Montse Capel. Educadora social. Trabajadora social del Ayuntamiento de Les Franqueses del Vallès y actriz.
Los profesionales de la animación, incluso ahora que ya hemos cruzado la puerta de paso del siglo XX al XXI, aún tenemos pendiente, de forma mayoritaria, atrevernos a teorizar sobre nuestra propia práctica profesional, o al menos, a escribir lo que hacemos de manera rigurosa y sistemática, siendo probablemente modelos efectivos de trabajo. Las cuestiones más importantes de la animación sociocultural son indudablemente las derivadas de la participación. Entre éstas encontramos la mediación y la acción creativa, dos líneas de trabajo fundamentales que han estado siempre presentes en la práctica del trabajo sociocultural y que ahora toman fuerza a nivel particular desde ámbitos periféricos de la profesión de la educación social. En este texto se presenta una dimensión escondida de la educación social, que convive y va de la mano de las tradicionales dimensiones social, cultural y educativa. Es la dimensión arte-comunitaria. Una dimensión en la que únicamente pueden actuar profesionales con capacidad de generar procesos colaborativos de participación, donde las artes (acción creativa) y las relaciones interpersonales (mediación) son la clave del desarrollo sociocultural de una comunidad.
En el momento de reflexionar sobre la práctica de la animación sociocultural (de ahora en adelante y como no podía ser de otra manera, la llamaremos ASC) y fruto del bagaje que nos da el paso del tiempo, nos damos cuenta de que demasiado a menudo hemos pasado de puntillas por encima de algunos conceptos básicos de esta metodología de intervención. Conceptos que hemos ignorado quizás tanto como los hemos utilizado, a pesar de que siempre han estado presentes en este modelo de trabajo educativo, social y cultural, y sobre los que nos ha costado focalizar nuestra mirada. Hablo de la mediación y de la acción creativa.
Es indudable que a los profesionales de la acción social les toca desarrollar un claro rol como mediadores. Quizás no tan orientado hacia la resolución de un conflicto concreto (que en ocasiones también se da), sino desde la perspectiva de la intervención mediadora que hay que efectuar entre los intereses particulares del grupo o comunidad con el que estén interviniendo y las posibilidades reales de consecución de los mismos. Los profesionales, pues, deben tener en cuenta ambas partes, los intereses y las posibilidades, y buscar estrategias para acercar los diversos posicionamientos individuales y/o de grupo, para la consecución del objetivo comunitario definido en el proyecto de intervención.
Este rol profesional de los educadores y educadoras sociales que actúan en el ámbito de la ASC tiene que ser por definición completamente imparcial. Es decir, no puede dar lugar a la implicación personal, ya que los podría situar en una posición vulnerable o de no ayuda y que dificultaría la búsqueda de estrategias para llegar a los objetivos propuestos. Sin embargo, es evidente que cada profesional lleva su propia mochila llena de valores, de percepciones, de prejuicios y de experiencias, que los predispone a actuar de una forma u otra, al igual que las personas con las que interviene. Y como profesionales que precisan de la mediación, han sabido y saben identificar y controlar todos aquellos aspectos que pueden perjudicar su intervención. Un control que ejercen y que les viene dado por el saber hacer, por el sentido común, por el necesario grado de desarrollo personal que constantemente hay que ir trabajando, por el aprendizaje y la experiencia adquirida a través de la práctica profesional, y por el estudio y el conocimiento de técnicas específicas dirigidas a tal objetivo.
El ejercicio de este rol de mediación los lleva a la transformación y al establecimiento de nuevas relaciones sociales. Es decir, que en el marco de una práctica habitual como puede ser la organización de actividades diversas de tiempo libre o de ocio cultural, éstas van dirigidas a conseguir, entre otros objetivos y finalidades, la mejor relación entre las personas. En esta práctica, los educadores y las educadoras sociales realizan una mediación indirecta entre individuos, para conseguir un buen entendimiento y un cambio en los mismos. A su vez, se potencia la transformación de la realidad de los individuos de una comunidad, para crear un efecto multiplicador que, posteriormente y en consecuencia, pueda propiciar un cambio o transformación social que influya en el comportamiento, en el posicionamiento y en las actitudes de las personas. Está claro, pues, que los educadores y educadoras sociales que actúan en la rama de la ASC, son una tercera persona que realiza una acción de mediación desde la objetividad, para crear nuevas y mejores formas de relación entre los individuos.
La mediación como acción nos lleva a la creación. Precisamente por este motivo, podemos decir que en la práctica de la ASC, la acción creativa surge de forma casi inevitable y se puede entender desde dos puntos de vista diferenciados.
