Fernando Madoz Mendioroz, Coordinador del programa Gazte Zabalik
El fenómeno de las lonjas comenzó en Euskadi hace un par de décadas. En este tiempo ha ido cogiendo peso específico, se ha trasformado hasta convertirse en un fenómeno más heterogéneo y con un sentido diferente al de los comienzos. Este equipo educativo llegó a las lonjas de un modo natural. Estábamos donde estaba la gente joven y cuando decidieron buscar nuevos lugares allí nos fuimos, con su permiso expreso. En este trascurrir de los años, muchos agentes educativos, sociales, urbanísticos o policiales; algunas administraciones locales y entidades recién llegadas a esto de lo social al albur del sonido de las monedas nos han cuestionado nuestra presencia en estos espacios. ¿Qué hacéis ahí? ¿Dónde queda su intimidad, su autonomía, sus derechos? La respuesta siempre nos ha parecido sencilla: Hacemos lo mismo que hacíamos en la calle, y sus derechos, intimidades y autonomías quedan exactamente en el lugar que ellos y ellas elijan; si nos quieren cerca, o para lo que nos quieran cerca, nos tendrán.
Queremos hablar de las lonja, especialmente, de su potencial, pero además mandar un mensaje, que se puede leer entrelineas en esta exposición: Estamos perdiendo la calle, nuestro lugar iniciático, nuestro espacio natural, la fuente del vínculo, la relación, el encuentro, la imaginación, el aprendizaje cotidiano, el acompañamiento… La calle. La nombras y suena raro, genera incomodidad.
Pues será porque somos muy antiguas, pero creemos que la esencia de la EDUCACIÓN SOCIAL sigue estando en la calle: en los parques, las plazas, los bancos, los soportales, las tienditas de barrio, las tapias de los cementerios. Allí donde esté la gente a la que pretendamos aportar. Y si esta gente es joven y ha cambiado, queriendo o sin querer, la plazoleta por la lonja pues nos tocará ir hasta donde estén, presentarnos, pedir permiso y escuchar.
The “lonjas” in Euskadi started two decades ago. It concerns youths in self-managed meeting spaces, located into the basements of buildings. It has become increasingly significant, transforming it into a more heterogeneous movement.
Susterra’s educational team reached the “lonjas” naturally. As social educators, we were where young people were, and when youths decided searching for new spaces and places, we also followed them.
In that time, many educational, social, urban stakeholders, as well as police and local authorities, saw business opportunities in it. So, they started questioning our presence in such spaces; as interfering with youth’s intimacy, their autonomy and rights.
The answer seems to be very simply: We are doing the same work we were doing in the streets, and youths’ rights, intimacies and autonomies, are left exactly where they choose: if they want us close, or those who want us close, they will have us there.
We want to speak about the “lonjas”, especially, about their potential. But we want to send a message, which can be read between the lines in this paper: we are losing the street as educational space, as our initiatory place; as our natural place; as source of our bonds, relationship, imagination, daily learning, and accompanying work. The street. You call it and it sounds strange; it generates discomfort. It could be because of our former educational figures. But we believe that SOCIAL EDUCATION belongs to the street: it is into the parks, squares, on the benches, under the porticos, in the neighborhood stores, close to the cemetery’s walls. Finally, we stay wherever people want us to support them. Moreover, in the case of young people who have changed, (wanting or without wanting), the square for the “lonja”, we will go there, and introduce ourselves, ask for permission, and listen to them.
Contribución aceptada por el Comité Científico del VIII Congreso de Educación Social
Cuando en enero de 2020 redactamos esta presentación nuestro interés era el de compartir con las y los profesionales de la educación social una parte del trabajo que veníamos realizando en los anteriores ocho años. A esos ocho años le han seguido otros dos muy diferentes… y los que vengan no sabemos cómo serán.
Queríamos hablaros de las lonjas: de lo que son; de lo que se hace en ellas; de lo que representan. Queríamos también hablaros de las personas jóvenes que se agrupan y conforman el fenómeno: de lo que buscan; de cómo lo hacen; de lo que encuentran. Queríamos hablaros de lo que las lonjas suponen para la comunidad: de las relaciones de poder que se establecen; de los espacios que se dejan; de las interrelaciones. Y queríamos contaros cómo se puede, a través de ellas, intervenir educativamente con personas y grupos para acompañar en los procesos de crecimiento y mejorar situaciones difíciles.
