Josep Vallés Herrero
El artículo se desmarca del camino fácil de contestar la cuestión planteada apostando por la formación y opta por decantarse por lo imprevisible a través de la búsqueda del concepto del talento y del arte en educación, considerando las dificultades, el estudio, el trabajo y la resiliencia como aspectos unidos a aquellos. Se sigue la huella de grandes educadores y educadoras, con talento, arte y pasión educativa, en una época muy difícil de entreguerras, siendo muchos de ellos desconocidos fuera de ámbitos especializados de la pedagogía social. Pretende sugerir nuevas ideas a un tema controvertido, el talento educativo, que abordaron Joan Baptista Manyà en “El talent. Estudi psicològic” (1936, 1948) y Eduard Spranger en “El educador nato” (1960) coincidiendo ambos en la importancia de la autoformación y en el esfuerzo. A partir de una referencia de Federico Diego y sus conversaciones con Stephan Vanistendael, se establece un puente entre el talento y la resiliencia donde esta puede ser interpretada como el crecimiento personal a partir de las dificultades. El artículo concluye que la respuesta entre lo que se podría considerar innato de lo adquirido en un buen educador está en un equilibrio entre las aptitudes practicadas y la formación, con grandes dosis de arte y pasión que cristalizan en educadores como los que han creado proyectos e instituciones interesantes desde la intervención socioeducativa.
Día Internacional de la Educación Social, 2 de octubre de 2014: Carnaval de Blogs del CEESC *
¿El artista nace o se hace?, ¿el deportista nace o se hace? Es decir, esta pregunta la podríamos aplicar a muchas actividades profesionales y no nos sería fácil contestarla. ¿Por qué Picasso y Dalí fueron unos grandes pintores, para muchos unos genios en su oficio?, quizás porque practicaron mucho con el dibujo o la pintura, porque se formaron o porque tenían un talento innato; y Gaudí ¿nació privilegiado o fue influyente su formación en geometría en los Escolapios de Reus, a pesar de suspender algunas otras asignaturas?, o ¿fue la observación en los trabajos de calderero de su padre y en la propia naturaleza lo que lo forjó como arquitecto original? Lo mismo sucede con deportistas de élite que han destacado por su talento innato como, por ejemplo, Di Stéfano, Pelé, Maradona, Cruyff o Messi, y que por sus cualidades han sobresalido a compañeros que entrenaban y recibían una formación similar.
El talento, sinónimo de aptitud, se suele asociar a aptitudes intelectuales, pero no solo a estas, también a capacidades naturales o adquiridas para ciertas cosas (arte, mecánica, etc.). ¿Es un hombre o una mujer de talento?, ¿por qué? ¿Por qué tenía un talento especial para ser educador/a social?
En el tema del talento, uno de los primeros filósofos en tratarlo fue el teólogo y profesor tortosino Joan Baptista Manyà i Alcoverro, autor de la enciclopedia Theologumena, que todavía es consultada en algunas facultades de Teología de todo el mundo. Quisiera sacar del polvo algunas reflexiones de este profesor en los seminarios de Tortosa y de Castellón de la Plana, que defendió el uso de la lengua catalana en la diócesis y encontró la hostilidad de tres obispos, que lo tuvieron en el ostracismo. Intelectual independiente, rechazó un puesto en una candidatura de la “Lliga” durante la República. Detenido en la Guerra Civil, fue liberado debido a su prestigio entre la izquierda. Teólogo escolástico abierto, a veces polémico, publicó El talent. Estudi psicològic, Vol. I, Barcelona, 1936, de 248 p. No será completado con el Vol. II de 350 p. hasta doce años después, en 1948. Joan Bta. Manyà sostiene que las vacilaciones, los tropiezos y las caídas representan la curva inevitable que marca siempre la tensión humana con sus oscilaciones y zigzags, y cerrará la primera parte afirmando que el talento radica en el esfuerzo personal y en el estudio.
Este fue también el motivo de la conversación que Federico Diego Espuny (autor de Violeta sí, violencia no) tuvo con Stefan Vanistendael en la revista Menores (marzo de 2003), a raíz de la traducción al español de su obra La felicidad es posible – Despertar en niños maltratados la confianza en sí mismos: construir la resiliencia.
