la Residencia de Estudiantes atraen a jóvenes creativos –como el poeta Federico García Lorca, el pintor Salvador Dalí y el cineasta Luis Buñuel. En Cataluña muchos de estos grupos se politizan en alguna de las distintas ramas ideológicas: falangismo, democristianismo, radicalismo, republicanismo, anarcosindicalismo, socialismo, comunismo, etc. En muchas ciudades surgen peñas de estudiantes, que animan la vida nocturna local, utilizando los nuevos ritmos musicales –como el jazz y el swing– como vía de modernización. También debe tenerse en cuenta el impacto de las vanguardias artísticas, que atraen a muchos jóvenes creadores (Vallcorba-Plana, 1987). Al mismo tiempo, la crisis económica y política prefigura un clima de tensión social, que desembocará en el enfrentamiento bélico. La guerra civil es un Jano de dos caras: para los jóvenes que viven el tránsito hacia la vida adulta durante este periodo, la guerra supone una experiencia de liberación, que implica la liberación de las tutelas adultas y llegada de jóvenes de todo el mundo, como los Brigadistas Internacionales. Por otra parte, el recuerdo de su juventud se convierte en la evocación de una fractura. El trauma bélico viene a interrumpir los ritmos de la vida cotidiana, y los puentes que definían el paso de la niñez a la plena inserción social son destruidos. En palabras de un adolescente de la guerra:
“Nuestra juventud ha sido de una generación puente entre aquí y allá. Y entre aquí y allá, el río que pasa a unos los ha tragado y otros lo han trampeado. (…) Creo que eso nos hizo más grandes más temprano, pasó la juventud con muchos saltos. Todo lo que tenía que ser el tiempo de niños y el tiempo de juventud, los años de guerra fueron muy jodidos… El trauma de la juventud fue los que habían hecho toda la guerra y después los pusieron en campos de concentración. Y cuando volvían no tenían trabajo. Tuvieron que hacer estraperlo, ya adiestrados por los grandes comerciantes que lo hacían… La juventud fue la más perjudicada”. (Lluís, nacido en 1921; citado en Feixa, 1991).
“De una particular manera han de obrar los rectores de nuestra joven generación, de nuestra juventud, que vio operarse tal radical cambio en el modo de vivir. ¿Quién no recuerda aquella docena de desarrapados “pioneros” con sus algaradas? A sus manifestaciones de política procaz y envenenada, a sus lemas de ateísmo y lucha de clases desbocada y sanguinaria, a sus exteriorizaciones de perversos y desgarrados instintos, sucedió una juventud imbuida de nobles ideas, magnánimos ideales, conscientes de haber venido al mundo con una misión concreta de servir a Dios y a la unidad de destinos”. (Clara Voz, abril 1946)
“Para decirlo en términos correctos diríamos que el conflicto es generacional (…) Somos muchos los que nos preguntamos a dónde vamos a parar. Si miran la foto de esa juventud airada que quiere cambiar todo lo que hay establecido -si bien el programa que ofrecen en substitución es bastante pobretón- verán como escuchan con ojos de auténtica veneración a los nuevos melenudos, anarquistas y jóvenes líderes de nuestro tiempo” (La Mañana, mayo 1968)
Las dos citas anteriores, de periódicos del Movimiento Nacional, evocan otros dos momentos cruciales en el intento de instaurar un nuevo modelo de “youth work” construido desde el estado. La primera expone el intento de adoctrinamiento ideológico de la juventud por parte del nuevo régimen, haciendo “tabla rasa” del pasado. El segundo alude al cambio generacional vivido a raíz del movimiento estudiantil de 1968, cuando el régimen se da cuenta de que está perdiendo a la juventud porque se está produciendo un “cambio en el modo de vivir” tan radical como el anterior. La dictadura franquista supone una vuelta al monolitismo político, cultural y religioso. En un contexto de fuerte represión, precariedad económica, autarquía y aislamiento internacional, surge una “generación escéptica”, que sobrevive con el objetivo de olvidar la guerra y hacerse adultos. Al mismo tiempo, la política de juventud se convierte en política de estado: el nuevo régimen considera a la juventud su “obra predilecta” (Molinero & Ysàs, 1987). Durante este periodo podemos distinguir dos etapas: la posguerra y el nacionalcatolicismo (1939-1959) y el tardofranquismo con apertura económica y crisis de legitimidad (1959-1975).
