Eliezer Rosinach. Educadora social. Miembro del colectivo de educadoras y educadores sociales EDUCANVI.
Un centro abierto es un espacio educativo dirigido a niños y/o adolescentes que conviven en su domicilio con su familia. Por tanto, generalmente se trata de un tipo de intervención preventiva. En estos momentos, en el contexto de nuestro país, en un centro abierto acuden niños y niñas de diferentes países, orígenes y clases sociales. Este hecho lleva a desarrollar estrategias educativas de interculturalidad y de aceptación de la diversidad.
Este artículo es producto de la reflexión de la experiencia educativa de los educadores de EDUCANVI, uno de los colectivos que participan en el proyecto de investigación “la Bastida” (“el andamio”).
Para ser considerado centro abierto, este espacio debe reunir los siguientes requisitos:
a) Periodicidad diaria
b) Equipo educativo estable
c) Necesidad de intervención socioeducativa por parte de los niños y niñas
d) Compromiso de asistencia diaria
e) Oferta de una intervención educativa integral
La migración comporta desarraigo del contexto personal y social, especialmente en los niños porque ellos no la han escogido. Para ellos se inicia un período de adaptación a la ciudad, al idioma, al tipo de escuela, a la organización social, etc. pero también a los colores y a los olores de una nueva tierra.
La infancia no es una etapa sin dificultades. El entorno familiar y/o escolar, con su interacción, a veces condiciona al niño a sentirse importante, valorado, querido, seguro de sí mismo, o al contrario, menospreciado, inseguro, no querido; aspectos que tendrán repercusión en su desarrollo global posterior.
En este contexto es muy importante que puedan disponer de un espacio que les ofrezca de manera estable un clima afectivo que les permita progresar y crecer como personas. Este espacio no ha de ser solamente un espacio geográfico, sino también un espacio humano, plural y diverso donde se puedan relacionar con personas de distintas edades en un marco común que desarrolle entre ellos un sentido de pertenencia al colectivo, que los fortalezca ante las dificultades, ante las que ahora ya no se encontrarán solos, y que los una el hecho de sentirse corresponsables de las dificultades de los demás. Esta actitud hace nacer en ellos un sentido de compromiso con el grupo de niños y adultos que permite un entrenamiento hacia un futuro compromiso social.
Sin embargo, estas estrategias necesitan el marco adecuado para ser llevadas a cabo. Esta afirmación no es gratuita. Nuestra experiencia nos ha demostrado que a veces las dificultades en el funcionamiento de un servicio dirigido a niños no hay que buscarlas en grandes conceptos sobre la “situación de la infancia en nuestro tiempo”, sino en aspectos muy concretos y más sencillos, como, por ejemplo, una buena organización de estos servicios, una organización que respete las características y las necesidades de los niños a quien van dirigidas. A veces los grandes conceptos nos hacen perder de vista los pequeños detalles cotidianos. Nuestro colectivo profesional manifiesta esta opinión a partir de una experiencia que nos hizo darnos cuenta de que los problemas en el funcionamiento de un centro abierto tenían su origen, no en el tipo de niños que asistían a los centros, como en una primera lectura simple se habría podido diagnosticar, sino en el sistema de interrelación educativa establecido.
Los niños de los que hablamos eran un grupo de niños y niñas, chicos y chicas de 6 a 16 años de edad, la mayoría de ellos pertenecientes a familias atendidas desde los servicios sociales de atención primaria, con problemas de fracaso escolar, de origen multicultural, con dificultades para comprender el idioma, con carencias de hábitos personales y normas de relación.
La oferta del centro abierto presentaba un conjunto de actividades que podríamos denominar estándar, es decir, un tiempo para hacer deberes, un tiempo para jugar, un poco de deporte, etc. Pero los resultados no eran los esperados, el conjunto de niños y niñas tenía comportamientos poco adecuados para un establecimiento educativo y planteaba graves dificultades en la aplicación de la intervención socioeducativa. Fruto de una reflexión rigurosa sobre la situación del servicio, de analizar cuáles eran las causas de los problemas de relación en el centro abierto, llegamos a la conclusión de que uno de los motivos principales era la inadecuación de la oferta a las características de nuestros niños. Este hecho, con el que todo el mundo estará de acuerdo, no siempre se tiene en cuenta a la hora de elaborar el proyecto de un servicio de infancia; buscamos grandes teorías o experiencias ajenas a nuestro entorno -que debemos conocer- pero que tenemos que saber adaptar y adecuar a nuestra realidad inmediata.
