Andreu Peláez. Educador social. Delegado de asistencia al menor durante casi veinte años en algunas poblaciones del Barcelonés y Baix Llobregat. Mediador familiar y Diplomado en Trabajo Social. Actualmente es el sub-director del centro educativo L’Alzina.
Buena parte de los profesionales de la intervención socioeducativa que intervienen con población adolescente, lo hacen desde el propio entorno, es decir, que trabajan en el medio familiar y social en que se desarrolla el adolescente.
Este artículo pretende situar la intervención con adolescentes a partir del contexto en que trabaja cada profesional y definir las estrategias de intervención en cualquier proceso de relación de ayuda.
La mayor parte de los profesionales de la intervención socioeducativa que trabajan con población adolescente lo hacen en su propio entorno, es decir, que trabajan en el medio familiar y social en el que se desarrolla el adolescente.
Intervenir en el entorno significa poder incidir en el propio medio natural. Si nos referimos a la intervención con adolescentes, hablaremos entonces de la posibilidad de intervenir con el propio individuo, con su familia, con el recurso formativo o actividad ocupacional que realice, con el grupo de iguales con el que se identifique, con las actividades de ocio en las que se implica o con la comunidad en la que se ubica.
El medio abierto posibilita la intervención en el propio entorno natural en el que se desarrolla y socializa el adolescente. Si nos referimos concretamente al contexto profesional propio de la justicia juvenil, y en el que trabaja el autor del presente artículo, las medidas en medio abierto han sido, durante muchos años, las principales respuestas que los juzgados de menores han adoptado con respecto a las acciones delictivas que han cometido los adolescentes o jóvenes.
Excepcionalmente, y reservado a delitos y a situaciones personales graves, los juzgados han acordado medidas de contención física que se traducen en el alejamiento temporal del entorno, en forma de medidas privativas de libertad y que se definen como de internamiento en un centro cerrado, abierto o semi-abierto.
Por otro lado, en los últimos años estamos asistiendo al desarrollo decisivo de la mediación como método de resolución de conflictos. Además, algunos ámbitos la han regulado de manera específica en su marco legal. La mediación entendida como método o procedimiento ordenado y sistemático de acciones, tiene la finalidad de que las partes implicadas en un conflicto sean las protagonistas en el análisis del mismo y en la búsqueda de las opciones que les ayuden a superarlo. Esto se realiza con la ayuda de un tercero, que es el mediador.
Es importante, pues, situar la mediación como método específico de resolución de conflictos. En el caso de la justicia juvenil vemos, por ejemplo, que la reparación y conciliación con la víctima, con la intervención de un mediador, es un programa que se está utilizando con mayor frecuencia en los últimos años, ante la comisión de una acción delictiva realizada por un adolescente o joven y al que le corresponde una respuesta adecuada según la infracción cometida.
Aparte de lo que se ha ido refiriendo hasta ahora, podemos utilizar también la mediación como un instrumento de intervención profesional que se combine con otras líneas estratégicas. Fijémonos, por ejemplo, en la medida más utilizada de intervención en medio abierto que contempla el catálogo de medidas de la ley orgánica 5/2000, de responsabilidad penal de los menores, y que no es otra que la medida de Libertad Vigilada.
En la medida citada se combina la acción socioeducativa con el control, a partir del vínculo relacional que se establece entre el profesional y el adolescente o joven objeto del seguimiento. El profesional interviene también con la familia y con los otros núcleos básicos de socialización. El modelo con el que trabaja puede definirse como psicosocioeducativo de relación de ayuda. En este modelo, los instrumentos primordiales provienen de la orientación o ayuda técnica y de la formación y aprendizaje en competencias sociales.
Pero hay que ampliar los instrumentos citados en el sentido de que para situaciones determinadas, la negociación y la mediación serán fundamentales para abordar los conflictos que pueden surgir entre el chico al que se le ha impuesto la medida y las diversas personas o instancias que se relacionen con él.
Este artículo pretende, en definitiva, combinar las premisas comentadas, situando la intervención con adolescentes a partir del contexto en el que trabaje cada profesional y definiendo las estrategias de intervención en un proceso de relación de ayuda.
Si nos situamos en una medida en medio abierto impuesta por un juzgado de menores como podría ser la medida de libertad vigilada, comprobamos que el adolescente o joven a quien se le ha impuesto la medida citada no ha realizado, generalmente, una demanda explícita ni ha manifestado la voluntariedad inicial para implicarse en un seguimiento concreto. Probablemente, en la mayoría de ocasiones, el adolescente o joven tampoco tiene conciencia plena del nivel de trascendencia respecto de las acciones cometidas ni una voluntad asumida para mejorar su propia capacitación general.