Desde el triunfo militar del ejército franquista hasta el final de la II Guerra Mundial, el nuevo régimen intenta instaurar formas de encuadramiento juvenil de tipo totalitario, al estilo de las promovidas por el fascismo italiano -los Barilla– y por el nazismo alemán -las Hitlerjugend (Mir, 2007). Su antecedente son las Organizaciones Juveniles (OJ), nacidas durante la guerra como sección juvenil del partido único (la Falange), que luego integra a jóvenes procedentes de otras organizaciones derechistas (como el carlismo monárquico). Uniformados con camisa azul y boina roja, los miembros masculinos de las OJ habían de pasar por tres etapas: pelayos (de 7 a 10 años), flechas (de 10 a 17 años), y cadetes (de 17 a 19 años), utilizando en algún caso a instructores de las propias Hitlerjugend. En 1940 las OJ se refunden en el Frente de Juventudes (FJ), que va perdiendo poco a poco sus formas más claramente militares, aunque sigue siendo una organización totalitaria (Sáez, 1988). El dictador pretende conquistar el corazón de las nuevas generaciones, educándolas en el nacional-catolicismo (versión hispana del nacional-socialismo) y desterrando las ideologías liberales, republicanas y socialistas hegemónicas durante la II República. A los instructores del FJ –formados en academias ubicadas en distintos puntos de la geografía española- se les asignan actividades de adoctrinamiento en la escuela (Formación del Espíritu Nacional y práctica del deporte paramilitarizado, como las tablas gimnásticas), y sobre todo las actividades de tiempo libre: los llamados campamentos de verano. Para ello el régimen construye una red de equipamientos juveniles: hogares, albergues juveniles, residencias estudiantiles, espacios de acampada, etc. En paralelo al FJ, se crean secciones especializadas para las mujeres (la Sección Femenina) y para los estudiantes (el Sindicato Español Universitario, heredero del SEU falangista). Aunque estas organizaciones pretenden encuadrar a todas las juventudes, no dejan de tener un alcance limitado a los más convencidos, a los que no tienen recursos para ir a otros sitios, o a los que participan puntualmente de alguna actividad recreativa. En 1942 se crean las Falanges Juveniles de Franco (FJF), grupo más ideologizado dentro del FJ, que aceptaba de hecho la imposibilidad de un adoctrinamiento definitivo de toda la población juvenil (Cañabate, 2007). Tras la II Guerra Mundial, el FJF va perdiendo protagonismo y el FJ va disimulando sus formas más abiertamente fascistas. A partir de 1959, con la apertura económica del régimen, el FJ se convierte en Organización Juvenil Española (OJE), que prioriza la educación en el tiempo libre, las actividades deportivas y recreativas, sin dejar completamente de lado la formación política.
Además de las organizaciones juveniles del régimen, las únicas entidades permitidas durante las dos primeras décadas del franquismo fueron las surgidas en el seno de la iglesia católica, aunque las menos controlables –como los fejocistas o la JOC- son inicialmente prohibidas. En el seno de la Acción Católica van surgiendo poco a poco los movimientos especializados – JAC, JOC, JEC, JIC, etc.- que se convierten con el tiempo en un semillero del movimiento antifranquista (Carrasco, 1987). Los boy scouts se refundan en 1948 por mosén Batlle, y en algunos lugares como Cataluña se convierten en un lugar de aprendizaje de una cultura democrática (Solà, 1987). En los años 60 la juventud empieza a movilizarse en contra del régimen (Aranguren, 1961). Al principio es una resistencia de tipo cultural, que se expresa a través del cambio en los estilos de vida, la moral y los nuevos movimientos musicales (como la canción de protesta o la música moderna), y en rupturas estéticas como la protagonizada por la llamada “gauche divine” (Regàs & Rubio, 2001). A la vanguardia de estos movimientos se encuentran los estudiantes, en especial los universitarios, que en 1956 ya habían protagonizado una primera revuelta (Mesa, 1982), y que tras 1968 convierten los campus en “zonas de libertad” (Rodríguez, 2009). Surge también el fenómeno de la emigración, tanto la interior (de zonas rurales a zonas urbanas y del sur rural al norte industrializado), como hacia Europa, promovida por el propio régimen mediante acuerdos con gobiernos como el alemán o el suizo, como medio de conseguir divisas, y financiar el despertar económico del país. Como consecuencia de ello, en los barrios periféricos de las grandes ciudades, la juventud de origen migrante debe afrontar graves problemas de vivienda y servicios sociales, en cuyo marco empieza a tomar conciencia social y política (García-Nieto & Comín, 1974).[4]
