Esta sociedad de consumo y relativo bienestar que atrae a muchas personas buscando lo que no tienen en ellos: paz, estabilidad, comida, techo… Qué poco valoramos eso las privilegiadas que lo disponemos desde el momento de ser concebidas. Cada quien con sus realidades, con mejores o peores situaciones vitales, pero aquí, en el primer mundo, nadie muere de hambre, nuestra vida no depende de que una mafia te compre por un saco de trigo y te prostituya o venda tus órganos, no tenemos que andar decenas de kilómetros al día para llevar agua a nuestras casas, ni tememos por la escasez de medicinas para nuestros hijos, ni nuestras hijas van a ser forzadas a un matrimonio pactado… Sin embargo, nosotras, desde nuestros privilegios, juzgamos a las personas migrantes y las acusamos de venir a robarnos el trabajo y las ayudas sociales, sin tener ni idea del calvario que sufren durante años, teniéndose que enfrentar a la exclusión social, a una muralla burocrática que les impide avanzar en su vida, sin tener acceso a los servicios comunitarios, a la sanidad, a un empleo, a un techo.
En la ponencia, Mohamed Lemine, estuvo hablando del llamado «duelo migratorio» que pasan las personas que abandonan sus países en busca de oportunidades, puesto que se enfrentan a situaciones de estrés (viajar en una patera durante días, sin poderse mover), ansiedad (ver cómo algunas personas pierden la vida), soledad (llegar a un país sin tener una cara conocida), depresión (darse cuenta que aquel sueño de esperanza se convierte en una pesadilla…).
A este estado de déficit de salud, porque cuando una persona sufre todo lo referido, no se encuentra bien, hay que sumarle las presiones externas de las que hablaba antes: exclusión, burocracia interminable, albergues, calle, tratos vejatorios por parte de algunas autoridades, mafias que se aprovechan de su indefensión y, por si todo esto no es suficiente, una legislación migratoria absurda.
Porque es muy absurdo perverso, que las personas migrantes tengan que estar años tramitando sus papeles… que obtengan permisos de residencia pero no de trabajo… No entiendo que les pasa por la cabeza a los legisladores cuando (des)regulan estas cosas, porque no sé de qué se supone que han de sobrevivir quienes pueden residir pero no trabajar… ¿de esas ayudas a las que en pocos casos tienen derecho? ¿de la caridad ajena? ¿o es que nos interesa que estas personas trabajen en la economía sumergida?
No puedo dejar de pensar en lo terrible de todo esto, pero si lo sumo a lo de echar de menos me cuesta creer que ninguna persona sea capaz de tomar una decisión tan brutal como dejar su tierra, su familia, las comidas, su idioma, de su cultura, si no es por una gran necesidad y/o por un gran engaño. Nadie puede desear esa soledad tan fría, tan vacía, tan incapacitante…”