El profesional encargado del seguimiento debe intentar incidir en el conjunto de factores que pueden explicar que el adolescente o joven haya realizado la conducta transgresora por la que se ha impuesto la medida judicial. Según lo expuesto por Andreu Peláez, debe intentarse, pues, que el chico adquiera el conjunto de habilidades, capacidades y actitudes que le permitan implicarse en un proceso positivo de desarrollo personal.
Por un lado, el adolescente o joven debe implicarse en una intervención que no ha solicitado. Se le obliga, pues, a asistir a las entrevistas y al cumplimiento de las reglas de conducta o pautas socioeducativas que se le hayan impuesto con carácter obligatorio. Por otro lado, el profesional encargado del seguimiento no ha tenido, inicialmente, ninguna demanda para intervenir por parte del chico o de su familia. El profesional está obligado a desplegar las habilidades propias de su función que posibilite un adecuado proceso positivo de cambio, con el objetivo de conseguir la vinculación, la implicación y la adhesión del chico y de su familia.
Siguiendo con la terminología utilizada por Carlos Lamas, el contexto profesional de cambio hace referencia al marco que se establece entre el usuario y el profesional, permitiendo dotar de significado a una serie de intercambios comunicacionales que están orientados a conseguir el cambio en el usuario. Lamas define los contextos profesionales en seis categorías: el asistencial, el de consulta, el terapéutico, el de evaluación, el informativo y, finalmente, el de control.
Por ejemplo, si nos referimos al trabajo que se realiza con la concreción de las medidas de intervención en medio abierto que han impuesto los juzgados de menores, es evidente que nos situamos en un contexto profesional de control. Se trata de un contexto que incorpora una obligación y un encuadre determinado y concreto. Así, el profesional debe intervenir para responder al mandato de la instancia judicial mientras que el adolescente o joven debe cumplir con las obligaciones inherentes a la medida. Este contexto debería ser utilizado, básicamente, cuando otros no han podido conducir anteriormente la situación actual que presenta el adolescente o joven.
De este modo, el conjunto de conceptos y de estrategias a los que me referiré a continuación no están reservados al contexto definido como “de control”, sino que son comunes a las intervenciones psicosocioeducativas que provienen de cualquier contexto profesional señalado.
Fina Palomar, 3), describe la aportación de Fishman, a partir de que éste sitúa las tareas evolutivas de la adolescencia, incluyendo los siguientes aspectos:
Tiene lugar en el espacio relacional con el entorno y hay que entenderla como la posibilidad de ser uno mismo y diferente de los demás, consolidando una perspectiva y dirección propia, en el contexto del tránsito de pasar de niño a adulto. Es el resultado del proceso de búsqueda personal, contrapuesta a la identidad de las otras personas, integrando:
Se favorece y se reconoce en el entorno y comporta la capacidad para relacionarse de manera adecuada e integrarse en la sociedad de referencia. Es preciso el desarrollo de nuevas estrategias para afrontar los cambios en las relaciones con los demás y para reafirmarse ante las nuevas realidades sociales, en un momento en el que aumentan enormemente los contextos de relación.
A nivel educativo se trata de un momento de cambio, pasando, por ejemplo, de la enseñanza primaria a la secundaria:
La individuación es el objetivo final del proceso de crecimiento que culmina en ser autónomo y asumir las responsabilidades propias de un adulto. Se trata de un proceso que debe estar autorizado y favorecido desde la propia familia.
Siguiendo con las indicaciones que nos hace Fina Palomar, en las familias con hijos adolescentes es fundamental que consigan pasar de la dependencia a la pertenencia a partir de la consecución del progresivo distanciamiento del adolescente, con la seguridad, sin embargo, de que éste continúa formando parte de la familia.
Distanciamiento entendido como un proceso complejo para todos los componentes y que, a menudo, provoca tensiones entre el adolescente y la familia. El alejamiento, sin embargo, no ha de comportar la alienación, es decir que debe suponer la separación progresiva que permita continuar con la identificación y con la conexión mutua. La finalidad, en definitiva, no es la de que el hijo huya del hogar familiar sino que vaya saliendo de él de un modo gradual y que continúe manteniendo una adecuada relación con la familia propia.
Debe conseguirse que las familias y los adolescentes pasen de la complementariedad a la simetría, es decir de la dependencia propia de la niñez a la independencia posterior, culminando en una relación entre personas autónomas.
Se debe, entonces, fomentar el paso del niño dependiente al adulto independiente, superando el período inicial en el que los padres tienen una posición alta y el niño una posición baja, al período culminante de todo proceso en el cual los padres y el hijo son adultos y parten de una relación entre iguales.