En 1970 el padre José María López Riocerezo, prolífico autor de obras “edificantes” para jóvenes, publicó un estudio que llevaba por título Problemática mundial del gamberrismo y sus posibles soluciones, en el que se interesaba por toda una serie de manifestaciones de inconformismo juvenil, de la delincuencia a las modas: gamberros, bloussons noirs, teddy boys, vitelloni, raggare, rockers, beatniks, macarras, hippies, halbstakers, provos, ye-yes, rocanroleros, pavitos, etc., eran variedades de una misma especie: la del “rebelde sin causa”. El autor parte de considerar al gamberrismo como uno de los problemas sociales más acuciante de la civilización actual. Para el autor el gamberro no es más que la variante española de un modelo extranjero que se intenta importar. La Ley de Vagos y Maleantes incluía una declaración de peligrosidad “contra los que insolente y cínicamente atacan las normas de convivencia social con agresiones a personas o daño en las cosas, sin motivo ni causa, no ya que lo justifique, sino hasta que pueda explicar su origen o su finalidad”. Según el autor, en España el fenómeno se manifiesta de forma muy suave. Según las estadísticas de 1963, en España sólo había 161 delincuentes por cada 100.000 habitantes (mientras que en Inglaterra había 852, en Estados Unidos 455, en Alemania 378, y en Italia 216):
“Aunque el mal sea universal, la virulencia en cada país, se manifiesta de distinta forma. En España, por ejemplo, tenemos un índice relativamente bastante inferior al de países de igual grado de civilización, debido tal vez a la constante histórica, al peso de los siglos y a la tradición familiar, que, como sabemos, constituyen un bagaje del que no puede uno desprenderse fácilmente” (López Riocerezo, 1970:244).
Pero al final acaba reconociendo que:
“Si bien los índices de delincuencia juvenil e infantil, comparativamente a los de otros países europeos, son inferiores en España… dicha delincuencia es el fruto de un conjunto de fines y causas muy complejas, muy interrelacionadas con la transformación de una sociedad de cultura rural o agraria a industrial y postindustrial. Cuando ese paso se hace rápidamente se produce una crisis cultural y sociológica, como de obturación de los canales de integración del individuo en las normas de la sociedad. España se encuentra en un proceso semejante… Ye-yés’, ‘hippies’, y demás peludos, y otros jóvenes contestatarios, están gritando contra la crisis social y familiar” (López Riocerezo, 1970:269).
La otra tendencia de la rebeldía juvenil es la contracultural (Feixa & Porzio, 2005). En 1969, el periodista Jesús Torbado publica La Europa de los jóvenes, un libro dedicado a la descripción de la juventud europea de los años sesenta. Torbado es un periodista que ya en otros artículos se había definido como defensor de la juventud, en contra de los tópicos y clasificaciones con que la sociedad acostumbraba a referirse a ellos. El objetivo del autor es presentar la realidad y dar a conocer los movimientos juveniles que tanto preocupaban a la sociedad adulta. La Europa de los jóvenes es fruto de las experiencias directas del autor con los sectores más representativos de la juventud de las capitales europeas de su época. Las hipótesis previas son principalmente tres: las sociedades occidentales, sumergidas en el progreso de la industrialización y de la nueva sociedad de consumo, padecían unas transformaciones radicales en sus formas tradicionales de organización y valores; la juventud se encontraba desplazada, huérfana del apoyo familiar y educativo; la juventud estaba, en su mayoría, totalmente despolitizada. Para Torbado la sociedad adulta, las instituciones y las familias eran las culpables de las gamberradas que les imputaban a los jóvenes, que además se confundían con los que llama adolescentes. Los jóvenes eran seres responsables que estudiaban o trabajaban, los que eran culpables de actos delictivos eran los que define como adolescentes. Las culturas juveniles europeas se describen desde una perspectiva positiva, haciendo hincapié en las proposiciones y los actos creativos que los jóvenes manifestaban con sus formas de ser. Para el autor cuando los estilos de vida hippy o beatnik llegaron a España, fueron privados de sus contenidos. Todo lo que había de vanguardista de los hippies de los Estados Unidos, por ejemplo, se convirtió en una simple moda:
“En España han penetrado en efecto las nuevas corrientes juveniles, pero dejando solamente su burla, su ridículo, y evitando la parte de seriedad que hay en ellas (…) Porque los rebeldes no son los yeyés millonarios de 850 cupé, los falsos hippies, los señoritos con melenas, los músicos sofisticados, las niñas con minifalda. Todos ellos son una parte de la nueva burguesía, muchos más tradicionalista de lo que se pretende (…) ¿Qué juventud es la que vive de verdad en su tiempo, es decir, en 1968, que examina las ideas nuevas, las pone en práctica o las rechaza, que vive la hora del mundo lejos de apariencias más sofisticadas que filosóficas, más formales que fundamentales? (…) La verdadera nueva generación española está en la universidad, en las fábricas, en el campo; es decir, trabaja, no se exhibe” (Torbado, 1969:159-160).