El primero se refiere a las capacidades de los propios educadores/animadores, que tienen que ser, necesariamente, creativas al programar y diseñar las actividades que mejor responderán a lo que se han propuesto conseguir. Unos profesionales que tendrán que desarrollar su ingenio a la hora de resolver problemas y que serán especialmente imaginativos al definir estrategias de intervención.
Otros momentos en que los profesionales ponen de manifiesto su capacidad creativa, es al enfrentarles a imprevistos o situaciones en las que surgen cuestiones con las que no se contaba ya que, como es sabido, actúan en una realidad que está en cambio continuo y en la que se dan muy fácilmente situaciones no previstas. Situaciones que aunque pueden ser similares a otras anteriores, difícilmente serán iguales en todos sus aspectos y, por tanto, las respuestas o decisiones aplicadas con anterioridad para la correcta resolución de un caso probablemente ahora no funcionen y/o no sean efectivas. Cada momento, situación o circunstancia tiene sus particularidades y singularidades y esto hace que tenga algo de irrepetible. De aquí la importancia de desarrollar constantemente la necesaria capacidad de los profesionales para crear nuevas respuestas y alternativas de forma racional.
El segundo punto de vista que nos permite acercarnos a la acción creativa, tiene que ver con las propias actividades que se organizan y que se llevan a cabo a través de alguna disciplina artística. A menudo, muchos profesionales hacen uso de técnicas de expresión y utilizan diferentes lenguajes expresivos para llevar a cabo las actividades diseñadas, siempre en relación con los objetivos marcados respecto a los individuos, grupos o comunidades. También son muchos los equipamientos y servicios que organizan actividades relacionadas con la creatividad y que a menudo, bajo el nombre de trabajos manuales o plásticos, o bien en formato de talleres, ponen al alcance de todo el mundo la posibilidad de descubrir y de aprender unas técnicas que posteriormente pueden dar unos resultados creativos y también pueden potenciar la capacidad de creación de las personas.
Hay que tener en cuenta que, en muchas ocasiones, las actividades no se han planteado bajo la mirada del arte, sino de la educación, poniendo énfasis en el proceso de trabajo y de relación en el grupo, sin preocuparse demasiado por la calidad técnica en si, o por el resultado que este trabajo pueda tener. Así pues, actividades programadas para el tiempo libre de la población en general, como talleres, salidas o juegos, serán un hilo conductor y un pretexto para trabajar ciertos aspectos educativos que ayuden al crecimiento y al desarrollo de ésta, tanto a nivel individual como relacional con el resto del grupo, al tiempo que favorezcan el hecho de asumir y desarrollar unos valores y unas actitudes que ayuden al crecimiento personal. En este sentido no es tan importante el tipo de taller o actividad creativa que se desarrolle, sin tener en cuenta la calidad más o menos alta del resultado -ya que ésta depende de variables diversas como el tipo de grupo al que se dirige, los recursos disponibles o el grado de conocimiento de las diferentes técnicas por parte de los profesionales- sino que lo que se prioriza es el proceso creativo y su orientación.
Sin embargo, los profesionales son conocedores de las potencialidades que muchos lenguajes expresivos disponen y los utilizan pensando en la consecución de objetivos claramente definidos. Así pues, a nivel relacional se proponen lenguajes vinculados principalmente con las artes escénicas, como el teatro, la danza, la música, el canto, etc. en que el trabajo de grupo se vuelve imprescindible. A otros niveles, se hacen propuestas que buscan incidir más en el desarrollo de la destreza manual, como por ejemplo los talleres que potencian la motricidad fina en colectivos de personas con disminución, o que favorecen la expresión de sentimientos y pensamientos, y el desarrollo de las habilidades, donde se utilizan frecuentemente lenguajes de tipo más plástico, de escritura, u otros.
Esta capacidad profesional para el desarrollo de lo que llamamos acción creativa, ha sido contemplada ya desde los inicios de la ASC en la propia formación de los profesionales. Una formación que ha puesto especial énfasis en el reconocimiento de la existencia de las distintas expresiones y lenguajes artísticos, ya sean del ámbito de las artes escénicas, de las artes visuales o de las artes literarias, entendidas siempre como medio idóneo para impulsar nuevos procesos de trabajo sociocultural. Así pues, el profesional de la sociocultura puede promover actividades relacionadas con el arte, bien porque las utiliza como pretexto, bien porque son una finalidad en ellas mismas. Lo más destacable, sin embargo, es que siempre tendrán que responder a unos objetivos de participación y diálogo, en que la implicación de la gente se dé en todo el proceso, es decir, desde la toma de decisiones hasta la ejecución. De esta manera la intervención profesional se adaptará al tipo de grupo, de colectividad o de comunidad a la que se dirija y estará alerta a los continuos cambios que se produzcan, teniendo en cuenta especialmente las necesidades y los intereses del grupo, así como las aportaciones, las preocupaciones y los límites que puedan aparecer de nuevo.