La transición se convierte en un período complicado por la diferencia de objetivos entre padres e hijos durante el tránsito adolescente, debido a:
La negociación, se presenta de este modo como un instrumento fundamental en este proceso, debido a que:
En las familias con hijos adolescentes son frecuentes las tensiones que afectan al propio sistema y que, al mismo tiempo, comportan un peligro. Se debe, sin embargo, contemplar también como una oportunidad para abordar el conflicto, reforzando una nueva situación que debería de comportar una mejora basada en una nueva realidad, que aglutina los procesos propios de cada componente del núcleo familiar.
Según la descripción de Pittman, F.S., cuando se refiere a la tipología de crisis familiares y que clasifica en crisis de desgracias inesperadas; crisis de desarrollo; crisis estructurales y crisis de desvalimiento, debemos situar las crisis en familias con hijos adolescentes como crisis de desarrollo. Estas son previsibles y se sitúan en familias que deben adaptarse a las realidades cambiantes de los diversos integrantes, entendiéndolos y ajustando las nuevas necesidades de los individuos a las generales de la familia.
Posiblemente, en muchas crisis vemos a familias que tienen dificultades graves para incorporar el nivel progresivo de autonomía de sus adolescentes y las contradicciones que presentan. Se les debe informar y debe intentarse contener la angustia que puedan sentir. A menudo, es útil que los padres se relacionen con otros que pasan por situaciones similares y puedan reflexionar y compartir experiencias comunes.
Siguiendo el documento de trabajo del equipo de profesionales de las comarcas de Tarragona que se encargan de la concreción de las medidas judiciales de medio abierto propias de la justicia juvenil, las líneas estratégicas de trabajo en el propio entorno de los adolescentes y jóvenes, pasarían por la persuasión y la influencia, además de otras tres en las que nos detendremos:
Definamos, a continuación, algunos aspectos significativos de las estrategias remarcadas.
La orientación y el vínculo establecido entre el profesional que utiliza las técnicas y las habilidades propias de su trabajo, con un adolescente o joven que cuenta con unas capacidades, unos intereses, una situación y un contexto sociofamiliar determinado, es el instrumento básico que permite llevar a la práctica la intervención educativa y de responsabilización.
Carme Panchón, nos recuerda las aportaciones de representantes de la corriente humanista en psicología, Rogers, y su discípulo Carkhuff, para quienes un profesional debe de desarrollar un conjunto de habilidades con el objetivo de que el chico se convierta en una persona en pleno funcionamiento. Y para eso Marroquín recoge de los autores señalados algunas habilidades que se deben desplegar: la empatía; el respeto o aceptación; la concreción; la confrontación; la inmediatez o la automanifestación.
En todo el proceso debe entenderse que el núcleo central de la intervención en medio abierto es el chico como protagonista del seguimiento. Deben de conocerse los factores de riesgo (estáticos y dinámicos) y los factores de protección que configuran su situación personal; analizar y contrastar la realidad detectada con aquellos agentes que intervienen en su socialización para, en definitiva, potenciar las capacidades que presente y reconocer las dificultades y conflictos de situación y de transición, con la idea de intentar conducirlos y superarlos.
Es fundamental conocer e incidir en el entorno social del chico, tanto en el ámbito escolar u ocupacional como en el lúdico. Resulta clave conocer las características del grupo de iguales y el papel que juega en la dinámica grupal. También hay que conocer las características y el nivel de tolerancia a la transgresión que pueda existir en la comunidad de referencia. En el ámbito familiar deben trabajarse aquellos aspectos de la relación que puedan ser mejorados además de intentar que la familia se implique y entienda la situación en la que está inmerso el chico.
A partir del conocimiento anteriormente comentado es cuando pueden seleccionarse las variables específicas de cada situación, distinguiendo las variables estructurales (que deben darnos los datos objetivos), las de posición (que nos permiten saber lo que expresa el sujeto con el que se interviene) y las de respuesta (sabremos lo que realiza concretamente para conseguir lo que ha expresado).
Veamos un ejemplo que ilustre el tema planteado. Alan es un chico de diecinueve años. Desde los dieciséis ha trabajado en empleos ocasionales relacionados con la construcción, pero sin haber conseguido una estabilidad mínima. El chico no cuenta con conocimientos importantes en este ámbito de producción. Hasta aquí hablaríamos de variables estructurales.
Alan explica que quiere trabajar y que esto es prioritario para él. Tenemos así una variable de posición. Sin embargo, lo cierto es que el chico no se ha movido en los últimos meses y sólo ha comentado a algunos amigos su deseo de trabajar. Esta sería una variable de respuesta.
