Josep Maria Bastús i Comelles. Educador Social, Director de la Residencia AVIDI, para mujeres solas o con hijos y en situación de exclusión social
Esta colaboración tiene un carácter testimonial y recupera un momento de mi biografía y de mi carrera profesional en el que tuve la oportunidad de poder compartir un espacio de reflexión y pensamiento con Faustino en un “Seminario”, junto a otros educadores y educadoras, durante los años 1984, 1985 y 1986. Poco después de acabado el segundo curso Faustino murió, en noviembre de 1986. Pero la importancia y la intensidad de lo allí experimentado me ha acompañado y me acompañará siempre.
A modo de introducción, permitidme que me ubique y que manifieste el sentido de este artículo que versa sobre una relación profesional –aunque el efecto que ésta tuvo, fue de carácter global sobre mi persona y mi entorno- con Faustino.
Cuando desde RES se propone dedicar un número a rescatar historias de la Educación Social, comenté con varios amigos la posibilidad de intentar reflejar lo que viví con Faustino, cómo éste trascendió, fue más allá de lo que en mi entorno nos planteábamos, qué era trabajar con jóvenes.
Personalmente ya hace dos años que he iniciado un camino de “vuelta a los orígenes”; he ido abandonando las actividades de tipo formativo y organizativo: cursos, seminarios, escritos, supervisiones y responsabilidades en organizaciones, para como decía Faustino, volver a tomar el pulso de lo que es real, que no es otra cosa que la relación directa entre educando y educador, la cual debería seguir constituyendo la herramienta esencial de todo educador.
Y aquí estoy, centrado en mi entorno, intentando tirar adelante experiencias de innovación en tiempos de crisis (que muchas veces no son otra cosa que volver a hacer lo que hacíamos con Faustino: crear -con pocos recursos, pero con imaginación, ilusión y creatividad – modelos válidos y sobre todo útiles de intervención socioeducativa en entornos de marginación). Y no puedo resistir el volver a escribir y relatar esa experiencia, puesto que como he indicado anteriormente, Faustino, en mí, trascendió la dimensión de compañero-formador. Creo sinceramente que para mí, en el contexto en que se dio mi encuentro de más dos años con él, Faustino se convirtió con el paso del tiempo, en mi Maestro Profesional.
En mi devenir profesional he tenido la oportunidad de comprobar en múltiples circunstancias, centros y situaciones, la validez, la utilidad y la actualidad de sus aportaciones. Aún hoy, 26 años después de que nos dejara, sigo sintiéndome discípulo suyo; evidentemente también he bebido de otras fuentes, pero la concreción de las herramientas que nos facilitó Faustino la he encontrado pocas veces.
Recordando a Faustino tengo que reconocer que tuve el privilegio y la oportunidad única de coincidir en un tiempo y un espacio únicos: la Barcelona de los años 80, enfrascada en la generación de los servicios sociales; saliendo de las cavernas del franquismo, avanzando para superar la beneficencia oficializada e intentar entrar en los servicios sociales promovedores de la autonomía de les personas y de la consciencia de sus derechos como tales; unas administraciones que parecía que apostaban por el cambio; unos profesionales, la mayoría con formaciones y titulaciones muy diversas, pero con una motivación y unas ilusiones enormes, etc. Y yo, educador novel, a finales de 1984, habiendo entrado a trabajar en la Residencia Juvenil Fábregas de los Hogares Mundet de Barcelona (Diputación de Barcelona), cargado como la mayoría con unas ganas tremendas de luchar contra la marginación y la injusticia social, tuve la oportunidad de conectar, a través de Ferran Casas, con un educador especializado, que tenía años de práctica transformadora e innovadora y que dirigía un colectivo juvenil del ayuntamiento de Barcelona en el Poble Sec. Este educador, Faustino, estaba promoviendo un seminario de discusión y profundización sobre “La Profesión del Educador Especializado”; un espacio de teorización entre 8 educadoras y educadores (1) que trabajaban todos ellos con jóvenes, en diferentes instituciones de Barcelona (Generalitat, Ayuntamiento y Diputación).
Se me hace difícil expresar lo que supuso este seminario en mi vida profesional y personal: en ese contexto sociopolítico e histórico, el Maestro (entrado en los 50) que busca transmitir y profundizar con la juventud, sumar la experiencia de los años con la fuerza de la novedad; unos jóvenes (la mayoría estábamos alrededor de los 26 años), una profesión nueva y un mañana que conquistar y construir. Esta combinación no la he vuelto a vivir ni a experimentar. Lógicamente, por el contexto parecería irrepetible, aunque de esto podríamos hablar largo y tendido en otro espacio.
