Jaume Casacuberta. Educador social. Coordinador técnico de la red de centros cívicos del Ayuntamiento de Granollers.
El tiempo pasa y los técnicos, profesionales y agentes diversos que actuamos tanto en el ámbito social como en el cultural, nos hallamos ante la necesidad de favorecer el encuentro y el diálogo entre las políticas culturales y las políticas sociales, con la finalidad de ir estableciendo posibles líneas estratégicas y de actuación que nos ayuden a definir lo que podríamos empezar a identificar como las nuevas políticas comunitarias y de proximidad.
Y es en el marco de estas políticas de colaboración donde los ayuntamientos desempeñarán un papel fundamental, especialmente a la hora de apostar por una transversalidad efectiva entre los diversos servicios municipales y la interacción entre los profesionales de dichos servicios. Asimismo, es en la órbita de estas políticas donde el educador/a social, especialmente los que desarrollan su práctica profesional en el ámbito de la Animación Sociocultural, se presenta como el técnico idóneo para trabajar en los diferentes proyectos comunitarios que necesitaremos ir diseñando desde la proximidad, con el fin de que la cultura sea accesible a nuevos públicos y facilitar nuevas formas de relación social.
Lograr que los equipamientos y programas de marcado carácter social puedan trabajar en clave de prevención y no exclusivamente en el asistencialismo, y que la acción cultural, especialmente la artística, centre su actuación en la gente y no, como ha venido siendo habitual, sólo en algunos artistas y creadores, es el reto de estas políticas incipientes que nos proponen un claro regreso al concepto “socio”, apuntando de esta manera al perfil del educador/a social como un agente idóneo para intervenir de forma eficaz y eficiente en la proximidad, mediante la Animación Sociocultural como “su modo de hacer”.
El cambio de contexto o de entorno es el que provoca que continuamente sea necesario ir ajustando las políticas sociales y culturales a la realidad en la que actúan. Asimismo, hay momentos en que estos cambios continuos suponen la aparición de suficientes elementos indicadores de la necesidad de una reorientación de las políticas, en lugar de una simple readaptación. Es decir, la nueva situación requiere que se produzca un cambio de prioridades en las políticas sociales y culturales de los municipios.
Los cambios de contexto que se han producido en los municipios en los últimos años se pueden definir a partir de tres dimensiones: la urbana, la sociocultural y la conceptual.
En la dimensión urbana, los cambios producidos en pueblos y ciudades durante la última década, responden tanto a dinámicas internas como externas y, en muchos casos, a la combinación de ambas. El gran crecimiento de población de los últimos años ha cambiado la fisonomía de los pueblos y ciudades, ha diversificado los acentos, y ha multiplicado los matices. La llegada de población foránea, la terciarización económica, el incremento de la esperanza de vida, la aceleración y desincronización de los tiempos, la movilidad, los cambios en la estructura social, sitúan a los pueblos y ciudades de nuestro país dentro de las dinámicas de cambio que están afectando a toda la sociedad occidental.
Estos vientos de cambio que provienen de la globalización y que claramente tienen efectos en nuestros pueblos y ciudades, también se encuentran alimentados por procesos internos. La mayor o menor transformación urbana, la apuesta por el mantenimiento del sector industrial, la proyección del comercio, la dotación de equipamientos y servicios para los habitantes, afectan la forma en la que los pueblos y ciudades dan respuesta a las nuevas necesidades, en que la dimensión local y global se constituye como un continuo con pocas fisuras.
En cuanto a la dimensión sociocultural, los últimos años se han caracterizado por la consolidación de un sistema. Con la llegada de la democracia, en los distintos pueblos y ciudades las entidades y personas vinculadas a la cultura asumieron el reto de conquistar nuevos espacios para la expresión cultural. Con posterioridad, se construyeron redes de equipamientos que respondieran a las necesidades culturales de los pueblos y ciudades, al tiempo que los ayuntamientos tomaban el relevo de las entidades como principales generadores de oferta y posibilidades para que existiera oferta cultural en pueblos y ciudades. Este modelo, procedente de los años 90 y aplicado en la actualidad, ha logrado una importante dotación de recursos culturales para pueblos y ciudades, y ha ido dando respuesta a los retos planteados durante aquellos años. Sin embargo, la realidad avanza y la sociedad cambia, y se plantean nuevos retos y se ofrecen nuevas oportunidades.