Ahora no hay lonjas, no quedan los espacios, pero queda algo del movimiento o fenómeno. La juventud ya no se agrupa en un espacio cerrado y privado, pero se sigue agrupando.
En la medida en que la sociedad retome el modo de vida anterior a la pandemia es muy probable que las lonjas se vuelvan a abrir allí donde existían. Cómo lo hagan, cómo se usen y cómo sean “recibidas” es algo que no podemos saber con certeza. Creemos que habrá cambios (básicamente porque el fenómeno lonja como tal ha estado sujeto a cambios permanentes y continuos), creemos que los y las viejas lonjeras no volverán y que aparecerán personas más jóvenes, creemos que los espacios se usarán de otra manera, y también pensamos que podrán seguir siendo espacios en los que podamos aportar.
En este año y medio algunas de las personas que se juntaban en las lonjas han optado por retomar espacios de calle: algunas de manera habitual y diaria y otras de forma esporádica y vinculada a fiestas y encuentros celebrativos. Hemos podido seguir trabajando con aquellos chicos y chicas que han cambiado su estancia en la lonja por su presencia en la calle; de alguna manera hemos vuelto a ser educadores y educadoras de calle. Nuestra idea es continuar acudiendo allí donde estén las personas jóvenes; con los mismos argumentos, las mismas intenciones y el mismo espíritu que hemos mantenido estos años. Por eso creemos que lo que en esta exposición planteábamos como interesante y válido lo sigue, y lo va a seguir siendo.
Lo que en el documento que sigue se plantea no es cómo trabajar en un espacio concreto, sino cómo hacerlo con la juventud, desde lo que hacen y cómo lo hacen; en su campo, en su territorio, adaptándonos a sus modelos y a sus códigos. En algunos sectores se entiende que esto es una especie de invasión de su intimidad, que cada grupo debe tener su espacio cercado y definido, nosotras no lo vemos así; ni creemos en la sociedad parcelada ni creemos que acercarnos sea una invasión ni que el acompañamiento sea una intromisión. Creemos en la mezcla, en la comunidad inclusiva y en la presencia activa en los espacios de vida cotidiana para facilitar la mejora de las situaciones vitales de las personas.
Por todo ello y más allá de que el fenómeno lonja reaparezca –que con casi total seguridad lo hará- entendemos que la exposición que planteamos sigue teniendo vigencia y puede ayudar a abrir un debate interesante sobre algunos límites y fronteras que estamos poniendo (o no) a nuestra acción profesional.
Lonjas, locales, bajeras, garitos, peñas, txamis, chamizos… Se les llama de distinta forma pero las características fundamentales, e incluso las más concretas, son básicamente las mismas. De este modo, y para facilitar la lectura del presente documento, de aquí en adelante vamos a usar el término “lonja”.
Asociacionismo no formalizado, ni desde lo interno (estructuras informales) ni desde lo externo (normativas, tramitaciones, finalidades), que responde a un modelo de relación entre iguales, a unos intereses y a un uso del tiempo que les queda libre.
Se organiza en torno a un espacio físico determinado con un serie de características comunes (en general son espacios desocupados de actividad comercial que pueden estar ubicados en los centros urbanos, en los barrios o en las afueras de los municipios -en este último caso, generalmente, en pabellones industriales-. No se diferencian de los locales comerciales más que en su uso. Evidentemente carecen de actividad económica o comercial. Estas son a grandes rasgos, las características físicas que comparten. A partir de aquí cuestiones como el tamaño, la distribución, el mantenimiento, la dotación… varían en función de cada grupo).
Pero más allá de este tipo de características nos interesa señalar otras. Nombrar aquellas que hacen referencia a la utilidad que, para la gente que hace uso de ellas, tienen.
Cuando nos referimos a las lonjas hablamos de un fenómeno que tiene que ver con los cambiantes usos que, de su tiempo libre, hace la gente joven, y también con un modelo de relación generacional, que si bien es cierto que no es novedoso sí que se ha reconvertido en los últimos años. La lonja es un espacio privado, por lo tanto “separado” de otros. En este caso, al referirnos a “otros” nos referimos a la comunidad adulta. Sin entrar a valorar los porqués de este fenómeno (es decir si son las personas jóvenes las que optan por aislarse o se les empuja a ello) lo cierto es que dibuja una realidad social algo diferente a la que teníamos.
Las lonjas sirven para hacer grupo, para poner en marcha nuevas iniciativas, para probar nuevas experiencias, para, en definitiva, poder experimentar al margen del mundo adulto.