Es evidente que a partir de ordenar estas variables podemos valorar la situación real y planificar el conjunto de objetivos que se prevén factibles para conseguir una evolución positiva del caso y planificar las estrategias adecuadas para poderlos concretar.
En el caso de Alan, ordenar las variables nos permite conocer si la búsqueda de trabajo es realista, adecuada con respecto a las propias capacidades del chico y si éste utiliza las vías correctas. Es evidente también que contrastar el programa de intervención y consensuarlo con Alan permitirá aumentar las posibilidades reales de conseguirlo y de posibilitarle así un mayor nivel de integración social.
En definitiva, puede afirmarse que la intervención psicosocioeducativa en un contexto profesional de control comporta una doble obligación. Por un lado, al adolescente o joven que debe asistir a las entrevistas pautadas por el profesional y observar en ellas una actitud mínima de colaboración. Por otro lado, al profesional que debe desplegar las habilidades propias de su función con el objetivo de conseguir la vinculación adecuada y la adhesión del chico.
Y llegamos así al punto clave como es el de la vinculación. El profesional debe incorporar algunos aspectos relacionados con la legitimidad, el compromiso o la credibilidad con respecto al adolescente o joven, con la familia y con la comunidad de referencia. Además, es preciso que se busquen las estrategias flexibles de acercamiento con el objeto de nuestro trabajo, en lugar de esperar de manera pasiva que el adolescente o joven acepte la intervención.
En zonas de trabajo conocidas como de “patología social” y en las que son frecuentes las situaciones de disociabilidad y las de tolerancia y mitificación a las acciones transgresoras, nos encontramos con muchos seguimientos poco refractarios a la intervención. En estos barrios la posibilidad de un trabajo eficaz no se consigue sólo por el encargo institucional recibido sino, principalmente, por la referencia y la credibilidad en la intervención, que se logra a partir de la práctica profesional cotidiana y del compromiso con un proyecto que permita intentar transformar la realidad.
El desarrollo de la competencia social es fundamental para la mejora de las condiciones personales y sociales en casos de personas en dificultad y en conflicto social.
Algunos autores utilizan conceptos tales como competencia social, inteligencia social o inteligencia emocional que, definida por Goleman, se refiere a la consecución de habilidades sociales relacionadas con la interacción, integración social y desarrollo cognitivo y psicosocial de las personas y que se adquiere en un proceso de aprendizaje más o menos favorecido según las predisposiciones temperamentales y las características del entorno social en el que se desarrolla una persona.
Muchos adolescentes y jóvenes presentan una percepción errónea de hechos o de situaciones determinadas, tienen dificultades para elaborar la información que reciben o, simplemente, cuentan con pocas capacidades para tomar decisiones, resolver conflictos o relacionarse de manera adecuada según el contexto en el que se encuentren.
En definitiva, se debe ayudar a los chicos a mejorar los propios recursos personales. Algunas de las áreas en las que podemos intervenir serían:
En varias situaciones de adolescentes y jóvenes infractores nos encontramos con dificultades de control de la impulsividad; de poder razonar de manera crítica y de poder prever los pasos adecuados para conseguir un objetivo determinado o la incapacidad para reconocer y expresar los aspectos personales que le están condicionando.
En cualquier caso, es frecuente la falta de habilidades para comunicarse de manera adecuada. Habilidades como las de presentarse correctamente ante otro o las de observar una imagen en sintonía con el contexto, a menudo se presentan como muy difíciles de llevar a la práctica.
La negociación y la mediación son estrategias básicas para gestionar y solucionar conflictos de manera satisfactoria para las partes. En la situación de negociar es fundamental que los protagonistas del conflicto puedan abordarlo directamente. En la mediación podemos incorporar la intervención de un tercero, que es el mediador y que debe encargarse de crear una comunicación alternativa y de conducir la negociación de manera asistida.
En casos de padres y de hijos, probablemente se situarán en la discusión e intento de llegar a acuerdos en cuestiones concretas y que afectan a la relación y la convivencia cotidiana. A menudo, la mediación llegará como un segundo paso posterior a la orientación previa con una parte o con las diferentes partes en conflicto. En este sentido, es interesante el concepto de orientación, intermediación y posible encuentro posterior entre padres e hijo en forma de mediación que incorpora Francesca Ferrari.
La mediación servirá entonces para abordar situaciones de personas que mantienen relaciones deterioradas y que necesitan aclarar malos entendidos, además de buscar la concreción de una nueva comunicación cooperativa. Cuando las partes se legitiman y se reconocen mutuamente, el conflicto pasa a un segundo lugar y la empatía personal ofrece nuevos caminos y posibilidades.