Nos encontrábamos los martes, cada 15 días, en casa de Faustino, de 8 a 10 de la noche; con temas preparados de antemano de forma rotativa por los diferentes miembros del grupo, asumiendo Faustino el rol de moderador y sintetizador de los debates y de sus contenidos (lógicamente y de forma totalmente asumida por el grupo, en sus síntesis había interpretaciones tanto de la dinámica de la sesión como de sus contenidos. Me hace sonreír especialmente recordar ahora el término de “locomoción del grupo” con el que analizaba muy lúcidamente el devenir de la reunión y los diferentes climas que se habían producido durante la misma). Realmente, la sistematización de los debates y de la recogida de los mismos, la intensidad de Faustino en la promoción del uso correcto de cada vocablo, de la interpretación de cada concepto, me hizo extremadamente consciente del valor de las palabras, de su inmenso poder para sanar, o para agredir, confundir, etc.; de lo importante que es para un educador saber escuchar profundamente al otro, respetarle y como la palabra forma parte del compromiso fundamental de estar con el otro, junto al otro, no enfrente ni encima, sino junto a la persona.
También me introdujo en el concepto radical de educación como acompañamiento, y el que acompaña, no guía, no conduce, no dirige: va al lado.
Otra de las muchas cosas que aprendí de Faustino es lo que estoy haciendo actualmente: intentar encontrar el equilibrio entre la práctica educativa y la reflexión sobre la misma. El reivindicaba que los educadores tenemos que reflexionar sobre nuestra propia praxis profesional para construir nuestro propio discurso educativo y pedagógico, (2) incorporando aportaciones de otras disciplinas, pero siempre sobre la teorización de nuestra propia experiencia profesional de educador. Después de años en la organización, la formación, la supervisión, al volver a pisar el terreno a conectar con la realidad, he constatado, sin que fuera mi voluntad consciente, que realmente el mensaje, las aportaciones teóricas y prácticas de Faustino,(3) siguen siendo actuales y aplicables.
En este contexto él reclamaba la equiparación entre profesionales que intervenían en el “hecho educativo” cito textualmente de un documento del seminario:
“Si de hombre a hombre va cero, de profesional a profesional el abismo no es tan insondable, sobre todo si no se les reduce (a los educadores) a meros ejecutores, lo que presupone, entre otras cosas, apoyo logístico para poder trabajar con profesionalidad”.
Actualmente esta reivindicación puede parecer exagerada, aunque creo que sigue siendo vigente en muchas entidades, empresas y administraciones. Quiero recordar que en esa fecha, 1984, yo estaba contratado por la Diputación de Barcelona con la categoría de “mozo de almacén”, ejerciendo como educador en una Residencia Juvenil, con chavales de entre 15 y 18 años. Y que era frecuente en todos los equipos que los responsables institucionales delegaran las decisiones sobre los criterios educativos de los centros en profesionales de otras disciplinas que no estaban en los propios centros, o que no tenían el conocimiento de la práctica de la intervención directa; estos profesionales eran fundamentalmente psicólogos y trabajadores sociales, en cuanto que eran profesiones ya establecidas y reconocidas; mientras que la profesión de Educador (Social) no se reconoce hasta la década de los 90.
Hay un tema que me ha preocupado personalmente a lo largo de mi vida profesional y que tiene una relación muy estrecha con algunos de los contenidos trabajados con Faustino: la relación del educador con las administraciones (y empresas) de las que depende. Me da la sensación –ojalá fuera equivocada!- que estamos perdiendo espacios de libertad y de creatividad. Las directrices de las empresas cada vez están más teñidas de gestión económica o economicista y la dimensión educativa pierde peso e importancia, sin encontrar en el colectivo de educadores la fuerza, el contrapeso necesario para mantener los objetivos socioeducativos (la Inserción Crítica en la Sociedad) en el centro del debate sociopolítico de los ámbitos educativo y de servicios sociales.
Para mí, ésta es una de las aportaciones centrales de Faustino, la reivindicación de la necesidad de crear un discurso socioeducativo propio y potente para evitar que otras disciplinas –y como también él decía: otros personajes y personajillos- más alejadas de la realidad en la que se da la vida, en la que acontece lo que verdaderamente es vital, tomaran las riendas de las decisiones técnico-políticas y que pudieran intentar convertir la acción social en un conjunto de datos estadísticos meramente cuantitativos, sin contemplar los objetivos reales –los que permiten la transformación de las personas y de las circunstancias que generan las desigualdades-, puesto que quedan demasiado lejos de su realidad en los despachos técnicos y políticos.