Sirven también como lugar de encuentro, como espacio de descanso y de alivio de las tensiones del día a día.
Se usan para proponer acciones, buscar puntos de interés comunes, discutir y elaborar pensamiento.
Son lugares de acogida (más de la mitad de las personas que las usa no son miembros de las mismas).
Son lugares en los que la participación interna es activa, y en los que se ponen en práctica los modelos de relación y se trabajan los roles individuales. Son pequeñas comunidades en las que ensayar.
En cualquier caso son organizaciones vivas, que van cambiando su configuración, su utilidad. Evolucionan. En la actualidad tienen cierto componente de rito iniciático de socialización, y hasta de moda.
Son varios los factores. Por un lado se junta un interés de los grupos juveniles (grupos, no colectivos. Estos últimos tienden a desaparecer y todo se convierte en iniciativas más particulares); de otro, un modelo social que transforma a las personas en consumidores.
En el interés juvenil hay componentes lógicos. Una parte natural intrínseca a la edad que tienen y a su manera de entender el mundo, oponerse y relacionarse (adolescencia y post adolescencia). “Inventan” sus respuestas nuevas para las dificultades que todas las generaciones hemos pasado en esas edades. Es una propuesta constructiva, tiene que ver con sus procesos de emancipación y autonomía, y con sus aportaciones a la sociedad en la que empiezan a participar de manera responsable.
El interés de “la sociedad” va unido al interés de la clase/grupo/estructura dominante y hegemónica. Tiene que ver con lo que ese poder quiere y espera de la juventud: la mano de obra, el papel como consumidoras, su labor como continuadores de un modelo…
Existen otros intereses externos: los de las familias, los de los agentes encargados del control y la supervisión, los económicos derivados de la posibilidad de sacar un rendimiento a patrimonios inmobiliarios o los de una comunidad cada vez más segmentizada y centrada en la seguridad, la comodidad y el confort y no en la complejidad que supone las relaciones naturales.
Hay puntos comunes y generales, y diferencias
Los puntos comunes generales. Podemos decir que cada lonja parte de un grupo, o varios, natural de amistad o conocimiento, que no encuentra lugares de reunión que sean mínimamente de su agrado (la calle queda aislada y perseguida, los bares y comercios están prohibidos o son prohibitivos, el asociacionismo está en decadencia, la oferta de la administración es monótona y controlada, las plataformas sociales y políticas juveniles son absorbidas por “los mayores”). Se separan físicamente del mundo adulto, dentro de un modelo en el que cada edad tiene sus lugares definidos y particulares. Buscan un lugar propio, identificable e identitario, que se plantea como espacio/servicio auto-gestionado para el grupo y centrado en sus intereses y en su necesidad de mantener los contactos referentes.
Algunas diferencias vienen marcadas por las características propias de cada grupo. Así podemos decir que son una evolución de los grupos de calle, con sus modelos y usos, pero también derivan de grupos nacidos en torno a la formación o del asociacionismo. Otras diferencias se dan por localización: Las lonjas de ciudad son más cerradas y aisladas de otras; son prolongación de plazas, rincones, bancos o centros de estudio. Las lonjas de barrio se interrelacionan más entre ellas, especialmente para cuestiones relacionadas con la identidad. En las lonjas de pueblo hay más mezcla y permeabilidad, siendo el factor edad el más determinante.
Los principales cambios y tendencias que han ido apareciendo. A grandes rasgos podíamos decir que veníamos de espacios de iniciación en la autonomía y estábamos llegando a lugares centrados en la gestión y el consumo de modelos de ocio muy predeterminados. De iniciativas constructivas y propositivas a modelos de consumo de usar y tirar. De propuestas creativas a reiteración de modelos monótonos. De la acción participada ante la comunidad al enfrentamiento conflictivo sin mensaje.
Otras cuestiones a tener en cuenta, por su trascendencia, en un análisis más pormenorizado son: los usos, la distribución en cuanto al género, la relación con las prácticas iniciáticas.
Podríamos decir que son pequeñas asociaciones muy poco estructuradas.
A sus componentes les une un interés común, que al principio es el de tener un espacio propio para un grupo que quiere estar junto. Luego se van añadiendo o quitando variables, de tal manera que se desequilibra hacia un lugar para hacer cosas determinadas o, simplemente, hacia la tenencia de un lugar.