Llegados a este punto de identificación y reconocimiento de la mediación y de la acción creativa como conceptos básicos en el trabajo sociocultural, nos daremos cuenta de que la ASC adquiere la dimensión arte-comunitaria en el momento en que entran en acción la mediación y la acción creativa como metodología de intervención.
Partimos de la certeza de que la práctica de la ASC en el marco de la educación social, actúa en tres dimensiones bien diferenciadas y destacables, relacionadas, a su vez, entre sí. Por un lado, encontramos la dimensión social, que alude a la necesidad que tiene el individuo de relacionarse con otras personas, comunicarse, establecer contactos y vínculos que le hagan sentir miembro de una comunidad y que le estimulen y garanticen su desarrollo y crecimiento como persona.
Por otro lado, existe la dimensión cultural, en la que hay que destacar toda la serie de valores y creencias propias de una comunidad y la relación que han desarrollado con su entorno para adaptarse al mismo y sacar el máximo provecho y rendimiento. En este ámbito cultural es en el que se incluyen los lenguajes artísticos, como medios de expresión de estas ideas y valores que los definen, así como muestra de su realidad.
La dimensión educativa, principalmente a nivel no formal, es la que contempla todo lo relacionado con las formas de aprendizaje, con la transformación y búsqueda de un mayor bienestar y con el desarrollo como individuos y como sociedades.
En el momento en que incorporamos la mediación y la acción creativa en nuestra metodología central de intervención, aparece una nueva dimensión de carácter transversal que matiza las tres dimensiones descritas. Es la dimensión arte-comunitaria. Esta dimensión diferencia la ASC de otras disciplinas que también contemplan o que también inciden en las dimensiones social, cultural y educativa de las personas. La confluencia de estas dos variables aplicadas al trabajo (la mediación y la acción creativa), influyen directamente y de manera efectiva en las tres dimensiones básicas. Esta influencia es un estímulo que generará una respuesta creativa sorprendente, un cambio.
La dimensión arte-comunitaria pone el acento en la mediación como forma de mejorar la relación entre los individuos y su entorno y es potenciadora de las capacidades comunicativas y de resolución de conflictos de los miembros de una comunidad. De igual manera, pone el acento en la acción creativa dirigida al grupo sin olvidar la individualidad de las personas, aspecto singular que define y caracteriza la pluralidad de una comunidad o un colectivo. Esta dimensión obliga al profesional a hacer una mediación original, no entre personas como es habitual, sino entre los lenguajes artísticos y expresivos y la comunidad.
Actuar profesionalmente en esta dimensión significa tener en cuenta que las personas se relacionan con el entorno a partir de tres capacidades innatas: la receptividad, entendida como percepción del entorno con los cinco sentidos estando atento a todo lo que nos rodea; la expresión, como medida que refleja la manera de comunicarnos a través de los distintos lenguajes expresivos, ya sean orales, corporales, plásticos o visuales; y la creatividad, definida como herramienta de desarrollo y crecimiento, de mejora, para buscar alternativas, cambios y situaciones nuevas. Al contemplar estos ámbitos -receptividad, expresión y creatividad- es cuando nos damos cuenta de cómo trabaja la ASC y toma en consideración los aspectos humanos más básicos, incluso primarios, que inciden mediante estímulos, en el desarrollo de la dimensión arte-comunitaria, poniendo a su vez de manifiesto, la relación existente entre ésta y las otras tres dimensiones fundamentales.
Para una correcta actuación, los profesionales han de partir, entre otras cosas, del conocimiento y del análisis de las características y de las capacidades de las personas con las que intervienen, valorándolas de forma continuada, para mejorar la intervención y la relación. Intervenir mediante estímulos en la dimensión arte-comunitaria, significa crear espacios y facilitar momentos y acontecimientos donde se puedan elaborar o reelaborar las relaciones, siempre basándose en los sentimientos positivos.