Los últimos años del franquismo presencian un doble movimiento en el seno de la juventud (Colomer, 1987). Por un lado, las nuevas generaciones se politizan, pasando a engrosar las filas de las secciones juveniles de los partidos democráticos (Juventudes Socialistas, Comunistas, Nacionalistas, Democristianas), de formaciones de nuevo tipo de signo más radical (Joven Guardia Roja, etc.) e incluso de grupos terroristas (Euskadi Ta Askatasuna, ETA: Frente Revolucionario Antifascista Patriota, FRAP). Las condenas a muerte de algunos militantes jóvenes (como los nacionalistas vascos de ETA y el anarquista Salvador Puig Antich) suponen una espoleta para estos movimientos. Por otra parte, se institucionaliza el trabajo social en los barrios, de carácter voluntario y cooperativo, auspiciado normalmente por las vocalías de jóvenes del movimiento vecinal, de las parroquias cristianas, y de los sindicatos clandestinos, lo que prefigura el “trabajo de calle” que surgirá con la democracia: la lucha por mejores condiciones de vida, al lado de los jóvenes más marginados, se convierte en un combate en pro de la democracia (Reguant & Castillejo, 1976).
“En mayor o menor medida, todos imaginamos saber qué son los “pasotas”, todos “sabemos” que rechazan el sistema, todos “sabemos” que se drogan, que son unos viciados, que incluso roban y que son unos guarros; en fin, todos sabemos lo que la autoridad quiere que sepamos de ellos. Porque el poder toma y caricaturiza, para descalificarlos, aspectos exteriores y superfluos del pasotismo, haciéndonos creer que son su esencia y contenido… Pero la cuestión de fondo radica en el rechazo de las formas de vida impuestas por el sistema. El sistema nos explota, nos obliga al consumo de lo que producimos, aunque nos sea innecesario y aún pernicioso; nos obliga a desempeñar un papel y ajustarnos a él, sin desviarnos…” (“Pasotismo y pasotas”, Demà, abril 1979).
