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Acerca de la muerte

Autoría:

Mª Dolors Laguna Flores. Educadora social de la residencia La Immaculada de Mollet del Vallès (Barcelona).

Resumen

Este artículo tiene un marco teórico, y una experiencia sobre el mismo. Quiere ser una aportación de vivencias y sentimientos elaborados a partir de la observación y el acercamiento a la realidad de la muerte de las personas mayores. Desde la experiencia profesional en diferentes ámbitos (domicilio, Centro de Día, Residencia), el objetivo es presentar un vacío que rodea a la persona mayor y que a menudo se ignora, a pesar de que es el final para todos. A partir de esta reflexión teórica también se pretende apuntar alguna idea para poder cubrir este espacio, para poder dar lugar a la elaboración de las pérdidas y poder compartir el dolor y la pena que supone la ausencia de uno “de ellos”. Esto se concreta a través de un sencillo Acto de Despedida, que se desarrolla en el artículo. Una conclusión es el poder integrar la muerte en lo cotidiano de la vida, poder despedirse del que se marcha y crear lazos de complicidad entre los que quedan.

 

Vivimos en una sociedad que valora los tópicos, pero ciertos, del valor del éxito y la belleza, así como del triunfo de lo inmediato, en lugar del saber esperar y el caminar tranquilo que nos ofrece la vida. Y en medio de esta realidad, el colectivo de nuestros mayores se encuentra con otra totalmente opuesta que se intenta ignorar, esconder y disfrazar. Me refiero a la muerte en el sentido más amplio de su término.

Alrededor de esta situación se despiertan sentimientos y emociones de todas las personas que, de una manera u otra, están cerca de ella. Desde la profesión y del trabajo con personas mayores, la muerte es una realidad cotidiana que está muy presente en el ambiente y que es necesario afrontar. Todos conocemos el vacío que deja una muerte y la huella que nos acompaña durante un tiempo.

MiradaEn toda mi trayectoria profesional, siempre desde la vertiente de las personas mayores, he visto muertes y también, en algunas ocasiones, he podido estar cerca de ellos en los últimos momentos de su vida. El hecho de acompañarlos en este proceso desvela una mezcla de sentimientos muy diversos: rebelión, resignación, dolor, paz, impotencia, angustia, tristeza… Todos estos sentimientos están alrededor de la persona que está agonizando y, según el caso y el momento, predomina uno u otro. Hay quien es consciente de lo que le está pasando y así lucha contra la muerte y, hasta el último momento, no la acepta; hay quien muere tranquilo, sereno, como posiblemente habrá vivido su vida; hay a quien el dolor se le hace insoportable y el que está a su lado no puede comprender qué está sufriendo aquel cuerpo; hay quien no quiere saberlo y no llega a creerse lo que realmente le está sucediendo.

Acmpañar

Sin embargo, acompañar en la muerte, ¿qué quiere decir? No entraré aquí a tratar todo lo que supone paliar el dolor, proporcionar todo tipo de confort al enfermo, ayudarlo a vivir en paz los últimos momentos… También, entre otras cosas, puede ser estar al lado de su lecho, tocar su cuerpo y darle calor humano… pero también puede referirse a otros aspectos menos cuantificables como el tener presente a aquella persona en el propio corazón recordando la relación vivida, revivir su sonrisa, su manera de hacer, su genio, su malhumor, recordar su historia personal…

UniónAcompañar en la muerte es decir adiós a una persona y poner un elemento en aquella convivencia para encontrar, en algún caso, otra especie de relación: recuerdo, referencia, sintonía, intimidad…

Todos tenemos dentro de nosotros algún ser querido con quien mantenemos este tipo de unión. Es algo sutil, suave, que se posa en lo más profundo de nosotros, y cuando revivimos hechos pasados juntos, una sensación de calidez llena nuestro ser.

El hecho de convivir con esta realidad nos puede ayudar a enfrentarnos a la propia muerte, a conectar con esta parte tan real de nosotros mismos. Creo que nos podemos mover en el nivel de la intuición y, según nuestras creencias, será un punto y final o un nuevo punto de partida.

Desde mi experiencia como educadora social, en un marco lo suficientemente amplio y, actualmente, desde el trabajo en una residencia donde puedo desarrollar y llevar a cabo diferentes actividades, poco a poco y a través de los años he ido configurando un programa de actuación elaborado desde la observación de los sentimientos de los residentes y de los propios alrededor de la muerte.

Querría ofrecer unas pinceladas de la propia experiencia al respecto. No pretendo profundizar ni desarrollar todo lo referente al protocolo del acompañamiento a la muerte, que poco a poco se va introduciendo como una de las tareas a asumir en los centros y residencias, sino que me refiero a poder trabajar la muerte desde la óptica de los que se quedan.