S. Vanistendael, sociólogo, nacido en Holanda, es el responsable de la división de investigación y desarrollo del BICE (Oficina Internacional Católica de la Infancia). Su padre, flamenco de origen alemán, nació en un campo de refugiados en el norte de Inglaterra durante la I Guerra Mundial. Constituye uno de los autores de referencia sobre la resiliencia, como lo es Boris Cyrulnik (Los patitos feos. La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida, 2002). Sus padres, deportados, murieron durante la Segunda Guerra Mundial y fue recogido por una tía en París. Estas experiencias lo motivaron para estudiar psiquiatría. La resiliencia comienza con el encuentro con la persona y, más que con el profesional, con la persona que verdaderamente cree en el niño. No quiere decir que esa persona acepte cualquier cosa que el niño haga, sino que cree sin condiciones en el potencial del niño. De la época de entreguerras y posguerra destacamos, entre otros, grandes educadores y educadoras con talento como Makarenko en las colonias Gorki y Dzerzhinski (antigua URSS), Aichhorn en Ober Hollabrun (Austria), Finder y Tomkiewicz en Vitry (Francia ), Redl y Wineman en la Pionner House de Detroit (USA), Bettelheim en la Escuela ortogénica “Sonia Shankman” anexa a la Universidad de Chicago (USA), Helen Parkhurst con el Plan Dalton (USA), Rosa Sensat con el Instituto de Cultura y Biblioteca Popular de la Mujer (Cataluña, España), Josep Pedragosa con la Casa de Familia y la Granja Escuela de Plegamans (Cataluña, España) y Neill en Summerhill (Inglaterra).
Lo que más importa en el trabajo del educador (o de la educadora) son las competencias para trabajar la resiliencia de las personas con exclusión o con riesgo social, y es cierto que hay educadores con más facilidad que otros en el ejercicio profesional, pero el talento sería la parte holística del acto educativo, como el arte de torear. Octavi Fullat afirma, en sus escritos sobre Filosofía de la Educación, que “los educadores son artistas”, entonces continúa diciendo “la educación es una obra de arte”. Si de la educación hacemos una metáfora con la tauromaquia, mientras los pedagogos son como los “críticos taurinos”, que valoran teóricamente, los educadores son como los “toreros” que, con su talento innato o casi siempre adquirido con esfuerzo, están en la arena donde el acto educativo aborda personalizadamente y de forma concreta, con arte, pero no para “matar” la bestia sino para desarrollar su potencial como ser único e irrepetible a partir del vínculo educativo. Para Gylles Gendreau (1926-2010) los educadores deben saber (teoría psicopedagógica), saber hacer (aptitudes y dominio de técnicas) y saber estar (actitudes y modelado). Gendreau escribió Jeunes en difficulté et intervention psychoéducative (2001) y fue el fundador de la psicoeducación tras la 2ª Guerra Mundial, en Quebec (Canadá), para jóvenes delincuentes, destacando por su labor docente en el centro reeducativo de Boscoville y por la creación de la École de Psychoéducation de la Universidad de Montreal en 1972. Por lo tanto, los conocimientos, las aptitudes y las actitudes son aspectos importantes para trabajar la resiliencia. En la intervención socioeducativa se deben conjugar dosis de talento y de estima, de paciencia, de estudio también y acompañar para apreciar, apoyar, emerger procesos, acoger, autorizar, encontrar vínculos, encontrarse y también despedirse en los momentos oportunos, como nos explican Parcerisa, Giné y Forés (2010).