En esta línea aportamos el material que os ofrecemos a continuación. Tener un tiempo para hacer deberes no es un problema si en vez de 20 niños de edades muy diferentes, los grupos son de 7 u 8 y de edades más similares y la duración de la sesión no pasa de los 50 minutos, como sugiere Ezequiel Ander Egg. La metodología de investigación-acción-participativa nos hace estar atentos a las dinámicas que se produjeron para plantear nuevas adaptaciones y cambios.
Nuestra experiencia, de tres años en común, nos permite aportar las consideraciones siguientes sobre los aspectos a los que hay que dedicar una atención especial:
A causa de las dificultades que presentan el tipo de niños atendidos, creemos que la ratio óptima estaría en 7 u 8 niños por educador, en cualquier caso nunca un máximo superior a 10.
La rotación de los educadores por los diferentes grupos de niños permite una dinamización constante de las actividades y evita el cansancio tanto de niños como de educadores.
Creemos que la duración adecuada de las sesiones es de 45 minutos para actividades estables que los niños conocen, y que, por tanto, no requieren que el educador invierta tiempo en iniciarla o en dar informaciones sobre ella. En caso de actividades extraordinarias la duración puede ser más larga.
Los grupos de niños funcionan mejor si el intervalo no supera los dos años de edad. Sin embargo, esto no se ha de llevar a cabo de manera estricta, sino que se debe adaptar a las características de cada uno de los niños. Puede haber niños y/o niñas que se encuentren mejor en un grupo de edad mayor o menor al de su edad cronológica.
Las actividades programadas han de comprender toda la complejidad de la personalidad del niño. Por tanto, hay que incluir actividades que desarrollen su evolución física: deportes, danza, juegos, destreza manual, etc.; su desarrollo intelectual: estimulación cognitiva, reflexión crítica sobre su realidad, etc.; la construcción de su socialización: adquisición crítica de hábitos, pautas y normas de interrelación, de habilidades comunicativas, de habilidades de toma de decisiones propias y en grupo asumiendo sus responsabilidades y compromisos, entre ellas la obligación de la escolaridad y las tareas que de ella se derivan, etc.; la elaboración de la propia afectividad: desarrollo emocional, regulación de las propias emociones y de las de los demás, creación de un estilo afectivo propio, etc.
Las intervenciones de los diferentes miembros del equipo educativo han de formar parte de una trama entrelazada que prevea no solamente unos objetivos comunes, sino también un estilo educativo consensuado elaborado por las aportaciones de todos sus componentes. Sin embargo, el equipo educativo es ante todo un equipo humano y, por tanto, su producto será válido si existe entre ellos una buena interrelación que comporte concordia, intercambio, convivencia, cooperación, fraternidad, confianza en el otro y, finalmente, deseo de construir una nueva ciudadanía.
Trabajar educativamente en equipo no es una tarea fácil. Hay que superar dificultades que interfieren su dinámica. A continuación enumeramos algunas de ellas y la manera de resolverlas.
El aislamiento de un miembro del equipo
A veces, a menudo relacionado con una nueva incorporación, un miembro del equipo desarrolla su actividad de manera aislada, sin comprender que el trabajo educativo que se desarrolla es global y que, por tanto, por más maravillosa que sea su intervención, no dará un resultado integral desde el punto de vista educativo, si no comparte los avances y las dificultades de los niños y niñas con el resto de educadores y educadoras. Una función del resto del equipo será hacer comprender a esta persona la necesidad del trabajo conjunto. Esto es más fácil de explicar si se hacen actividades participadas por todo el equipo de manera periódica.
Falta de responsabilidad
La tarea educativa comporta un alto grado de responsabilidad en su desarrollo. Esto requiere que el agente educativo se comprometa a llevar a cabo las tareas asignadas, tanto en cuanto a los días y a las horas establecidas, como a su realización. En este caso será necesario hacerle una reflexión sobre la necesidad de aumentar su nivel de compromiso y de la importancia educativa que representa de cara a los niños el cumplimiento de un programa preestablecido.