También forman parte del nuevo contexto los cambios en la dimensión conceptual. Un claro ejemplo es la Agenda 21 de la Cultura que, lejos de ser una simple declaración de intenciones, sirve de compromiso para adoptar una nueva forma de entender la cultura y situarla en el centro del desarrollo de los pueblos y ciudades. Con este enfoque, la cultura pasa a ser un ámbito clave para la planificación de políticas que den respuestas a los retos que la sociedad del siglo XXI plantea.
Los profesionales de la acción social y cultural, y entre ellos de manera destacada los educadores y educadoras sociales, deben hacer una lectura de esta realidad compleja y cambiante. Una lectura a partir de la cual se detecten los principales retos de futuro de pueblos y ciudades. Sin embargo, conviene diferenciar entre los retos de ciudad sobre los que la educación social y, en concreto, la acción sociocultural tiene una capacidad de influencia importante, aunque limitada, y los retos a la cultura, exclusivamente de ámbito cultural.
En referencia a los retos de la ciudad, y aunque se podrían definir otros más, dos de ellos predominan y afectan a cuestiones tanto de orden interno como externo de pueblos y ciudades. Se trata de retos que afronta la ciudadanía en su totalidad, pero también de retos importantes para la planificación de nuevas estrategias de política cultural: la cohesión social y la conectividad.
Hay que destacar también que ante una sociedad diversa, la cohesión social es un gran reto para los gobiernos y para la colectividad. La cohesión debe entenderse como el respeto a la diversidad, a la igualdad de derechos y deberes de todas las personas, evitando la estandarización y buscando un modelo de convivencia en el que todo el mundo se sienta cómodo. La cohesión de los territorios, la no-discriminación de servicios por barrios, la mezcla de entornos sociales o la gestión responsable del espacio público, son los pilares para mantener dicha cohesión. En cuanto a la conectividad, la continuidad del vector local-global requiere que, a través de la identidad, de un modelo de pueblo o ciudad, del sentimiento de pertenencia, los pueblos y ciudades sepan relacionarse y abrirse a su entorno, próximo y lejano. Un pueblo o ciudad “real” que vaya más allá de los límites del término municipal e interactúe con pueblos y ciudades vecinos. Este modelo de pueblo y de ciudad, esta forma de sentirse vinculado, en definitiva, el sentimiento de pertenencia, es tan diverso como diversa es la sociedad. Es necesario encontrar fórmulas para que todos los modos de sentirse del pueblo o de la ciudad tengan cabida en un sistema sin exclusiones de ninguna clase. El orgullo de pertenecer a un pueblo o ciudad concreto, para proyectarse, tiene el reto de sumar muchas maneras de estar orgullosos del pueblo o ciudad en cuestión. El reto no es simplemente situar los municipios en el mapa, sino hacer de estos unos pueblos y ciudades singulares, modernos y socialmente justos para que aparezcan como referente en las redes de pueblos y ciudades de todas partes.
En la vertiente estrictamente cultural, los nuevos retos vienen dados por el alto grado de consecución de los objetivos de desarrollo de una serie de servicios culturales que superen a los que habían caracterizado etapas anteriores. La nueva etapa se enfrenta, a partir de una nueva manera de entender la política cultural, a nuevos retos que se pueden resumir en dos: la diversidad y la sostenibilidad culturales.
En relación con la diversidad cultural, se puede afirmar que una sociedad más diversa reclama una mayor diversidad de respuestas a sus necesidades. El reto de la diversidad cultural se fundamenta en la necesidad de encontrar los mecanismos para que todas las personas encuentren a su alcance todos los mecanismos para acceder y expresarse culturalmente, sean cuáles sean sus circunstancias sociales, económicas, de género, edad u origen.
En cuanto a la sostenibilidad cultural, los pueblos y ciudades son un ecosistema cultural que a su vez está incluido en otros ecosistemas de mayores dimensiones. El reto es que este ecosistema tenga un desarrollo sostenible, en el cual todos los actores, públicos y privados, hallen en la concertación y la corresponsabilidad un método de trabajo y organización colectivos. Desde un posicionamiento firme, el trabajo en red es un reto de cara a profundizar en la sostenibilidad cultural y, por otro lado, la cultura debe responder a los desafíos de sostenibilidad social y económica de su desarrollo como ecosistema.