En todo caso, la profesión de educador social requiere de unas competencias profesionales y un talento que se deben valorar a través de la calidad demostrada en los trabajos educativos y de acompañamiento terapéutico hacia personas con dificultades, a través de destrezas y la aplicación de instrumentos y técnicas que vayan más allá de aspectos teóricos aprendidos de memoria que puedan demostrar tener, porque se aprende ejerciendo, como decía Aristóteles (solo se aprende lo que se hace, decía; y habría que añadir los hallazgos de Daniel Goleman y otros, con todas las aportaciones sobre la inteligencia emocional con las que podemos afirmar que solo se aprende lo que se estima). Con o sin talento, el educador debe estudiar, practicar y esforzarse por adquirir las destrezas profesionales y las competencias (resolución de conflictos, empatía, conocimientos socioeducativos, autocontrol, comunicación, autoestima, trabajo en equipo y ética profesional) que, a través de un acompañamiento y un vínculo educativo, trabajen a partir de la resiliencia de las personas con riesgo o exclusión social para mejorarlas de forma integral; además, debe implicarse en proyectos comunitarios que contribuyan a los avances sociales, a partir de la defensa los Derechos Humanos, de las sociedades democráticas y de la resolución de conflictos de forma pacífica y dialogada.
La educación es un arte pero también una pasión, coincidimos aquí con uno de los pilares de la doctrina de Spranger (1960) sobre el educador: la educación es una de las profesiones que, para ejercerse en toda su plenitud, requieren de una necesidad interior. Esta tesis implica directamente que ha de existir una cierta “genialidad”, suma de arte y pasión, un “demonio” (en el sentido socrático) que Spranger define como algo más que una inclinación o un talento: “un sentirse impelido hacia la formación de hombres” (Spranger, 1960, p. 11). Pero, ¿el educador nace o, por el contrario, se hace? La respuesta a la vieja pregunta debe ser equilibrada ya que “no hay una profesión para la cual menos se pueda haber nacido que la del educador, pues a su esencia pertenece una considerable madurez” (Spranger, 1960, p. 13). Lo que sí existe es una especie de talento del docente, que con pasión y formación puede convertirse en genialidad, para realizar esos procesos de acompañamiento educativos. Esa genialidad no puede manifestarse sin un largo e intenso proceso de formación individual que se realiza, en ocasiones, desde la resiliencia[1]. La expresión “educador nato” que tiene un sentido figurado para Spranger alcanza la realidad cuando el hombre dotado para la tarea educadora se forma, para practicarla con eficacia, mediante las ciencias psicopedagógicas. Esa búsqueda y ese esfuerzo por llegar a la madurez profesional explica el talento y la singularidad de esos grandes educadores y educadoras anteriormente nombrados.
Diego Espuny, F. (2003). Violeta sí, violencia no. Sigüenza: Ed. Rayuela
– (2003). “Cinco horas con S.Vanistendael”. En Revista Menores, 2 (2ª época), marzo de 2003. Recuperado de: Enlace
– (2009). “De “El talent” de J.Bta.Manya a “la resiliència. Una conversa amb Stefan Vanistendael”. En Revista Fe i Cultura 3 (especial 2009), pp. 106- 119.
Fullat, O. (1989). “Educación”. En VV. AA., Filosofía de la Educación Hoy. Manual de Filosofía de la Educación. Madrid: Dykinson, pp. 67-90.
Gendreau, G. (2001). Jeunes en difficulté et intervention psychoéducative. Montréal: Editions Sciences et Culture.
Grané, J. y Forés, A. (2008). La Resiliencia, crecer desde la adversidad. Barcelona: Plataforma Editorial.
Goleman, D (1996). La inteligencia emocional. Barcelona: Kairós.
Manyà, J.B. (1936). El talent. Estudi psicològic, Vol. I. Barcelona: Balmes.
– (1948). El talent. Estudi psicològic, Vol. II. Barcelona: Balmes.
Parcerisa, A., Giné N. y Forés, A. (2010). La Educación Social una mirada didáctica. Relación, comunicación y secuencias educativas. Barcelona: Graó
Spranger, E. (1960). El educador nato. Buenos Aires: Kapeluz.
Vanistendael, S. y Lecomte, J. (2002). La felicidad es posible – Despertar en niños maltratados la confianza en sí mismos: construir la resiliencia. Barcelona: Gedisa.
Josep Vallés Herrero. E-mail: jvalles@tortosa.uned.es
* Versión para la revista RES del artículo “L’Educador/a social neix o es fa?”, escrito por el autor a propuesta del área de comunicación del CEESC (Colegio de Educadoras y Educadores Sociales de Cataluña) y publicado en: Enlace
[1] Para profundizar en este concepto es importante el libro de Jordi Granell y Anna Forés (2008).