Residencia

En un centro se encuentran los familiares, diferentes profesionales, residentes, amigos, conocidos… y en medio de todos habitan un buen saco de vivencias, donde se entrelazan les propias y las del otro. Su ausencia se hace presente por todas partes: la habitación, su lugar en la mesa, la butaca donde se sentaba, la silla de ruedas y, también y básicamente, su manera de hacer, la manera de decir “buenos días”, de relacionarse con los demás… una cantidad de cosas y situaciones que ya no son visibles exteriormente, pero que en el interior de cada uno, perdurarán un tiempo hasta que poco a poco se irá borrando esta vivencia para dar paso a otras, como así es la vida.

En todo caso, una cosa es el entierro, el hecho de acompañar al difunto y a la familia (si es que hay) en los últimos momentos, y otra cosa es poder despedirse de aquella persona, y no solo individualmente, sino en grupo, y con el grupo con el que ha pasado el último periodo de su vida. Y es éste el grupo más débil ante esta situación, serán ellos quienes cada día sentirán el vacío y también en su interior se cuestionarán quién será el próximo en partir. Normalmente no se contempla suficientemente darles apoyo ni un espacio donde se puedan sentir apoyados y confiar su pena.

Ya hace unos cuantos años, a raíz de la muerte no esperada de una persona querida y valorada en la Residencia donde trabajo, y dado que muchos de los residentes no pudieron desplazarse fácilmente al lugar del entierro, y aunque sí hubieran podido, había alguna cosa que quedaba en el aire, como si algo faltara para finalizar el círculo de aquella persona que al día siguiente ya no estaría entre ellos.

DespedidaA partir de aquella experiencia sentí la necesidad de hacer y ofrecer algo y elaboré una propuesta con relación a su muerte, que ya sería igual para todas las siguientes.

Poder darles el último adiós, acercarnos entre todos a su persona y, desde su recuerdo, compartir su ausencia y todos los sentimientos que nos despertaba su muerte.

CieloUna cosa sencilla y fácil, donde cualquier persona pudiera sentirse cómoda y capaz de expresar sus emociones.

Era un reto, ya que todo lo que respecta a la muerte cuesta de tratar, y existe un cierto miedo a enfrentarse con los sentimientos que genera, pero se me dio la confianza para poder llevar a cabo la idea. No sabíamos qué reacción podían tener, si la rechazarían o la acogerían satisfactoriamente. Hay que decir que normalmente, aunque cada vez menos, se tiende a esconder la muerte, sobre todo a niños y mayores, a banalizarla, y desconocíamos lo que podía pasar, y si serían capaces de positivizar el encuentro.

Fue una buena experiencia para todos, en un ambiente sencillo pudieron hablar, llorar, compartir emociones y salieron todos reconfortados de aquella vivencia.

Desde entonces, ya hace unos cuantos años, más o menos emotivamente, cada vez que se produce una defunción se realiza un Acto de Despedida unos días después del entierro. Ellos lo esperan, saben que se hará y prácticamente todos los residentes se quedan. Cuando el difunto tiene familia se la invita a participar y acostumbra a hacerlo.

PaisajeEl Acto se desarrolla de la siguiente manera: en una pizarra se pone la foto del difunto, y se reparte entre los asistentes -unas 40 personas- una serie de fotografías bonitas (una puesta de sol, una barca en el mar, una montaña nevada, unas flores, un paisaje precioso, una cara de niño, otros que juegan…) y también unas palabras escritas (dolor, pena, compasión, tristeza, armonía, esperanza, vida…). Algunos de los asistentes leen un poema, un escrito, fragmentos en catalán o castellano, en función de la lengua que hablara el difunto, y se contempla, siempre que sea posible, que el autor tenga relación con su lugar de origen.

Empezamos el Acto con unas palabras de recuerdo hacia la persona, a su manera de ser y de estar en la residencia, si la muerte ha sido imprevista o el final de una larga enfermedad… durante el Acto está presente una música tranquila y relajada. A continuación, vamos intercalando las lecturas y las fotografías y palabras que los asistentes van depositando alrededor de la foto de la persona a la que despedimos, con intervalos de silencio y música.

Después, entre todos los profesionales presentes vamos leyendo poco a poco las palabras en voz alta… Y para finalizar proponemos que el que quiera rece el Padrenuestro cogiéndonos de las manos. El Acto dura unos 20 minutos.

BarcaDe hecho, sin pretenderlo es un acto de reconciliación de la muerte del que se va con la vida de los que se quedan.

A modo de conclusión diré que este acto favorece que las personas mayores se acerquen de puntillas a este punto y final de la vida con dignidad y lo hagan en compañía, a pesar de que no podemos olvidar que el nacer y el morir son dos actos que el hombre realiza en solitario.