En general son experiencias de organización y gestión de grupos: tienen que poner normas y gestionarlas, poner límites, abordar conflictos, buscar soluciones, gestionar el uso del poder, distribuir tareas, responsabilizarse en individual y en común, cuidar el espacio y los bienes comunes, relacionarse con el entorno, proponer experiencias y usos, gestionar emociones, pensar en común, discutir, llegar a acuerdos, estar a gusto, sacarle provecho, divertirse… Todo ello y alguna cosa más. En definitiva, las lonjas son: oportunidad de experimentación y aprendizaje. O, pueden llegar a ser, trabas insuperables si no se sabe abordar el mundo de relación que en ellas surgen.
En lo evidente
Para hacer lo que quieren sin sentirse observados ni controladas (aunque la realidad es que empiezan a estarlo más de lo que creen por familias, normativas, policías y vecindarios).
Para divertirse y probar.
Para identificarse y pertenecer a un grupo concreto (cada lonja) y a una comunidad (jóvenes lonjeros).
Para reconocer y conocer a otras con intereses comunes.
En lo profundo
Para hacerse (o no) autónomas.
Para crecer (o no).
Para experimentar experiencias de convivencia, relación grupal, gestión de dificultades.
Para pasar a ser activas y propositivos (o no).
Para disfrutar más allá de la diversión puntual (o no).
En las lonjas se junta la gente. Son espacios ideales para generar propuestas y darles continuidad a las reflexiones. Se juntan jóvenes con potencial y en ellas se puede generar un efecto multiplicador en lo:
Realmente aquí observamos carencias. El potencial exterior de las lonjas no se está aprovechando.
Son lugares permeables (en mayor o menor medida) si es para otras personas jóvenes, pero, de facto, impermeables al resto de la comunidad. Este “de facto” obedece a la falta de interés por acercarse. Es una falta de interés recíproca, que con el tiempo se ha ido transformando en distancia y resquemor. Sin embargo son lugares muy accesibles si se demuestra interés por lo que hacen y les pasa. La presencia educativa es muy sencilla, la acogida no presenta problemas y las reticencias iniciales por desconocimiento rara vez se convierten en resistencias. Es por ello que entendemos que si no hay acercamiento es porque no se intenta fruto de miedos, prejuicios, falsas creencias, desconocimiento, o renuncias a la mezcla, la comunidad o los procesos de relación y aprendizaje.
Lo cierto es que en general las lonjas no han estado bien vistas por la comunidad y que las lonjas han tomado distancia. En algunos casos hay, incluso, invisibilidad. Y en el peor de los casos la relación surge desde el conflicto que se ocasiona tras situaciones moletas para alguna de las partes. También han sido minusvaloradas (ya no solo en lo que tiene que ver con su potencial de crecimiento) si a los adultos no les gusta lo que proponen (si no se acerca a lo que los adultos consideran como óptimo)
Y lo cierto es (y nuestra acción y experiencia lo avalan) que esto no tendría por qué ser así si hubiera voluntad de encuentro e intención de tender puentes.
Más que vistas, son miradas de reojo, con una mirada algo indiferente o reticente. Pero también son vistas como un “aparcamiento para los hijos” mientras puedo estar a otras cosas.
Se proyectan en ellas los males y errores propios y de otros grupos.
Se las responsabiliza de lo malo que afecta a su entorno pero ni siquiera se piensa en que puedan aportar algo bueno (si no se llega ni a imaginar no se puede estar receptivo a que pueda pasar).
En el mejor de los casos como un mal menor o una molestia que hay que sobrellevar.
Para las administraciones y agentes son fuente de problemas. Y en el caso de que no los generen pasan a ser invisibles (y lo que suceda dentro no importa, aunque se escondan grandes daños)
El mundo adulto tiene el poder. Propone y dispone. Escucha poco; juzga y sentencia. Nombra en negativo (NINI) pero no se ocupa de los efectos que sus acciones, ideas y políticas ocasionan en la población joven (vivienda, trabajo, autonomía).
Actualmente el interés por el mundo joven tiene que ver con lo que estos individuos van a llegar a ser, no con lo que ya son. Parece como si la juventud solamente tuviera valor como “crisálida” para el futuro y no importancia en sí misma ni derechos.
El mundo adulto no quiere las molestias que ocasionan los y las jóvenes, no quiere sus propuestas porque no se siente cómodo con sus gustos e intereses. Deja poco espacio y critica. Pero a estos jóvenes, a quienes acusamos de estar sobreprotegidos y anulados, les hemos educado los adultos actuales.
