David Gómez Godino, Educador Social, Puente de Vallecas (Madrid)
Es tremendo que lo que en un principio parecía otra excusa más para generar alarma social y desviar el foco de atención de otros asuntos, ha resultado ser la cosa más “real” que nos ha pasado en nuestras vidas a varias generaciones de seres humanos. Del escepticismo inicial hemos pasado a la plena y cruda constatación de nuestra fugacidad; a la radical toma de conciencia de nuestra vulnerabilidad. Cómodamente instalados durante tanto tiempo en una ficticia burbuja de seguridad, nos creímos eternos, omnipotentes, y ha tenido que llegar la vida despojada de todas las burdas certezas con que la disfrazamos para recordarnos, con este bofetón de realidad, lo fatídicamente equivocados que habíamos estado. A pesar de esto, considero que no es momento de reproches ni de luchas, sino de aceptación crítica y unidad.
Vamos a salir de esta como hemos salido de tantas otras, y me gusta pensar que en forma de versión mejorada de nosotros mismos -al menos eso me dice mi optimismo puede que ingenuo-, y si no, al menos más conscientes no solo de nuestra fragilidad, sino también de nuestra (inter)dependencia. Cayeron los mitos de la autosuficiencia, de la infinitud de los recursos y del androcentrismo. O ponemos la(s) vida(s) y la ética de los cuidados en el centro después de esto o, sencillamente, no habremos entendido nada. Esta catástrofe sanitaria, social y económica no es más que el pálido reflejo de las, a mi juicio, dos tragedias más graves que nos asolan como especie: la medioambiental y la humanitaria. Estamos exprimiendo y agotando el planeta que nos sustenta, exterminando la vida activamente (feminicidios, contaminación, incendios, deforestación, caza furtiva, tráfico ilegal de especies salvajes, etc.) o contemplando con indiferencia como languidece delante de nuestros ojos en centros de internamiento, campos de refugiados, océanos y mares.
Tarde o temprano, si no reaccionamos, será la propia naturaleza la que, como ahora, nos ponga en nuestro sitio y nos recuerde que no somos el ombligo del mundo; que no podemos hacer con el medio y con los demás lo que nos dé la gana sin pagar un alto precio a cambio. Esta situación de excepcionalidad nos está regalando un tiempo precioso para, entre otras cosas, revisar con calma nuestras prácticas cotidianas. Si de algo adolecen las sociedades modernas es precisamente de eso: tiempo y calma. En el idioma chino la palabra crisis tiene una fuerte connotación de oportunidad. Hagamos uso de esta oportunidad que se nos brinda para desnaturalizar lo naturalizado y visibilizar lo invisibilizado, es decir, para desvelar los mandatos, usos y costumbres que sumisamente hemos normalizado y someterlos, pausada y concienzudamente, a revisión y crítica.
No hay duda de que estamos transitando una experiencia traumática que marca un hito histórico y que va a suponer un cisma tanto a nivel particular como a nivel global. Esta ruptura, que va precedida del inevitable proceso de duelo que todos estamos haciendo -consciente o inconscientemente, con o sin fallecidos cercanos- implica, por un lado, la despedida del mundo tal y como lo hemos concebido hasta ahora y, por otro, la apertura de un horizonte nuevo y desconocido aún por construir. Es momento de remover todo aquello que debe transformarse. De las elecciones que hagamos ahora probablemente dependerá el tipo de eco-sistema que habitaremos durante las próximas décadas. ¿Aprovecharemos la coyuntura para re-edificar un mundo más ético, más solidario, más equilibrado, más sobrio, más amoroso, más compasivo?
Estos días estamos viendo numerosas y esperanzadoras señales que van en esta dirección. Ha tenido que llamar la muerte masivamente a nuestras puertas para que redescubramos nuestra capacidad de pensar en el bienestar ajeno tanto como en el propio, de padecer con (y por) el otro, de desplegar colectivamente nuestros esfuerzos y recursos para ayudarnos las unas a los otros. No permitamos que los medios de desinformación –con sus bulos, rumores y medias verdades- nos desvíen la mirada hacia episodios de insolidaridad, cainismo, irresponsabilidad, brutalidad policial, etc., que también existen y han de ser señalados y denunciados, pero que en ningún caso representan el grueso ni la tendencia de las actitudes que estamos observando durante todos estos días. Si es verdad, como dicen, que durante tiempos de excepcionalidad es donde aflora lo mejor y lo peor del ser humano, ¿qué necesidad de poner el foco en lo segundo pudiendo deleitarnos con lo primero? Somos libres de tomar los referentes y los modelos que estimemos oportunos, pero parece evidente cuáles redundarían en la construcción de subjetividades –individuales y colectivas- más sanas, más amables, más afectuosas y más humanas.