La negociación y la mediación deben utilizarse cuando se pretende que las partes establezcan unas bases de diálogo que puedan favorecer la creación de una nueva realidad basada en la identificación conjunta y en la cooperación. Cuando el profesional de medio abierto utiliza estrategias propias de la mediación, es necesario que no esté implicado en el conflicto y que tenga claro que no va a aconsejar acerca de posibles soluciones. En todo caso, ofrece un espació común y distendido y facilita el acercamiento y la comunicación alternativa, como manera de que las partes se sientan protagonistas, tanto del conflicto como de la búsqueda de las vías para intentar solucionarlo.
La ventaja de la negociación y de la mediación no hay que encontrarla sólo en los acuerdos a que puedan llegar las partes o en la construcción de una comunicación positiva. Debe entenderse que las partes incorporan en sus estructuras mentales los instrumentos, las habilidades, los conocimientos y las actitudes que pueden evitar nuevos conflictos en el futuro. Puede, de este modo, verse a la mediación no solamente como un recurso asistencial capaz de satisfacer demandas concretas, sino que, como comenta Francesc Reina, también tiene un potencial altamente educativo que aporta modelos correctos, constructivos y cívicos de convivencia.
Se establecen, en definitiva, compromisos y concesiones, en que las partes renuncian a alguna cosa para llegar a un acuerdo satisfactorio para todos. Si se quiere conseguir que una parte conceda a la otra aquello que conviene a los dos, se le deben facilitar las razones para poder hacerlo. El acuerdo se encontrará a partir de la colaboración y la cooperación mutua y no a partir de la competencia. Como profesionales deberemos reforzar nuestras habilidades de escucha activa con el fin de ayudar a las partes a conocer sus necesidades e intereses reales y a superar las argumentaciones y posiciones iniciales que habían adoptado.
Juan es un chico de diecisiete años, que está en seguimiento por la imposición de una medida de libertad vigilada que resolvió un juzgado de menores, como respuesta a un delito de lesiones y otro de daños que el chico había cometido un tiempo atrás.
Debe de situarse a Juan como vecino de un barrio de promoción pública en el que son evidentes las mejoras que se han producido, a partir de los esfuerzos de los vecinos, de las intervenciones institucionales y de los propios cambios sociales que se han venido produciendo con respecto a algunas décadas anteriores. El barrio, a pesar de ello, presenta todavía un alto nivel de paro, una desigualdad importante entre la realidad económica de sus vecinos y entre las actividades ocupacionales que realizan. Es evidente la proliferación de actividades ilegales y el elevado nivel de tolerancia a la transgresión normativa y que se concentra en algunas zonas determinadas del barrio.
Las escuelas presentan todavía un nivel alarmante de absentismo y de fracaso escolar. El índice de analfabetismo funcional es aún muy importante. En este contexto, es frecuente la reafirmación de varios adolescentes a partir de acciones delictivas que, además, les comportan un elevado prestigio en algunos grupos de iguales. Los robos, las conducciones de vehículos y sus conductas temerarias son prácticas habituales entre muchos adolescentes y jóvenes del barrio.
Volviendo a Juan, hay que comentar que estuvo casi dos años sin aparecer por el instituto. Esto comportó que no realizara ninguna actividad formativa estructurada y que se implicara en un grupo de iguales muy actuante y en el que mostraba una actitud gregaria y dependiente con respecto a las consignas de un líder al que idealizaba y mitificaba.
A nivel familiar hay que señalar que Juan es el hermano mayor de una familia compuesta por el padre (Carlos), Juan y dos hermanos más pequeños que todavía están escolarizados. La madre murió hace cosa de unos cinco años. El padre no ha establecido otra relación de pareja. La abuela paterna y unas tías ayudan al núcleo familiar en cuestiones domésticas pero sin asumir un papel activo en la dinámica cotidiana de cuidado de las incidencias de los chicos.
El padre es un hombre trabajador y que intenta ser un referente adecuado para sus hijos. Sucede, sin embargo, que trabaja gran parte del día y que no les presta toda la atención que sería necesaria. En la familia, en cualquier caso, debe destacarse el nivel de identificación y de sentimiento de pertenencia que existe entre sus componentes.
Debido a que el profesional encargado de concretar la medida de libertad vigilada lleva muchos años en el barrio, conoce una incidencia fundamental en la historia de la familia amplia y que se refiere a la muerte de un hermano del padre, tío, por tanto, de Juan. En efecto, doce años atrás el tío era un adolescente muy conocido en el barrio y que había mejorado una situación inicial llena también de incidentes delictivos. Lo había superado hasta concretar una actividad laboral y personal normalizada y desprovista de situaciones de riesgo. Sin embargo, en una mala noche se mató conduciendo un ciclomotor después de salir de una discoteca.