A través del arte se puede enriquecer la vida de las personas y estimularlas para que sean capaces de desarrollar sus propias capacidades de expresión y de creación. En la dimensión arte-comunitaria hay que favorecer que las personas sean capaces de expresar su manera de ver y de interpretar la realidad que las rodea, y que se pueda definir un espacio propio y participativo para los miembros de la comunidad, donde puedan expresar, a través del arte, sus preocupaciones, necesidades, inquietudes o deseos, siempre a partir de lo que podemos llamar como “lo propio” y teniendo poder de decisión sobre el proyecto. Con estas actuaciones de marcado carácter colaborativo, se generan actitudes, ideas y proyectos, se transmite una ideología y el arte puede convertirse en un medio para la transformación social. El arte, en esta dimensión que nos ocupa, es un vehículo a través del cual se pueden decir muchas cosas e, incluso, puede ser generador de cambios en un entorno en el que uno no quiere o no quisiera estar. También produce una ruptura con el individualismo, ya que se realiza como una acción desinteresada a favor del bienestar del otro y promueve la responsabilidad social que tenemos con nuestros semejantes. El arte se trabaja con el otro.
Hablar de la búsqueda de la transformación social a través del arte, significa hablar de la finalidad que persigue el desarrollo cultural comunitario (conocido también como DCC), que actúa de manera preferente en la dimensión arte-comunitaria y promueve actividades de carácter colaborativo que ofrecen a las comunidades la oportunidad de compartir sus experiencias, de crecer de forma creativa y de ser activos en el desarrollo de su propia cultura. La colaboración entre comunidades, educadores y artistas, persigue como resultado final un producto artístico para la transformación social, la base del cual es el diálogo con y entre la comunidad. El educador/a que actúa en este ámbito tiene que fomentar la participación y el intercambio entre las personas participantes en un proyecto concreto, donde la metodología principal se fundamenta en el uso de algún lenguaje expresivo y artístico de los citados anteriormente.
En párrafos anteriores se ha comentado que, en ocasiones, no se pone el acento en el resultado final y que el producto que surge es la simple consecuencia del desarrollo de una actividad. Hay que advertir que cuando actuamos en la dimensión arte-comunitaria, debemos poner especial atención en el proceso, pero también debemos ponerla en el producto. El resultado del trabajo y de la dedicación del colectivo participativo es muy importante, ya que es lo que transmitirán fuera del grupo y lo que será reconocido por la comunidad más amplia. El producto resultante tendrá un sentido, ya que si se ha escogido esa actividad y no otra, es por unos motivos concretos que favorecen a priori la consecución de lo que queremos conseguir. Es decir, si al concluir el proceso de realización de un proyecto, identificamos la creación de un producto, debemos orientar el propio proceso hacia la calidad del producto.
Los proyectos que inciden en la dimensión arte-comunitaria se desarrollan a partir de un trabajo personal en colaboración, donde las herramientas están dentro de cada uno y donde todo el mundo tiene espíritu creador; únicamente hay que tener en cuenta que, en ocasiones, es preciso que alguien conduzca el proceso de trabajo. Ese alguien es el educador/a social, un profesional que debe hacer de mediador entre la capacidad creativa de la comunidad y el trabajo de descubrimiento de la expresividad que les ofrece un artista.
Otro aspecto clave que potencia este tipo de proyectos, es que las personas con las que se actúa pueden participar en su entorno inmediato, dentro de su comunidad, barrio o ciudad, favoreciendo así que no se queden encalladas en pensamientos negativos; al contrario, las lleva a iniciar una acción que las anima a transformar esa realidad que no les gusta, en un primer momento a través de la expresión de este hecho y después con una actuación concreta que dé una vía de salida a estas inquietudes. De esta manera, el conflicto o preocupación se deja de percibir como un hecho negativo y puede llegar a ser impulsor de fortalezas y enriquecedor en la medida que nos da la oportunidad de conocer otras realidades, poniéndonos en el lugar del otro, así como de ser creativos y de pensar en alternativas de respuesta que nos obligan a mejorar nuestra comunicación y nos obligan a plantearnos cuestiones que de otra manera hubiéramos pasado por alto.
En el marco de la dimensión arte-comunitaria, tanto la mediación como la acción creativa pretenden poner en contacto a las personas a partir de las posibilidades que les ofrecen los distintos lenguajes expresivos; así mismo, las ayudan a desarrollarse de manera más armónica consigo mismas y con su entorno, al igual que ambos aspectos llevan implícito el arte, entendiendo éste como fenómeno colaborativo de creación y ruptura de la realidad, vemos que posibilita la imaginación y la creación de nuevas realidades, a la vez que produce satisfacción.