La respuesta que el mundo joven da es el alejamiento, pero no es un planteamiento crítico activo, es un alejamiento conformista con la situación. Esto en algunos casos está llevándonos a un desinterés y a una desconsideración mutua. (No se molesta al vecindario como una respuesta a no sentirse acogidos o escuchadas; no es una contestación crítica. Se molesta, simplemente, porque no importa que mis acciones afecten al resto)
No hay una línea común, ni siquiera hay una única administración con competencias al respecto. En principio el uso de las lonjas se gestiona desde las administraciones municipales, y una posible intervención de carácter educativo también debería ser propuesta y fundamentada desde los distintos pueblos y ciudades. Bien es verdad que el Gobierno Vasco también tiende a regular el uso de los espacios privados de encuentro. Nos encontramos, pues, en un terreno sin referente claro.
Lo cierto es que es desde los ámbitos municipales desde donde se aborda, en general, este fenómeno. Hay distintas formas de hacerlo; vamos a explicar las distintas opciones y sus mezclas.
En un primer momento buena parte de los ayuntamientos mostraron indiferencia ante el fenómeno. Incluso hubo cierta alegría por ver desaparecer de las calles otros fenómenos anteriores como el botellón, la ocupación de las plazas, los emborrachamientos en las zonas de bares. Después de esta primera fase se optó por dejar estar las cosas, hasta que empezaron las dudas por dos cuestiones concretas: las molestias a terceros y la inseguridad. Ahí entraron en juego otros agentes públicos que pusieron en dificultad la permanencia de las lonjas.
Hasta aquí básicamente todos los ayuntamientos actuaban de un modo muy parecido. Después de esto surgen tres grandes tendencias, que a su vez se van a ir combinando en función de momentos, presiones, cambios políticos.
La primera es la de no actuar. No tocar nada. No incidir siquiera en regulaciones por motivos diversos (regular supone poner muchas trabas, un gasto económico inasumible o si se regula puede ser que vuelvan a la calle).
La segunda es la de imponer medidas de control y seguridad. Regular los usos de un modo indirecto y regular directamente las condiciones. Aquí se va a optar por normativas o recomendaciones u ordenanzas. Todo ello con un carácter más o menos restrictivo, y, en momentos posteriores, con mayor o menor seguimiento del cumplimiento.
La tercera es la de facilitar la permanencia y el uso con la condición de unos cumplimientos muy básicos. Ordenanzas flexibles y participadas, ayudas económicas para el acondicionamiento, dinámicas de seguimiento “premio-castigo”, agentes para la mediación en conflictos externos o figuras educativas de acompañamiento.
De las tres opciones la primera ha sido generalizada pero ha derivado a la segunda que con el tiempo se ha hecho mayoritaria. La tercera se da en pocos lugares. Podemos decir que, en general, se tiende a la normativa pero con muy poco seguimiento, lo cual le resta funcionalidad. Principalmente la normativa se usa para poder sancionar.
Entendemos que hay poco interés por saber qué les pasa o qué quieren los y las jóvenes que están en las lonjas. Hay poco análisis sobre los usos y las tendencias de los jóvenes a agruparse en torno a esta modalidad. En definitiva tiene que ver con el poco acercamiento al mundo juvenil.
A destacar también que se están dando procesos de endurecimiento de las ordenanzas, cuestión que además se desvirtúa puesto que pone todo el peso de la responsabilidad en los grupos de jóvenes, dejando a un lado a propietarios y comunidades. Estas ordenanzas tienden a regular las condiciones físicas (no se interpela a la persona propietaria que hace negocio), gestión de ruidos (sistemas de medición poco rigurosos) o peligros.
En estos últimos años algunos municipios grandes se han dotado de servicios solo para ayudar a solventar los conflictos que se generan entre lonjas y comunidad. Solamente en una decena de lugares se hace uso de la figura educativa comunitaria para promocionar y acompañar a estas personas jóvenes.
Situación en enero de 2020
Han pasado de ser propuestas puntuales, que han ido aumentando, a fenómeno asentado. Ahora tienen, también, un componente ritual iniciático y un factor “moda”.