La naturaleza de los nuevos retos para la cultura de pueblos y ciudades hace necesarios nuevos mecanismos de respuesta. Nuevas herramientas conceptuales y prácticas que permitan el desarrollo de una acción cultural adecuada a las nuevas necesidades. Es necesario pues, inaugurar una nueva etapa en la política cultural, con nuevos acentos, prioridades y metodologías de trabajo. Una etapa que no invalida ni anula la anterior, sino que se imbrica en ella, tomando todo el valor que tiene la experiencia, pero con la ambición de generar nuevas ideas y proyectos que den respuesta a las necesidades actuales.
Esta nueva etapa conlleva el retorno del concepto “socio” y debe caracterizarse por una clara continuidad entre el discurso y la práctica. La aceptación de unos principios orientadores de la acción sociocultural, tanto por parte de los poderes públicos como por el tercer sector, es un importante punto de partida para el desarrollo cultural de pueblos y ciudades.
Los principios que inspiran el nuevo modelo de política cultural a desarrollar en los pueblos y ciudades profundizan en un nuevo posicionamiento ante la cultura: la sitúan en el centro del desarrollo de los pueblos y ciudades, dotándolos de una importancia estratégica como proveedores de bienestar.
Estos principios son el derecho a la cultura, la interculturalidad y el territorio cultural. El derecho a la cultura hace referencia al individuo; la interculturalidad, a la colectividad como forma de relación y expresión cultural; finalmente, el territorio cultural como escenario en el que se producen las expresiones culturales y como pueblo o ciudad en cuyo centro de identidad se sitúa la cultura.
Hablar de derecho a la cultura significa entender la cultura como un derecho de ciudadanía, asegurando el acceso a todos los recursos culturales sea cual sea la condición social o económica de la persona. La cultura es un derecho que hace iguales a todos los ciudadanos y ciudadanas. Es la esencia del pueblo y de los individuos que lo forman y, como tal, debe preservarse.
La interculturalidad hace posible la manifestación de todas las expresiones culturales de los pueblos y ciudades como modelo de convivencia. Dichas expresiones, vinculadas a la tradición local, pero también a la nueva ciudadanía, o a la innovación y la experimentación, deben tener las mismas posibilidades. Hace falta preservar las dialécticas identidad-diversidad e individuo-colectividad, como elementos enriquecedores de la expresividad. La diversidad de expresiones debe representar la diversidad social del municipio, desde el punto de vista de la edad, el género, la condición social, el origen y todos aquellos aspectos que enriquecen la realidad cultural. El diálogo entre todas estas expresiones es un modelo intercultural de convivencia.
El territorio cultural es un principio que aglutina dos ideas: el pueblo o la ciudad como municipio que apuesta por la cultura como elemento central de su estrategia de futuro, de su desarrollo y su identidad. Y el territorio cultural como escenario y receptáculo de la expresividad cultural de la ciudadanía.
El nuevo modelo de política cultural de proximidad se fundamentará en el trabajo sociocultural, siendo los educadores y educadoras sociales algunos de los profesionales que deberán participar en el dibujo de una estrategia a seguir durante los próximos años. Será necesario formular la nueva estrategia a partir de la voluntad de lograr tres objetivos generales, claramente relacionados con el acceso a la cultura, con la expresividad cultural y con la participación cultural: será necesario aumentar los niveles de acceso al consumo y la práctica cultural, desarrollar la creatividad de la ciudadanía como medio de expresión colectiva e individual y, como último objetivo, lograr la inclusión de toda la ciudadanía en el ecosistema cultural de cada pueblo y ciudad concretos.
Para lograr estos objetivos, la acción sociocultural del municipio se estructurará a partir de cuatro ejes estratégicos: la educación, la creación, la accesibilidad y la convivencia en el espacio cultural.
La educación en el espacio cultural: el binomio educación-cultura aparece como una de las claves para el desarrollo cultural de los pueblos y ciudades. La apuesta estratégica por un pueblo o ciudad educadores y por la cultura, requiere un esfuerzo en el trabajo conjunto y el refuerzo de la intersección entre cultura y educación. El nivel educativo de las personas es un elemento claramente explicativo de la relación que éstas establecen con la cultura. El desarrollo de estrategias conjuntas desde el ámbito cultural y el educativo es la mejor fórmula para lograr un pueblo o una ciudad educadora y un municipio que construye cultura. Y construir cultura quiere decir que a través de la educación las personas pueden mejorar sus herramientas para acceder y para conseguir que aflore su capacidad expresiva.