“La actual crisis nos afectaba a los jóvenes de una manera desmesurada y comenzábamos a vislumbrar un futuro muy incierto cuando no excluyente. Algunos medios decían que éramos la Generación Perdida o la Generación Ni-Ni. Yo no lo veía así. A mis veintitrés años, yo soy un sí-sí. Estudio y trabajo” (VVAA, Nosotros los Indignados, 2011: 24-5)
En España podemos decir que la tradición del “youth work” como institucionalización del trabajo con jóvenes se inicia en la transición a la democracia a partir de los años setenta. Durante el régimen franquista el “youth work” había estado vinculado a las acciones religiosas soportadas por la Iglesia católica. Sin embargo a partir de la transición democrática el “youth work” empieza a hacerse visible y a considerarse un ámbito de actuación relevante. El artículo 48 de la Constitución de 1978 dice: “Las autoridades públicas deberán promover las condiciones para la acción libre y efectiva de la participación juvenil en el desarrollo de la política, la economía y la cultura”. En el año 1977 se creó el Instituto de la Juventud (INJUVE). En el año 1985 se reestructuró para convertirse en el tipo de organización que es actualmente, dependiente del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Aunque las competencias en materia de juventud dependen de las administraciones regionales[5], el Injuve tiene algunas importantes competencias tales como la coordinación y dirección de los servicios de información juvenil, de los programas de movilidad juvenil, tales como Youth in Action y la coordinación de las actividades de voluntario a través de Alliance of European Voluntary Service Organizations. En el año 1983 se funda the Spanish Youth Council para fomentar la participación de los jóvenes en los ámbitos culturales, económicos, sociales y políticos. Este organismo incluye la representación de todas las Comunidades Autónomas y de las organizaciones juveniles españolas. El año internacional de la juventud de 1985 fue un año crucial para el “youth work” puesto que supuso el despegue de las políticas públicas de juventud. Actualmente en España la juventud es una competencia de las Comunidades Autónomas. El proceso de trasferencia de competencias se inició en Cataluña en el año 1980 y concluyó en el año 1989 con el resto de Comunidades Autónomas. Aunque se trata de una competencia de las Comunidades Autónomas, los Ayuntamientos y Diputaciones también tienen competencias en materia de juventud y generalmente tienen un área de actuación destinada a la juventud que en algunos casos comparten con otras áreas de actuación de estas administraciones locales. La generalización de las políticas de juventud se produce durante la década de los noventa. En esta década es cuando se consolida el tejido asociativo juvenil financiado fundamentalmente por las Administraciones Públicas y se empieza a desarrollar el trabajo educativo con jóvenes a través de la profesionalización de la educación social y los servicios sociales. Dada la actual situación de crisis económica y los recortes públicos que se han producido como consecuencia de la misma, muchas asociaciones y departamentos de juventud creados en las diferentes administraciones públicas durante los años noventa corren ahora el riesgo de desaparecer por falta de financiación, con lo que eso supone para el debilitamiento del “youth work” (European Commission, 2014).
El “youth work” no existe oficialmente como profesión en España. Algunos ámbitos de actuación en el “youth work” han sido llevado a cabo por una amplio acervo de profesionales (trabajadores sociales, educadores sociales y animadores socioculturales). Las condiciones laborales de estos trabajadores dependen de la Administración que les contrate y de la importancia que den al “youth work”. Estos profesionales suelen trabajan en los departamentos de juventud de las Comunidades Autónomas, concejalías de los Ayuntamientos y áreas de servicios sociales en las Diputaciones provinciales. En algunos Ayuntamientos cuentan con “Casas de Juventud”, donde se realizan actividades fundamentalmente lúdicas y formativas con jóvenes de un amplio rango de edad. Esto indica que la falta de profesionalización del “youth work” está en conexión con el escaso compromiso político para favorecer la verdadera profesionalización del “youth work”. En algunas Comunidades Autónomas estos trabajadores se han organizado en asociaciones para reivindicar la importancia de la profesionalización del trabajo con jóvenes como es el caso de la Asociación de Técnicos de Juventud en Cataluña. De hecho sería necesario crear una cualificación técnica específica en la educación formal propia del trabajo con jóvenes[6] para visibilizar la importancia de estas actividades con este colectivo, en una situación en las que los jóvenes están siendo especialmente golpeados por los efectos de la crisis económica.
Las políticas de juventud en España han estado vinculadas al propio concepto transitorio de juventud. La etapa juvenil se ha definido fundamentalmente como una etapa de transición e integración en el ámbito de las responsabilidades adultas en los estudios de juventud (Casal et al., 2011). De ahí que las políticas de juventud se hayan definido históricamente de forma lineal y orientadas fundamentalmente a la formación, el empleo o la vivienda, sin que esto haya supuesto una mejora sustantiva de sus oportunidades vitales (Bayón, 2009; Moreno Mínguez, 2012; ). Tal y como bien ha ejemplificado Comas (2007), las políticas de juventud se han definido en España a partir de la propia conceptualización transitoria y finita de la etapa juvenil. Sin embargo tal y como se deriva del marco constitucional las políticas de juventud deberían ser sectoriales y destinadas a favorecer la participación ciudadana, aunque generalmente se han entendido como políticas transicionales. De hecho podríamos decir que la indefinición de las políticas de juventud en España ha derivado en una pluralidad de ambiguas políticas de juventud, como son las propias de las concejalías de juventud municipales y de las administraciones autonómicas que se han basado fundamentalmente en elaborar planes de juventud y desarrollar actividades lúdicas y formativas con los jóvenes. Cabría también destacar las políticas más universalistas como las que se elaboran en los diferentes Ministerios vinculadas a la formación, el empleo o la familia y relacionadas con los procesos transicionales de los jóvenes. Se da la paradoja que estas políticas, que son las que inciden más sobre las condiciones de vida y las oportunidades de los jóvenes, a menudo no son consideradas políticas de juventud, y las que sí que se conceptualizan a sí mismas como políticas de juventud, centradas en la dimensión del ocio y la participación, no dejan de tener una consideración periférica (Casal, 2002).