En las incorporaciones que se están haciendo en estos últimos meses se observan algunos cambios: Su uso se hace bajo los modelos de consumo imperantes, es decir son una especie de servicio de usar por un tiempo y tirar después sin que haya habido un aprovechamiento de su potencial. Evolucionan más hacia un lugar de consumo de ocio en sí mismo, alejándose de la finalidad inicial -espacio de encuentro entre afines- y de los usos tradicionales -relación, encuentro, identidad, propuestas, actividad, juego e iniciaciones-. Van perdiendo potencial procesual de crecimiento y experimentación para convertirse en lugares de celebración de fiestas.
Son muchos los factores que potencian estos cambios: Disminución de la edad de inicio; Amento de las dinámicas consumistas; Entrada de las familias con el papel de control sobre-protección y des-responsabilización; Conversión en un nicho económico de los locales; Falta de ofertas infanto-juveniles…
Y estos cambios traen consigo usos con menos contenido y menos potencial de crecimiento, y con mayor potencial de conflicto con lo externo.
Sin embargo no todas las lonjas se han transformado en lugares para adolescentes. La mayoría, silenciosa y no visible, mantiene los usos iniciales y los espacios de relación. El potencial es grande: Las acciones mayores de lo que se conocen; El interés por las propuestas externas y por aportar se mantiene. Y a pesar de ello siguen sin ser bien acogidas.
Las dificultades, a medida que las normativas son más exigentes y no diferencian un tipo de lonjas de otras, aumentan -condiciones, precios, horarios, presión vecinal- la gente empieza a cansarse y lo deja. Con ello tenemos el aumento en cantidad de lonjas vinculadas solo al ocio festivo y descenso de las lonjas con mayor contenido.
Por ello, de cómo abordemos las actuales circunstancias dependerá el aprovechamiento del fenómeno como algo enriquecedor, tanto para la juventud como para la comunidad. Si no lo hacemos bien nos volveremos a encontrar con un nuevo conflicto inter generacional.
Situación en septiembre de 2021
Las lonjas llevan cerradas desde marzo de 2020 y van a ser seguramente los últimos espacios en poder abrirse. (Estaría bien poder hacer un análisis comparativo de las medidas restrictivas que han tenido y tienen las personas jóvenes frente a las de las adultas). En este tiempo los grupos se han roto. Han quedado núcleos más pequeños formados por personas con mayor afinidad o con intereses concretos compartidos y muchas personas se han ido quedando en los márgenes. Primero se reconfigurarán los grupos y luego se plantearán alianzas para conseguir un espacios privado propio. Es previsible que los grupos sean menores en cuanto a cantidad de gente con lo cual las posibilidades reales de conseguir el dinero para hacer frente a los gastos serán reducidas. Nos vamos a encontrar con menos lonjas que o bien serán de personas con ingresos o bien de jóvenes a quienes sus familias les paguen el coste. Los perfiles serán muy diferentes de unas lonjas a otras y los usos también. Paralelamente habrá menos lonjas y más presencia en la calle. Por otro lado muchos chicos y chicas que disponían de la lonja como único lugar lúdico de socialización lo van a perder.
Así pues en principio se prevé una disminución de personas en lonjas, y es muy probable que esta afecte a los individuos con peor situación económica y con situaciones personales más complicadas.
Sobre los usos que se vayan a hacer van a depender de los cambios generales que las últimas fases de la pandemia nos vayan a dejar en cuanto a: modelos de relación; posibilidades de acción; planteamientos comunitarios; sistemas de control; nuevas prevenciones. Y también los usos se verán alterados por los efectos que en cada persona y en cada grupo la pandemia y sus derivadas hayan ido dejando. En este sentido nuestro cometido educativo va a tener que variar sus contenidos.
Hasta ahora venía aportando apoyo, contraste, propuesta, posibilidad, acompañamiento, confrontación, contactos. Era una figura adulta y neutra, con la que poder experimentar y aprender a relacionarse teniendo en cuenta otras variables. Una persona experta en educación que ayuda a conformar a la persona, que acompaña a crecer y que enseña algunos trucos; que, además, lo hace mostrando cómo es y cómo puede ser el mundo adulto, facilitando los tránsitos y valorando cada etapa por su valor en sí misma. Una figura que hace de puente si es necesario y que está atenta a la gente que, sin darse cuenta, se va quedando en los márgenes. Que puede aportar soluciones a situaciones difíciles para las que no se sabe cómo actuar, o que puede ayudar a encontrar caminos propios.
La figura educativa centrada en el proceso de crecimiento del grupo y de sus individuos. Un referente cercano, ágil, cómodo y al alcance; que no se usa sólo para los problemas o las necesidades, sino también para potenciar competencias y generar aprendizajes.