La creación en el espacio cultural: la capacidad creativa de un pueblo o ciudad no es algo que se pueda medir; sin embargo, lo que hace que un pueblo o ciudad se puedan definir como creativos es la capacidad que tienen para expresar dicha creatividad. La expresión creativa de la ciudadanía es una de las riquezas de lo que se puede denominar el intangible cultural del pueblo o ciudad. Es una capacidad que si se fomenta y cuenta con suficientes mecanismos para aflorar, supone un motor de cambio y de desarrollo del municipio a casi todos los niveles.
Un pueblo que crea y se expresa a través de la cultura es un pueblo vivo, que tiene mensajes que difundir y ambición de emocionar. El pueblo y la ciudad están compuestos por las personas, los colectivos y un patrimonio físico e intangible que ha ido construyendo una identidad. A través de la creación y de la expresión cultural, esta ciudad se presenta a toda la ciudadanía al tiempo que se redefine, se vuelve a imaginar y a crearse a sí misma.
La accesibilidad al espacio cultural: hacer un pueblo o una ciudad accesible en términos de cultura supone trabajar para reducir a la mínima expresión las barreras de acceso actuales. La accesibilidad aparece como estrategia determinante para democratizar la cultura en los pueblos y en las ciudades. En este sentido, es necesario desarrollar un trabajo específico para cada una de las barreras que pueden dificultar que las personas ejerzan libremente sus derechos culturales.
La convivencia en el espacio cultural: Cualquier pueblo o ciudad se puede definir según el uso y gestión que hace de su espacio público. Es decir, de un lado, partiendo de la actividad que se desarrolla y por otro la participación de la ciudadanía en la toma de decisiones en cuanto a la gestión de dicho espacio. Por tanto, espacio público es tanto el espacio físico como el simbólico. Esta línea estratégica pretende situar la cultura como elemento de convivencia articulador del espacio público, como elemento cohesionador del mismo. La ocupación del espacio público por parte de las personas, supone regresar a la idea de ágora o plaza pública. La cultura y la expresividad son unas excelentes herramientas para la recuperación de espacios para la ciudadanía.
Con el advenimiento de las políticas culturales de proximidad que caracterizarán el inicio de este siglo, la gestión de los programas y proyectos culturales estarán impregnados del concepto “socio” y la sociocultura como metodología ignorada por muchos profesionales, saldrá de su olvido para convertirse en una práctica profesional válida para dar respuesta a las nuevas necesidades. ¿A qué necesidades? Pues a las de crear nuevos programas educativos, vinculados a las necesidades según el ciclo de vida, para facilitar la formación continua de personas en expresiones culturales; a las de fomentar el intercambio de conocimientos, también a nivel intergeneracional; a las de acentuar la dimensión educativa de los equipamientos, acontecimientos y servicios culturales; a las de fomentar la expresividad intercultural; a las de desarrollar programas específicos dirigidos a grupos de edad y colectivos determinados con el fin de dotarlos de las herramientas necesarias para garantizar la práctica cultural y creativa; a las de valorar toda la creatividad y expresión cultural que se hace en pueblos y ciudades, sin distinciones de categorías; a las de fomentar el asociacionismo como fórmula para la práctica cultural y elemento dinamizador de las expresiones culturales colectivas; al establecimiento de medidas que faciliten la accesibilidad a los equipamientos y recursos culturales de todas las personas y, en especial, a los colectivos y grupos con necesidades específicas; a las de detectar las personas que no acceden a los recursos culturales de los pueblos y ciudades y desarrollar programas concretos para que lo puedan hacer; a las de aumentar el apoyo al tejido asociativo vinculado a su aportación como puerta de entrada a la cultura; a las de definir estrategias comunes, entre entidades y ayuntamiento, de aproximación a la cultura y a la tarea del tejido asociativo en el acceso, a las de… En resumen, a todas aquellas a las que a la sociocultura le corresponde dar respuesta.