En cualquier caso, el enfoque dominante en las políticas de juventud ha sido el generacional. Es difícil encontrar políticas específicas destinadas a grupos concretos de jóvenes, aunque cabe destacar las acciones destinadas a los jóvenes con alguna discapacidad, a los jóvenes pertenecientes a minorías étnicas como los gitanos, etc. y en menor medida los jóvenes inmigrantes. Los colectivos prioritarios de intervención son los jóvenes desempleados que han abandonado los estudios y los jóvenes con diversidad funcional. Sin embargo el colectivo de los jóvenes inmigrantes no parece haberse consolidado como un área de actuación consolidada. En línea con esta ambigüedad de las políticas de juventud se sitúan los estudios sobre el “youth work” en España (European Commission, 2006; 2009). Sirva de ejemplo la inexistencia de una línea específica de investigación en juventud en los planes nacionales de I+D+I. Si bien no parece que contemos con estudios específicos sobre el “youth work” sí que hay publicaciones de referencia que tratan indirectamente el “youth work” como son los Informes de Juventud realizados por el Injuve cada cuatro años que se vienen publicando desde el año 1985. Vinculado a este organismo está la Revista de Estudios de Juventud de gran difusión en España. Cabe también destacar los informes de juventud que realiza la Fundación Santa María desde el año 1982, así como los informes estadísticos periódicos que realiza el Consejo de la Juventud de España, entre otros muchos informes.
La crisis ha irrumpido de diferentes formas en el colectivo juvenil en España. La más conocida es el elevado desempleo que caracteriza a los jóvenes españoles y otra menos conocida pero de gran repercusión social es el nuevo activismo social y político que se ha activado con la crisis. El 15M significó un hito en la movilización de los jóvenes y ha contribuido por una parte a visibilizar los movimientos juveniles y por otra parte a repensar la juventud y el “youth work”. Si bien como se ha mencionado en este capítulo no hay una específica política de “youth work” en España, la crisis económica y los movimientos y plataformas juveniles que surgieron del 15M han dado en cierta manera mayor protagonismo institucional al “youth work”. De acuerdo con Tejerina (2010) tanto el sistema de partidos políticos españoles es heredero en parte del bipartidismo de la transición democrática como los movimientos sociales lo son de la cultura política del franquismo (deslegitimación de algunas formas de protesta). Sin embargo la crisis económica y el 15M han dado lugar a nuevas formas de movilización juvenil no estrictamente institucionalizadas como el resurgir del movimiento estudiantil contra Bolonia, el movimiento de “Juventud sin futuro”, las diversas plataformas antidesahucios y las numerosas manifestaciones que podemos encontrar en los diferentes ámbitos locales. Los movimientos sociales juveniles surgidos después del 15M, pivotan en torno a las redes sociales e Internet como espacios decisivos para organizar el debate, la movilización y la participación social y política (Castells, 2012; Gil García, 2012). Por ejemplo la campaña “No nos vamos, nos echan”, liderada por jóvenes contó con videos, diseños gráficos y trabajo interactivo a través de las redes sociales Facebook y Twitter fundamentalmente y tuvo un gran éxito de participación y movilización de los jóvenes. En el contexto español, caracterizado por una larga crisis económica, la precarización de las condiciones de vida de los jóvenes y una elevada desafección hacia las formas tradicionales de estructurar la vida social, económica y política, surgen nuevas formas contestatarias de movilización social y política donde los jóvenes tienen un gran protagonismo. Estas formas alternativas de participación conviven con las formas tradicionales de participación social y política. Es precisamente desde las instituciones desde donde se trata dar respuesta a la situación precaria de los jóvenes a través de políticas activas de empleo que hasta ahora no han logrado los objetivos propuestos. Está por verse de que forma el programa europeo de “Garantía Juvenil” con un gran dotación presupuestaria en cada país y cuyo objetivo es garantizar la inserción laboral de los jóvenes en los meses siguientes de obtener una titulación se traduce en oportunidades vitales para los jóvenes. La necesaria integración laboral en condiciones dignas de los jóvenes podría ser un primer paso para reducir los altos niveles de desafección política entre los jóvenes y restaurar la confianza en las instituciones como forma de cohesión y estructuración social.