Otro de los mensajes de Faustino, que siempre he tenido presente, es el de que el educador especializado (así se llamaba en los años 80) ha de ser agente de transformación social; de otra manera no es educador y pasa a ser controlador. Esta es una elección individual: podemos escoger entre ser agentes de transformación o ser agentes de control social. Podemos escoger donde poner nuestra fidelidad, en la entidad que nos contrata y nos paga, o en las personas para las que y con las que trabajamos. Podemos escoger entre trabajar para acompañar a personas autónomas, conscientes y críticas, o formar personas dependientes de profesionales e instituciones públicas y privadas. Faustino siempre defendió –como Freire- que no existe la neutralidad: en una sociedad dual, donde hay opresores y oprimidos no existe la tierra de nadie, o estás con los oprimidos, o estás con los opresores. El silencio, la “neutralidad”, benefician siempre a los poderosos, a los opresores.
Estos dos apuntes que acabo de presentar resumen de forma muy sucinta la evidente y muy explícita dimensión política y combativa de Faustino: estar alerta con el poder político porque sus intereses no son los mismos que los nuestros. Teníamos que llegar a conquistar espacios de poder y de representación para evitar que las políticas se alejasen de la realidad de la marginación. Lo que se dibujaba en los despachos no era real y no debíamos permitir que fuera eso lo que se definiera como “política social”. Para conseguir esa presencia e influencia, teníamos que saber estar presentes, dispuestos, militantes y alertas. Faustino nos apremiaba siempre a que habláramos mucho de política en los centros, en los equipos; a que no nos dejáramos llevar. De hecho, su propia vida y dinámica institucional estuvo muy marcada por conflictos graves con el estamento técnico-político, que nada más llegar al poder, solía empezar a alejarse de las bases sociales en las que se había sustentado en su proceso de conquista democrática.
Faustino fue, y para mí sigue siéndolo de alguna manera, un agitador social y político en un contexto de cambio social muy rápido. Pero no fue sólo esto, fue ante todo un educador que trabajó, reflexionó, creó e innovó en la Educación Especializada. Fue un pensador de la educación, un pedagogo, que nos legó muchas aportaciones concretas y útiles, normalmente en forma de “Claves de Interpretación”.
Faustino quería hacernos pensar, reflexionar, debatir. Creo que en su interior sentía, o pensaba, que si los educadores pensábamos, reflexionábamos, debatíamos, seríamos más difícilmente manipulables, seríamos menos dóciles, más exigentes y más libres y conscientes, y consecuentemente, si hacíamos que los chavales pensaran, reflexionaran, debatieran, etc., ellos mismos devendrían más conscientes de su libertad.
Hay muchos conceptos y herramientas que vienen reiteradamente a mi cabeza desde aquel Seminario. La mayoría de ellos los he utilizado y promovido durante mis años de práctica y de supervisión y los vuelvo a utilizar y promover actualmente en mi vuelta a la atención directa; siguen siendo plenamente útiles y válidos. Herramientas para analizar las distancias profesionales que se establecen en el seno de un equipo y que suponen un análisis del equipo en sí. Y de la diferente tipología de educadores que existen en él. El papel del educador y del equipo como estructuradores de la personalidad de los chavales. La interpretación de las influencias y el dispendio de energías, necesariamente contrapuestas y que suelen devenir en conflictos importantes, que suponen el equipo educativo; los chavales o educandos; el entorno y la administración (la entidad contratante).
Pero sobre todo, para mí, Faustino encarna el valor de las palabras y de los conceptos; la consciencia de la trascendencia y del compromiso que supone nuestra palabra, lo que decimos tiene que ser muy consciente y nos compromete a su ejecución. Fruto de esta influencia, yo he hecho muy mío a lo largo de mi vida profesional el objetivo central del “trabajo con personas inmersas en la inadaptación por causas sociales” que de él aprendí: la Inserción Crítica en la Sociedad, en contraposición a una inserción aséptica o meramente adaptativa.
Guerau de Arellano, F. (1985). La vida pedagógica. Barcelona: Rosselló Impressions.
Guerau de Arellano, F.; Plaza, J. M. (1982). Pioneros, una experiencia educativa. L’Hospitalet de Llobregat: Gràfiques Reven.
Guerau de Arellano, F.; Trescents, A. (1987). El educador de calle. Barcelona: Rosselló Impressions.
1.- Que éramos, además del propio Faustino Guerau de Arellano: Domingo Martínez, Cristóbal Martínez, Flor Majado, Gabriel Sanz, Fernando Matute, Carlos Sánchez-Valverde y yo mismo.
2.- El nombre con el que denominábamos a nuestros encuentros era el de “Seminario de Pedagogía”.
3.- En el transcurso de los dos cursos que el Seminario fue operativo, Faustino editó sus libros “La vida pedagógica” y “El educador de calle”.