La necesidad de una buena comunicación
Cuando se desarrollan actividades conjuntas es fundamental que exista entre las personas que las realizan un buen nivel de comunicación. Para cosas tan básicas como que la actividad de uno puede interferir en la del otro; se puede dar el caso de que ambos necesiten la misma sala, el mismo material o que hayan previsto dos actividades diferentes con el mismo grupo de niños. Reuniones previas de tipo informativo pueden resolver este tema.
La falta de motivación
Cualquier actividad humana necesita un nivel mínimo de motivación, y con más razón una actividad de tipo educativo. Algunas veces los educadores/as desarrollan actividades que no les satisfacen, y este hecho repercute en su falta de motivación para desarrollarla. Cuando se da esta situación, hay que analizar qué elementos contribuyen a su mantenimiento. Estos elementos pueden ser de tipo organizativo, de las características del espacio, del tipo de actividad, de la inadecuación al tipo de niños, etc. Una vez analizadas y detectadas las causas que producen el malestar, es sencillo poder introducir cambios que favorezcan un mejor resultado y, por tanto, un aumento en la motivación profesional.
Por más que parezca una simplicidad, cuando hablamos de objetivos comunes han de ser verdaderamente unos objetivos comunes, es decir, que han de ser elaborados de manera conjunta por parte de todo el equipo educativo. Es mucho más interesante tener pocos objetivos decididos de manera cooperativa, que no disponer de unos objetivos maravillosos o inacabables elaborados por uno o pocos miembros del equipo.
Cuando elaboramos los objetivos de nuestros centros abiertos, debemos tener muy claro a qué población se dirigen, pero también nuestras capacidades y habilidades educativas, así como el espacio disponible, los materiales para llevarlo a cabo y la temporalidad. Sin la valoración de estos aspectos, será difícil elaborar unos objetivos que se puedan alcanzar.
A veces creemos que nuestro trabajo es mejor si elaboramos unos objetivos fuera de lo que es habitual, sin darnos cuenta de que a menudo, los niños y niñas ya están acostumbrados a encontrarse fuera de su cotidianeidad, a causa de la influencia de los medios de comunicación -especialmente de la televisión- pero a veces también por el tipo de actividad lectiva que hacen en las escuelas. Nuestros objetivos han de ayudarlos a comprender y a saberse desarrollar en su realidad diaria, adquiriendo habilidades y capacidades para ganar en autonomía y felicidad.
Uno de los aspectos importantes para conseguir un buen clima humano es que se den unas condiciones de seguridad. Esta seguridad debe incluir aspectos físicos, en cuanto al tipo de espacio; aspectos de interrelación, en cuanto a la confianza con los coetáneos y los educadores y educadoras; aspectos sociales, en cuanto al resto de gente que comparte las mismas instalaciones o el mismo espacio geográfico.
La intervención socioeducativa necesita la afectividad como elemento de apoyo. La ingenuidad de los niños los hace hábiles en el reconocimiento de los sentimientos de los adultos hacia ellos. Un niño o niña que recibe un mensaje educativo sin el condimento afectivo básico, tiene más dificultades para asimilarlo.
Un grupo o colectivo estará consolidado cuando las personas que forman parte de él adquieran un sentido de pertenencia al grupo. Este sentido se puede conseguir desarrollando la corresponsabilidad entre ellos. Los niños y niñas de un centro abierto sentirán que forman parte de él si su opinión es tenida en cuenta, si forman parte de la toma de decisiones, si se requiere su colaboración para la resolución de los problemas que aparecen: ayudar a la realización de tareas escolares de los demás, ordenar el material común, arreglar algún objetivo del material, etc.; en definitiva, si él o ella se consideran útiles, imprescindibles para el grupo.
Como se ha dicho al inicio, en estos momentos nuestra sociedad comparte los espacios comunes con personas procedentes de otros lugares, de orígenes y costumbres diferentes. Sin embargo, este hecho no es exclusivo del origen diverso, sino de que actualmente una mayor flexibilidad social entre nosotros ha permitido estilos de vida diferentes. Hay que incorporar esta realidad al clima humano que queremos conseguir.
Si queremos que nuestros niños y niñas aprendan a convivir con la diversidad, es necesario que conozcan a niños y niñas diferentes a ellos, que se relaciones, que hagan cosas conjuntamente, que los comprendan y que, como consecuencia, los respeten. Este proceso los enriquecerá culturalmente y como personas.
Estas son las reflexiones que sobre la intervención socioeducativa en un centro abierto hemos elaborado a partir de nuestra experiencia en común.