Para acabar este breve repaso de la historia del “youth work” en España, nos parece conveniente situar, también de forma breve, los tres grandes retos a los que se enfrentan las políticas de juventud en sentido amplio.
El primero es mejorar las condiciones de vida y las oportunidades para los jóvenes. El dominio de la visión transicional de la juventud no se entendería sin las recurrentes crisis económicas que han dificultado a muchas generaciones la entrada en el mercado de trabajo y la consolidación de un estatus social, profesional y familiar. Para un observador europeo la situación de la juventud española sería explosiva, pero tenemos dos amortiguadores, la familia y la escuela. España es un claro ejemplo de régimen de bienestar familista (Esping Andersen, 2002), la emancipación familiar se ha ido postergando hasta situar la media en los 29-30 años, por lo que el colchón familiar está ayudando, como siempre, a reducir los efectos de la crisis. Uno de los efectos de la última crisis económica ha sido el aumento de la matrícula en los estudios secundarios, sobre todo de formación profesional, como estrategia de recualificación en su visión más optimista, o como estrategia de moratoria, en su visión más negativa. Está por ver el impacto que tendrá el nuevo programa de Garantía Juvenil, no parece que sea muy novedoso respecto a otros programas anteriores basados en la formación y en la bonificación de la contratación de jóvenes, pero por lo menos puede marcar un cambio de tendencia en las políticas de ajuste fiscal y de adelgazamiento del estado del bienestar (Cabasés & Pardell, 2014).
El segundo es la legitimación de los canales de participación sociopolítica. Hemos pasado de tener unas estructuras autoritarias, de matriz fascistoide, a unas estructuras democráticas pero no exentas de paternalismo. Una de las frases que son recurrentes en el debate político actual en España es que los jóvenes no votaron la Constitución del 1978 (técnicamente, todos los nacidos después del año 1958), que se visualiza como un pacto de viejos que ya no sirve para las nuevas demandas. Se habló mucho durante los años 80 de la desafección de los jóvenes de la política, ciertamente desde la perspectiva idealizada de los jóvenes que lucharon contra el franquismo, pero en los últimos años se ha producido un nuevo “engagement”, un renacido interés por la política que no pasa necesariamente ni prioritariamente por las instituciones pero tampoco ha renunciado a transformarlas. Está por ver si estas nuevas estrategias “bottom-top” encajan, transforman o son traducidas por las estructuras “top-bottom”.
El tercero es la profesionalización del “youth work”. El papel del voluntariado y del tejido asociativo fue muy importante en la lucha contra el franquismo, en su dimensión más militante, pero continuó siendo importante en la transición democrática en parte por la debilidad de la implantación de un estado de bienestar comparable en el entorno europeo. Además de débil, se concentró en las áreas que generaban mayor consenso social (y por qué no decirlo, en mayor retorno electoral) como la educación o la sanidad, quedando muy poco para ámbitos marginalizados, como la juventud o la cultura. En donde se ha producido un desarrollo importante ha sido en los servicios sociales. Podemos considerar un hito la creación en el año 1992 de los estudios universitarios de educación social, que ayudó al proceso de profesionalización del sector, con la creación unos años más tarde de colegios profesionales de educación social, aunque el enfoque mayoritario de los educadores sociales sea la intervención con niños, adolescentes y jóvenes en situación de riesgo social. Pero también es verdad que la profesionalización ha implicado un cierto proceso de burocratización, que entre otros efectos ha transformado a los jóvenes en usuarios de servicios. La debilidad de las políticas públicas también ha tenido mucho que ver con el desarrollo del tejido asociativo transformado en Tercer Sector, que ha traducido la insuficiencia de recursos públicos en precarización de los profesionales de la atención social. En fin, parece que el difícil objetivo a perseguir sería mejorar las condiciones laborales de los “youth workers” y su capacitación,[7] y al mismo tiempo evitar que los jóvenes sean exclusivamente beneficiaros de la acción social, sea pública o gestionada por organizaciones no lucrativas, o sea que se persiga lo que ya se ha convertido en una palabra común, el empoderamiento de los jóvenes (Richez et al., 2012)
Aunque algunos autores han pronosticado el lento declive del “youth work” en España, e incluso su desaparición, como uno de los efectos perversos de las denominadas “políticas de austeridad” (Comas, 2007; Soler, Planas & Feixa, 2014), precisamente en unos momentos en que el periodo de juventud de extiende hasta límites insospechados, y en que las condiciones de precariedad y vulnerabilidad social dejan de ser exclusivas de los sectores marginados, el “youth work” es hoy más necesario que nunca, pero no como un recurso externo que viene del mundo adulto o del estado, sino como una de las “habilidades sociales” que los agentes jóvenes deben aprender a utilizar para hacerse adultos (aunque sea de una manera muy distinta a como lo hacían sus bisabuelos y bisabuelas un siglo antes).
