Mª Ángeles Hernández Prados, profesora del Departamento de Teoría e Historia de la Educación en la Facultad de Educación de la Universidad de Murcia
TÍTULO | Educar desde la precariedad. La otra educación posible. |
AUTORÍA | Gárete Rivera, A. y Ortega Ruiz, P. |
EDITORIAL | Mexicali: Cetys (Baja California, México). |
AÑO | 2013 |
Una vez más somos testigos de cómo el encuentro discursivo entre dos personas tan distantes en el espacio físico (Murcia y Mexicali) sobre los planteamientos teóricos que sustentan la educación en general, y en particular en situaciones de precariedad, ha dado como fruto un libro en el que los relatos narrados son el inicio de la experiencia educativa que queda a cargo del lector. El apasionante diálogo que mantienen los autores en sus múltiples encuentros, nos invita no sólo a la búsqueda de respuestas, sino a la formulación de cuestiones, siendo precisamente la pregunta, en cualquiera de sus dimensiones, la propia o la del otro, la que promueve la espera como signo de confianza y esperanza, la que nos interpela demandando una respuesta ética, y el hilo conductor en todo este manuscrito, tal y como mostramos en esta reseña.
¿Qué es esperar? Son preguntas no formuladas por temor a perderlas, es aferrarse a la vida, confiar en lo posible y construir puentes de esperanza hacia la búsqueda de lo que se ama, se quiere y se espera. Lejos de la pasividad que suele acompañar a la espera, los autores, la definen como construcción personal, con la acción y el compromiso que implica todo proceso de elección. Pero es precisamente el testimonio de Arturo, un adolescente jornalero que inicia su andadura en la escuela a una edad avanzada, el que les lleva a contemplar en su reflexión la construcción de la esperanza en situaciones precarias, así como la necesidad de ayuda y empuje para romper con las distracciones que nos arrastran a un proyecto vital colmado de rutinas cíclicas de las que es difícil salir.
Otra cuestión se hace presente en el segundo capítulo de este libro: ¿Qué papel desempeña la familia en la educación? Sin negar la crisis de transmisiones de Duch, pero si la desocialización a la que se ha visto envuelta la familia (Touraine), los autores reconocen la escasa labor pedagógica presta a la acción educativa que diariamente se produce en el interior de la vida familiar, a pesar de ser comunidad de sentimientos y libertad, espacio de comunicación y acogida, y nido indiscutible de las primeras experiencias morales del niño. La historia vital de Poli, abandonado por su mujer dejando a su cargo a dos hijos, les lleva a plantearse la dificultad de educar desde las grietas, tanto en la familia como en la escuela.
Quizás para algunos, ante la pregunta ¿está presente la pedagogía de la alteridad en la desprotección y el abandono?, hubiera sido suficiente con una afirmación o negación para responder, pero a los autores les lleva a plantear un nuevo modo de entender y vivir la educación desde la responsabilidad, arrancándola del proceso de desnaturalización en el que se ha visto envuelta. Una responsabilidad que parte del reconocimiento y acogida del otro, un ser situacional e histórico, singular y concreto, que vive sumergido en un contexto de incertidumbre. No se educa en tierra de nadie. No se educa al alumnado desde lo abstracto. La pedagogía de la alteridad reconoce el contexto y desde ahí despega.
Por otra parte, la experiencia vital de Margarita, una profesora que educa desde la precariedad, llevó a Alberto Gárate a formular a Pedro Ortega la siguiente cuestión ¿era el contexto de otras décadas más favorable a experiencias educativas centradas en los valores que el de hoy? El discurso antropológico y ético en el que necesariamente debe enmarcarse la educación no es una cuestión de actualidad o modas pasajeras. Se trata de una forma de entender la vida que nos predispone a interaccionar con los otros de una determinada manera. Reconocidas las limitaciones de la ética Kantiana de los principios, con prácticas contemplativas tras el discurso moralista docente, siempre cegados por la ansiada conquista de la autonomía moral, nos sumergimos en una ética de los sentimientos como fuente de la respuesta moral (Levinas), una moral heterónoma que sitúa al docente junto al otro (es el otro el que me interpela, me cuestiona y da sentido a lo que soy).
Dos testimonios de relación ética entre educador y educando, junto a la propia experiencia de acogida vivida en su infancia por el profesor Ortega, son los que se recogen en el capítulo quinto de este libro, destinado a profundizar en la alteridad como modelo de educación que hunde sus raíces en la práctica de la compasión. El discurso, los saberes y la explicación es lo propio de la enseñanza o instrucción, pero nada tiene que ver con la educación. La pedagogía de la acogida demanda el reconocimiento, aceptación y encuentro del otro, hecho realidad en un diálogo testimonial que no requiere necesariamente ser verbalizado.
Desafortunadamente dos capítulos nos separan del final de este libro colmado de sabias palabras impresas. El penúltimo de ellos, centrado en los valores, que se han convertido en objetivo deseable pero no manifiesto, arrancado de su hábitat natural, las familias, para escolarizarlo, la mayoría de las veces, como un contenido disciplinar, cuando en realidad la experiencia es el único modo de aprendizaje de los valores. El tacto, la pasión y el reconocimiento de la necesidad del otro son algunos de los rasgos que diferencia al maestro del que vive la docencia meramente como el trabajo con el cual ganarse la vida.
Por último, Garate se cuestiona ¿Cómo puede el docente aplicar la pedagogía de la alteridad en un mundo de precariedad? La respuesta educativa puede surgir en los contextos y situaciones más inesperables, pero requiera de la disposición al otro, abierto al reconocimiento, al diálogo, a la escucha, a la comunión e interdependencia.