A esto anterior, que está centrado “en” y es para la gente joven, ahora se le une un encargo, que si bien no es nuevo sí que aparece como urgente, que hace la administración y parte desde la ciudadanía adulta: “la gestión del conflicto” o más exactamente; la solución de los problemas que les generan.
Es un tema complejo, pues tiene muchas aristas e interpretaciones, y en el que la subjetividad está a la orden del día y los intereses suelen ser particulares y opuestos.
No podemos negarnos a abordar esta realidad. Si no aportamos ayudaremos a agrandar el problema y a descentrar la mirada del objetivo, que no es otro que acompañar a las personas jóvenes. Pero no podemos entrar en el juego de hacer de esto la razón de ser de nuestra actividad. Y tampoco podemos permitir que se simplifiquen los orígenes, las causas y los motivos, o que se pierda la dimensión real de dificultad.
Los conflictos de convivencia surgidos en relación al movimiento de las lonjas juveniles deben tener un planteamiento de resolución integral y comunitaria. No son una suma de cuestiones puntuales, tienen connotaciones comunes y hacen referencia al conjunto de la comunidad, a cómo nos relacionamos y comportamos, y a qué pretendemos.
Usar a la figura educativa no como mediadora de problemas puntuales, sino como constructora de nuevas dinámicas de relación tiene un sentido educativo y comunitario y es bueno para todas las partes
En realidad la figura educativa no es más que una prolongación de la antigua figura de educador-a de calle. Hay algunas diferencias técnicas y otras consustanciales al fenómeno, pero en general seguimos siendo agentes que, con intención educativa y claridad, nos acercamos a -en este caso- jóvenes en sus espacios para interactuar, vincular, relacionarnos con. Todo ello con la intención expresada de acompañarlos en sus procesos si así lo aceptan. Y, para sorpresa de casi todo el resto del mundo, la mayoría acepta encantada (evidentemente no todas, ni para todos los momentos: cada cual a su ritmo y con sus límites).
Si analizamos en profundidad las similitudes y diferencias que pueden existir entre la figura del educador-a de lonja y el de calle podríamos ver alguna cuestión menor que nos separa, pero en lo sustancial lo que antes usábamos en plazas y soportales ahora sigue valiendo. Y si no lo hace no es por una cuestión de espacios sino porque la juventud (como etapa vital) y los individuos concretos han cambiado y, sobretodo, porque nuestra capacidad profesional para adaptarnos a esos cambios sociales ha disminuido. (Nuestra tendencia a salir de lo informal, no reglado, abierto y no protocolarizado para instalarnos en lo más ordenado, estructurado y estandarizado es una deriva profesional que quizás hemos tomado con demasiada ligereza sin atender como se merece a las nuevas realidades que van surgiendo).
El gran valor de la educadora de medio abierto está en su capacidad para convertirse en una persona referencial. De la capacidad que tengamos para generar confianza, para ser aceptada en el estar y, posteriormente, en el pensar y hacer va a depender el valor en sí mismo de nuestra intervención.
No se va a una lonja, como no se iba a la calle, a “estar”, pero hay que “estar” para generar procesos, para convertirse en un referente.
Ser referente no es ser un líder, ni un mentor, ni un organizador, ni un promotor o tutor o gurú. Ser referente es pasar a formar parte del conjunto de herramientas, o mejor posibilidades, con los que la persona puede contar para abordar situaciones que sean importantes para ella. El valor, la importancia de esa herramienta en la que nos hemos convertido variará en grado y trascendencia de una persona a otra, de un grupo a otro, de una situación a otra o de una casuística a otra.
La interacción, el compartir, la escucha y la aportación son los ejes claves para generar confianza y dar valor a lo que aportemos. Pero no debe ser solamente entendida así por nuestra parte sino que debe ser vivida como tal por parte de los y las jóvenes que están en las lonjas. Por ejemplo, si hablamos de escucha ésta debe ser entendida como tal por las dos partes. Yo, como educador, debo escuchar y mostrar que lo hago y el, o la joven, tienen que percibir con naturalidad que está siendo escuchada y entendido.