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Carles Feixa Pàmpols. Departamento de Comunicación. Universidad Pompeu Fabra, UPF. Roc Boronat, 138, 08018 – Barcelona. Teléfono 93 542 16 49. Email: carles.feina@upf.edu
Almudena Moreno Mínguez. Facultad de Educación de Segovia, Universidad de Valladolid. Plaza Alto de los Leones, 1, 40001 – Segovia. Teléfono 921 11 22 07. Email: almudena@soc.uva.es
[1] Este artículo se publicó en inglés en la serie sobre historia del “youth work” en Europa que ha editado el Youth Partnership de la Unión Europea y el Consejo de Europa, (Enlace), en el año 2018, y ahora publicamos en la Revista de Educación Social, con el permiso del Youth Partnership, para que tenga una mayor difusión en la comunidad hispanohablante. Hemos mantenido en el título y en el texto la expresión “youth work” porque, como explicamos en la introducción, tiene una difícil traducción al castellano. Los autores pertenecemos a la Red de Estudios Juventud y Sociedad (Enlace)
[2] Aunque parezca extraño, no existe una obra de síntesis sobre la historia de la juventud española en la era contemporánea. Sólo nos constan síntesis parciales, como un diccionario sobre las organizaciones políticas juveniles anteriores a la guerra civil (Casteràs, 1974); un breve artículo sobre el asociacionismo juvenil hasta 1936 (Sáez, 1982), algunas compilaciones sobre periodos concretos, como el de entreguerras (Souto, 2007) y el franquismo (Mir, 2007), y una visión de conjunto, no actualizada, sobre la historia de la juventud en la Cataluña contemporánea (Ucelay da Cal, 1987).
[3] Cabe citar a la Federació de Joves Cristians de Cataluña, conocida por sus siglas –fejocistas- que llegó a tener millares de seguidores, y que vivió la paradoja de ser perseguida tanto por algunos sectores republicanos como por los fascistas (Oliveras, 1989).
[4] Escritores como Francisco Candel retratan esta realidad en novelas como Hay una juventud que aguarda (1966).
[5] Uno de los procesos que precisamente marcó la transición democrática fue la descentralización del estado. A partir de las reclamaciones de las llamadas comunidades históricas, fundamentalmente Cataluña y País Vasco, se diseñó una arquitectura de descentralización político-administrativa basada en las Comunidades Autónomas, a caballo entre una estructura federal o federalizante, como los lander alemanes, y una estructura de gestión de competencias pero con escasa relevancia política, como las regiones francesas. Las competencias en materia de juventud fueron de las primeras en traspasarse a las comunidades autónomas.
[6] Hay alguna oferta en la formación de postgrado, como el Máster Interuniversitario Juventud y Sociedad, que coordinan seis universidades públicas catalanas, pero con escaso impacto en la formación de técnicos de juventud, que tienen unas trayectorias formativas muy diversas.
[7] Con la puesta en marcha del ya mencionada programa de garantía juvenil, uno de los primeros efectos es la creación de puestos de trabajo para orientadores o dinamizadores locales de la garantía juvenil. No hay, a nuestro juicio, una definición adecuada de este perfil ni una formación que ofrezca la capacitación específica para este perfil.