Con respecto a los objetivos previstos como contenido de la medida de libertad vigilada se priorizaba que Juan fuera consciente de la repercusión de las acciones asumidas y que desapareciera su conducta delictiva. Se trataba de mejorar el nivel de dependencia del chico con respecto al grupo de iguales y de que Juan asumiera una actitud más autónoma con respecto a las acciones cometidas por el grupo referencial.
Se trataba, además, de que Juan iniciara un proceso adecuado de inserción laboral, debido a que manifestaba querer trabajar y que presentaba importantes capacidades manipulativas. Juan se puso a trabajar en una carpintería de aluminio, y supo mantener el trabajo y se implicó correctamente. A nivel grupal fue relacionándose con un grupo más reducido de compañeros e inició una relación con una chica.
En general, la situación parecía muy mejorada. El padre reconocía el cambio positivo del hijo y la superación de las preocupaciones que le había dado tiempo atrás. Tampoco había dificultades de implicación ni de orden horario. La diferencia más importante entre el padre y el hijo tenía que ver con que el padre no aceptaba que el hijo volviera más tarde de las dos de la mañana durante los fines de semana. Juan lo aceptaba a regañadientes. Sabía que el padre era en general una persona muy tolerante pero, en cambio, era inflexible en el tema del horario.
Un lunes por la mañana estalla el conflicto latente. Cuando el profesional llega a su lugar de trabajo se encuentra con que Juan le está esperando. Al mismo tiempo recibe una llamada del padre que le comunica que Juan no ha dormido en casa durante todo el fin de semana y que, por ello, va a ir a la policía para denunciar la desaparición. Obviamente, y teniendo en cuenta que se tiene al hijo delante, se recomienda al padre que no lo haga y que se espere un rato, comentándole que sabemos que el hijo se encuentra bien.
Nos disponemos a hablar inmediatamente con Juan. Nos explica que le había pedido al padre volver más tarde el viernes por la noche debido a que había quedado con la novia y con unos amigos. Consideraba que podía hacerlo y que era lógico después de una semana de trabajo. El padre se había negado rotundamente y le había advertido con pegarle si llegaba más tarde de las dos. Juan, después de estar en la discoteca y de superar la hora límite de retorno, tuvo miedo de volver, y optó por quedarse en casa de un amigo durante el fin de semana.
Con Juan, y después de escucharle, se intenta que piense en la causa que puede comportar la intransigencia del padre además de intentar legitimar a éste en hacerle ver al chico que el padre muestra un alto grado de preocupación hacia él, aunque lo exprese, posiblemente, de una manera inadecuada.
A continuación se hace venir al padre y se mantiene con él una entrevista individual que se centra en hacerle entender que el hijo ha ido creciendo, que realiza actividades acordes, que no presenta signos de consumo de riesgo y en que merece poder divertirse con sus compañeros y con la chica con la que sale. En definitiva, se utilizan estrategias que provienen de la orientación o ayuda técnica propias del saber profesional de la persona que está interviniendo.
Hay que pasar a un segundo nivel. En la entrevista con el padre sale el recuerdo del hermano que murió en accidente y de la tristeza que siente todavía. Cada vez que sale Juan, el padre sufre con la idea de que le pase lo mismo. Reconoce que el hijo no bebe demasiado y que tampoco conduce cuando sale por la noche. Se le pregunta a Carlos si ha explicado y ha compartido con el hijo la preocupación y el sufrimiento que tiene. Comenta que le cuesta hablar de estas cosas y que no tiene habilidades para explicarse. Reconoce, sin embargo, que su hijo ya no es un niño y que debe salir como los demás chicos de su edad.
La comunicación que han ido creando el padre y el hijo no ha contribuido a que tuvieran conversaciones fluidas y hablaran de los temas comunes que les preocupan. En el transcurso de la entrevista con Carlos se intenta convencerle de que puede hablar con su hijo de manera adecuada y de que éste le agradecerá su nueva actitud a partir de verle de manera más cercana y real. También se ha abordado con Juan que fuera capaz de explicarle al padre sus deseos de divertirse dentro de unos límites; se ha tratado, en definitiva, de intentar aumentar el nivel competencial de ambos.
Es el momento de juntar a los dos y de que discutan el conflicto que les concierne. Los dos prefieren verse inicialmente en presencia del profesional, que asumirá estrategias propias de la mediación. Los dos han hablado previamente de sus respectivos puntos de vista y se les ha invitado a ponerse en el lugar del otro. Después de unos momentos iniciales de mucha tensión entre ellos y en los que el mediador intenta crear el clima distendido, tanto el padre como el hijo exponen sus razones respectivas y crean una realidad en la que no hay un culpable sino en la que los dos tienen su parte de razón.