Es necesario pasar tiempo; periodos cortos al principio, tematizados después, intencionados casi siempre. También hay que dejarse llevar por las dinámicas con las que nos encontremos, y sí se pueden ordenar, aprovecharlas, mientras que si, por lo que sea, en ese momento no se pueden ordenar, despedirse hasta que se den mejores oportunidades. Tan importante es saber cuándo hay que estar como cuándo hay que retirarse y cómo hacerlo en ambos casos.
Convertir una relación artificial y claramente intencionada y dirigida, una relación asimétrica, en algo natural conlleva sus dificultades.
Que nos acepten, tras presentación y explicación, no implica que se viva con naturalidad. De entrada y por un tiempo las dudas sobre nuestro cometido, intenciones, planteamiento o interés van a estar; aunque expliquemos muy bien y con mucha claridad estos términos. Una cosa es lo que digamos y otra lo que se crean. Trasformar esas dudas en confianzas o en desconfianzas e incredulidad va a depender, no del discurso sino de los hechos. Siempre nos van a dar un margen de confianza, pero también va a existir el margen de desconfianza.
En cualquier caso la presentación y explicación inicial siempre hay que darla; hablar de sus dudas acerca de las mismas y aceptar sus prejuicios o reticencias también hay que hacerlo. Y lo más importante será el cómo nos vayan viendo que estamos y cómo se vayan viendo ellos y ellas que están con nosotras. Buscar la comodidad en nuestras presencias; comodidad compartida. Vivir como naturales los contactos y los intercambios, y sobre todo ver que efectivamente les somos útiles para determinadas cuestiones y que nos es agradable llegar a serlo.
Los términos “estrella” del trabajo educativo. Sin vínculo no hay proceso educativo (quizás sí solución de algunos problemas). El vínculo se trabaja y se gana, no va adherido al título que nos dan en la universidad ni se consigue solo por plateármelo y elaborar un plan.
Vincular depende de nuestra propia capacidad personal. Vincular desde un planteamiento profesional requiere de la puesta en marcha de estrategias. Que alguien sea hábil en sus relaciones personales no quiere decir que vaya a serlo como educador necesariamente. Debe haber un equilibrio entre el cómo accedemos y el cómo nos mantenemos; debe entenderse como un continuo y debe ser vivido como tal por parte de las y los jóvenes. Entrar con mucha facilidad pero no generar confianza o no saber qué aportar, no leer el grupo, no entender lo que se está moviendo, supone perder una oportunidad. Vincular no es tener un conversación fluida y divertida de diez minutos o de treinta; vincular tiene que ver con poder hablar de temas que nos preocupan y estar satisfechas de haberlo hecho. A veces incluso, un indicador de la vinculación puede ser que los silencios no sean incómodos o que se nos eche en falta cuando llevamos más de la cuenta sin acudir.
El acompañamiento educativo viene tras la vinculación, se apoya en ella y se mantiene con ella. Este sí debe ser nombrado como tal; intencionado, aceptado, compartido y trasformado; debatido, entendido, direccionado.
Nace de demandas o propuestas que pueden ser puestas encima de la mesa por las parte o que aparecen unas tras otras. Tiene pautas y condiciones y puede buscar algo concreto y nombrado o no tener un fin definido. Importa en sí mismo, como proceso y no solo por la eficacia concreta que genere.
No aparece solo por “estar” requiere de un trabajo previo para conseguir vincular y de otro para hacer emerger su necesidad y pactar “el contrato”. Requiere hablar y nombrar de aspectos de mejora de las situaciones vitales personales o grupales; despertar intereses y ganas de avances.
Salimos a la calle hace ya tiempo a trabajar para la mejora, y lo hicimos intentando aportar para subsanar situaciones de desventaja y necesidad. Creemos que también hay que mirar la potencia. Y no solo para superación de carencias, sino en sí misma para explotarla y crecer. Lo educativo va unido al desarrollo, al cambio.
Está bien la aceptación, pero la aceptación satisfecha, la que surge tras haber hecho, tras haber buscado y una vez generado cierto crecimiento haber decidido parar. La aceptación derivada de aguantarme con lo conseguido a sabiendas de que existe un “No” que no me deja avanzar más y que no me deja en una situación querida supone una frustración.
Si trabajamos con la potencia y desde ella es más probable que lleguemos a esa aceptación satisfecha. Si lo hacemos generando soluciones externas para paliar necesidades y no usamos las potencialidades llegaremos a un estado de satisfacción de necesidades básicas (y probablemente de derechos) que tienen más que ver con esa aceptación resignada.
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Fernando Madoz Mendioroz, email: fernandoz@susterra.info