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¿Es posible educar en valores en familia?

Autoría:

Mª Ángeles Hernández Prados, Universidad de Murcia

Palabras clave

Reseña de libro

TÍTULO ¿Es posible educar en valores en familia?
AUTORÍA Isabel Carrillo
EDITORIAL Barcelona: Graó
AÑO 2007

 

Nos encontramos ante un libro que nos aproxima, de forma sencilla y accesible a la educación de los valores en el contexto familiar. El trabajo de Isabel Carrillo es fruto de las reflexiones extraídas de las vivencias con maestros y maestras, padres y madres, niños y adolescentes, y de una concepción humanista de la educación. Con una mirada al pasado, al presente y al futuro, la autora va exponiendo una visión de la realidad familiar como el agente protagonista de la educación del ser humano.

La existencia y necesidad de la eticidad del mundo es motivo suficiente para justificar la presencia de los valores como contenido educativo en la diversidad de contextos donde la educación este presente. Los valores no sólo deben conocerse, sino que además deben ser descubiertos en nosotros mismo y en los otros, sentirlos y mostrarlos a través de nuestra conducta. Por tanto, se trata de una educación que contribuye tanto al desarrollo de la identidad individual, como a la identidad socio-comunitario y planetaria.

La educación en valores no puede ser impositiva, sino mostrativa y responsable. Es mostrativa porque el aprendizaje de los valores exige su vinculación directa a la experiencia y obliga a los educadores a actuar como modelo de valor. Sin embargo, no se trata de una contemplación pasiva, ya que la persona debe hacer el esfuerzo por materializar ese valor en su propia vida, adquiriendo una percepción, creencia, sentir y actuación diferente. Es responsable porque no se produce una dejadez o abandono del otro, sino más bien debe darse un acompañamiento en la identificación, selección, apreciación e interiorización de los valores, así como la responsabilidad de mantener la coherencia en la vivencia del valor que mostramos a los otros. Ello nos lleva a reflexionar ¿Cómo nos mostramos ante nuestros alumnos como docentes?, desde la perspectiva escolar, y ¿Cómo soy yo ante mi hijo/a?, desde el contexto familiar.

Tal y como queda recogido en el libro, el aprendizaje de los valores “no surge de lecciones morales abstractas desvinculadas de lo cotidiano” (p.11), sino que más bien parte de la experiencia cercana. Debemos aprender a mirar de otro modo aquello que nos rodea, ya que el entorno también educa, quizás con una intencionalidad algo difusa y de una manera informal, pero incide en los procesos de socialización y conforman estilos de vida, y por tanto hay que tomar conciencia de hacia dónde nos conducen. En este sentido, podemos afirmar que vivimos en un mundo lleno de valores, pero también de su antónimo, el contravalor. Lejos de mostrar aquí, la diversidad de valores y contravalores que actualmente imperan en la sociedad y cómo éstos han sido expuestos en el libro, nos limitaremos a señalar que la sociedad es paradójica, y como tal implica la elección personal de comprometerse con un modo de ser y vivir orientado por unos o por otros.

Actualmente vivimos en un contexto de crisis de los valores, o al menos un panorama incierto de los mismos en la sociedad, reconociendo por un lado, su dinamismo, así como su incidencia en la configuración de la sociedad. Por ello, rescatar la tarea educadora, centrada necesariamente en los valores, en los diversos contextos es algo necesario y pertinente. No para que funcionen independientemente como agentes aislados y solitarios en esta labor educativa, sino favoreciendo la coimplicación y desarrollo de proyectos educativos integrales donde convergen familia, escuela y comunidad. 

De todas las parcelas en la que el valor se manifiesta, el hábitat natural de la educación en valores es la familia, ya que las experiencias que en ella se dan gozan de la significatividad emocional, cognitiva y conductual necesaria para que calen en la persona. El compromiso de la educación en valores en la familia requiere decidir qué valores son los que se quiere educar, creer que es posible educar en valores y ser consciente del deber de educar en valores. Todo ello nos permite generar un ambiente familiar caracterizado por el compromiso ético, la prudencia, la coherencia ética, el acompañamiento y la reciprocidad, siempre en el marco de la “pedagogía del afecto y del diálogo, del amor y de la escucha y la palabra” (p.56). A pesar de que la capacidad de olvidar, en su justa medida es esencial para vivir en felicidad, en el libro se reconoce que las emociones se incrustan en nuestra memoria con más firmeza que las propias ideas.

Desde este marco, la autora proporciona en la última parte del libro, una serie de principios a considerar en la generación de los momentos y espacios familiares para educar en valores. En ellos, se hace mención explícita a la responsabilidad compartida, establecimiento de un proyecto y clima moral, la razón dialógica y afectiva, la complementariedad de lo individual y grupal, así como dotar de sentido y relevancia la actuación educativa, seleccionar los valores, explicitar las  intenciones y estrategias educativas, revisión y cuestionamiento de la labor desempeñada y por último, explicitar el para qué de la educación en valores. Atendiendo a estos principios, los itinerarios educativos familiares pueden ser múltiples, ya que es la familia la que va concretando y delimitando el contenido y la forma en la que cada uno de estos principios cobra vida en el contexto familiar.

No obstante, algunas de las situaciones educativas que pueden fomentarse en las familias en beneficio de la educación en valores pasan por establecer una comunicación afectiva entre los miembros de la unidad familiar,  un clima donde impere la cordialidad, el tacto, la acogida y la escucha activa. Una educación que contribuya a saber mirar el yo, el otro y el mundo que nos rodea, lo que nos permitirá tomar conciencia de la diversidad. Una educación que promueva el saber sentir, es decir, reconocer que los otros nos afectan, interpelan y demandan un compromiso ético, y el saber pensar, favoreciendo el desarrollo dialógico, para poder obtener las argumentaciones y explicaciones al mundo que nos rodea, estableciendo esquemas de pensamientos desde los que obrar. Una educación que favorezca el saber idear creativamente formas virtuosa de vivir solidariamente en el día a día, y finalmente, saber vivir y actuar desde los valores, atendiendo no solo al beneficio propio, sino especialmente al desarrollo comunitario y sostenibilidad del medio físico y natural.