El padre puede explicar la historia del hermano y elaborar que esto no debe impedir que el hijo salga por la noche en consonancia con su edad. El hijo reconoce por su parte que es lógico que el padre se preocupe y que tiene derecho a saber lo que hará y una hora aproximada a la que va a volver. Acuerdan que cada noche que salga Juan volverá antes de las cuatro. En el caso de que se le haga tarde por alguna incidencia, se compromete a llamar al padre explicándole donde está y cuando va a volver.
Recordando las aportaciones de Pittman, podemos clasificar a los adolescentes con problemas en relación con sus familias según la tipología de adolescentes clandestinos, sociópatas, rebeldes, predestinados al fracaso, imperfectos o salvadores. Entendiendo, sin embargo, la clasificación como meramente orientativa.
La realidad actual en la intervención del profesional que ha realizado el presente artículo, se centra principalmente en adolescentes y jóvenes que provienen de algunos barrios de una ciudad de la comarca del Barcelonés y, sobre todo, de un barrio del Baix Llobregat conocido, entre otras cosas, por su alto nivel de actividad criminógena y también por los esfuerzos que se han realizado para mejorar su realidad.
A partir de la experiencia y de la casuística de los casos de menores infractores con los que se han trabajado en los últimos años en la zona comentada, la tipología menos frecuente en esta zona corresponde a la de chicos rebeldes, predestinados al fracaso o imperfectos aunque es evidente que también hay algunos casos y que, probablemente, la tipología se invertirá según la zona que observemos.
En general, los adolescentes rebeldes son aquellos que presentan muchos problemas en casa y que se concretan en forma de conflicto abierto con respecto a la relación con sus padres o con alguno de ellos. En cambio, son chicos con un buen nivel de funcionamiento social y una concreción de actividades y de rendimientos positivos a nivel académico o laboral. Puede suceder que los padres estén demasiado pendientes del hijo y que les cueste aceptar que se van convirtiendo en personas autónomas. Esto sucede a menudo cuando los padres están separados y mantienen una mala relación que se corresponde a actitudes contrapuestas entre ambos, presentando un alto nivel de permisividad por una parte y mucha rigidez por la otra.
En estos casos es básico escuchar constantemente al hijo y englobar a toda la familia en la búsqueda de alternativas, concretando reglas claras de funcionamiento doméstico que sean negociadas y que incorporen los cambios evolutivos que se van concretando a lo largo del tiempo.
En los casos de adolescentes predestinados al fracaso se trata de chicos que han podido padecer numerosas enfermedades en su infancia o que sufren deficiencias leves pero que no son reconocidas adecuadamente por parte de los padres, los cuales pueden combinar actitudes de hiper-protección, de agresividad o de negación de la realidad del hijo. En general, el hijo puede necesitar mucho la dependencia de la relación grupal y adoptar en ella actitudes gregarias.
En tales situaciones se debe trabajar con los padres la realidad y aceptación de las limitaciones del hijo, en el contexto de que valoren las capacidades que tienen y las posibilidades de poder concretar numerosas alternativas. También debe valorarse la conveniencia de que el adolescente pueda reafirmarse socialmente incorporándole a grupos organizados de tipo terapéutico, formativo o lúdico.
Otro grupo de chicos serían los denominados adolescentes imperfectos. Se trata de situaciones de adolescentes que no presentan dificultades relevantes en su propio proceso evolutivo pero que no consiguen satisfacer los deseos y expectativas de los padres, los cuales plantean un proyecto rígido respecto a sus hijos y que confunden con su propia vida. Pueden presentarse situaciones de chicos tristes y furiosos y también situaciones de padres muy distantes con la realidad de sus hijos.
Es evidente que se debe hablar del futuro de los chicos ayudando a los padres a superar sus propias insatisfacciones, a aceptar la autonomía, características y posibilidades de los hijos y ayudándolos a seguir el propio proceso en relación con las capacidades reales que presentan.
En los casos estudiados en la zona de trabajo comentada, es más frecuente encontrarnos con adolescentes a los que denominamos salvadores, clandestinos o sociópatas. Empecemos por las características de los adolescentes salvadores. Se trata de chicos que asumen un papel activo en situaciones de conflicto conyugal entre los padres y, en general, crean coalición con el progenitor al que ven como más débil y con el que se identifican.
Nos encontramos a menudo también con padres que presentan enfermedades y dificultades objetivas para ser referentes adecuados y que necesitan ser atendidos de manera permanente. En el caso de José, por ejemplo, vemos a unos padres que están intentando superar los efectos de su dependencia al consumo de sustancias tóxicas y que están en tratamiento de metadona. La adicción les ha generado unas graves repercusiones físicas. Así pues, José debe ayudarles de manera permanente.
El chico asume un papel que no le corresponde y muestra dificultades para implicarse en actividades propias de su edad. Es evidente la insatisfacción personal que siente y que, a veces, ha traducido en una actitud agresiva hacia los demás y en la implicación en delitos relacionados con lesiones y daños. Es importante buscar ayudas alternativas para los padres que permitan que José se centre en tares propias de su edad y de su situación.
La mayor parte de los casos con los que nos encontramos se podrían enmarcar en el contexto de adolescentes clandestinos. Se trata de chicos que se meten en problemas y que presentan numerosas dificultades sin que los padres lo sepan. A menudo, observamos una falta de cohesión familiar y poca capacidad de comunicación entre los diversos componentes, además de unos padres más preocupados por otros temas vitales.
En los casos que hemos estudiado nos encontramos con un total de once adolescentes a los que podríamos clasificar dentro de esta categoría. De entre ellos, en nueve casos o bien los padres estarían separados sin un acuerdo amistoso o bien uno de ellos ha desaparecido. Es así como uno de los progenitores asume la responsabilidad cotidiana y tiene problemas con tirar adelante, mientras que el otro o no existe o, por diversas razones, mantiene una actitud de distanciamiento efectivo y poco implicado.
En estas situaciones se debe intentar aumentar la comunicación entre los diversos componentes de la familia y el nivel de control, atención y supervisión de los padres con respecto a los hijos, fijando normas claras de convivencia gracias a acuerdos que sean negociados y evaluables.
Finalmente, en el barrio comentado es frecuente encontrarnos con adolescentes sociópatas. En la realidad profesional se ha trabajado en muchos casos con familias de pocos recursos pero también con familias con grandes posibilidades económicas que provienen de actividades ilegales. En definitiva, se trataría de familias en conflicto con la ideología mayoritaria a nivel social. Si los hijos realizan actividades delictivas o de riesgo podemos encontrarnos con padres que las encubren y/o fomentan.
Actualmente, por ejemplo, es preocupante el nivel de chicos menores de edad que conducen habitualmente vehículos sin permiso o licencia y que se implican en actitudes temerarias. Hace algunos años que estas conductas iban asociadas con la sustracción de vehículos. Actualmente, puede pasar que la propia familia les deje el vehículo y vea normal que los chicos lo conduzcan. Argumentarían que uno conduce los coches cuando está capacitado y que no es necesario esperar hasta los dieciocho años. El problema se agrava cuando no conocen ni pueden garantizar el uso real del vehículo y cuando, desgraciadamente, en los últimos años estamos asistiendo a demasiados entierros de chicos menores de edad que han protagonizado conducciones temerarias.
Con familias de esta tipología es evidente que se hace muy difícil intervenir de manera adecuada y eficaz, debido a la coalición entre los padres y los hijos y al nivel de conciencia de que tienen razón. Los padres sitúan las culpas en figuras y situaciones externas a la familia y pueden llegar a enfrentarse con los profesionales que intenten intervenir y a los que pueden llegar a acusar de los problemas que hayan podido tener. Es necesario recordarles, de manera prioritaria, las consecuencias de las acciones cometidas y las respuestas que pueden darse.
Volviendo a la introducción, hay que decir que he intentado profundizar en las estrategias principales de toda intervención de relación de ayuda y reivindicar la mediación como un instrumento básico y fundamental que, sin duda, puede mejorar la calidad de nuestras intervenciones profesionales.
Mediación como instrumento que, por una parte, puede complementarse con otras estrategias cuando estamos trabajando en conflictos entre adolescentes y las familias o entre los adolescentes y los demás núcleos básicos de su proceso de socialización. Por otra parte, la mediación como un instrumento que, probablemente, hemos utilizado de manera constante sin, tal vez, ser conscientes plenamente o sin hacerlo con la plenitud y posibilidades que nos permite profundizar en la formación y conocimiento de su metodología.
Finalmente, hay que comentar que desde mi práctica laboral me parecen clave los conceptos de vinculación o de referencia profesional en un territorio o comunidad determinada. No sólo es importante que mejoremos nuestras habilidades profesionales sino también que valoremos correctamente las características concretas que presenta cada adolescente, cada familia y cada entorno, como la manera de diversificar y ajustar nuestra intervención a la realidad de cada situación determinada.